Trilogía: tres autores escandinavos católicos

En Escandinavia no hay hambre ni pobreza, hay algo peor, el vacío. Esta es una panorámica de la frontera religiosa, de escritores que buscan respuesta a una pregunta imprecisa.  Un islandés ganador del Premio Nobel, un biógrafo danés varias veces nominado, y un escritor sueco miembro de la Academia que da el premio, forman el recuento de esta panorámica.

I Torgny Lindgren. No es una historia bonita

Un acreedor y su hijo abusan sexualmente de generaciones de mujeres de una familia pobre como pago de una deuda. Janni debe ver cómo explotan a su madre, hermana, sobrina y esposa, resignado ve como la familia crece con los hijos del abusador.

En la Suecia rural del siglo XIX, era costumbre que las deudas de las familias pobres pagaran sus deudas con los terratenientes o comerciantes mediante la reciprocidad sexual de mujeres o hijas. Según opiniones morales y éticas bien establecidas y una interpretación bastante dudosa de la Biblia, estos acreedores de la carne tenían el derecho innegable de cobrar ese tipo de “renta” a cualquier mujer que les debiera.  Más tarde, el hijo del acreedor asume el papel del padre, para esta época el marido se ha suicidado, pero cuando la hija de dieciséis años de Tea, la protagonista, tiene que ocupar su lugar para pagar la deuda, el abusador es castrado por uno de los hijos de Tea.

Y sin embargo las vejaciones continúan.

Torgny Lindgren era uno de los autores más aclamados de Suecia (y también miembro de la Academia que otorga el Premio Nobel de Literatura). Converso al catolicismo en 1980, su religiosidad laica se filtra a lo largo de su obra con fuerte ingrediente de denuncia social.

Una novela peligrosamente real

El camino de la serpiente es una obra sorprendente, que sintetiza los grandes temas queridos por el autor (elogio de la naturaleza y del campesinado, denuncia de las injusticias sociales, dureza de la vida y los tiempos pasados). El idioma es austero y tosco, muy influenciado por el dialecto de Västerbotten. La suya es una saga realista y épica, la obra se ajusta a la tradición de la novela proletaria escandinava. Esta novela está a caballo entre la conciencia social, el buen narrador a la antigua usanza y el filósofo social y hasta teológico. Toda la novela no sólo se basa en el doble significado de la palabra sueca “skuld”, que significa a la vez “culpabilidad”, “falta de inocencia” y “deuda”, sino que narrado en un dialecto arcaico pesado le ofrece a la musicalidad un protagonismo que solo se puede disfrutar en el original sueco al rescatar los dialectos rurales, es como si en Latinoamérica usáramos el quechua junto al español, lo cual acerca al autor sueco en una tradición social al apurimeño Arguedas. Al final, los problemas sociales no tienen raza.

La acción de la novela se desarrolla en la provincia de Västerbotten y se desarrolla a finales del siglo XIX en forma de una larga oración dirigida a Dios (la novela abre con la oración de una mujer: “Señor, ¿a quién iremos?”). Varias generaciones de una familia de agricultores se ven obligadas a vender sus tierras para cubrir sus necesidades. Por lo tanto, se encuentran bajo el control de la deuda, en este caso hacia el propietario Karl Orsa, que ejerce un odioso chantaje a la familia y, en particular, a las mujeres que no tendrán muchos medios para pagar sus deudas.

Inquietante mente hermoso, es quizás la mejor manera de definir esta novela de denuncia social histórica. Por la capacidad de hacer sentir al lector moderno ese rincón del mundo en el que vivieron, trabajaron y murieron personas iguales que yo.

Cito una parte de la novela:

“El verano del sesenta y siete se helaron las patatas en julio y la primavera se había retrasado tanto que la cebada no echó espiga hasta agosto y entonces ya estaba quemada por las heladas nocturnas. En septiembre matamos la oveja, entonces ya había nieve y en octubre el hielo del lago ya aguantaba a un hombre. Aquel invierno no habríamos sobrevivido sin tu gracia, Señor, y el crédito en la tienda de Karl Orsa. Fue como si tú y Karl Orsa os hubieseis puesto de acuerdo para mantenernos con vida (…)”.

