Lamet presenta su nuevo libro sobre el P. Arrupe: ‘Amén y Aleluya’

Vuelve Pedro Miguel Lamet sobre la vida de alguien que marcó la suya, el carismático superior general de la Compañía de Jesús, el P. Arrupe, de cuya última entrevista en vida es autor. Y vuelve, tras la apertura del proceso de beatificación del jesuita vasco, con el libro Amén y Aleluya. Vida y mensaje de Pedro Arrupe (Editorial Mensajero), donde, “sin prescindir de sus aspectos biográficos, aborda además su itinerario espiritual”, como señala en la introducción que publica Religión Digital.

El libro será presentado en Madrid, con la presencia de su autor, Pedro Miguel Lamet, de Joaquín Barrero SJ, ex-Provincial y ex-Consejero General de la Compaña de Jesús, y de Margarita Saldaña, editora del Grupo de Comunicación Loyola, el próximo miércoles, 13 de diciembre, en la Librería Paulinas (San Bernardo 114), a las 18:30 horas.

P. Arrupe: Vida y fe de un cristiano de nuestro tiempo

Hace ahora cuarenta años, en agosto de 1983, tuve el privilegio de realizar la última entrevista de su vida con Pedro Arrupe Gondra (1907-1991), el carismático XXVIII superior general de la Compañía de Jesús, que releyó y adaptó al mundo de hoy la orden de San Ignacio de Loyola e influyó de modo decisivo en la renovación posconciliar de la vida religiosa. Hacía mucho tiempo que, como tantos compañeros míos y no pocos hombres y mujeres de Iglesia, me hallaba fascinado por este personaje quien, desde su experiencia en el Japón, donde fue testigo de excepción de la bomba atómica de Hiroshima, y tras ser llamado más tarde a Roma, se adelantaría al futuro con sus lúcidas intuiciones sobre la fe, la justicia, la educación, el racismo, la globalización, el diálogo con el mundo, la inculturación, la situación de la mujer, los refugiados, los drogodependientes y otros decisivos retos de nuestro tiempo. Baste decir, como signo revelador, que a partir de su impulso más de un centenar de jesuitas han dado la vida por las ideas de Arrupe, que no son otras que las del Evangelio, como mártires de la fe, una fe inseparablemente unida la promoción de la justicia.

Algunos años antes de viajar a Roma, sugerí a Ignacio Iglesias, SJ, a la sazón provincial de España, la necesidad de reunir materiales para escribir una biografía documentada de tan singular personaje. Fue al final de los años setenta, en los tiempos en que Arrupe, todavía en la cresta de la ola, era noticia internacional de primera página. Recuerdo que Iglesias, que había sido asistente para España del superior general e íntimo colaborador suyo, me respondió en un primer momento: «Para Arrupe habría que pensar en un gran escritor, por ejemplo, en un Brodrick». James Brodrick era un jesuita inglés, famoso autor de jugosas biografías de santos; y yo, enfrascado en el periodismo, publicaba entonces mis primeros libros. Hasta que Arrupe cayó enfermo de trombosis y en desgracia en 1981. Entonces fue Ignacio Iglesias quien, por iniciativa propia, en 1982 me llamó y me pidió que comenzara a trabajar en la proyectada obra, subrayando que era urgente ir a entrevistar a Pedro Arrupe en la enfermería de la curia generalicia de Roma antes de que perdiera la facultad del habla ya bastante mermada por un ictus cerebral. Así lo hice y puedo confesar que aquel encuentro se convertiría una de las vivencias más cruciales e impresionantes de mi vida, en una enorme gracia, una certeza interior de estar junto a un hombre de Dios, como he narrado repetidas veces y vuelvo a hacer en este libro.



A partir de entonces me dediqué a investigar su vida durante cinco años en Roma, Japón y el País Vasco para preparar su biografía. De este modo, en octubre de 1989, el libro estaba en la calle, y lentamente, aunque de forma implacable y sobre todo por el sistema de «boca a boca», más allá de las expectativas de los editores, ha venido reeditándose hasta quince veces en diversas editoriales, formatos y lenguas, incluyendo una edición de bolsillo y otra profusamente ilustrada con fotografías de su vida. Recibí y sigo recibiendo numerosas cartas sobre su contenido, entre ellas las de algunos obispos, como la que me envió en su día el famoso cardenal Vicente Enrique y Tarancón que alababa el libro y la capacidad de evocación del personaje con estas palabras: «Lo he leído con placer y entusiasmo. Se ve que eres poeta». Lo que sí puedo decir es que intenté desde la emoción y frescura del momento presentar su vida y personalidad con la mayor autenticidad posible, y es a él, a la fuerza de su figura humana y espiritual, a lo que atribuyo el éxito de libro.

 Debo confesar que las cartas que más me impresionaron, y nunca en cierto modo cesaron de llegar, procedían de personas anónimas con frases como estas: «Este libro ha cambiado mi vida. Después de leerlo decidí hacerme jesuita». «Ahora trabajo en tal ONG». «Este sí que era un verdadero cristiano. Su libro me ha devuelto la fe». Mi respuesta siempre era la misma: «Me siento sólo un mediador entre el lector y el padre Arrupe». Estos testimonios se multiplicaron sucesivamente a través de las numerosas conferencias que dicté sobre él. Al concluirlas, se me acercaban personas a relatarme parecidas vivencias. O me llegaban noticias de que se leía en refectorios de conventos y monasterios, y que se devoraba con el interés de una novela, teniendo en cuenta que en algunos ambientes seguía siendo, por sus tensiones con el Vaticano, un personaje polémico.

