David Huerta, la religión de la poesía

Aunque el poeta padecía un problema renal desde hace tiempo, su partida resultó inesperada, como refiere el ensayista Christopher Domínguez Michael, su amigo desde hace cuatro décadas. Él, con otro escritor muy cercano al poeta, sobre todo en los últimos años, Fernando Fernández, abren con gratitud y emoción el bagaje de sus recuerdos, y evalúan la producción de primer nivel en las letras mexicanas de Huerta, cuyo primer poemario, Jardín de la luz, apareció justo hace medio siglo. Colaborador frecuente en Proceso, de David se reproduce un poema, “Abrazados”, tomado de la antología El desprendimiento, editada en 2021 por Galaxia Gutenberg de Barcelona.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Durante décadas estuvieron unidos a David Huerta por las letras y por la amistad.

Los escritores Christopher Domínguez Michael, nacido en 1962, y Fernando Fernández, en 1964, evocan en estas páginas al “ciudadano ejemplar”, al “hermano insustituible” y amigo de corazón generoso, quien era 13 y 15 años mayor que ellos, respectivamente.

Sereno, con prosa improvisada a la par que diáfana, Christopher Domínguez Michael acepta hablar vía telefónica “diez, quince minutos” de David Huerta, fallecido el lunes por insuficiencia renal a los 74 años. De pronto, revela al reportero, quien es tomado por sorpresa:

“Los recuerdos más emotivos que tengo de David Huerta son los de la batalla contra el demonio del alcohol. Todo lo que vivimos juntos, los éxitos, los fracasos, es esa hermandad que se crea cuando un grupo de personas se une para repudiar una adicción, ¿no? Más que la poesía, la literatura o la política es la amistad llana y pura, teníamos ese nexo muy profundo; porque ayer en el velorio, cuando llegaron los amigos del mundo de los exbebedores, pues sentí particular emoción, y en eso David siempre era impecable, dispuesto a explicar, a insistir, a no bajar la guardia. Fue una gran comunión en un aspecto privado de la vida que para mí será imborrable.”

Al “Proceso” de Scherer

Con “Un poema de José Carlos Becerra”, publicado en 1980, hasta el 7 mayo de 1984, Huerta Bravo colaboró en la sección cultural de este semanario, sumando más de una sesentena de artículos donde, además de la poesía, abordó tópicos muy diversos: Estética, cine, pintura, lingüística, filosofía, psicología, religión, magia, mitos, economía, política, medios y música. (ver Recuadro). Además, realizó con el reportero Armando Ponce una larga entrevista con Arnaldo Orfila Reynal como director de Siglo XXI Editores, el 9 de abril de 1984 (#388).

–¿Recuerda usted si David Huerta lo llevó con Julio Scherer García para escribir en Proceso? –se le demanda al crítico literario y miembro de El Colegio Nacional.

–Sí, porque David Huerta, en el año 1982, era amigo de mi madre y yo ya había comenzado a escribir reseñas en Unomásuno. Él me presentó a Armando Ponce, a Vicente Leñero y a don Julio Scherer, y bueno, pues entré como reseñista literario a Proceso, al principio como suplente de Marco Antonio Campos, y después ya me quedé como el reseñista más frecuente.

“No me acuerdo exactamente cómo fue; pero la casa de David quedaba en la calle de Magnolias y nos fuimos caminando a Fresas donde está Proceso, ora sí que de golpe conocí a todos los de la revista y publicaron mis notas, primero si había espacio, poco a poco fui colaborador regular.”

–¿Qué le parecían las colaboraciones de David Huerta en Proceso?

–Siempre fue y será una persona muy cercana a mí. Y aunque escribí con toda la seriedad que pude muchos textos sobre su obra, como poeta y crítico literario siempre le tuve una gran admiración intelectual, y como lo digo hoy en la nota que salió en Letras Libres en la web, por el poeta de a pie, como él se definía. Absolutamente interesado no sólo en la alta cultura poética, sino también en la vida ciudadana. Aunque suene cursi decirlo, creo que David fue un ciudadano ejemplar y esto se traducía en su periodismo.

El poeta del 68

Domínguez Michael destaca las influencias de José Carlos Becerra y Luis de Góngora, al tiempo que hermana la poesía de Coral Bracho a la de Huerta. Recuerda que el también poeta José Ramón Enríquez, por la primavera del 82, se lo presentó en el Fondo de Cultura Económica:

“Casi instantáneamente surgió una amistad que culminó la última vez que hablé con él, la semana pasada. Era un hombre fraterno, cordial, imposible no establecer inmediatamente una corriente de afinidad intelectual e inclusive espiritual con él… La nuestra fue una amistad no sólo literaria, sino una amistad a secas. Recuerdo que en el año 99 nos encontramos en Washington en un homenaje a Octavio Paz; en diversos puntos de la República coincidimos, el más reciente de ellos a finales del año pasado en Querétaro”.