Es de una implacable crueldad este acercamiento entre el agresor y Dios, que escandaliza, pero también nos fuerza a reaccionar. Torgny Lindgren te compromete con la historia, con el problema social, te toca en la médula de tu inútil indignación mientras te lleva por las narices a un paseo por el horror y la impotencia, mientras esperamos que Dios haga algo, que Dios entre en la historia. Torgny nos presenta en su novela más famosa no solo una conmovedora parábola sobre una familia campesina sueca de fines del siglo XIX, que es la parábola de la familia campesina universal atrapada en la servidumbre de la deuda. El pobre labrador Johan Johansson (Johnny con sus amigos) relata la historia de su familia, incapacitado para pagar el alquiler de sus tierras a los ruines padre e hijo propietarios de ellas.

La manipulación de la Biblia

En una perversa interpretación de la Biblia, uno de los personajes manipula el Evangelio cuando cita farisaicamente: “Al que tiene se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”.

Pero volviendo a la novela en cuestión, como sugiere el narrador, esa es la conclusión ineludible de esta breve y conmovedora parábola sobre la deuda, ese instrumento de los fariseos del mercado con que encadenan a los pueblos. Con humor astuto, el pobre peón Johan Johansson cuenta la historia de su familia y del malvado padre e hijo dueños de su tierra. Johan también es víctima, porque los pecados del padre recaen sobre él y, como único heredero varón, Johan crece viendo primero a su madre y luego a sus hermanas utilizadas como moneda. Y no puede hacer nada. Sin embargo lo más perturbador no es el abuso sistemático, sino el ciclo de la deuda en sí. Cuando los Johansson no pueden pagar el alquiler, los propietarios se apropian de sus mujeres; luego la deuda se cancela temporalmente y se concede de nuevo el crédito (¿No les suena familiar?). Junto con su familia y sus vecinos, que citan las Escrituras, Johan lucha por encontrar la mano de la Providencia en este acuerdo opresivo y, en última instancia, también incestuoso. Porque el cobro también alcanza a las hijas bastardas del acreedor.

Una cita oscura del viejo testamento (esta extraña fascinación luterana por la ley mosaica) dice algo así: “No hay nada exterior al hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo, pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre”. Esto refiriéndose a la menstruación y culpabilizando a la mujer y censurando su cuerpo.

La construcción de los personajes y el relato social

Lo curioso en la novela, es que en la granja dónde se desarrollan los hechos, son principalmente las mujeres los personajes fuertes, mientras los hombres son los débiles, incluido el acreedor. Hay una extraña ambigüedad en la relación, especialmente la madre, Tea respecto a Karl su acreedor. Los oprimidos nunca se quejan de su situación, tienen una extraña sensación de seguridad, siempre y cuando haya mujeres lo suficientemente guapas. Todo comienza a ponerse más amargo cuando Tea pierde su apariencia juvenil, y Karl se vuelve hacia la hija de Tea, que es su hermana bastarda. Y todo esto se convierte en una abominación.

Todo en esta historia es perturbador y preciso en el retrato social. El hombre rico, siempre está bien vestido, hasta que lo atrapa desnudo la venganza, solo entonces se encuentra vulnerable, sin su arma, sin su apariencia de poder. Es entonces en que otro hombre, de la familia de los campesinos oprimidos consuma esa vulneración al cortarle, romper su “arma”. Pero como mencioné antes, tampoco esto detiene los abusos, porque, así como la apariencia da poder, el poder es una apariencia, y se alimenta de esa ilusión por el que los campesinos se someten. Entre una voluntaria resignación en el sentido más negativo de la palabra, una tenaza se forma junto a un pensamiento indeciso, la paciencia inagotable frente a tanta perversión, la esperanza sin remedio, la imposibilidad de vivir sin endeudarse, son contrastes que hacen de esta novela algo único que se sale de una novela y alcanza a tocar ser realidad, todo esto se resume en una de las sentencias del libro: “Las cosas son como son, las cosas eran como eran…”

Y lo más doloroso es una cita ingenua de comienzo, cuando empieza está pesadilla, cuando alguien dice: “pero nuestros hijos ya no tendrán deudas”. Y esa es la más dolorosa de las mentiras, porque es un autoengaño. Y esto hace de esta novela algo realmente serio. Otro pasaje incomprensible para un católico es cuando todo se legítima por esa farisaica perspectiva normativa que lo legítima todo: “la ley es nuestro Dios”. Entonces Torgny deja claro el meollo del problema. Cómo los antiguos judíos (no sé ni quiero saber cómo son los modernos), aquí este dios es la ley del que se desprende la deuda y la culpa sin posibilidad de redención.

