Un cadáver exquisito en el Festival de La Habana

No fue el arte, sino la nostalgia, el hilo que tiró del cineasta Ernesto Daranas (La Habana, 1961) para lanzar una operación de rescate y salvamento de la obra de Nicolás Guillén Landrián (Camagüey 1938-Miami, 2003).

Hijo de maestros de montaña —el apellido materno es Serrano— vivió hasta los 5 años la experiencia de la Sierra Maestra, la incubadora de la relampagueante guerra de guerrillas de Fidel Castro a fines de los 50. De vuelta a La Habana y siendo todavía un niño, era Daranas tal vez el único que soportaba feliz, en el cine del barrio, la machacona repetición de Ociel del Toa (1965), una joya documental de Nicolás Guillén Landrián (NGL) que servía de relleno en las tandas fílmicas por si fallaba la película de turno.

“Las tantas veces que lo ponían ocasionaba la rechifla del público; pero para mí era un documental entrañable. Me traía recuerdos de mi infancia en la Sierra”, cuenta del otro lado de la línea telefónica al conversar con OnCuba desde su casa en La Habana Vieja.

Tanto o más que su cine, la vida de NGL acusa aires de novela. Su madre, diseñadora, amiga de Lam y de Ponce, pintores de vanguardia. Su padre, abogado, dueño de bufete. Su tío, el célebre poeta comunista Nicolás Guillén. Estudió pintura, y luego Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad de La Habana, donde conspiró contra el batistato. Abandonó la carrera para dedicarse a la locución radial.

Estaba desempleado cuando en 1960, expulsado del Icap y de la Escuela para Diplomáticos, entró en el Icaic aconsejado por Juan Carlos Tabío. Empezó como asistente de producción, y Joris Ivens y Theodor Christensen no tardaron en ser sus mentores al advertir las dotes del principiante.

Nicolasito, que así lo llamaban, filmó sus primeros trabajos como director: Patio arenero, Homenaje a Picasso y Congos reales. En total fueron catorce documentales. Coffea Arábiga, el más polémico de todos. En ilación, se dejan ver como los cadáveres exquisitos de los surrealistas, pese al didactismo de algunos.

A mediados de los 60, puesto bajo sospecha, entraba y salía de interrogatorios, pabellones psiquiátricos, granjas correccionales, arrestos domiciliarios, electrochoques; el propio Icaic lo despidió y lo readmitió. Al cabo, le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide, lo que podría explicar el caótico lenguaje de algunas de sus piezas, tomadas por geniales y postmodernas.

Expulsado definitivamente del Icaic a principios de los 70, vivió de su pintura. Gutiérrez Alea, García Márquez, Pablo Milanés, la embajada británica, entre otros, eran su mercado.

En 1989 marchó a Miami junto a su segunda esposa, Gretel Alfonso. De motel en motel, sobrevivieron gracias a los lienzos que pintó, por cientos. En la llamada capital del exilio filmó Inside Downtown, en 2001, junto a su coterráneo Jorge Egusquiza, una inmersión en los bajos fondos citadinos.

Al revisar los stills de sus filmes, se le puede ver ataviado con saco abotonado bajo el sol de Baracoa, en el extremo oriental de la isla, donde las temperaturas rozan los 35 grados en verano, y en la maleza de su anecdotario puntea la respuesta a una mujer que, desconfiada, lo interroga por el permiso de una filmación callejera. Vestido de traje y corbata, NGL le espeta radiofónico: “Señora, somos de la Agencia Central de Inteligencia, no moleste”. Atónita, la curiosa se marchó. Esa vez, la broma kunderiana no lo puso tras las rejas.

Guillén Landrián y su esposa, Gretel Alfonso, en Miami. Foto: lafuga.cl

Cinco meses antes de que un cáncer pancreático acabara con sus días, la Muestra de Jóvenes Realizadores que auspicia el Icaic estrenó, el 22 de febrero de 2003, la mayor parte de sus títulos dentro de la sección “Premios a la sombra”. Fue su primera resurrección institucional. Todo un desagravio y un shock audiovisual para los asistentes, al descubrir a un “animal de galaxia”.

