Marcos López: “No busco un estilo, voy atrás de mi deseo”

Marcos López, retratado en su casa-estudio del barrio de San Telmo, Buenos Aires (Foto: Adrian Escandar)

“Estoy construyéndome una especie de sarcófago”, dice Marcos López, figura central del arte latinoamericano contemporáneo. Tres obreros trabajan en el garaje de su casa-estudio, en San Telmo, Buenos Aires. Hicieron un gran foso: con la tierra que quitaron llenaron un volquete. En ese espacio bajo tierra se ubicará su cama, a la que se accederá por una escalera. El cubículo se cerrará con una tapa especial y tendrá un sistema de ventilación que mantendrá la aireación y la temperatura constante a 20 grados. El garaje, convertido en habitación, tendrá un sistema insonorizante. Allí, asegura el artista, podrá meditar y dormir relajado, sin que nada lo perturbe.

Capaz de deslumbrar con su intensidad creativa, López es un hombre y un artista agudo, entrañable. No oculta sus temores ni su fragilidad, sino que ese manojo complejo es materia prima para su prolífica producción.

Con inconfundible mix de iconografía mestiza y kitsch periférico, en sus inicios creó el denominado sub realismo criollo: fotografías que eran puestas en escena y al tiempo radiografías o frescos de época paródicos. Ahora dibuja, pinta al óleo e interviene fotografías. Ya no usa cámara de fotos, sino su celular.

Sus fotografías integran las colecciones del Museo Nacional de Arte Reina Sofía de España; de Daros Latinamerica Collection de Suiza; Fundación Cartier de París; Tate Modern de Londres; el Museo Guggenheim de Nueva York; el Museo de Bellas Artes de Houston; el MNBA y el Malba. En abril se publicará Querido diario (Editorial Caballo Negro) su primer libro exclusivamente de texto, que compila sus posteos en Instagram.

Marcos Lópéz prepara "M´boyeré", la exhibición de la que es curador en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral (Foto: Adrián Escandar)
Marcos Lópéz prepara “M´boyeré”, la exhibición de la que es curador en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral (Foto: Adrián Escandar)

Además, el 27 de enero inaugura Riotous (Desenfrenado), que incluye pinturas y fotografías en Pablo Bogdan Art Gallery (Los Ángeles) con curaduría de Jonathan Feldman (del Getty Research Institute), la primera exhibición individual de López en EE.UU.

El artista recibe a Infobae Cultura en su gran casa-estudio. Entusiasmado, ultima detalles de M´boyeré, la exhibición de la que es curador en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral, en la ciudad de Santa Fe, que se podrá visitar desde el 16 de febrero y que integra piezas de grandes artistas con las de artesanos que trabajan desde la técnica de ñandutí hasta figuras realizadas con gomas de autos.

M´boyere, término que proviene de la lengua guaraní, significa “revuelto, rejunte, mezcla de cosas sin orden aparente, mejunje, enredo, revoltijo, pero también mestizaje”, señala el artista. Sobre su propia obra no duda: “Yo no voy buscando un estilo. Voy atrás de mi deseo”.

Después de una extensa sesión fotográfica para esta nota, en la que el artista se subió a una azotea, hubo cambios de vestuario y escenas inolvidables, consulta si puede recostarse en el sillón de la sala para responder las preguntas de la entrevista.

López, en la terraza de su casa, en el sur de la ciudad de Buenos Aires (Foto: Adrián Escandar)
López, en la terraza de su casa, en el sur de la ciudad de Buenos Aires (Foto: Adrián Escandar)

—¿Cómo conociste a los artesanos que participan en esta muestra?

—Una vez en Santa Fe, en la costanera, iba con el auto y vi un tipo que vendía pinturas sobre troncos de árbol cortados a 15 grados, como rebanadas de pan. Me pareció de una gran maestría: un pintor increíble con una intuición y un conocimiento de los gestos de los personajes, las costumbres de la isla, de los pescadores. Le compré esa pintura por unos valores realmente tan baratos que da impresión. Esto me lo vendió en 5 mil pesos (NdR: López señala una pieza que cuelga en la pared). Después perdí el dato del tipo y lo busqué, lo busqué hasta que lo encontré. Esa fue una de las motivaciones para hacer una muestra incluyendo piezas de artistas-artesanos –si le pregunto al tipo no sé si se considera un artista o un artesano, tal vez no le importa el encasillamiento— y ponerlas en el ámbito del arte contemporáneo junto a artistas de mucha trayectoria como León Ferrari, Nicola Costantino, Edgardo Giménez, Ananké Asseff, Laura Glusman y Jorge Moyano. La muestra se llama M´boyeré, que significa revuelto, revoltijo. Me gusta cómo suena la palabra y también me gusta ponerla en el contexto del arte contemporáneo académico y mezclar.

—Este tema del sincretismo que abordás en esta muestra es algo muy tuyo.

