¿Quién es la indígena arhuaca embajadora de Colombia ante la ONU?

La nueva embajadora de Colombia ante las Naciones Unidas es arhuaca. Será la primera persona indígena en asumir un cargo diplomático en el país y su nombramiento tuvo algo de tormenta. A Leonor Zalabata le han criticado que pueda representar a todo el pueblo colombiano y no solo a las comunidades indígenas, le han preguntado si sabe inglés y le han cuestionado su preparación. Para ella no es nada nuevo: la han perseguido la guerrilla, los paramilitares, los militares, la Iglesia católica y alguna vez la acusaron de secuestrar a un obispo.

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Su lista de luchas y triunfos comienza en 1982, cuando fue una de las líderes que expulsaron a la misión capuchina de la Sierra Nevada de Santa Marta, una orden católica que había oprimido a su pueblo desde 1916.

En 1996 lideró una marcha en Bogotá en la que participaron 80 pueblos indígenas y se tomaron la Conferencia Episcopal. A partir de ese suceso se creó la Comisión de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas, entre otras instancias fundamentales para las comunidades.

También le puso la cara al secretariado de las Farc en el Caguán durante el proceso de paz del expresidente Andrés Pastrana para proteger a su pueblo del reclutamiento forzado. Participó en las mesas de delegados en la Asamblea Nacional Constituyente en 1991, a pesar del brutal asesinato de tres de sus compañeros arhuacos que hacían parte de esa comisión –Napoleón Torres, Antonio Hugues Chaparro y Ángel María Torres.

Leonor ha defendido y representado no solo a los 50.000 indígenas del pueblo arhuaco, sino a los casi 2 millones de indígenas en el país, en 34 países del mundo. Ha participado en entidades internacionales desde el Parlamento Andino hasta el Foro
Permanente de las Poblaciones Indígenas de la ONU. Todo bajo un principio que atraviesa la cultura arhuaca, la cual no concibe la violencia: la protección de la vida como algo sagrado. Ese será su objetivo en Naciones Unidas.

Leonor Zalabata en BOCAS

Leonor Zalabata había hablado con Gustavo Petro durante el cierre de campaña del presidente en una ceremonia del pueblo Arhuaco.

Guneywya o Leonor, cuyo nombre castellano se lo debe a una tía entrañable, así como a las secuelas de la larga imposición religiosa en su comunidad, nació en el Resguardo Arhuaco Jewrwa, en el municipio de Ati Kwakumuke, mejor conocido como Pueblo Bello, en el departamento del Cesar, el 5 de julio de 1954.

En 1975 obtuvo el título como auxiliar de odontología social de la Universidad de Antioquia en Medellín gracias a una beca. Fue una de las pocas personas indígenas en ir a la universidad en aquel tiempo y, según recuerda, la primera mujer de su comunidad. Sin embargo, no tardó mucho en darse cuenta de que los problemas que ella quería resolver no se quitaban únicamente en los dientes y empezó a invertir su tiempo en programas de educación y salud en su comunidad. Así comenzó su historia.

Leonor ha sido miembro fundamental de la Comisión de Territorios Indígenas de Colombia, Comisión de Diversidad Biológica de Naciones Unidas, participó en el Mecanismo de Expertos de Derechos de los Pueblos Indígenas de esta entidad y la lista continúa. Ha recibido condecoraciones a nivel nacional e internacional. Fue galardonada en el 2007 con el Premio Derechos Humanos Anna Lindhs Minnesfond del gobierno sueco. Este solo se les otorga a personas que “tengan el valor de luchar contra la indiferencia, los prejuicios y la opresión por el respeto de los Derechos Humanos”. En el 2019 recibió el Premio Franco-Alemán en Derechos Humanos.