Es cierto que la gente prefiere las historias a los hechos. Pero esta novela por más ficción que sea es más real de lo que gustaría.

Otra cosa que escandaliza en esta novela incómoda, es la actitud de las mujeres frente al propietario del terreno, la cual  es siempre un poco ridícula. Es “oh no, nunca eso, mejor morir…” para después acceder pocos minutos después sin parecer perturbadas por ello. Esto ofende la sensibilidad de un lector masculino, y ese es el acierto del autor, que trabaja en varios niveles para remover los sentimientos de los hombres. Es como si exigiéramos a las mujeres un heroísmo hasta en la resistencia ante una situación en la que simplemente ellas están solas. Lo suyo no es entonces es una pantomima, es el retrato de la más abyecta crudeza y el intento de ser indiferentes ante el abuso que vuelve a medida que la deuda continua. Si bien los personajes son todos un poco excéntricos, la situación, incluso dramática, es un hecho consumado y se trata en consecuencia.

El destino de una familia apresada por la deuda es el detonante para que el autor alcance al lector con una voz magistral que hipnotizan desde la primera hasta la última página. El modo de cobrar en especie por el comerciante, acostándose con las mujeres, quitándoles a los deudores su dinero y a las mujeres su dignidad, sin que ninguno se sienta jamás libre de la deuda contraída, es una doble metáfora que a juicio de la escritora Sara Lidman representa un brillante análisis de la deuda externa de los países del Tercer Mundo. La escritura de Lindgren, desbordante en su concepción literaria, con un realismo particular que combina la fábula con la realidad más cercana.

Finalmente, en el peor momento, Dios se manifiesta como suele hacerlo, en forma de un desastre natural. Y lo último que sabemos es que aquel lugar donde el hombre ensució la tierra, queda reducido en un parte policial donde se menciona la fecha del desastre, la desaparición de la escena del crimen económico y la cruz que marca el lugar del desastre, porque ya no existe.

La presencia de Dios como sed de justicia

La innovadora novela de Torgny Lindgren (publicada por primera vez en 1982) es un asunto oscuro, que recuerda uno de los pesados tomos de Dostoievski condensado en un “j’accuse” de 150 páginas hacia un Dios aparentemente indiferente y, por así decirlo, la tiranía de los hombres malvados. Lo que consigue es una descripción muy inquietante y realista de lo que podría ser la vida en lo profundo del bosque, y un duro examen de los temas del pecado, la expiación, la caridad y el autosacrificio. Lindgren se convirtió al catolicismo casi al mismo tiempo que escribía esta novela; es una novela profundamente cristiana, pero uno en el que la fe por sí sola nunca arreglará las cosas, y donde las frases bíblicas se utilizan con tanta frecuencia para justificar la opresión como para ofrecer consuelo. “Si la autoridad que os gobierna dice tener razón, y la autoridad última no ofrece respuesta… Señor, ¿a quién acudiré?” Johan es inocente en su miseria y, si toma medidas para ponerle fin, tendrá la culpa. No es una historia bonita, pero sí poderosa. Por eso es realista.

De entre todo su repertorio (el cual cuenta también con quizá el mejor relato de fútbol), esta historia en sí es tan trágica y cruda que nos lleva a comprender el éxodo masivo de Suecia en el siglo XIX y principios del XX.

El estilo es una maravilla, emplea un uso tan brillantemente escrito y hermoso del lenguaje coloquial mezclado con lenguaje bíblico, que la historia amerita entrar dentro del género de la épica.

Esta es una historia de pobreza y horrores escuchada antes. Es el esfuerzo incesante por sobrevivir.

Torgny Lindgren fue miembro de la academia sueca, y jurado que concede el Premio Nobel de Literatura, así mismo también era poeta. El camino de la serpiente es considerado su obra maestra, y fue escrita durante su proceso de conversión a la fe. En toda su obra permanece un profundo interés por lo religioso, puesto que en estos libros profundiza todavía más en los grandes e irresueltos interrogantes sobre la vida y la muerte, siempre a la sombra de la sempiterna cuestión sobre la incomprensible e inteligible naturaleza de Dios. La novela Till sannigens lov [En elogio de la verdad] es en ciertos aspectos un libro diferente, que trata de una discusión estética sobre la autenticidad y la genuinidad, y que enfatiza unos de los grandes temas de Lindgren: la tensión entre la libre voluntad y el determinismo.

