Festivales: Entrevista a Martín Rejtman: “Tarantino me parece el único genio del cine contemporáneo”

Aquí nuestra crítica de La práctica

Uno podría entrevistar a Martín Rejtman en cualquier ruidoso bar de Palermo, pero el clima armonioso y distendido que impera en Valdivia, hace que el encuentro en Cosas Ricas, un coqueto café y restaurante de esta ciudad sureña, fluya de forma relajada, sin estrés ni premura. Y que el diálogo se desarrolle en Chile tiene también algo de “justicia poética”, ya que es en este país donde se filmó buena parte de La práctica y con un elenco mayormente trasandino.

-Se percibe una fuerte admiración, por momentos incluso veneración, hacia tu figura dentro del ambiente audiovisual chileno ¿Cómo fue tu relación con este país y por qué crees que generó esta especie de culto hacia tu persona?

-No lo sé. Una vez vinimos para hacer casting de La práctica, fuimos en un barrio de monoblocks antiguos en Providencia, una chica se sube a un ascensor y me pregunta: “¿Tu eres el director de Silvia Prieto”. “”, le digo. “Ah”, y se fue. Ese fue el diálogo. Que alguien me reconozca en un ascensor no me pasa casi en ningún lado. Es medio raro. Una chica del sitio web La Fuga que da clases me dijo el otro día que hay toda una generación que no me conocía, pero me descubrió ahora por MUBI. Pasé de ser un virtual desconocido o un referente solo para la vieja guardia a ser descubierto por los jóvenes. En el ciclo que hizo Arthaus este año se me acercaban muchos pibes, pedían sacarse selfies conmigo, algo que quizás es habitual para otros artistas, pero que a mi no me había pasado nunca. Se renovó el público en Chile y Argentina gracias a la única plataforma que exhibe mis películas: MUBI.

-¿Desde cuándo venís construyendo la relación con Chile?

-La primera vez que vine fue a principios de los ’90 para presentar un libro, invitado por Alberto Fuguet, a quien le gustaba mucho lo que escribía. Fue en la Feria del Libro de Santiago y aproveché para organizar una función de Rapado en el Cine Arte Alameda. Recuerdo que, a pesar de que ya estaban en Democracia, todavía había censura. Los funcionarios me fueron a esperar al aeropuerto. Yo tenía las latas de 35mm, porque las había subido a la cabina, y se las llevaron. Vieron la película a la tarde, dieron el OK y se pasó cerca de la medianoche. Esa fue la primera experiencia en Chile.

-¿Esta relación se inició por tus libros, por tu cine o de de forma simultánea?

-Puede ser más por los libros, aunque no estoy seguro, El diario El Mercurio tenía un suplemento joven y publicaron un par de cuentos míos. Ahí hubo una entrada, pero no me doy cuenta, es un proceso. No sé el nivel de conocimiento que tiene la gente, es más por lo que me cuentan o por anécdotas.

-Camila Hirane, durante la presentacion de Los guantes mágicos que organizó MUBI por los 20 años del film en ArtHaus, dijo que en Chile estudian el “método Rejtman”…

-No es para tanto. Hay un grupo de teatro que se inspira un poco en la forma de actuación de mis películas porque tampoco es que haya un método. Tuvimos que hacer el mismo trabajo de adaptación a mi forma de filmar, no es que la tenían estudiada.

-En Chile incluso ya habías hecho el cortometraje Shakti en 2019…

-Vine a hacer la mezcla de sonido de varios de mis trabajos e incluso antes había venido a acompañar como productor de la primera película de Albertina Carri, No quiero volver a casa, que es de 2000. Con Dos disparos fue la primera vez que un fondo chileno dio apoyo a una coproducción minoritaria, en este caso con Argentina, y ahí estaba Manuela Martelli. Ya entonces fue creciendo el plan de filmar acá: hicimos el corto Shakti y ahora esta.

-¿Ese interés era porque te gustaba particularmente Chile o porque había condiciones ideales para encarar una coproduccón?

-Por las dos cosas. Venía muy seguido a un retiro de yoga en el norte, en el valle del Elqui, 500 kilómetros al norte de Santiago. No es el que aparece en la película, pero sí sirvió como inspiración. Caí ahí de la nada y luego volví cuatro o cinco veces. Me gusta mucho Chile, es muy diferente a la Argentina, pero está al lado, es fácil llegar y es muy familiar. Jamás hice un retiro en la Argentina. Hice uno en Tailandia, pero hacerlo en Chile es una buena forma de tomarme unas vacaciones cortas, cambiar de aire y practicar yoga. Muchas de las anécdotas de La práctica tienen inspiración real: una noche una chica a la que no conocía me invitó a la inauguración de un restaurante en Santiago. Volviendo, buscando un taxi, me caí en una alcantarilla. Ese tipo de cosas las fui incorporando a la película.