La segunda reivindicación vendrá diecinueve años después, en la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, con una retrospectiva de sus documentales, una mesa de disección en torno a ellos, y el estreno del material Landrián, de Ernesto Daranas, el próximo 3 de diciembre, con fotografía de Ángel Alderete y montaje de Pedro Suárez Boza.

En medio de una jadeante agenda, el director de Los dioses rotos (2008), Conducta (2014) y Sergio & Serguei (2017), accedió a hablar sobre su documental, su labor de arqueología fílmica y la importancia de un hombre que se veía así mismo “siempre… en el vórtice de la enajenación”, tal como confesara al cineasta Manuel Zayas, autor de Café con leche (2003), documental en el que Nicolasito cuenta, poco antes de su final, su vida de película.

¿Qué hace que el cine de NGL sea de culto para varias generaciones? ¿Su desubicación ideológica, su estética brutal, burlona y lírica, su mirada que se mueve, pendular, entre lúcida y esquizoide, sus crípticos dardos o sus opulentos desaires a la corrección política?

La primera explicación a ese culto reside en su talento. Por supuesto que podemos hablar del esquizofrénico, del marihuanero y el jodedor, pero eso no va a explicarnos la manera tan respetuosa y honesta con la que miró a los ojos del cubano de su tiempo. Para mí eso es lo primero. Me parece admirable cómo el escepticismo y la ironía política que destila una parte de su obra nunca pierde de vista el respeto a la autoestima del cubano, a su drama racial, su espiritualidad, su desamparo frente a empeños faraónicos como el Cordón de La Habana o a la normalización en nuestras vidas de esos actos y asambleas de corte estalinista que encontramos tan brillantemente cuestionados en su cine.

Se dice que el documental cubano de los 60 y 70 tuvo en Santiago Álvarez a un maestro de certezas históricas y en NGL a un impugnador de una realidad asumida como desequilibrio permanente. ¿Hasta dónde esa dicotomía es válida?

En un país tan politizado como el nuestro es inevitable que cualquier análisis, de un lado o del otro, esté marcado por la política. Santiago y Landrián fueron dos cineastas y dos personas muy diferentes, pero lo indiscutible es el talento de ambos y el lugar que merecen entre nuestros más importantes cineastas. La obra de cada uno resulta indispensable para entender la historia de nuestro cine y por qué somos lo que somos como nación y como cultura en este momento.

Guillén Landrián camina por el río durante el rodaje de “Ociel del Toa”. Foto: lafuga.cl
Guillén Landrián durante el rodaje de “Ociel del Toa”. Foto: lafuga.cl

Conocemos el origen sentimental de tu conexión con la obra de NGL; pero, ¿cómo se armó esta expedición de rescate y qué puertas tuviste que tocar?

El Icaic es el responsable del Archivo en el que estaban sus películas, así que esa era la primera puerta a la que había que tocar. Sabía que otros habían intentado restaurar la obra de Landrián fuera de Cuba y que las gestiones no habían prosperado. Por eso le pedí al experimentado editor Pedro Suárez que me diseñara un flujo de trabajo para hacer la restauración en Cuba. Esa fue la idea original y con ella fui a ver al presidente del Icaic, Ramón Samada, quien nos ofreció todo el apoyo necesario.

Luego llegó la pandemia, rematada por la Tarea Ordenamiento, y todo el diseño que habíamos hecho para financiar la restauración se nos fue a pique. Entonces hubo que salir a buscar apoyo internacional.

¿Sabías de rehabilitación fílmica o eras un principiante?

Lo único que sabía era que la obra de Landrián se estaba perdiendo. El camino a seguir me lo mostró Pedro Suárez. Luego se sumó el decidido aporte de Luis Tejera y Roberto González, de Aracne DC, que son quienes han estado al frente de la restauración en Madrid.