La naturaleza de Dios es un tema que impregna toda la obra de Lindgren. Sin embargo, el Dios que aparece en sus textos no es un Dios amoroso y compasivo, sino un Dios duro, áspero y terrorífico, para propósitos culturales el suyo es un Dios todavía luterano, como si la conversión tuviese que enfrentar un entorno cultural todavía adverso para que la semilla de fruto. Pero extrañamente, también el suyo es un Dios que en ocasiones se convierte en lo contrario; es el opuesto a sí mismo (¿un Dios católico?). Como bien menciona su más leal crítico Magnus Nilsson, “esto puede sonar a paradoja, o tal vez a ironía, pero en los textos de Lindgren no hay respuestas simples o significados estables, y nada puede ser cierto excepto por su incertidumbre. Por consiguiente, la respuesta de Lindgren a la eterna pregunta sobre la naturaleza de Dios es que Dios es la paradójica unidad de los opuestos e incompatibles, y solo mostrando todas sus facetas y todas sus características al mismo tiempo, puede ser expresada y tal vez comprendida la naturaleza de Dios”.

Pero para su otro crítico, Daniel Sjölin, Torgny es algo más bien distinto: “Creo que ha llegado a muchos lectores poniendo cara de pesimismo (…) Representa la sencillez del hombre y la búsqueda de sentido”.

Torgny es un explorador de la oscuridad humana, las injusticias sociales, pero también un testigo de fe por un Dios que no se queda callado.

II. Laxness, un fugaz católico

En 1998 fallecía Halldór Kiljan Laxness, Premio Nobel de Literatura en 1955. En la recóndita Islandia Laxness es un héroe cultural.

A los tres años de edad su familia se había mudado a una granja. Como él menciona, su crianza por parte de su abuela lo influenció enormemente, ya que “… me cantaba canciones antiguas antes de que pudiera hablar, me contaba historias de tiempos paganos y me cantaba canciones de cuna de la época católica…”.

Ese remoto pasado católico sería determinante después.

En 1922, Halldór se mudó al continente. Ya en Europa consideró unirse a la Abbaye Saint-Maurice et Saint-Maur en Clervaux , Luxemburgo , donde los monjes seguían las reglas de San Benito de Nursia . En 1923 fue bautizado y confirmado en la Iglesia católica, adoptando el apellido Laxness en honor a la granja en la que se crió y añadiendo el nombre de Kiljan (el nombre islandés del mártir irlandés San Killian ); Laxness practicó el autoestudio, leyó libros y estudió francés , latín , teología y filosofía .  Incluso se convirtió en miembro de un grupo que oraba por la reversión de los países nórdicos al catolicismo.

En 1927 publicó su segunda novela, Vefarinn mikli frá Kasmír, el cual fue aclamado con entusiasmo por el destacado crítico islandés Kristján Albertsson :

“¡Por fin, por fin, una gran novela que se eleva como un acantilado sobre la llanura de la poesía y la ficción islandesas contemporáneas! Islandia ha ganado un nuevo gigante literario: ¡es nuestro deber celebrarlo con alegría! (…) Dudo que ocurra una vez cada cuarto de siglo que un poeta de esa época pueda crear una obra tan inteligente como esta historia suya. A 64 grados de latitud norte esto nunca había sucedido antes.”

Laxness solo tenía 24 años cuando escribió esta historia. La novela en cuestión se podría traducir como El gran tejedor de cachemira. Se destaca como una novela modernista fundamental en islandés.

La historia es libremente subjetiva; su ritmo varía, según los críticos “como una curva de temperatura inestable”. El personaje principal, el joven poeta islandés Steinn Elliði, un alter ego del autor, sumerge al lector en un torbellino de ideas paradójicas.

Cuando Halldór Guðjónsson se convirtió al catolicismo en 1923, cambió su apellido a Laxness, pero también adoptó el nombre de Killian en honor al mártir católico. Estos gestos curiosos muchas veces parecen concebidos como un parteaguas existencial, el de señalar un comienzo completamente nuevo, y una ruptura respecto a un pasado oscuro.

