El Colegio del Cuerpo en el Alma (reseña)

Escena de “Espíritu de Pájaro”, obra de El Colegio del Cuerpo, nominado al Premio Nacional de Cultura.

Foto: Cortesía de El Colegio del Cuerpo

La obra comenzó cuando el maestro Álvaro Restrepo se dirigió al público para narrar detalles de lo que estaban a punto de presenciar. Y no es que iniciara en ese momento porque los espectadores pudimos ver, con el telón abierto y a media luz, cómo los bailarines iban entrando al escenario y posicionándose en el centro, aglutinados, como apelmazando una vida sobre otra, haciéndose una sola materia, fusionándose debajo de un objeto proverbial que bien podría representar la fuente de todas las vidas y todas las historias. No es que la obra comenzara ahí, cuando los actores se dispusieron al trance y cargaron el escenario de cierta energía potencial, en una metáfora casi científica del inicio de los tiempos. Empezó ahí porque las palabras del maestro Álvaro Restrepo, pausadas, precisas, ajenas a cualquier lenguaje vacío, llenaron el recinto de una espiritualidad canónica. El maestro les dio la bienvenida a todos los pájaros que se estaban posando en una rama del árbol fundamental y, esa noche, pareció reiniciarse la vida de los asistentes al Teatro Camilo Torres Restrepo de la Universidad de Antioquia, en el marco del Encuentro Nacional de Danza, preámbulo de los Premios Nacionales de Cultura.

“Espíritu de Pájaro” no es otra obra de danza contemporánea. Es más bien una misa, un ritual de esos a los que nos acostumbró El Colegio del Cuerpo. Las palabras dichas al inicio fueron una invitación a la contrición. Las imágenes proyectadas en la pantalla, perfectamente cuidadas y fruto del trabajo de Gabriel Ossa con la compañía, fueron un poema, un mantra, un salmo preparando el alma para recibir lo que le sigue. Los vestuarios de Olga Piedrahíta y Danielle Lafaurie, sin tacha, dignos de la ceremonia, túnicas sagradas.

Es necesario un capítulo aparte para hacer reverencia a la música de Diego Vega. Comisionada por la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, la obra musical expresa en cada compás la calidad de la investigación, la sensibilidad y el respeto por la temática central y la dedicatoria de la obra: la cosmogonía indígena. Los ocho movimientos evocan la ancestralidad y la historia de los pueblos nativos de Colombia.

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Ha de ser por esa convicción y esa verosimilitud del mensaje musical, que la puesta en escena de El Colegio del Cuerpo, hecha a la medida para la Orquesta, es precisa y auténtica. La dramaturgia es estéticamente generosa. Los movimientos equilibrados, delicados, aparentemente sin esfuerzo, conducen la potencia de un profundo significado. Los bailarines están comprometidos con la inspiración que cabalga sobre sus hombros. Y lo hacen con tal responsabilidad, rememorando la narrativa indígena, la conexión entre el hombre y las montañas y los sonidos de los bosques húmedos y el sendero de la tierra. En definitiva, la danza guarda la huella digital particularísima de Álvaro Restrepo y Marie-France Delieuvin.

Esa voz propia no es otra que la de un maestro, explícito, transparente, pero que siempre deja pistas para que quien quiera aprender siga tirando de una cuerda invisible de saberes. Es decir, “Espíritu de pájaro” cobija mucho más que la necesaria reivindicación de la historia común de los pueblos nativos de Colombia —que a todas luces lo es—. Es, además de eso, una lección. Una lección basada en las preguntas por el origen, el sentido y la idea de que nuestros pasos se abracen con la tierra. Los cuestionamientos sobre la libertad —el espíritu del pájaro— que se mezclan con un desarraigo provocado y mezquino —Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera. «Toma, lombriz de tierra», me dijeron… (escribió Fredy Chikangana, en el poema “Espíritu de pájaro”)—. También es una lección basada en las preguntas por la esperanza que, paradójicamente, a veces se parecen mucho a las interrogaciones por la muerte. En ese sentido, habría que usar las palabras del profesor de piano de Álvaro Restrepo, el maestro Arnaldo García, quien estuviera también sentado en la platea del Teatro Camilo Torres aquella noche y que, refiriéndose a la escena final de la obra, quizás la más bella de todas —si es que pudiera haber una más bella que otra— dijo: “¿Será que la muerte será así de hermosa… uno saliendo del mundo navegando, y siempre remando, por un río caudaloso que promete sorpresas infinitas? Esa imagen me da paz”.

Es imposible ir al Colegio y no salir transformado. Sería un contrasentido. Y este Colegio estuvo en el Alma y nos dejó con el corazón en la mano, profundamente conmovidos con una obra que es también una ceremonia; un sostener la respiración por 60 minutos para exhalar en la escena final y poder seguir; una lección con preguntas y respuestas escritas en un lenguaje que solo podría entender un hijo de tierras ancestrales, un buen espíritu de pájaro.

* Vicedecano Facultad de Ciencias Farmacéuticas y Alimentarias en Universidad de Antioquía. Profesor e investigador en ciencias de la salud. Habitante de la frontera que comparten el arte y la ciencia.

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