¿Qué paisaje encontraste al poner los pies en las bóvedas del Icaic?

Desolador. El material fílmico es muy volátil y exige condiciones muy específicas y costosas para su conservación. Por eso es tan importante digitalizar cuanto antes todas las películas que se están deteriorando en los archivos. Esto es algo que debe hacerse según los estándares técnicos internacionales; sobre todo si el objetivo no es solo archivar, sino, además, restaurar. Mientras eso no sea posible, nuestro patrimonio fílmico se seguirá perdiendo.

Al menos de momento, los pasos que se han dado para hacer frente al problema siguen siendo insuficientes.

¿Exactamente qué hallaste en el Archivo y en qué condiciones?

Hallamos diez títulos de Landrián en diferentes estados de deterioro. También fotos y documentos inéditos. Algunos de sus documentales importantes no aparecieron. No significa necesariamente que se hayan perdido. Lo que pasa es que muchas de las latas de películas están tan dañadas que no se puede precisar qué obra contienen. Lamentablemente, el Archivo ni siquiera cuenta con los medios necesarios para hacer la visualización y clasificación que procede en estos casos.

¿Es NGL un creador maldito, un genio incomprendido, iconoclasta y envidiado como tantos otros que por tal condición han sufrido en el mundo las represalias del funcionariado o la burocracia cultural de turno?

Cuando se trata del tema, no necesito mirar lo que ha pasado en otras partes del mundo. No creo que los errores cometidos y los que se comenten en nuestro país respondan a una “lógica universal”. Tampoco creo que las coyunturas, por tensas que sean, justifiquen los excesos. Las represalias que Landrián sufrió las sufrió en Cuba y lo más grave es que ese modus operandi de nuestra política y nuestra cultura se mantiene vigente.

La criminalización del disenso, el exilio forzado, la corrupción, la supresión de las libertades básicas y la propia censura son las que explican, en no poca medida, el éxodo brutal de jóvenes que padecemos. Un grupo importante de nuestros más talentosos cineastas forma parte de la estampida. Los conozco, intercambio con ellos y muchos quisieran estar haciendo cine en Cuba. No emigraron por el bloqueo, muchos se han largado porque hubo un 27N y un 11J a partir de los cuales se desataron los mismos demonios que Landrián tuvo que enfrentar en su momento. No hay creadores malditos entonces, en todo caso hay una reincidencia maldita en los mismos errores.

Guillén Landrián pintando.
Guillén Landrián pintando.

Una vez concluido el trabajo y devuelta al presente la obra de NGL, ¿qué pasará con ella? ¿Tendrá una segunda oportunidad de ser reconocida públicamente y releída a la luz de los tiempos?

Yo no decido esas cosas; pero por supuesto estamos trabajando para que eso ocurra.

¿Tus esfuerzos y los de tu equipo son equivalentes a una rehabilitación tardía, pero necesaria, de la obra y la persona que fue NGL?

La verdad es que nada que hagamos ahora puede restaurar las injusticias de que fue objeto Landrián. Le pueden hacer una estatua frente al Icaic o sentarlo en un parque junto a Lennon. Nada puede devolverle a estas alturas lo que le quitaron ni lo que nos quitaron de lo que pudo haber sido el resto de su obra en Cuba.

En cuanto a la rehabilitación histórica de Nicolás Guillén Landrián, ese es un mérito que corresponde a otros muchos cineastas y críticos, que desde hace más de veinte años vienen colocando su obra en el sitio que le corresponde.

Nuestro objetivo ahora es devolver esa obra al lugar que merece frente a nuestro público. Con Landrián se da la paradoja de que, a pesar de ser uno de los cineastas cubanos sobre los que más se ha escrito y debatido en lo que va de siglo, el público cubano apenas conoce sus películas.

Tu documental Landrián, que veremos en el Festival habanero, ¿cómo fue concebido y qué nos hará saber y entender?