Sin embargo, su conversión fue breve.

Durante una visita a Estados Unidos, entre 1927 y 1929, Laxness trató de ganarse la vida como guionista. El crack de Wall Street lo impresionó profundamente. Sobre ese período dirá años más tarde: “no me hice socialista por leer libros sino por ver a los desempleados morirse de hambre en los parques”. Luego atraído por las ideas socialistas se declaró ateo y simpatizante de la Unión Soviética.

Pero con los años, en el corazón de Laxness creció cada vez más el desencanto con el bloque soviético después de la represión de la Revolución Húngara de 1956.

El Premio Nobel y cómo funciona

Desde 1948, Laxness era candidato al Premio Nobel. En 1955 fue preseleccionado junto a Juan Ramón Jiménez (premiado en 1956) y Ramón Menéndez Pidal. Se propuso un premio compartido entre Laxness y su compatriota Gunnar Gunnarsson, pero el comité del Nobel lo rechazó. Los miembros de la Academia Sueca estaban divididos entre los tres candidatos finales. Fueron necesarias tres rondas de votación para decidir el ganador. En la primera votación, Jiménez obtuvo el mayor número de votos, pero no la mayoría requerida. En la tercera votación, Laxness obtuvo la mayoría de los votos, 10 votos, y pudo ser declarado ganador del Premio Nobel de Literatura de 1955. Ese año le ganó el Nobel de 1955 a Ezra Pound y Albert Camus, así como a Aldous Huxley, Malraux, Claudel o nuestro Ramón Jiménez.

Una idea dominante en la obra de Laxness es que la compasión es la fuente de la poesía más elevada.

Laxness continuó escribiendo ensayos y memorias. Luego vino el Alzheimer y finalmente se mudó a una residencia de ancianos. Murió en 1998.

¿Una conversión fallida?

En la época de la conversión de Laxness, un interés propio del entorno cultural de entonces involucraba esencialmente  dos o tres cosas: la incorporación de las tradiciones populares a la práctica cristiana, la larga historia de la veneración de las mujeres, desde la Virgen María hasta Juana de Arco, y el deseo de superar las rígidas fronteras entre lo natural y lo sobrenatural, la tradición y la innovación.

Jack Hanson explica un poco mejor el contexto de la distancia de Laxness de la fe:

“Los críticos y biógrafos han argumentado a menudo que el período religioso de Laxness fue breve y terminó con su viaje a Estados Unidos a finales de la década de 1920, momento en el que se convirtió en un crítico social cada vez más ferviente”.

Algún biógrafo refiere que Laxness llegó a aborrecer su conversión después de abrazar la fe en el hombre nuevo. Sin embargo, su posterior humanismo secular no termino de ahogar esa marca de su casi década como católico. Cómo menciona Hanson: “En términos de visión literaria, entonces, tiene poco sentido referirse a que Laxness está atravesando una desconversión. Más bien, como deja claro en Salka Valka [novela después de su “conversión” al socialismo] esta transición abrió una perspectiva diferente de la religiosidad, en la que la sensibilidad y la mentalidad cuentan tanto como el asentimiento moral y la creencia consciente.”

En esta novela sobre injusticias sociales, Laxness llega a mencionar algo duro para un comunista convencido: “De vez en cuando, ella misma se preguntaba si el socialismo no era más que para [Arnaldur] un pretexto para luchar contra los demás, vengarse de ellos y triunfar sobre ellos”.

La novela Salka Valka está llena de conversiones: los pobres encuentran a Jesús; los borrachos la abstemia; el chico del campo se viste con ropa de ciudad y trata de impresionar a la hija del rico. Todo el mundo, como los conversos, en un momento u otro, parecen empezar de nuevo. Luego ocurre lo que ocurre: el traje azul termina en el barro; el bebedor se emborracha; incluso Jesús parece no salvar del todo. Para Hanson sin embargo “el paisaje persiste en su ciclo ritual de tormenta y calma pétrea”, un reflejo de la naturaleza humana. “Las personas que soportan esa difícil situación no son aquellas que hacen grandes gestos de desafío o intentan doblegar la realidad a su voluntad. Pero tampoco lo son los que simplemente aceptan lo que les arrojan (…) Esto no es triunfo sino tensión, una participación en un mundo incompleto, en el que cada renacimiento lleva el peso de los muertos. En consecuencia, el consuelo no debe encontrarse en el triunfo sino en la resiliencia”.

