Ciclo Shôhei Imamura | ‘La venganza es mía’ (1979)

Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo Shôhei Imamura
La venganza es mía (1979)

La venganza es mía (Fukushû suruwa wareniari / Vengeance is Mine) es un thriller dramático japonés que está dirigido por Shôhei Imamura. El guion lo firma Masaru Baba (Flor pálida, Hell’s Street Corner), con la colaboración de Shunsaku Ikehata y la reescritura del propio Imamura, adaptando una novela de Ryûzô Saki. La historia sigue las andanzas de un criminal al que le encanta cometer atrocidades. Toda la policía de Japón le persigue, pero siempre logra escapar. Un día conoce a una chica que trabaja en un burdel, y los dos se enamoran. Está protagonizada por Ken Ogata, Rentarô Mikuni, Mayumi Ogawa, Mitsuko Baishô, Chôchô Miyako, Nijiko Kiyokawa y Taiji Tonoyama.

El vengativo regreso a la ficción de Shôhei Imamura

Tras el fracaso comercial de El profundo deseo de los dioses (1968) y desalentado por tener que lidiar con actores encarnando el papel de personas reales, Shôhei Imamura se «retiró» de la ficción durante 11 años concentrándose en la realización de 5 documentales para televisión entre los que destacan Historia del Japón de la posguerra contada por una camarera (1970), In Search of the Unreturned Soldiers in Malaysia (1970) o Esas damas que marchan lejos (1975). Fue una época en la que continuó explorando las miserias de la clase baja de la sociedad japonesa de posguerra recogiendo testimonios de prostitutas o soldados que sufrieron en sus carnes las consecuencias de la ocupación estadounidense y que, en muchos casos, vivieron exiliados en otros países para soportar el trauma.

Esas temáticas ya habían sido retratadas en mayor o menor medida en películas anteriores del director, por ejemplo, son elementos troncales de Cerdos y acorazados (1961). Sin embargo, el inconformista Imamura, tampoco se sintió plenamente cómodo con el formato del documental al considerar que su cámara incidía y alteraba la realidad que deseaba trasladar a pantalla (cualquier documental tiene detrás la visión de un director que pervierte la verdad desnuda a través del punto de vista), por tanto, reconsideró la ficción como alternativa que le otorgaba mayores posibilidades para transmitir sus pensamientos.

Su regreso no decepcionó, lo hizo por la puerta grande y con una película tan polémica como cabría esperar de él. La venganza es mía está inspirada en hechos verídicos de la crónica negra japonesa siguiendo las andanzas de Akira Nishiguchi, estafador y asesino en serie que mató a cinco personas durante 1963. La película está basada en un libro de Ryûzô Saki, pero modifica gran parte de los acontecimientos reales hasta el punto de bautizar al asesino como Iwao Enokizu, interpretado por Ken Ogata.

La cultura de la vergüenza

La venganza es mía fue realizada en un contexto de evidente interés cinéfilo por los psycho-thrillers con ejemplos tan notorios como El fotógrafo del pánico (Michael Powell, 1960), Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), A sangre fría (Richard Brooks, 1967) o El estrangulador de Rillington Place (Richard Fleischer, 1971), por citar algunos, pero estaba claro que Imamura no iba a repetir fórmulas preestablecidas y plantearía algo diferente más apegado a su habitual estilo de antropología sociológica.

Desde el inicio comprobaremos que rompe con cualquier estructura narrativa lógica al proponer un desorden temporal (por no llamarlo caos) en el que tienen cabida varias elipsis y flashbacks que cortocircuitan la linealidad progresiva que se adivina en cualquier historia para transformarla entonces en una suerte de rompecabezas narrativo donde lo más llamativo es que decide comenzar la trama por el final, es decir, con la detención del asesino por parte de la policía. Eliminada la intriga de un plumazo, podríamos imaginar que el resto de la película será la exploración psicológica del criminal para explicar cuáles son las motivaciones que le han convertido en asesino. Pues, tampoco.

El asesino de Imamura es una encarnación del mal sin condicionantes morales o sociales (habrá detalles que comentaremos después con mayor profundidad), es un hombre que vive del fraude y mata simplemente para alcanzar sus objetivos. El director posiciona nuevamente su mirada en la maldad y depravación humana, en los instintos primarios de una humanidad hipócrita que a menudo renuncia a su condición animal para denunciar los prospectos moralistas y religiosos que rigen un país dominado por la «cultura de la vergüenza», esto lo veremos especialmente a través de algunos personajes secundarios.

La venganza es mía

Explicación del título y del extraño desenlace

La venganza es mía es un título, en sí mismo, enigmático. ¿Quién es el vengador? ¿De qué quiere vengarse? ¿Los crímenes del protagonista son una venganza contra algo o alguien? En realidad, la frase está extraída de la Biblia, concretamente del Versículo 19, Capítulo 12, del Libro de Romanos del Nuevo Testamento que reza así: «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: «Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor»». Teniendo en cuenta el contenido crítico que destila el cine de Imamura hacia la espiritualidad religiosa y los fanatismos que constriñen los impulsos humanos, la venganza se convierte en una broma sarcástica al dejarla en manos de un ser supremo que nos observa sin intervenir para mitigar nuestras desgracias.

