Cuando Terrence Malik presentó La delgada línea roja, en 1998, llevaba 20 años sin dirigir una película. La primera de su carrera, Malas tierras, la rodó es 1973 (acaba de cumplir 50 años) y la segunda, Días de cielo, en 1978. En las dos décadas que mediaron hasta llegar al título que nos ocupa la leyenda del cineasta había crecido hasta auparlo al altar de los autores más prestigiosos y con una mirada más particular de la industria.
Guerra del Pacífico
La cinta no decepcionó y logró el Oso de Oro en la Berlinale, con un jurado que presidía la actriz Ángela Molina y obtuvo siete nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor Película, Director y Guion Adaptado. No ganó ninguno, pero desde el primer momento se catalogó ya como un clásico del cine bélico (y antibelicista), y el paso de estos 25 ha dado la razón a esas opiniones. Malik narró la Batalla de Guadalcanal, en 1942, desde el punto de vista de un batallón de soldados estadounidenses, adaptando la novela del mismo nombre de James Jones. Todo en esta película está envuelto en una profunda reflexión filosófica y espiritual en torno a la muerte, el sentido de la vida y de la guerra, el origen de la violencia o las consecuencias de la barbarie en la psique humana.
Espiritualidad casi bíblica
Ese mismo año Steven Spielberg había estrenado la impresionante Salvar al Soldado Ryan, con unos primeros 25 minutos que muestran el desembarco de Normandía que se encuentran, todavía hoy, entre las escenas bélicas más impactantes y realistas que se han rodado nunca. Aquí el planteamiento es el contrario. Tardamos muchos minutos en escuchar el primer disparo y durante buena parte del metraje la cámara se fija en la cadencia de la naturaleza. La delgada línea roja está impregnada de la idea del Paraíso Perdido de Milton, mostrando a las tropas estadounidenses en contraposición a la inocencia de los habitantes de la isla y a la exuberancia de su paisaje. La banda sonora de Hans Zimmer, más contenida que de costumbre, acompasa el tempo de manera perfecta.
Existen dos escenas clave en la película: la llegada en barco a la isla, donde por primera vez vemos las caras de terror de unos soldados a lo que todavía no les ha pasado nada, y el regreso en ese mismo barco de quienes han estado en el infierno y han vuelto. Y lo que han visto allí no era bonito.
Un casting asombroso
Y aquí tenemos que hablar del espectacular elenco de la película, salpicado de sorprendentes colaboraciones con apariciones tan breves que apenas pasan del nivel de cameo. Es el caso de John Travolta, George Clooney, Woody Harrelson, Jared Leto o John Cusack. Además, muchos actores pasaron semanas, incluso meses, en el rodaje llevado a cabo en Australia para después ver sus personajes reducidos casi a la nada. Es el caso de Adrien Brody, que hasta la misma noche del estreno creyó que él era el protagonista y después descubrió que no tenía ni una frase de texto en pantalla.
Peor fue el caso de Viggo Mortensen o Mickey Rourke, que ni siquiera aparecen en el metraje pase a haber rodado gran cantidad de escenas. Billy Bob Thornton grabó las casi tres horas de voz en off para la película, que después tampoco se utilizaron. Solo Jim Caviezel, Sean Penn, Benjamin Chaplin, Elias Koteas y Nick Nolte tienen una presencia de peso –uno de los puntos álgidos de la trama se sitúa en una conversación entre estos dos últimos–. Inolvidable resulta también esa en la que Penn le dice a Caviezel: ‘no existe después un lugar en el que todo va a estar bien’. Lo cierto es que apenas hay diálogos en la película, con un relato coral compuesto a base de media docena de voces en off a modo de pensamientos que conforman un impactante discurso sobre el horror de la guerra y su impacto en quienes las viven.
No todo es horror. Mientras unos se deshumanizan (el detestable personaje de Nick Nolte) o tienden al cinismo y el individualismo como mecanismo de supervivencia (el de Sean Penn), otros conservan su honestidad, como le sucede al que interpreta Elias Koteas, y mantienen su fe en el ser humano. Lo que Malick se encarga de dejar muy claro, es que nadie vuelve intacto de una experiencia como esa.
Laura es crítica de cine y periodista cultural. La primera vez que fue al cine vio ‘E.T. el extraterrestre’, y eso no se olvida nunca. Ha escrito sobre teatro, música, arte, fotografía, arquitectura y gastronomía en ‘Elle’ y ‘Harper’s Bazaar’. En ‘Fotogramas’ se especializa en lo que podríamos llamar ‘cine de autor’, aunque toca todos los palos.
Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y se especializó en el conflicto en Irlanda del Norte en la Queen University of Belfast. Lo que le llevó a verse ‘Agenda Oculta’ (Ken Loach, 1990), ‘En el nombre del padre’ (Jim Sheridan, 1997), ‘Bloody Sunday’ (Paul Greengrass, 2002) y todas las películas que tuvieran que ver con el IRA.
Viajó a Cuba para estudiar en la EICTV (Escuela Internacional de Cine y Televisión) de San Antonio de los Baños, donde vio mucho cine latinoamericano y bebió demasiados mojitos. También rodó un documental en la isla lleno de personajes maravillosos. Uno de sus primeros trabajos fue en el canal de televisión ‘Cineclassics’, donde coescribió el documental ‘El cine durante la Guerra Civil Española’.
Adora ‘El imperio del sol’ (Steven Spielberg, 1987), ‘Drácula de Bram Stoker’ (Francis Ford Coppola, 1992), ‘Thelma & Louise’ (Ridley Scott, 1992) y ‘La edad de la inocencia’ (Martin Scorsese, 1993). Pero, en general, siente predilección por las películas pequeñas que cuentan historias en las que nadie se fijaría si se las cruzara por la calle. Le gusta ese cine que vive más allá de los márgenes del entretenimiento.
Ha coescrito el libro ‘Cine y Moda’ (Ed. Pigmalion Edypro) y a lo largo de su carrera ha entrevistado a intérpretes y cineastas como Helen Mirren, Al Pacino, Jessica Chastain, Isabelle Huppert, Juliette Binoche, Julianne Moore, Hirokazu Koreeda, Sam Mendes, Jonathan Glazer, Margot Robbie, Ryan Gosling, Jude Law o Hugh Jackman.