—Creo que siempre trabajé inspirado en la artesanía popular. Fui a filmar al Ekeko, que es una deidad del altiplano al que la gente le ofrenda objetos. Una vez filmé a un pintor de chanchos alcancía. En la película que hice sobre Ramón Ayala encontré, en Córdoba, un tipo que pintaba chanchitos alcancías y le pregunté: “Señor, cuando usted pinta los chanchos, ¿en qué piensa?”. Y él dijo: “En chanchos, ¿en qué voy a pensar?” (Risas) Y después le pregunté: “¿Usted se considera un pintor?”. “Por supuesto”, dijo, “soy un pintor”. En mi casa también fui haciendo una colección de pintura popular comprada en ferias de artesanía muy baratas. Todo lo que ves ahí, en la cocina, son pinturas compradas en mercados de pulgas, en mis viajes. Siempre me interesó la artesanía popular y de hecho mi obra hace un círculo y vuelve: en los santuarios populares imprimen mi foto del Gaucho Gil o la gente se hace camisetas o tatuajes con esa imagen.

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—Es la imagen del gauchito que más los conmovió, en algún punto.

—Sí, la sacan de Internet. Si buscas en Internet el Gaucho Gil, en la estampita aparece pasivo con unas boleadoras. El mío es una mezcla con Juan Moreira. Imaginé que cuando la policía lo va a detener el tipo los enfrenta con el facón, y a alguno mata. El Gaucho Gil se defiende hasta que lo ahorcan en un árbol, pero el tipo le dice al policía: “Usted tiene un hijo muy enfermo y yo se lo voy a curar”. Por eso se convierte en santo popular. Si buscás ahora en Google la imagen que sale del Gaucho Gil es mi gaucho, que en realidad es Damián Ríos, editor de Blatt & Ríos. Como yo lo conocía y le vi cara gauchesca, con esos pelos que andaba, lo invité a posar y quedó ya como Gaucho Gil.

Parte de la colección de obras de arte folk que Marcos López atesora en su casa (Foto: Adrián Escandar)
Parte de la colección de obras de arte folk que Marcos López atesora en su casa (Foto: Adrián Escandar)

—Hay también otras fotos tuyas que se volvieron históricas. ¿Cómo surgió esa en la que está un chico con la remera de Argentina en un parque de diversiones?

—Me interesó porque yo me había ido a vivir a Córdoba y trabajaba como director de fotografía en una productora de publicidad. Tenía un asistente de los que en el interior se le dice gringo: son los nietos, hijos o los inmigrantes centroeuropeos de la pampa. Me interesaba para investigar la idiosincrasia de la textura antropológica argentina, de dónde vienen los argentinos. Era gordito, con su pancita, parecía un niño. El aceptó que yo lo maquille un poco, como un muñeco. Recuerdo que le di la directiva de mirar como hacia una esperanza de futuro. Tiene algo de las miradas de la fotógrafa alemana Leni Riefenstahl que ponía a los alemanes como esperanzados. Quedó como un clásico de mi obra porque habla sobre la identidad, sobre que este país tiene muchos inmigrantes europeos. A mí siempre me interesa especialmente que se note que mi obra es muy de acá. Lo hice desde chico con una intencionalidad. Hay artistas que son más neutros: no les importan los sellos de identidad local. A mí sí: lo que me llama la atención es la textura de identidad local.

—¿Y la fotografía de una mujer con una res, que sostiene un hueso ensangrentado?

—Creo que se me ocurrió una foto feminista hace 20 años: fui precursor en poner una mujer como carnicera. Llevé a una amiga en auto, vestida con el traje ensangrentado con pintura, y nos fuimos a Mataderos, donde tienen las medias reses colgadas. Yo preguntaba: “Señor, ¿le molesta si a esta señora le saco una foto acá?”. La gente decía: “No, no hágalo”. Fue click, click, click y en diez minutos lo hicimos. Terminó siendo una foto muy emblemática y también hay como un barroco de argentinidad, que es lo que a mí, no te digo que me siga interesando, pero en una época me interesó.

El 27 de enero en Pablo Bogdan Art Gallery de Los Ángeles, Marcos López inaugurará Riotous (Desenfrenado), que incluye pinturas y fotografías (Adrián Escandar)
El 27 de enero en Pablo Bogdan Art Gallery de Los Ángeles, Marcos López inaugurará Riotous (Desenfrenado), que incluye pinturas y fotografías (Adrián Escandar)

—¿Te sigue interesando de otro modo, quizás?

—Tu propia obra te gobierna, ya no te podés escapar. No me puedo escapar del color, aunque a veces trato o yo mismo digo: “Estoy cansado de que me asocien con la pelopincho, la manguera y las chancletas”, pero también eso constituyó mi ser.

—¿Qué es lo que más te captura de una persona al momento de fotografiar?

—Uno con los años va desarrollando una mirada muy aguda y te puede capturar el gesto, la mirada, la ropa: son encuentros. Hasta exagerando se podría decir que son almas gemelas que se encuentran.