A ese mismo contexto se adscribe la extraña secuencia de cierre donde el realismo abraza lo fantástico cuando vemos a Shizuo (Rentarô Mikuni) y Kazuko (Mitsuko Baishô), en lo alto de una montaña, dispuestos a esparcir los restos del asesino tras ser ejecutado. Al lanzarlos al vacío quedan suspendidos en el aire en forma de amenaza imborrable que se cierne sobre el posible futuro juntos de ambos. Es un efecto visual bastante rudimentario, pero el mensaje está por encima de la ejecución. El director parece querer decirnos que no existe un Dios vengativo que haga pagar al asesino por sus pecados, sin embargo, el «fantasma» del criminal sí continuará atormentando la vida de los que lo conocieron como recordatorio de los falsos valores moralistas que rigen a la sociedad japonesa.

La venganza es mía

Sexualidad reprimida e incesto

Al igual que hace Imamura en La venganza es mía, esta reseña ha comenzado antes por el final que por el principio. La trama de la película transcribe a la ficción de manera libérrima la vida real de Akira Nishiguchi, un criminal nacido en el seno de una familia católica que cometió varios crímenes violentos a finales de los años 60, siendo capaz de huir durante meses de las autoridades policiales a pesar de que su rostro aparecía constantemente en televisión y en miles de carteles repartidos por todo el país. Se convirtió en un maestro del disfraz y embaucó a sus víctimas haciéndose pasar por abogado o profesor universitario para adquirir una respetabilidad que no tenía. Finalmente, gracias al testimonio de una niña (en la película es una prostituta quien lo delata), sería detenido, juzgado y condenado a morir en la horca en 1970.

La película utiliza todos esos elementos, pero no siempre los explica en el orden en que sucedieron. Gran parte de la narración se concentra en los meses en que el asesino estuvo alojado en Shizuoka, iniciando una relación sentimental con la mujer que regentaba el hospedaje y que en la película es apodada como Haru Asano (Mayumi Ogawa). Allí encontrar una complicidad insólita con la madre de la posadera, Hisano (Nijiko Kiyokawa), mujer aficionada a las apuestas en carreras de lanchas y que ha estado en la cárcel por haber asesinado a un maltratador.

Otro eje narrativo clave será el aspecto familiar mediante la tensa relación del asesino con su padre, Shizuo, quien representa los valores tradicionales más conservadores de la sociedad japonesa. Ese personaje sirve para mostrar la falsedad católica a través de la atracción y la pulsión sexual reprimida que existe entre el hombre y su joven nuera, Kazuko (la mujer del asesino), una relación que permite al director retomar su obsesiva insistencia alrededor del incesto ya desarrollada en anteriores películas como El profundo deseo de los dioses.

La venganza es mía

Cobardía y sumisión

Las miradas furtivas que hace Imamura al pasado del asesino en ningún momento justifican sus acciones criminales, pero sirven como retrato de conducta para una sociedad de posguerra acostumbrada a vivir bajo los designios militares del Emperador Shōwa y de la ocupación-invasión estadounidense tras la rendición del país durante la Segunda Guerra Mundial. En uno de los flashbacks vemos a Shizuo plegarse ante órdenes militares y a Iwao, de niño, rebelándose contra sus exigencias. Ahí se abre una grieta insalvable entre ambos, el asesino odiará a su padre con todas sus fuerzas porque simboliza la cobardía y sumisión de Japón. En realidad, es una forma de no mirarse al espejo, él mismo ha heredado la misma cobardía por mucho que busque ocultarla con sus asesinatos, y su padre se lo recuerda: «Solo puedes matar a las personas que no odias».

En La venganza es mía también puede verse la modernización del Japón de posguerra, su creciente occidentalización y el flirteo con el consumismo como un refugio activo para el fugitivo criminal, por ejemplo, la red viaria le permite desplazarse fácilmente sin ser detectado o puede adquirir sin problemas armas homicidas en tiendas comunes… Otro signo de los nuevos tiempos es ver al asesino caracterizarse con personalidades de un estrato social superior (abogado, profesor universitario, persona adinerada…), para Imamura todos somos iguales (en el mal sentido), pero deja claro que las apariencias o el nivel económico que presuponemos a alguien no debe entenderse como una mayor confiabilidad en el individuo (el dueño del hostal es un ser despreciable que se aprovecha de Haru).

Los personajes femeninos vuelven a ser sufridoras que soportan un patriarcado violento, tanto Kazuko como Haru serán forzadas sexualmente por hombres que aprovecharán su estatus de poder hacia ellas. También veremos como, a pesar de estar prohibida la prostitución en aquella época, seguía ejerciéndose de manera habitual para hacer prosperar otros negocios (la propia encargada del hostal contacta por teléfono a las prostitutas requeridas por sus huéspedes). El director sugiere que, por muchas leyes y normas establecidas, la primitiva condición selvática del hombre siempre hace su aparición y, también, que el dinero pervierte a cualquiera.