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“Nunca he tenido la necesidad de hablar inglés. Claro, ojalá pudiera hablarlo para relacionarme más fácil, pero ¿que yo me hubiera sentido mal por hablar el castellano?, nunca”

Ahora viene un nuevo reto. Antes del 13 de septiembre deberá estar acomodada en la capital del mundo para la Asamblea General de las Naciones Unidas. Luego de su habitual vida entre el arcoíris de la Sierra Nevada y la calidez de Valledupar le esperan años en Nueva York, ciudad que ha visitado en dos ocasiones, pero solo en cortos periodos de tiempo.

Cuando se le pregunta si le preocupa esa nueva vida frota sus manos venosas sobre su atuendo blanco –la vestimenta insignia de la Sierra Nevada–, las mismas con las que ha palpado la historia de Colombia. Con ellas se aferra a su mochila, suspendida junto a su cadera como si fuese parte de su cuerpo. Fue tejida por su prima. En sus muñecas lleva delgados hilos de algodón amarrados. “Significan protección”, dice Matías, uno de los mamos que la acompañan. El otro mamo se llama Julio Alberto, son las autoridades tradicionales del pueblo arhuaco, y ambos la hacen reír con murmullos en lengua iku durante la sesión de fotos. Cuando sonríe, una viveza brota de ella y los colores que la cubren se iluminan. Usa lentes rojizos y anaranjados con manchas negras y bajo su cuello, cuelgan abundantes collares como el arcoíris en un símil de la naturaleza. Su can- tidad es una señal de autoridad y sabiduría.

“Todavía no sé cómo será esa vida en Nueva York. Pero lo que más voy a extrañar es la política doméstica, lo que pasa en el pueblo arhuaco a diario”. Para su familia, su esposo, Nehemias Torres, y sus 5 hijos –profesionales en biología, derecho, psicología y física cuántica, el primer físico arhuaco, así como líder y primer influencer arhuaco– no es extraño que ella priorice su comunidad. Están acostumbrados a la vida de reconocimientos y viajes de su madre. Para Leonor tampoco fue una sorpresa tener que alejarse de nuevo. Es consciente de que es la primera indígena en tener un cargo diplomático en el país, pero espera no ser la última. Sabe que tiene una responsabilidad muy grande: enseñarle a Colombia por qué los arhuacos son guardianes de la vida.

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Leonor Zalabata en BOCAS

Zalabata impulsó la creación de la Comisión de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas

Cuándo visitó Nueva York? ¿Qué les dice a las personas a quienes todavía les inquieta su nivel de inglés?
Yo he estado dos veces en Nueva York, en las sesiones del Foro Permanente, antes de la pandemia entre 2017 y 2018. Pero también he podido estar en 32 o 34 países, y con mi castellano colombiano he llegado a todas partes sin problema. Nunca he tenido la necesidad de hablar inglés. Claro, ojalá pudiera hablarlo para relacionarme más fácil, pero ¿que yo me hubiera sentido mal por hablar el caste- llano?, nunca. Ya la tecnología es tan alta en este mundo que es fácil resolver la co- municación en cualquier idioma. Me parece un poco torpe entender que solamente se puede llegar a determinados espacios si se habla inglés.

¿Cree que los colombianos son racistas?
Sí, todavía quedan, pero la academia ha mejorado eso. Por ejemplo, en Valledupar y Santa Marta hay racismo. Los arhuacos viven muy cerca y cuando van indígenas tradicionales, mujer y hombre con sus atuendos, todavía puedes encontrar niños que, al encontrarlos, se asustan. Sabemos de padres que les dicen: “Si tú lloras o no haces caso, te entrego a un indio”. En la enseñanza doméstica de la casa usan esas expresiones y eso crea un distanciamiento.

¿Ha recibido otros comentarios?
Pues son dos cositas que yo he visto. Dicen que ahora no hay que tener cartón ni estudio: “solo hay que ser afro o indígena”. Y lo del inglés, cuando me estaban haciendo la entrevista en La W me estaba escuchando un diplomático. Llamó y le dijo a Julio: “No es necesario hablar en inglés. Naciones Unidas tiene 6 idiomas oficiales” y el español es uno de ellos. Eso me gustó más que yo le hubiera respondido.

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“Yo no cambiaría la política del presidente Petro por otra en este momento. