Ricardo Terrones inaugura muestra individual en el Museo Metropolitano de Lima

Veámonos a las caras: en Latinoamérica no tenemos novelistas. La crisis de la narrativa no concluye con Vargas Llosa, más bien su retiro de la profesión no es otra cosa que un corolario al temprano final que tuvo nuestra novela en 2003 con la muerte de Bolaño. Hoy solo tenemos intentos, muy arduos, de novelistas, pero Novela no tenemos… todavía.

La situación de la Novela en general

La Novela que apareció en los márgenes de la literatura como cosa vulgar sin arte a través del género de caballerías (el Amadís era el Harry Potter del Renacimiento), tuvo su salto de garrocha con el Quijote de Cervantes, que no fue valorizado hasta un siglo después por los ingleses. Durante siglos, milenios, la hegemonía de la Literatura ha pertenecido a la Poesía, salvo breves hiatos, como fue el ascenso del teatro griego en el s. V y IV a.C., o del teatro barroco entre fines del s. XVI y XVII. Pero la poesía siempre fue hegemónica, y ser poeta era un prestigio. Reyes, emperadores, dictadores y tiranos siempre tuvieron su poeta de la corte. Pero el s. XIX marcó una diferencia: el ascenso meteórico de la Novela. Fue ese siglo dónde la poesía y la novela se mecharon por la hegemonía. Por un lado, estaban los últimos grandes poetas como Baudelaire, Poe, Rimbaud, Mallarmé, Pushkin, etc. Y por otro lado apareció toda una jauría de novelistas referenciales como Dostoievski, Tolstoi, Dickens, Chateaubriand o Hugo.

Ahora bien, estos monstruos de la novela venían de una previa y sólida formación poética, la novela recién en el s. XIX logró ocupar un lugar de igual a igual con la poesía. Novelistas como Hugo fueron en un primer momento poetas destacados, y hubo poetas como Poe que incursionaron en la Novela (con sus Viajes de Arthur Gordon Pym), por cierto Poe es conocido por sus cuentos, los cuales escribía para poder vivir y escribir poesía, que es lo que más amaba, y por lo que más deberíamos recordarlo. Después vino el s. XX y la consolidación definitiva de la Novela. Los últimos grandes poetas aparecieron en la primera mitad del s. XX, como son Ezra, Elliot, Lorca, Alberti, Gerardo Diego, Vallejo, Mistral o Neruda. Mientras en novela aparecían Titanes como Thomas Mann, Joyce o Herman Hesse (que por cierto su última y más lograda novela El juego de los abalorios, quiso publicarla en Alemania en 1943 pero Goebbels se opuso por tratarse de un autoexiliado, y que sin embargo fuepor esta novela que se le concedió a Hesse el Premio Nobel de Literatura de 1946, un años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Entienden? El premio Nobel a un escritor alemán después de la Segunda Guerra Mundial). En fin, después de la Segunda Guerra Mundial la poesía entró a un declive tan acentuado que pasó a un segundo y después tercer plano en la escena literaria. La Novela no hizo más que consolidarse de manera hegemónica en todas las lenguas. Sin dudas la Novela es el género.

La novela en Latinoamérica

Y esta es obra del Boom y la súper agente literaria Carmen Balcells. Antes nuestra novela estaba escrita hacia adentro, era localista, regional, y a veces pretendidamente continental, pero esto último difícilmente salpicaba a los otros países. Fue en la década de 1960 y 1970 que nuestra novela se volvió referencial cuando conquistó Barcelona y Madrid primero para hacerse con París después. Solo entonces los Latinoamericanos comenzamos a leer a los Latinoamericanos y describir así a Latinoamérica. Llámese Rayuela, Cien años de soledad, Conversación en la catedral, Aura, la novela latina se hizo de un lugar en Europa, porque era Novela, y ofreció caminos a los narradores latinoamericanos, los visibilizó, y eso es bastante. Quien mejor entendió esto fue Carlos Fuentes cuando dijo que en ese momento, la década de 1970, no estaban escribiendo varias novelas, sino que todos los autores del Boom estaban escribiendo partes de una misma novela, la Novela Latinoamericana.