-¿Y por qué ubicaste al yoga como el corazón de la película, más allá de que sea una disciplina que cultivás? ¿Le veías posibilidades cinematográficas?

-Lo primero que me surgió fue la idea de un personaje en paro de cabeza. En verdad surgió para un cortito, un spot que me encargaron hace mucho tiempo para el BAFICI. Les pedí a varios directores que habían pasado por el BAFICI que hicieran el paro de cabeza. Filmé en un plano corto igual al de Esteban Bigliardi en la película a Albertina Carri, Diego Lerman, Rodrigo Moreno, Alejo Moguillansky y otros. Ese fue el germen del guion de la película. Al principio la historia transcurría en la Argentina y el retiro creo que era en Córdoba, pero después surgió Ia posibilidad de la coproducción, de filmar en Chile y en Portugal. Dos disparos fue una coproducción con Chile y pensé que sería fácil repetir la experiencia. Pero nunca es fácil, nunca lo que funcionó bien la primera vez funciona bien la segunda. Todo es azaroso. Los fondos cambian, las tendencias cambian…

-Se sabe que vos sos muy exigente, perfeccionista, las cosas se hacen de determinada manera o no se hacen. Otros directores son más dóciles, negociadores o se adaptan mejor. Esa intransigencia, sumada a la permanente volatilidad económica, ha complicado mucho la continuidad en tu obra…

-Sí, lo decís mejor que yo (se ríe). Voy a hacer un copy y paste para cuando me hagan la pregunta de por qué tardo tantos años en hacer una película.

-Pero también te tomás un tiempo considerable entre libro y libro, y en la producción literaria no entran a jugar las dificultades que conlleva el cine…

-Sí, ahora hace mucho que no publico nada. Todo me lleva tiempo. Pero los largometrajes son muy complicados. No cambio los guiones desde que los escribo hasta que quedan reflejados en la pantalla. No cambió nada.

-¿Cuánto tardaste desde que surgió la idea de La práctica hasta que se estrenó en San Sebastián?

-Y… siete, ocho años, un montón de tiempo. En el medio tuvimos la pandemia, la separación con la productora La Unión de los Rios que fue bastante traumática. Creo que fue la película más difícil de hacer de toda mi carrera. Sin embargo, tengo la impresón de que eso no se nota: la siento liviana, que respira..

-Sí, más allá de que está siempre tu estilo, tu esencia, La práctica fluye, se permite incursionar en una comedia más pura más que otras veces porque vos siempre tenés la tendencia a que surja el humor pero una reticencia posterior a dejarla avanzar, a que se termine de desarrollar. Esta vez no solo hay más humor sino incluso hasta más sensibilidad, si se me permite ese término en una película de Rejtman…

-Puede ser, yo no lo termino de captar del todo. En mis películas anteriores la comedia se disuelve y acá termina con una situación directamente cómica. Cuando se produce la caída en la alcantarilla por segunda vez me doy cuenta de que la gente se ríe mucho, hay como un grito general. Salís de la sala con la idea de una comedia, mientras que las otras terminan con una nota mucho más incierta. Me dicen: “Tus películas no tienen final, terminan de manera caprichosa, podrían seguir”. No creo que sea cierto, porque para mi tiene su lógica para que terminen de esa manera, pero esta cierra más en un lugar de puntuación de comedia que en una no puntuación. Tiene algo de circular, de estructura redonda, como en Shakti. Algo que no me ocurría desde Just a Movie, un cortometraje estudiantil, muy redondo, medio perfecto, que solo se vio en la tele en los años ’80 en el programa Cinegrafía que conducían Daniel Guebel, Alan Pauls y Marcelo Figueras, y creo también en Función Privada. Nunca lo subí a ningún lado. Nunca me volvió a salir algo así, aunque lo intenté. Abandoné la idea de la circularidad, de las historias que cierran de una manera tradicional. Estos dos últimos trabajos recuperan un poco eso, cierto cierre más convencional.