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—Recuerdo que cuando expusiste en el Centro Cultural Recoleta, en Debut y despedida (NdR: en 2013), me habías comentado que la muestra era como un chirolita empastillado. Doble alienación.

—Sí (risas). A la absurda frase minimalista menos es más, yo le contrapongo más es más. No solo es un muñeco chirolita, pobre infeliz, dominado por el ventrílocuo, sino que además está empastillado con anfetaminas: no tiene escapatoria. La imagen del ventrílocuo con el muñeco la siento interna porque también tiene que ver con la relación padre hijo.

"He aprendido con la vida a tratar de buscar la ternura y a no juzgar tanto", dice Marcos López (Adrián Escandar)
“He aprendido con la vida a tratar de buscar la ternura y a no juzgar tanto”, dice Marcos López (Adrián Escandar)

—¿Todo eso también está en tu obra?

—Sí, mi obra tiene muchos puntos, también hay ternura, una mirada de un niño que me asombro ante las cosas, una mirada de enojo a veces y hay una mirada crítica. Por ejemplo, las reinas de belleza es un tema que siempre me interesó. En los pueblos, las reinas de belleza son todas rubias. Y los jurados son una cosa totalmente machista y patriarcal: son el presidente del Rotary Club, el presidente del Club de Básquet, el presidente de la Asociación Agrícola Ganadera del pueblo. Un poco la tarea del fotógrafo es señalar algunos temas. He aprendido con la vida a tratar de buscar la ternura y a no juzgar tanto. ¿Maradona es malo o bueno? Maradona hizo lo que pudo con algunas cosas de su vida, no me voy a poner a juzgar.

—Hiciste un altar impresionante. Y planteas a Maradona como un líder carismático muy singular.

—Cada ofrenda que ponía me preguntaba si a él le gustaría. A Maradona le gustaba mucho Cuba, entonces puse muchas cosas afrocubanas. Lo tomé como un trabajo profesional porque fue un encargo que me hicieron. Cuando empecé a trabajar sobre el altar de Maradona, haciendo la ceremonia de convertirlo en santo me lo empecé a creer: me emocioné. Éramos cinco personas prendiendo velas y le poníamos buzios, que son unos caracolitos de mar que tiene que ver con las religiones brasileras y afrocubanas. A mí me gusta mucho lo del sincretismo religiosos latinoamericano. Crecí con mi mamá católica, me mandaron a colegio de curas. Me gustan los altares, el chamanismo, y trato de creer en esos santos. Creo que ese altar que está ahí tiene una fuerza energética como tal. Creo que en este país no se valoriza mucho la ceremonia a los muertos. En México el día de los muertos es un día festivo: la gente va a los cementerios, comen y toman en las tumbas de sus muertos, se ríen, les dan tragos de tequila.

Marcos López posa en su altar dedicado a Diego Maradona (Foto: Adrián Escandar)
Marcos López posa en su altar dedicado a Diego Maradona (Foto: Adrián Escandar)

—¿Podrías reírte de la muerte?

—Sí, de hecho ahora vi en México a Lena, mi ex esposa con la que estuve casado 15 años, y me dijo: “Marcos, cuando te mueras vamos a hacer como una gran exposición de fotos con comida y tragos”. Me lo dijo, y ahora yo te lo digo a vos para que quede escrito en algún lado.

—¿Ella te pidió autorización o te lo comunicó?

—No, pienso que me dio una idea. No sé quién va a ser la encargada de organizar mi velorio, con quién estaré en ese momento. A lo mejor es mi actual novia, si dura hasta que yo muera, o mis hijos.

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—¿Sos creyente?

—No, creo como en una espiritualidad, pero muy difusa. Muy difusa. De repente, hago prácticas de yoga kundalini y me pongo a hacer cantos en sánscrito a algunos dioses o maestros: cuando estoy cantando me lo creo. No hago rezos católicos porque todos me parecen horribles: por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Así me educaron. Me he pasado la vida tratando de sacarme toda esa represión sexual, desinformación, culpa, miedo.

"Creo como en una espiritualidad, pero muy difusa", dice Marcos López (Foto: Adrián Escandar)
“Creo como en una espiritualidad, pero muy difusa”, dice Marcos López (Foto: Adrián Escandar)

—De esa educación religiosa, ¿hay algo que te haya marcado más?

—Todo me trae un mal recuerdo. A veces digo que les agradezco a los curas que me hayan dado esa educación: por eso me salió una obra tan potente. Pero por ejemplo a mi madre la respeto: mi madre reza todos los días. Y dice: “Hijo mío, no te preocupes porque yo me estoy por morir, pero me voy a encontrar con tu padre en el cielo, así que me voy a morir tranquila. Todas las noches rezo por vos y por tus hijos”. Tiene claramente fe en el poder de la oración. Eso me gusta. No la juzgo.

—Le sirve para seguir adelante.

—Sí. ¿Y a mí qué me sirve para seguir adelante? Mi obra. Cuando el mundo está cada vez peor, todos los días tenés que encontrar un motivo para seguir adelante.

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