Latinoamérica es un continente de 18 repúblicas más un protectorado. La situación de nuestro continente es comparable a Alemania en 1848. No existía Alemania entonces, solo una treintena de reinos, principados y obispado, existían los alemanes y eso era el punto de partida. Fue Wagner que entendió que la unificación del espíritu alemán partía de un mito fundacional que los conglomerara, su ambición fue grande: en lugar de un pequeño teatro para una música pequeña, un Gran Teatro. Alemania no tuvo a la Novela en el s. XIX, tuvo a Wagner y eso es mucho decir para el que supo sintetizar el espíritu alemán. Latinoamérica, hija de España, tierra de Quijotes y fosas comunes, en cambio si tiene a la Novela, o la tuvo entre la década de 1960 y 1970. Lo que nos falta a los latinoamericanos o hispanoamericanos (elija usted el que prefiera), es creérnosla. Los alemanes en 1848 no eran muy diferentes a nosotros en cuanto a complejo de inferioridad.

Pero volviendo a la novela latinoamericana. El Boom fue una bendición y una maldición. Abrió puertas pero cerró ventanas. Los autores Latinoamericanos que llegaron después de 1970 se encontraron que los editores de ventas ahora ya no querían más inmigrantes literarios, ora querían que escribiesen lo mismo que los anteriores: guacamayos, fantasmas y mujeres que levitan. El estereotipo literario latino había nacido.

Entre esos desafortunados inmigrantes literarios, estaba un poeta desempleado chileno llamado Roberto Bolaño. Durante años, casi toda la década del 80, o no publicó nada o publicaba libros que pasaban a las guillotinas de las imprentas para acabar como papel de reciclaje. Sin embargo, el chileno mexicano no renunció.

Bolaño

Si alguien entendió bien el problema de la Novela Latinoamericana, ese fue Roberto. A principios de la década de 1990 sacó una especie de novela o colección de relatos llamado Literatura nazi en América. Apenas lanzó el anzuelo picó el pez, y uno muy gordo. El libro se vendió más o menos, pero la intención no era esa, sino atrapar la atención de alguien. Y ese alguien fue Jorge Herralde, el hombre fuerte de Anagrama. Fue Herralde quien se comunicó con Bolaño y lo invitó a participar en el concurso de Novela que organizaba la editorial. Bolaño, ya visibilizado, se lanzó a un proyecto muy hábil. Un homenaje al Boom y una superación de los clásicos temas del Boom: Los detectives salvajes. Ganarles a los godos en su propia casa después que el Boom era asunto de libros de historia, fue un gran mérito de Bolaño. No solo ganó el premio Herralde, sino, también ganó al año siguiente, 1999, el Rómulo Gallegos. Bolaño en esa novela develaba la condición de los poetas Latinoamericanos, sus miserias, debilidades, era realista y crónica de los desesperados poetas Latinoamericanos que compartían un mismo baño en un apretado piso en París, como también era una muestra de conocer su oficio de poeta. En Bolaño había, hay pensamiento, un discurso sólido.

La entrevista a Bolaño en Santiago en 1999, en la feria del libro, cerca de la estación Temuco, realizada por Cristian Warnken (el único lector honesto que he conocido en toda la vida), devela a un autor serio, maduro que ha encontrado el camino de la Novela, que no es repetir las mismas fórmulas, sino explorar, experimentar con el lenguaje y las formas, y eso es algo clásico que viene de alguien formado seriamente en poesía (porque los mejores novelistas siempre han sido antes y después poetas). Con algunos altibajos (nadie me va a venir a decir que Amuleto es una buena novela), Bolaño se consolidó en un grupo pequeño pero que definía su destino como autor: los editores y el aparato crítico literario.

Su novela póstuma, 2666, es aún inacabada la mejor muestra de un autor que se negó a ser autor de una sola obra. Antes que el feminismo y el feminicidio estuviesen de moda en universidades y medios, Bolaño mostró el horror en una panorámica de la frontera, la descripción forense, sobria, descriptiva y horriblemente detallista, de más de una treintena de muertes de mujeres (después del número 30 yo ya me cansé de contar), muestra a la cara del lector una realidad que es la realidad de la violencia machista, que a su vez es reflejo de una cultura de la violencia más profunda. Lograr eso e hilvanarlo con el ridículo mundo de los críticos literarios como el de Morini y Norton, hace ver qué tan cerca y alejadas están nuestras realidades. El autor ex nazi de nombre italiano, Archimboldi, más los chistes machistas de los policías fiscales mientras toman café sobre otra mujer hallada muerta, es un retrato de esa gran fosa común que sigue abierta llamada Latinoamérica. Sin duda, el mejor autor post boom. Su único defecto, morirse.