-Siempre te diste libertades, pero en La práctica aparecen zonas no tan habituales: te permitiste incluso una dimensión fantástica, con un paseo en un bosque y una piedra que se eleva… Y es algo que no suena como regodeo, capricho u ostentación…

-Es algo breve, solo unos segundos. Como dice Alfred Hitchcock, si filmás en París tenés que incluir la Torre Eiffel; si filmás en Chile, tenés que meter un terremoto, no lo podés evitar. La práctica empieza y termina con un temblor y eso de alguna manera podía generar que una piedra se eleve. En una primera instancia del guion era el personaje de Gustavo el que se elevaba, pero al final me pareció más lindo que fuera una roca. El nunca llegó al samadhi, máximo nivel de espiritualidad, eso de fundirse con el universo, que se alcanza durante concentración. El anestesista le dice que la única forma de alcanzarlo es con la anestesia total. El no llega, pero la piedra, sí. Ver eso también es llegar de alguna manera, una suerte de superación existencial. Me gustó esa idea y entonces por qué no ponerla. La comedia y la ciencia ficción son los dos únicos dos géneros que te habilitan a poner casi cualquier cosa.

-¿Por qué elegiste a Esteban Bigliardi?

-Escribí el guion con él en la cabeza. No siempre fue así, pero muchas veces me pasó eso. Escribí Los guantes mágicos para Vicentico, por ejemplo; Silvia Prieto la escribí para Rosario Bléfari. Me parece importante saber para quién estoy escribiendo. Tenía la idea del profesor de yoga y debía hacerlo Esteban porque tiene un aire de familia, un cierto parecido conmigo. Me acuerdo que mi mamá fue a verlo hace mucho a una obra de Romina Paula en la que trabajaba con Esteban Lamothe. Volvió, me llamó por teléfono y me dijo: “Vi una obra con un actor que es igual a vos”. Me gustaba jugar con la idea de que fuese parecido. Ensayamos un montón para encontrar el tono justo. Fue un muy lindo proceso.

-Justo está viviendo un momento increíble con tu película, una producción gigantesca de Netflix como La sociedad de la nieve y Los delincuentes, de Rodrigo Moreno…

-Sí, tuvo un año increíble, una racha excelente. El otro día hablábamos y me dijo que está tan cebado con estas películas que está desesperado por volver a filmar.

-Siempre decís que probablemente hayas hecho tu última película. No sé si es como una estrategia defensiva, pero en San Sebastián dijiste que estabas tan contento con el resultado de La práctica que tenías ganas de volver a filmar…

-No lo sé. Me voy a poner a trabajar a ver si puedo filmar otra película, pero realmente me cuesta mucho. Es muy difícil, me parece que a mí me cuesta más que a los demás. Soy demasiado inflexible. Escribir un guion ya me resulta un proceso largo y arduo. No tengo nada en la cabeza a priori: las escenas, los personajes, las situaciones van surgiendo. Lleva tiempo trabajar así y siempre tengo la duda: “¿Esto terminará en un guion, encontraré la trama de la película o quedará en la nada?”.

-¿Y quedan muchas cosas en el camino?

-No, en general todo termina a la larga en un guion. Lo voy reciclando. Cosas que quedan afuera de una película luego las uso para otra. Y hasta que no termino no puedo buscar el dinero porque no tengo un tratamiento, una sinopsis, nada. Así todo se hace más largo. El tipo de películas que hago no son fáciles de financiar. No puedo ir a una plataforma, no les interesa. Tengo que ir a fondos, que prefieren cosas más típicas, más sociales, más políticas…

-En las últimas semanas estuviste recorriendo festivales muy importantes como San Sebastián, Londres, Nueva York y decías que estabas un poco decepcionado con la experiencia.

-Es algo muy subjetivo, algo que sentí a partir de mi experiencia como invitado, no hablo de los festivales como lugares de descubrimiento artístico. Más allá de San Sebastián, que está muy bien organizado, sentí que los festivales están con poco presupuestario, medio desorganizados. Ya no son como antes un punto de reunión y encuentro con otros directores, programadores, críticos. Quizás tiene que ver con la plata y con lo social. Todo es cada vez más efímero. La digitalización se ha dado incluso con las entradas, se las tenía que enviar por e-mail a todos mis amigos y fue un lío. A mi dame las entradas físicas, armo la lista y se las doy 10 minutos antes. La reducción de costos se ha dado incluso en los países más ricos.

-No siempre los festivales más grandes son los mejores para una película.

-Estrené Silvia Prieto en Sundance, después fui a Berlín, habíamos contratado una publicista y no pasó nada. Sin embargo, en un festival más chico como el de San Francisco estaban los programadores, críticos franceses como Edouard Waintrop y ahí la película explotó. Luego de esa muestra hubo una gran repercusión.

-Antes además las películas viajaban uno o dos años por festivales, las ventanas no eran tan cortas. Hoy a los 6 meses muchos te dicen que son viejas… Películas como la tuya necesitan su tiempo para que encuentren su público.

-Otra vez, todo es demasiado efímero.