Y continuando con Hanson: “Puede que Laxness haya renunciado a su fe, pero persiste como sensibilidad en estas caracterizaciones y críticas. Al igual que Flannery O’Connor, es un testigo fiel del mundo protestante que lo rodea, y su tensa proximidad no le permite un abrazo feliz ni un repudio confiado (…) Quizás Laxness rompió con el catolicismo porque ya no podía distinguirlo de estas y otras fuerzas [el capitalismo y loa órdenes jerárquicos] que, con la promesa de comodidad o avance, conspiran para despojar a la vida de su dignidad. Pero por muy clara que quisiéramos que fuera la línea divisoria entre el período católico y lo que siguió, por muy clara que Laxness intentara hacerla, la marca de esos años es indeleble, una persistencia que desmiente tanto a los dogmáticos que desean que la fe sea férrea como escépticos que creen que se puede dejar atrás o escapar. La conversión, como cualquier transgresión, es siempre parcial, un interrogatorio continuo de las condiciones de una vida determinada. De esta manera, la primera novela poscatólica de Laxness podría leerse como otra forma de testimonio de fe, preguntando qué visión del mundo surge cuando se abandona una autocomprensión previa”.

Cuando Laxness murió en 1998, todavía conservaba el nombre de un mártir católico y el apellido que tomó de la granja de su abuela. El corazón de un hombre es un misterio.

III. Johannes Jørgensen. El biógrafo de los santos

A lo largo de su carrera como escritor Johannes Jørgensen fue nominado cinco veces al Premio Nobel por las academias de su natal Dinamarca, así como la de Suecia. Jamás ganó el Nobel.

De religión protestante, Johannes era un danés con una disposición melancólica, que encontraba refugio en la naturaleza. Después de graduarse (1884), comenzó a tratar a poetas y artistas, a partir de ese ambiente osciló su pensamiento desde el radicalismo hasta el socialismo.

En poco tiempo pasó de colaborador a editor de la revista Taarnet (La torre), dónde publicó sus obras poéticas de inspiración simbolista. Clásico entre las sectas de poetas su revista hubo de enfrentarse a los ataques de los editores del periódico liberal-radical Politiken, quienes expresaron opiniones negativas hacia los poetas de la revista Taarnet.

En su autobiografía, Jørgensen afirmó que Taarnet se estableció en nombre de Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Paul Verlaine, los héroes de los poetas simbolistas de la época. En sus artículos en Taarnet, Jørgensen también defendió formas de vida más místicas y espirituales

Como no encontró la profundidad espiritual y la seguridad que buscaba en el simbolismo, Johannes pasó por crisis poéticas que arañaban el peligro. Como había heredado de parte de sus padres un fundamento de fe cristiana, la cual no abandonó jamás; esta herencia se transformó en una reafirmación de un deseo de profundizar en el misticismo cristiano, no obstante, el camino fue largo y paso por largos periodos de lucha interna, hasta que logró encontrar el refugio de la seguridad espiritual… y el de un propósito.

Como toda historia humana es una narración, y una narración es el viaje de una búsqueda que contiene la meta, la vida de un autor es el viaje hacia dentro, y la meta apenas intuida no es otra cosa que el Santo Grial.

Les Nabis, trilogía de una trilogía: los pintores

Johannes Jørgensen conoció entonces a un joven platero judío, Mogens Ballin, que se había convertido al catolicismo, y quién le enseñó el camino.

También está historia podría ser contada al revés: fue en Copenhague dónde Ballin conoció a Johannes Joergensen. Entonces Joergensen, era un joven poeta que formaba parte de la vanguardia danesa.

Ballin era hijo de una familia judía religiosa, sin embargo, al crecer el vacío de sentido que lo atenazaba, su corazón buscó. Cómo era pintor y también platero, acabó frecuentando las reuniones de un grupo de pintores llamados Les Nabis, dónde conoce a Jan Verkade, otro pintor holandés. Sin saberlo ya ambos eran miembros de Les Nabis.

El bautismo del pintor holandés Jan Verkade lo sacude y decide convertirse también al catolicismo.

Ahora bien, esta historia también podría contarse de otro modo.