La venganza es míaPuesta en escena y elementos recurrentes

En cuanto a la puesta en escena de Shôhei Imamura para La venganza es mía, encontraremos muchos detalles que la unen a obras anteriores. Mantiene el estilo voyerista de Los pornógrafos (1966) con muchos encuadres de cámara situados a través de ventanas o enmarcados tras las puertas de las habitaciones, es una invitación en toda regla para que el espectador observe la perversión desde lejos, con el mismo morbo de quien espía al vecino.

En ese sentido, una de las mejores escenas a nivel escénico acontece durante una conversación entre Iwao y su esposa Kazuko cuando él decide mirar por la ventana y le acusa a ella de estar acostándose con su padre. El plano queda partido en dos con el hombre a la izquierda, en primer término, y la mujer al fondo a la derecha. La cámara enfoca y desenfoca la imagen de la mujer según conviene al director para potenciar el sentido de los diálogos. Es una manera de visualizar el cisma creado en el matrimonio y esos roles hombre-mujer de la sociedad japonesa, pero también sirve para filtrar la hipocresía de la mujer cuando expresa los verdaderos sentimientos que alberga hacia su suegro y su imagen se desenfoca.

Otro recurso interesante repetido en la filmografía del director es la aparición de la lluvia, la nieve o el agua como catalizadores de los deseos ocultos, la consumación de los mismos o el anuncio de un peligro inminente. Por ejemplo, la nieve de Intento de asesinato (1964) se repite aquí cuando Iwao es detenido por la policía y el agua expone sin tapujos la relación incestuosa reprimida entre nuera y suegro durante un erótico baño termal. Otro elemento recurrente es el silbido de un tren asociado al acto sexual, algo que también aparecía en la semántica de Intento de asesinato.

La venganza es mía

La anguila atrapada

En cambio, La venganza es mía se anticipa a otra película del director aún por llegar, La anguila (1997), una historia de un asesino que desea reinsertarse en la sociedad tras cometer un crimen machista. Es una secuencia en la que vemos a Iwao pasear junto a la también asesina Hisano (con causa inversa, ella mató a su marido maltratador), mientras contemplan a unas anguilas deslizarse por el agua de una piscifactoría. En un momento concreto, se quedan mirando el cadáver de una de ellas que ha quedado enroscado en un palo.

La presencia de la anguila puede tener diversos significados, pero uno de ellos sería su carácter casi mitológico asociado a deidades marinas que, a su vez, simboliza el ciclo de la vida (son peces que recorren distancias kilométricas tras su maduración sexual para regresar a su hogar y morir allí). Cuando Iwao es detenido no se muestra demasiado preocupado e incluso asevera con tranquilidad que debe morir al haber matado a gente inocente. Es como si reconociese que su trayecto ha llegado a la desembocadura del río. También puede entenderse como otra muestra de cómo la modernización consumista nos asfixia, las anguilas son criadas artificialmente fuera de su hábitat natural y sometidas a la jerarquía animal de la cadena alimenticia al igual que sucedía con los cerdos de granja que se rebelaban al final de Cerdos y acorazados.

La venganza es mía

Escenas incómodas

Como todo el cine de Imamura, hay otras secuencias memorables y terriblemente ambiguas en La venganza es mía. En una de ellas asistimos al «inesperado» asesinato de Haru cuando es estrangulada por Iwao tras mantener una conversación banal de pareja y ella parece agradecérselo. El impulso criminal surgido de una escena cotidiana pone fin a algo abocado a que termine de manera abrupta en cualquier momento, eso nos lleva a profundizar en la fascinación existente dentro de la sociedad japonesa por la muerte y, desde tiempos inmemoriales, en el suicidio (hay que entender que en ese momento ella ya conoce la condición de asesino de su amante y lo ha aceptado).

Otro momento incómodo es la violación de Haru por parte de su benefactor en el hostal. Mientras ella pide auxilio, en la habitación contigua se encuentra su madre y el propio Iwao que mantienen una actitud impasible sin ceder a la tentación criminal que ofrecen los cuchillos de la cocina situados en primer término del plano. Son, pues, dos asesinos que deciden no matar justo cuando el público desea que lo hagan, porque prefieren que su hija no pierda el sustento financiero que le ofrece el violador y, de paso, a ellos. En definitiva, la mayor parte de los personajes del universo Imamura se definen por el deseo, tanto de sexo como de dinero.

La venganza es mía es un filme áspero, complejo y provocador, que explora las obsesiones habituales de su director y continúa trazando el camino de una filmografía única que a partir de aquí se volvería más accesible para todo tipo de público, permitiéndole obtener un reconocimiento crítico a nivel mundial con obras del calibre de La balada de Narayama (1983) o Lluvia negra (1989).


¿Qué te ha parecido la película?

La venganza es mía

La venganza es mía


Ciclo Shôhei Imamura | ‘La venganza es mía’ (1979)