A dos décadas de la publicación de Incurable, Christopher Domínguez Michael revisitó con su ensayo “Incurable, libro abierto”, en la Revista de la Universidad, este poemario de Huerta que marcaría, hacia 1987, las letras mexicanas. En él encontró el crítico una “temperatura social”, tal cual le tocó vivirlo a la generación de Huerta, dice, la del 68:

“Tan era hijo del 68 que estuvo la tarde del 2 de octubre en Tlatelolco, ¡yo tenía seis años! Él escribió un poema sobre el 2 de octubre y siempre que fue entrevistado, alguna vez por mí mismo para mi programa Historia de la Literatura Mexicana de Editorial Clío, David contó la importancia obvia que tuvo para él y su generación el 68. Digamos que el poeta del 68 es, sin duda, David Huerta. Eso no quiere decir que David Huerta haya escrito poesía política o de propaganda, sino que el espíritu de la época está en su poesía.”

La “obra maestra” de Huerta es Incurable (ver Recuadro). Domínguez Michael desliza entre líneas por qué Incurable es un libro de nuestro tiempo:

“Es un poeta de la pasión, vista de una forma muy distinta a lo que habría sido en un Ramón López Velarde, como lo dijera Octavio Paz. En David Huerta estamos ante la pasión amorosa tal cual se presenta después de las revoluciones sexuales de los años sesenta, de la gran modificación que es la generación del 68, que se dio en el trato de las parejas; yo creo que ese cambio radical, sus venturas y sufrimientos, se deslizan a través de la obra de David, que desde luego no es una poesía didáctica.”

Espiritualidad y duelo

Pero para quienes Incurable resultaba un artefacto demasiado difícil de desactivar, quienes lo hallaban poundiano, cantaresco, apareció Historia (1990), cuyos poemas, aunque escritos paralelamente a la creación de Incurable, pueden leerse como la reconstrucción del ser tras la curación, como una reducción temática o como un adelgazamiento: nada quería menos el poeta que verse desahuciado por incurable.

Christopher Domínguez Michael esclarece el trasfondo de esas líneas:

“David y yo coincidimos por haber padecido ambos el problema del alcohol y por haberlo superado en fechas cercanas. En los noventas empezamos a hacer una tertulia con antiguos bebedores retirados; para él y para mí era imposible ver la vida sin la lucha por el alcohol y su renuncia, eso nos unía profundamente con otros amigos.

“Pero ese grupo no era de Alcohólicos Anónimos ni nada que lo sustituyera, era un grupo de amigos que tenían esa coincidencia, algunos eran doble A, otros no, pero por ahí pasaron Francisco Hernández, Humberto Musacchio, el fallecido Carlos García-Tort, el poeta Francisco Martínez Negrete, que también ya falleció. Y quienes sobrevivimos…”.

–Estos últimos meses, ¿cómo los vivió?

–Bien, de hecho estuvimos en una cena entre amigos en julio, yo sabía que él tenía problemas de salud pero todo se agravó las últimas semanas, hablé con él el viernes… Quedamos de vernos esta semana, pero ya no se pudo.

“Estaba yo bajándome de un Uber en la Plaza de la Constitución, ni más ni menos, para irme a mi reunión de El Colegio Nacional, cuando un amigo llamó y me lo dijo. Me quedé paralizado. Pero, bueno, tenía que llegar a mi reunión y cumplir con mis obligaciones, y de inmediato me puse a pensar en la manera en que teníamos que cubrir para Letras Libres la muerte de David y hacer llamadas y WhatsApps, poner por delante el trabajo y ya más tarde reunirme con los amigos. El proceso de duelo ni siquiera ha empezado; ya que pase el estruendo que causa la muerte, ya que la vida vuelva a su normalidad, yo creo que es cuando uno siente lo duro de la ausencia.”

–¿Hay algo de espiritualidad en la obra de David Huerta?

–Sí, lo que yo supongo, porque esa pregunta nunca tiene una respuesta y David era agnóstico. Yo creo que hay una religión de la poesía, la idea de que la poesía es una manera de alguna forma de redención. Una redención sin trascendencia, quizá. En el momento en que el poeta nombra al mundo me parece que está realizando un acto religioso.

La conversación con Proceso rebasa la media hora. Christopher Domínguez Michael culmina diciendo:

“Y con reserva de que con los años hasta mi propia muerte relea a David, encontraré más claves y sorpresas de esa espiritualidad que siempre he visto en su obra. Que no es propia de él, sino propia de los grandes poetas.”

