Actores hábiles

El propósito de cualquier escuela espiritual es eliminar de nuestras vidas todo deseo de vanidad, es decir, que dejemos de interesarnos en todo lo relacionado con la vida superficial, de las apariencias y de las ilusiones. Entendemos por “vanidad” todo aquello que está “vacío”. El libro del Eclesiastés nos lo señala cuando dice: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad»; y en la literatura nos lo reitera sor Juana Inés de la Cruz cuando escribe en uno de sus poemas: «teniendo por mejor, en mis verdades, consumir vanidades de la vida que consumir la vida en vanidades», esto es, sor Juana, antes que hacer que su vida gire en torno a las vanidades, busca consumir, en el sentido de “eliminar”, las vanidades que amenazan su vida.

No es de extrañar que la sociedad contemporánea experimente un aumento en la delincuencia, así como en el encarecimiento de las mercancías, las cuales, a pesar de ser vanas (de estar vacías), tienen una demanda cada vez mayor. Nuestra sociedad parece que únicamente tiene interés en el dinero y en las vanidades que éste puede comprar: dispositivos móviles, pantallas, boletos para eventos de entretenimiento, plataformas de contenido intrascendente, alimentos chatarra y un largo etcétera. La sociedad, en términos generales, está vacía y busca llenar este vacío consumiendo otros vacíos¡; no es de extrañar, entonces, que en esta tierra de vanidades en la que sus habitantes tienen la mente y el espíritu casi inertes la delincuencia se presente con tanta fuerza. En la tierra de la ignorancia la única ley es el crimen. Pero, si bien la masa poblacional desinteresada en toda forma de progreso resulta nociva para la convivencia social, pareciera que un daño igual o mayor se origina en aquellas personas que, por incluir en su vida diaria prácticas espirituales o por pertenecer a alguna religión o escuela de misterios, se autoperciben como superiores a sus semejantes.

Debido a la naturaleza de las vanidades de la vida cotidiana es hipotéticamente sencillo descubrir en qué radica su cualidad de “vacío”, pero cuando se trata de vanidades ligadas a la vida espiritual, la tarea se torna más compleja, pues debido al disfraz de trascendencia con que estas vanidades se recubren, uno queda fácilmente engañado ante su falso resplandor. Indudablemente, el mejor ejemplo para lo anterior lo encontramos en las religiones, en las que, si bien el discurso que manejan es esperanzador, toda la burocracia que reviste a la institución religiosa sumada a los vicios de sus representantes y seguidores nos dan cuenta del vacío en que se hallan y del que, por comodidad, se niegan a abandonar.

Esta peligrosa “comodidad espiritual” va más allá de las religiones y toca los corazones de las escuelas de misterios, de las sociedades secretas, de los autodidactas del esoterismo y de todos aquellos individuos que se autodenominen como “buscadores espirituales”. No se niega la importancia y necesidad de ir más allá de la cotidianidad mediante el escrutinio de lo inmaterial y de lo metafísico, pero lo que se pone en duda es el compromiso que se pueda tener con la vía espiritual que cada quien elija y que, indudablemente, exigirá al adepto una renuncia absoluta a las vanidades, renuncia que, en realidad, muy pocos están dispuestos a llevar a la práctica, pues, si bien las vanidades no aportan nada a la vida trascendente, son sumamente placenteras.

En este sentido, y aunque pueda generar molestias, podría suponerse que la mayoría de los practicantes espirituales son más hipócritas que los individuos que se complacen en lo inmediato y superficial, pues al menos éstos últimos son congruentes con su necesidad de experimentar placer en todo momento.

El maestro tibetano Chögyam Trungpa, en su libro Más allá del materialismo espiritual, nos habla de la dificultad que implica salir de la trampa de las vanidades, en la cual caemos debido a nuestra falta de destreza para dominar a nuestro ego. He aquí un fragmento:

“La búsqueda espiritual es sincera, pero cuestionable, porque casi siempre es una búsqueda del ego. El ego trata constantemente de adquirir las enseñanzas de la espiritualidad para su propio beneficio. En realidad, no queremos convertirnos, somos actores hábiles. Nos consolamos con la pretensión de que estamos siguiendo el sendero. Creemos en la ‘integridad’ de nuestro consejero espiritual, de nuestro ego. No importa si utilizamos textos sagrados, cuadros esquemáticos, diagramas, matemáticas, fórmulas esotéricas, la religión fundamentalista, la psicología o cualquier otro mecanismo, todo esto es el materialismo espiritual, la espiritualidad falsa de nuestro consejero espiritual. El propósito de cualquier práctica espiritual es escapar de la burocracia del ego, esto significa salir del deseo de alcanzar más conocimiento, religiosidad, virtud, buen juicio, comodidad, etc. Si no nos colocamos fuera del ego, nos veremos esclavizados por una colección de vías espirituales. Nuestra colección de sabiduría y experiencia es parte del espectáculo del ego. Se lo exhibimos al mundo para asegurarnos de que existimos, seguros y protegidos en nuestro papel de ‘personas espirituales’”.

El espectáculo del ego lo atestiguamos todos los días. Como nunca antes se había visto, los tiempos que vivimos no son solamente peligrosos por el terreno que la ignorancia ha ganado, sino que, además, por el culto a la ignorancia que se disemina velozmente en todas las latitudes y clases sociales. Desde los más ricos y hasta los más pobres practican por igual tanto el culto a la personalidad como la defensa de la ignorancia, de ahí que cada vez tengamos profesionistas, artistas y espiritualistas menos preparados y más vacíos. El materialismo espiritual es la evidencia de la vanidad de nuestros días. Podremos conocer escuelas filosóficas, hacer signos esotéricos y predicar los textos sagrados, pero todo ello, y como decía Pablo de Tarso, no es nada sin caridad. La vanidad y la ignorancia son nuestros desafíos mayores, pero mientras la espiritualidad no sea más que una zona de confort del ego no dejaremos de ser actores hábiles.

Actores hábiles