Jan Verkade conoció en una velada en honor a Gauguin, a un pintor y platero judío danés llamado Ballin.

Johannes Sixtus Gerhardus (Jan) Verkade, fue un pintor neerlandés postimpresionista y simbolista. Discípulo de Paul Gauguin, perteneció al círculo de artistas conocido como ‘Les Nabis’. De origen anabaptista, fue educado en un profundo recelo hacia todo lo católico.

La suya era una voz artística ansiosa de despertar sus sentimientos religiosos. Encontró inspiración cortejando la soledad rural. En su juventud se decepcionó pronto por gran parte de la literatura contemporánea (naturalista y realista), y comenzó a encontrar respuestas en Una Confesión de Tolstoy, A Rebours de Huysmans y las obras de Baudelaire y Verlaine.

Para Verkade el arte debía ser tanto una creación material como espiritual que percibiera la Creación divina. Pronto los pintores Sérusier y de Haan lo introdujeron entre ‘Los Nabis ‘ (es decir, ‘Los profetas’). Más tarde reconoció la opinión de Jørgensen de que el movimiento simbolista había heredado las preocupaciones sociales que surgían del vacío creado por la pérdida de la creencia en los milagros cristianos y la bancarrota espiritual fruto de la ciencia material.

En el momento de la partida de Gauguin hacia Tahití, abril de 1891, Verkade conoce a Mogens Ballin. En una estancia en la Bretaña, el paisaje y las arraigadas costumbres religiosas de la gente del campo, lo impulsaron por las exposiciones espirituales. Los sentimientos religiosos de Verkade crecieron. En Huelgoat se volvió retraído y meditativo, asistiendo a Misa por primera vez. Tiempo después en su casa en Ámsterdam se encerró durante cuatro meses, inmerso en la lectura de Seraphita de Balzac, entretanto leía por primera vez el Credo mientras escuchaba la Misa en si menor de Bach (un compositor luterano que escribió esa famosa misa católica, lo cual parece confirmar la intuición de Maxence Caron sobre el pensamiento católico de Bach). El pintor Sérusier fue a visitarlo y regresaron juntos a París.

Después Verkade expuso con los Nabis en la Exposición ‘Indépendents’ de marzo de 1892. Las reuniones de los Nabis continuaron, pero pronto Verkade regresó armado con una Biblia, un Catecismo, Les Grands Initiés de Edouard Schuré (por recomendación de Sérusier) y las Confesiones de San Agustín. Reanudando el trabajo, leyó a Schuré a fondo y se dio cuenta de su insuficiencia para él. En Saint-Nolff, él y Ballin crecieron juntos hacia el catolicismo: Verkade recibió instrucción formal y fue bautizado en Vannes.

Convencido de que era necesaria una profunda creencia religiosa para crear arte real, su recorrido artístico y espiritual lo llevó a convertirse al catolicismo romano y a tomar las Órdenes Sagradas como monje benedictino, tomando el nombre religioso de Willibrord. Retomó la pintura, pero el tiempo del impresionismo había terminado, era la época del expresionismo. Falleció en 1946.

Pero volvamos a Ballin. Sus profundas lecturas de San Agustín, los Evangelios , entre otras lecturas espirituales, más la experiencia religiosa de su amigo, lo llevaron a su conversión.

Converso al catolicismo, Ballin ilustró con Verkade la revista Taarnet del poeta Johannes Joergensen. Con Johannes mantuvo extensas conversaciones sobre misticismo hasta que un día de 1894 se fue con él a Asís.

Después del fallecimiento de su esposa, Ballin se dedicó cada vez menos al arte y cada vez más a criar a sus hijos y a la Iglesia católica en Dinamarca. En 1914 Ballin murió de cáncer. Algunos de sus hijos se volvieron religiosos.

Pero volvamos a Johannes. Su estrecha amistad con Mogens Ballin, así como la insistencia de este sobre los temas espirituales y de fe, lo convencen para ir juntos a visitar la Basílica de San Francisco en Asís. Está experiencia sería la definitiva en su vida.