La muerte temprana de Bolaño fue un hachazo tan fuerte en la literatura Latinoamericana, que se puede considerar aún hoy veinte años después, una herida mortal de lo que no nos hemos levantado.

La enfermedad Bolaño

Paradójicamente de lo que Bolaño vino a salvarnos, de la continua y cansina imitación de la novela del Boom, se convirtió a su vez en otra imitación, la de su novela. Han aparecido y aún aparecen, pero menos, los clásicos imitadores de su estilo. Es tal el peso de la prosa de Bolaño, que ocurre lo mismo con los lectores de Gabo y Borges, se entusiasman y acaban contaminados. Sin embargo, hay enseñanzas suyas a considerar: la poesía ahora vive en la novela, y la nueva novela requiere una nueva forma para narrarse. Y otra enseñanza suya, propia de un buen lector es la afirmación de que no hay tal cosa como literatura chilena, mexicana o peruana, solo existe la literatura en lengua española. La literatura Latinoamericana en lengua Castellana. El idioma español es el segundo idioma con más hablantes en el mundo, es joven y dinámica, todas las variantes que ofrece la vuelven un fenómeno idiomático único. Y Bolaño lo comprendió. Porque además de buen autor también era un hombre con criterio. Supo delatar a esas plumas famosas que por plata o ceguera ideológica se acomodan al poder (García Márquez con Castro, Paz con el PRI). También supo ser firme y decir en público lo que opinaba de una autora canónica del Boom como era Allende, y decirlo de frente y no por la espalda como hacen los malos escritores. Eso le ganó enemigos, pero él era Bolaño y no importaba.

El problema es que después del 2003, ya no existe tal cosa como la Novela Latinoamericana. Mañana muere Vargas Llosa, el último de los dinosaurios, y ya solo quedan monos que aún no evolucionan a hombres. En relato breve vamos bien, pero Novela es el género, y no hay un autor que atraviese todo el continente y los años como lo ha logrado Bolaño.  

Esa es la situación de la nación, de esta república de poetas llamada Latinoamérica: se busca Novela.

El sexo de la Novela

Y ya para terminar, y esto viene al caso, cabe recordar que, por muchos años, salvo contadas excepciones, la novela fue un juego de hombres. La condición de la escritora estaba en un primer momento reservado a condición de poeta. Eso hasta hace muy poco dónde escritora significaba ser poeta. Excepciones notables son Sigrid Undset, von Le Fort, Duras, pero predominantemente los novelistas han sido masculinos. Hoy las autoras han pasado a una ofensiva en narrativa, pero narrativa breve. En el caso Latinoamericano nadie puede cuestionar que los mejores autores en relato son mujeres, y son Schweblin, la ascendente Ojeda y la hegemónica Enríquez. Sin embargo, las incursiones en novela todavía son esporádicas y no pasan de escaramuzas. Novelistas latinoamericanas propiamente dichas todavía no tenemos, y temo que ser escritora hoy es sinónimo de autora de relatos y no de novelista. En el caso anglosajón hay casos destacables, el más sólido es el de Donna Tartt, una pesadilla para todo editor, ya que solo publica una novela cada diez años, pero ella solo escribe novela, ya lleva tres, y se espera entre este año y el próximo su siguiente novela que de por sí se profetiza como un fenómeno editorial (por cierto, es uno de los pocos autores que ha cruzado con éxito el género de best seller y alta literatura). Sin embargo, hoy la Novela sigue siendo dominado por hombres como Houellebecq o Cartarescu. O eso creemos todavía, siempre hay francotirador que esta agazapado por ahí y no sabes de él hasta que dispara. Ese francotirador en 1998 fue Bolaño.

Pero como dijo Edwin Cavello: “Bolaño estuvo arando la tierra”. Veámonos a las caras y neguémoslo. Porque Gabo y MVL hace rato que ya fueron, y Bolaño quedó a un hígado, pero la historia de nuestra Novela todavía se escribe y yo espero sea con una chispa azul feliz en el perfil.

Ricardo Terrones inaugura muestra individual en el Museo Metropolitano de Lima