-Antes hablabas del fenómeno de MUBI, de cómo te permitió conectar con una nueva generación. Sin embargo, hasta no hace mucho eras muy crítico con que tus películas se vieran fuera de una sala ¿Estás más reconciliado con el streaming hogareño?

-Yo me negaba a que Rapado se viera en video. El VHS tenía una calidad muy pobre y un sonido de mierda. Mi impresión era que no se podían apreciar si no era en una sala de cine. Ahora cambió la forma de ver cine en casa. Con un televisor 4K con pantalla gigante y buen sonido es otra cosa. Yo tengo un proyector con un buen equipo de sonido y la verdad es que veo muy bien las películas. Igual jamás vería una mía porque me da pánico. Las de los demás, sí (risas). Debo agradecer que mis films estén en MUBI por una cuestión económica personal pero sobre todo porque si no, no existirían. El soporte físico ya casi no existe. MUBI es la única plataforma que se interesó en mi cine, incluso antes de llamarse MUBI. Cuando era The Auteurs con Eduardo Costantini (hijo) y Efe Çakarel firmamos un contrato. Luego las copias tuvieron una restauración digital y mejoraron mucho. Y quedaron en MUBI.

-¿Cómo estás viviendo este año tan intenso con funciones agotadas y otras agregadas en Arthaus, un ciclo especial en MUBI, un libro sobre tu obra, un nuevo largometraje?

-Bien, me alegra que la película haya tenido buena repercusión en San Sebastián, siento que mi cine recién ahora está circulando en España. A principios del año próximo habrá una retrospectiva de la Cinemateca en la hermosa sala Doré de Madrid. Con respecto al libro, se armó a partir de largas entrevista en las que hablo de cada película. También hablaron con actores, productores y técnicos que trabajaron conmigo, y hay textos especiales. Estoy contento de que salga un libro así. No tanto de análisis sino con anécdotas, recuerdos, experiencias, sensaciones.

-¿Qué estas leyendo y viendo últimamente?

-Uff, me olvido. Un libro de Javier Marías llamado El hombre sentimental. En el aeropuerto de Londres compré un libro de la irlandesa Sally Rooney, de quien ya leí un par de libros que me gustaron mucho. Compré una novela de Philip Roth. Me gusta leer en inglés. Otro que me gustó mucho es el libro de Quentin Tarantino (Meditaciones de cine). Lo sentí muy personal, me gustó mucho cómo cuenta su relación con las películas desde que era chico, cuando iba con su madre. Hice la experiencia de ir viendo en mi casa cada una de las películas que el va citando en el libro, como un ciclo casero curado por él. Muy linda actividad. De los contemporáneos me parece el único genio. Tiene una libertad única y absoluta dentro de un sistema que es muy difícil como el americano. Es un caso muy raro de películas autorales y al mismo tiempo muy populares, muy cinéfilas pero que al mismo tiempo las puede ver cualquiera y disfrutarlas. Todos los parámetros culturales están completamente encorsetados por la corrección política o ciertos mandatos y él hace lo que se le da la gana. ¿Despues quién está? ¿Paul Thomas Anderson? A mí no me gusta. A mis amigos les encanta pero yo no lo entiendo. No me cae la ficha. En su momento me había gustado y divertido Boogie Nights: Juegos de placer, pero la verdad que en general no le encuentro la gracia. Vi hace poco la última, Licorice Pizza, que todo el mundo me había dicho que era genial, y me quedé afuera. No engancho. De lo último que vi me gustó mucho también el cine del japonés Ryusuke Hamaguchi. También leí un par de libros de un autor que había recomendado César Aira, Pablo Katchadjian, y está muy bien, sobre todo Una oportunidad.

-Y la última: ¿Cómo es un día tuyo a nivel laboral?

-Debería ser mucho mas riguroso, apelar a la autodisciplina, crearme una rutina, que es lo que sirve. Pero trabajo en mi casa, que es grande y linda, y me resulta un pecado irme a otro lado. A veces trabajo en cafés, pero ponen la música muy fuerte o dejan la ventana abierta y me cago de frío y eso me genera una gran incomodidad, como a mis personajes. Me sirvieron mucho las residencias, fui a dos en Estados Unidos: una en Iowa City, donde escribí durante tres meses Los guantes mágicos, y otra en New Hampshire que se llama MacDowell. Te daban una cabañita en el medio del bosque, sin Internet, te traían la comida y te la dejaban afuera. Trabajabas hasta las cinco y te ibas a jugar al ping pong y a cenar con los otros 20 artistas seleccionados. Una experiencia muy linda.


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Festivales: Entrevista a Martín Rejtman: “Tarantino me parece el único genio del cine contemporáneo” – #38MarDelPlataFF