El gran polígrafo de la espiritualidad | Siempre!

In memoriam: Nacho Solares 

A nuestra muy querida y admirada Myrna Ortega

 

Con profundo dolor recibimos mi esposa Susana y yo la noticia de la sensible pérdida del notable polígrafo chihuahuense Ignacio Solares (Ciudad Juárez, 1945-Ciudad de México, 2023). A la distancia y sin poder acompañar a nuestra no menos querida Myrna, y como suelo hacer cuando se adelanta un ser entrañable, en el acto escuché, a manera de homenaje personal, varias versiones del maravilloso Concierto para orquesta, Sz. 116, BB 123, del húngaro Béla Bartók, obra y músico que con frecuencia traíamos a colación porque se encontraban entre las mayores querencias ––la tauromaquia, otra de ellas, y ésa sí una diferencia entre ambos, como la tuve con otro no menos ilustre taurino, novelista y dramaturgo a quien él también admiraba, Rafael Solana–– de este no menos sapiente melómano. No hace mucho le había recomendado una extraordinaria novela donde el de igual modo autor de la ópera El castillo de Barbazul y otras sublimes partituras del repertorio musical contemporáneo aparece como personaje neurálgico, Nadie logrará conocerse, del también director de orquesta catalán Xavier Güell, y sabía que esas cosas contribuían a reinyectarle esa vitalidad intelectual que siempre lo caracterizó.    

Aunque ya estaba delicado desde hace un tiempo, y su inmensa fortaleza lo había levantado de una terrible caída que lo había llevado a una cirugía complicada, con el siempre férreo y no menos sorprendente apoyo de su compañera de vida Myrna Ortega, lo cierto es que no deja de ser todas las veces inesperada la muerte de un ser querido. Siendo paradójica y sorpresiva la existencia, como él fervientemente lo creía, porque en su magnífica y variada obra suelen habitar esas fuerzas extrañas y contradictorias, inexplicables desde una perspectiva racional, mi colaboración anterior aquí tuvo que ver con el centenario del nieto de Sigmund Freud (el valioso pintor germano-británico Lucian Freud), que era otro de esos grandes personajes por quien ambos compartíamos una profunda admiración y de quien él sabía mucho, tema de una de sus obras de teatro y de uno de sus libros, Freud o Jung: La moneda en el aire y Cartas a una joven psicóloga.

Hace no mucho habíamos comido Arturo Rico Bovio y yo con él en un restaurante cercano a su casa y que sabíamos le gustaba mucho, y esa vitalidad mental se había hecho presente cuando hablamos de otros asuntos culturales de interés compartido, como la relación entre Joyce y su alguna vez ilustre secretario Samuel Beckett, del citado Béla Bartók y su Casa-Museo en Budapest, de lo que había sido el burdo atropello de la autonomía universitaria en la UACH con la llegada de la actual administración estatal en su siempre amado Chihuahua, entre otros muchos asuntos. Con una gran sonrisa nos habló de un libro en puerta que a cuatro manos había escrito con Pepe Gordon, Novelista de lo invisible (Grijalbo, 2023), quien por muchos años había trabajado con él y mejor lo conocía. Volviendo al tema en él obsesivo de esas fuerzas inaprehensibles pero ciertas, este nutrido diálogo sobre el sentido del arte, de la literatura, en particular de la novela, nos confirma lo que otro recientemente desaparecido gran narrador, el bohemio Milan Kundera, ponderaba como sentido fundamental de la llamada “novela moderna” desde Cervantes, “la búsqueda de la esencia del ser”, presente de manera sustantiva de igual modo en la obra multitonal de Nacho.

Conocí a Nacho Solares a finales de la década de los ochenta, y nuestra relación se fue haciendo más estrecha cuando dirigía aquí el suplemento La Cultura en México y generosamente él y su entonces editor Pepe Gordon apoyaron mi propuesta para dedicarle un número especial luctuoso a don Rafael Solana, una de las plumas fundadoras en este semanario. Todavía se intensificó más cuando con sus paisanos y mis no menos entrañables Víctor Hugo Rascón Banda y Benjamín Domínguez me recomendaron con nuestro dilecto Arturo Rico Bovio para acompañarlo en su gestión al frente del Instituto Chihuahuense de la Cultura. Aunque soy chihuahuense por adopción y allí he pasado casi una década en dos periodos distintos, desde entonces Nacho me trató como su coterráneo, y sus muestras de cariño y de generosidad fueron constantes cuando iba a su tierra y me pedía colaboraciones ex profeso para la Revista de La Universidad de México que en su gestión tuvo su mejor época. Me había también obsequiado recientemente un hermoso prólogo para un libro que escribí sobre otro escritor muy apreciado por ambos, y que todavía está a la espera de poder ser editado, Ernesto Sabato: Escritor de la contingencia existencial.

Mucho he escrito y seguiré escribiendo sobre su siempre sorprendente obra narrativa, donde la historia y las extrañas fuerzas de lo paranormal tensan revisiones exhaustivas de diferentes momentos y personajes sobre todo del México revolucionario. O de su vital teatro donde igualmente están presentes otros temas universales como el amor y el erotismo, la vida como continuo proceso de búsqueda y la muerte como destino y estadio de salvación, el sino y la revelación, la disquisición filosófica y la fe. O de su no menos inteligente ensayística, donde el hombre culto y el gran lector diserta de manera magistral sobre diversos asuntos, personajes y obras de la literatura como universo inagotable de encuentros y hallazgos, porque como maestro y promotor cultural no menos prominente dejó una obra invaluable en algunos de los suplementos más importantes del país. Un no menos valioso y completo periodista, su gran reportaje Delirium tremens es ya un libro de texto aleccionador e imprescindible. No fui su alumno en la UNAM, nuestra alma mater, pero sí en el más largo, sinuoso y revelador curso de la vida, con todo lo que ello implica. Querido Nacho, como solía decirte cuando hablábamos o nos veíamos, te vamos a extrañar mucho, si bien tu refulgente obra nos permitirá seguir manteniendo un continuo y lúcido diálogo. ¡En paz descanse!

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