Fernando Fernández

Poeta, ensayista y editor, fundador de la revista Viceversa y miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana, Fernando Fernández cultivó una amistad con David Huerta desde finales de los años ochenta, en la redacción del Semanario Cultural de Novedades que dirigía José de la Colina.

–¿Cómo se ha vivido la muerte de David Huerta?

–Ha sido tristísimo, muy inesperado –contesta sin dejar su tono agudo y optimista–. Y ha dolido especialmente porque estaba en plenitud creativa, lleno de proyectos, intereses y curiosidades. Obtuvo el premio más prestigioso que se concede en México, el de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara [2019], y publicó en España su gran antología, El desprendimiento (2021), que él llamaba “el libro de su vida”, en la prestigiosa editorial Galaxia Gutenberg, lo cual quiere decir que cerró un ciclo vital brillante con todo éxito.

–¿Qué tipo de poeta era David Huerta?

–Fue un poeta que nunca dejó de crecer. Ambicioso, culto, fino, que hasta los últimos meses de su vida estuvo probando nuevas formas de expresión poética. Cuenta Verónica Murguía, su mujer, y lo sabemos sus amigos, que él constantemente estaba escribiendo poemas, entre sus muchas actividades. El último libro que publicó en vida, El viento en el andén (Monte Carmelo Ediciones, 2022), maravilla a la crítica por su naturaleza novedosa, única dentro de su bibliografía. Luis Vicente de Aguinaga, por ejemplo, lo describió, de manera informal, como una novela, una suerte de novela lírica.

Con ocasión de la antología de Huerta El desprendimiento. Antología poética 1972-2020, Fernández le hizo hace cinco semanas una entrevista a partir de un cuestionario de 25 preguntas, para este sitio digital:

Autor de los libros de poemas Palinodia del rojo (2010) y Oscuro escarabajo (2018), así como de ensayos Contra la fotografía de paisaje (2014) y Viaje alrededor de mi escritorio (2020), Fernández rememora la cantidad de jóvenes que desfilaron, “con gran emoción”, entre el 3 y el 4 de octubre por Gayosso, donde se velaba su cuerpo:

“No sé si has visto lo que algunos de ellos han publicado en Twitter. Uno dijo: ‘Si eres poeta en México, algo le debes a David Huerta’. Otro puso: ‘Si conociste a David Huerta, algo te dio, te llenó las manos de algo’.”

“Yo tengo claro que lo primero que ocurrió entre nosotros fue un acto de generosidad suyo hacia mi persona. Él había ocupado el puesto de Poet in Residence en la Universidad de Bucknell, en Lewisburg, Pensilvania. Por esos días salió la posibilidad de invitar a un mexicano para ocupar la plaza de profesor adjunto del Departamento de Español, y David me ofreció esa oportunidad a mí, pese a que casi no nos habíamos tratado. Luego empezamos a tejer una amistad que pronto se reforzó porque ambos éramos amigos de Gerardo Deniz…”

–¿Qué poetas recuerda que siempre le gustaron e influyeron?

–Una figura trascendental en su juventud fue el poeta cubano José Lezama Lima. Y en cierto sentido, con la madurez de David, con el refinamiento de su idea de la poesía, me parece que cambió a Lezama por Góngora. La gran pasión literaria de la vida adulta de David fue Góngora, de quien atesoraba un ejemplar de una famosa primera edición de tiempos del poeta. A él dedicó largos años de lectura detallada y gozosa, sobre todo convencido de que no era un autor impenetrable o que dijera disparates, como se pensó un tiempo, sino que debajo de sus complejas estructuras sintácticas había una profunda verdad que siempre podía aclararse hasta en los últimos detalles. Uno de los deseos que tenía David en los últimos años de su vida era visitar la tumba de Góngora, cosa que tristemente no pudo ocurrir.

Fernández ama la música. Desde hace 13 años conduce el programa La Feria Carrusel de Libros en Horizonte Jazz FM, del Instituto Mexicano de la Radio, y es editor de Quodlibet, la revista digital de la Academia de Música del Palacio de Minería. No obstante esa afinidad (Huerta tocaba guitarra, según declaró a Proceso Christopher Domínguez Michael), ambos poetas jamás hablaban de su pasión musical. Se despide Fernando Fernández, así:

 “David Huerta fue un enorme poeta y cada día que pase vamos a apreciar con más justicia el inmenso legado literario que nos ha dejado, una obra que nos va a dar para hilar durante muchos años.” 

Reportaje publicado el 9 de octubre en la edición 2397 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

David Huerta, la religión de la poesía