Johannes Joergensen estaba visitando la basílica de Asís la tarde del 1 de agosto de 1894, la víspera de la fiesta franciscana de Santa María de los Ángeles, en la que los peregrinos acuden a ganar una indulgencia. Movido por la curiosidad, el escritor se encontraba en la nave central de la basílica junto a una multitud de devotos y por unos instantes dirigió su mirada a las tribunas donde se concentraban algunos turistas extranjeros que se reían y hacían gestos de desaprobación ante el espectáculo que estaban contemplando. Parecían asombrarse de que existieran semejantes prácticas de superstición en un siglo marcado por el progreso. Joergensen no solo se entristeció al ver aquellas burlas, sino que por un instante sintió que se estaba cometiendo una injusticia, y él era muy sensible ante las injusticias. Sin pensarlo demasiado, cayó de rodillas ante un altar cercano. Luego, se levantó avergonzado y salió de la basílica. Tiempo después, escribiría que de san Francisco había obtenido el perdón, aunque, pese a todo, continuó sin creer. Su amistad con el pintor Mogens Ballin sería definitiva para su paso final. Johannes Joergenssen abrazara la fe católica en 1896.

Asís una inspiración

Fue en Francisco en quien Johannes encontró una inspiración para su obra y para su vida. Tanto le atrajo que durante décadas vivió en Asís, hasta el punto que fue nombrado ciudadano honorario en 1922. En 1907 publicó en danés su biografía de Francisco, muy pronto traducida a diversos idiomas.

A diferencia de otras biografías del santo, ninguna tiene el toque poético de Joergensen. El autor no es un transcriptor ni un erudito crítico, tampoco es un novelista. La biografía de Joergensen es un libro escrito por un poeta, y un poeta es alguien enamorado. En su caso de la naturaleza y el arte que encontró a Cristo entre cipreses y campanarios de Italia. El descubrir a Francisco al otro Cristo, fue lo que le cambió la vida.

Algunos consideran la parte más lograda de la obra la que lleva el título de «El restaurador de iglesias». En ella Johannes expone a un Francisco ante la naturaleza. Según una crítica en alemán sin firma, se menciona: “que experimenta una cierta desazón cuando el sol se apaga y las sombras lo envuelven todo, cuando el paso de las estaciones le muestra la fugacidad de la existencia. Necesita descubrir a quien está más allá de todo eso, a quien es el origen de todo lo existente. La naturaleza le servirá para descubrir a un Dios escondido, y a la vez cercano a los hombres. En su oración vivirá la dulzura del trato íntimo con Dios. Pero su vocación no es la de alguien que vive para sí mismo”.

Su búsqueda de una espiritualidad profunda lo condujo a una unidad superior, que a su vez impulsó toda su obra posterior. Ahora sabía que debía escribir. Encontró, como diría Pilar Deza, su buen “para qué”.

Luego del éxito de esta primera biografía, continuó escribiendo su biografía sobre Santa Catalina de Siena, a la que siguió la de Santa Brígida. Esta fue su tercera gran biografía de santos. Para él, el espíritu y la naturaleza formaban aquí una unidad superior.

En su descripción de la relación de San Francisco con la naturaleza como la verdadera imagen de Dios, las dos pasiones dentro de Johannes se fusionan: la naturaleza y Dios. La deidad que en su juventud era la relación humana con la naturaleza (un rezago panteísta de su juventud) ahora se convertía en una expresión de la verdad de Dios.

 Es difícil categorizar el trabajo de escritor de Johannes Jørgensen. . Como católico convencido, ciertamente tenía una posición espiritual estable, pero todavía tenía que luchar consigo mismo, con su naturaleza inquieta y melancólica que traía consigo desde su infancia.

La poesía es la parte de su obra que más admiradores ha granjeado Johannes en su tierra natal. Muchos todavía leen su poesía debido a su hermoso lenguaje formal y su incomparable sentido de la naturaleza.

Por otro lado, su poder de observación hizo que fuera valorado mucho más allá de los círculos católicos. En sus descripciones de viajes se le puede comparar con su alma gemela, el poeta de Fionia, Hans Christian Andersen. Sobre todo, la gente admiraba su excelente sentido del lenguaje. Aunque siguió siendo en parte un extraño en Dinamarca, sus obras gozaron de mayor atención en el extranjero. Solo después de Cristhian Andersen, Johannes ha sido traducido con mayor frecuencia del danés a otras lenguas.

Johannes falleció pasado los noventa años en su pueblo natal en 1956. Literalmente murió en la casa donde nació. Había vuelto a casa.

Trilogía: tres autores escandinavos católicos