Es un documental dirigido justamente a ese gran público que no conoce la vida y la obra de Landrián. Está conducido por los testimonios de su viuda, Gretel Alfonso, y el fotógrafo Livio Delgado, quienes nos permiten conocer la esencia del hombre y el artista llamado Nicolás Guillén Landrián. Al mismo tiempo, la película recrea pasajes del proceso de búsqueda y restauración de los diez documentales de Landrián en los que estamos trabajando.

Guillén Landrián: “demasiado creativo, demasiado negro, demasiado popular”

No deja de ser paradójico que la edición 43 del Festival de La Habana rinda tributo a NGL, (enga)vetado por décadas, y al mismo tiempo se acuda a un juego de maniobras para arruinar la participación de una película incómoda (Vicenta B), presumiblemente y en última instancia por semejantes argumentos con los que echaron a la fosa común de la desmemoria la obra de NGL. ¿Qué crees sobre eso?

Vicenta B es una película premiada en la primera convocatoria del Fondo de Fomento para el Cine Cubano y ha sido coproducida por el Icaic. Por lo tanto, quienes la han retirado de la selección oficial han elegido pasar por encima de la autonomía del Festival, de la autoridad del Icaic y de la confianza que necesitan los cineastas en el naciente Fondo de Fomento.

Como ha sucedido otras veces, los verdaderos censores permanecen en la sombra y le corresponde al Festival y al propio Icaic volver a dar la cara.

La objeción en este caso no parece ser precisamente a la película, sino a la actitud contestataria de Carlos Lechuga y, por derivación, de Claudia Calviño, la productora. Básicamente, parecen esperar de ambos la coherencia y la mesura que no se tuvo con ellos cuando fueron sometidos a tensiones de todo tipo a causa de su obra. Se les cuestiona que hayan sido “irrespetuosos con la Revolución”. Esto, en un país en el que a los que disienten se les ha tildado de traidores, gusanos, escorias, anexionistas y gestores de un “golpe blando”, a la vez que se les difama y calumnia públicamente en los medios.

Es un juego torpe y agotado que, desde luego, sirve la mesa a muchos artistas para el performance político, que es una de las armas con la que el arte y el artista se confrontan con el orden establecido, en especial cuando ese orden intenta condicionar su libertad de expresión.

Landrían ya no vive. Lechuga sí. ¿Es la muerte una ventaja en estos casos?

No debería ser así. Es una incoherencia total.

¿Cuánto daña al Festival y al regreso de la obra de Landrián a nuestros cines la decisión que se ha tomado con Vicenta B?

El Festival y la Cinemateca venían preparando muy seriamente ese retorno de Landrián a nuestras salas. A la hora de tomar cualquier decisión, se debió tener en cuenta que Nicolás Guillén Landrián está invitado al Festival y que las analogías entre lo ocurrido con él hace ya medio siglo y lo que vuelve a suceder ahora resultarían inevitables.

¿Convendrías en que cualquier ejercicio discriminatorio termina siendo una operación de marketing para la obra y el autor excluidos y, por tanto, se convierte en su propio absurdo?

Desde luego. Está claro que no se quiere aceptar que, cada vez más, el cine cubano será ese que censuran, y que los cineastas cubanos serán esos que pretenden silenciar. Lo paradójico del caso es que los documentales de Landrián que veremos en el Festival destilan compromiso y respeto por nuestras incertidumbres, sueños y desvelos como pueblo, como lo hacen películas como Vicenta B, Santa y Andrés, Melaza y otras que han sido censuradas o invisibilizadas a lo largo de ya más de sesenta años.

Por supuesto que son obras cuestionadoras, pero casi ninguna es un panfleto político. La propia censura es la que ha complementado la lectura que hacemos de ellas y les ha conferido buena parte de su significado final. En ese sentido, tal y como apuntas, los censores terminan siendo los grandes promotores de un marketing político que deja muy mal paradas las posiciones que dicen defender.

Un cadáver exquisito en el Festival de La Habana