Hasta que finalmente llegó el momento anhelado: el primer paso hacia el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia del padre Arrupe el 5 de febrero de 2019, con el acto de apertura de su proceso de beatificación celebrado en la Sala de la Reconciliación establecida para el Tribunal en el Palacio Apostólico Lateranense de Roma. El cardenal Ángelo Donatis, que presidía el acto, refiriéndose a 1965, el año después de la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II, dijo: «En este período, a menudo turbado, demostró en todo momento su profunda pertenencia a la Iglesia y su deseo ferviente, humilde y firme de obedecer a la Santa Sede y al Santo Padre (Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II). Intentó integrar los mejores valores de la tradición con los necesarios pasos para adaptar el cristianismo a los nuevos tiempos, y siempre quiso dirigir la Compañía de Jesús con entusiasmo según las directrices del Vaticano II. Por eso, el padre Kolvenbach hablaba de él como de un “profeta de la renovación del Concilio”». De Donatis se refirió también su fama de santidad y al hecho de que muchas personas se alimentan hoy espiritualmente de sus escritos, subrayando como ejemplo «el número -varios cientos- de comunidades, casas, obras apostólicas y programas en todo el mundo que llevan su nombre. Dan testimonio del reconocimiento de las notables virtudes de este extraordinario cristiano».

Así pues, con motivo de este nuevo paso histórico al que ahora asistimos de su trayectoria, me he decidido dar a la imprenta una nueva versión de su vida, que, sin prescindir de sus aspectos biográficos, aborda además su itinerario espiritual, para quienes deseen profundizar en el proceso interior de este gran hombre de Dios. Con tal fin he despojado en parte mi obra de la amplia contextualización ambiental y de su época, propia de una biografía dirigida al gran público, para centrarme sobre todo en los datos de su vida exterior e interior que le motivaron humanamente y sobre todo le condujeron espiritualmente. También he suprimido el aparato crítico de notas, bibliografía y referencias, que siempre podrá consultar el lector, si lo desea, en las obras anteriores que aparecieron con los títulos de Arrupe, una explosión en la Iglesia y posteriormente en las últimas ediciones corregidas y aumentada de Arrupe, testigo del siglo XX, profeta del XXI (Ed. Mensajero, Bilbao 2016).



Padre Arrupe


Para facilitar además el saboreo de su vida, sus escritos y el misterio más escondido de su entrega a Dios y los hermanos como “hombre para los demás”, he añadido un espacio de reflexión o puntos de meditación al final de cada capítulo, por si ayuda al lector como sugerencia para la oración personal o colectiva. El libro concluye con un nuevo e inédito estudio monográfico y sintético sobre su espiritualidad. Al aligerar algo lo datos del retrato exterior, por una parte, y profundizar por otra en el interior, espero facilitar el acceso a la figura humana y cristiana del padre Arrupe a un público interesado, y a cuantos, gracias a su experiencia, quieran alimentar su vida de fe con su testimonio y ejemplo.

 Cabe, no obstante, recordar que, si toda biografía es sólo una aproximación al misterio de un ser humano, lo es más aún en el caso de un hombre de tan intensa actividad y profunda vida interior como el padre Arrupe. Solía él decir que «la biografía más interesante es la que se escribe sin tinta». La afirmación sigue siendo verdadera, porque, como también añadía él mismo, «lo más decisivo e importante de una vida es incomunicable».

Además la vida que aquí se narra no es sólo la de un líder religioso con fama de santidad e importante influjo en la Iglesia. Es la historia de un testigo de excepción del agitado siglo que le tocó vivir y un profeta del que ahora estamos viviendo. Por su respuesta intuitiva, rápida y eficaz a los desafíos de su tiempo y sus intuiciones de futuro, tengo la experiencia de que Arrupe interesa a creyentes y agnósticos, orientales y occidentales, intelectuales y gente de la calle.



De izquierda a derecha, Rahner, De Lubac y Arrupe


Para titular este libro he elegido dos palabras de la última frase que pronunció en vida y le escuchó antes de morir Mariano Ballester, SJ: “Para el presente Amén, para el futuro Aleluya”, porque sintetiza bien su trayectoria espiritual y humana. Dos términos de gran significado en la tradición judeo-cristiana, porque la aceptación del amén, el “sí” a Dios, nos centra en su voluntad y el presente eterno; y el aleluya nos quita el miedo al futuro, incluso a la muerte, y nos llena de la alegría que brota de la esperanza cristiana. «¿Es la muerte un salto en el vacío? -afirmaba don Pedro en una entrevista- No, ciertamente no. Es un arrojarse en brazos del Señor, es escuchar esa invitación, no merecida, pero que ciertamente se nos hará: “Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21); es llegar al punto final de la esperanza y de la fe para vivir en la caridad eterna e infinita (Cor 13,8)». «Espero -añadía- que sea un “Consumantum est, todo se ha cumplido”, el Amén de mi vida y el primer Aleluya de la eternidad».

Lamet presenta su nuevo libro sobre el P. Arrupe: ‘Amén y Aleluya’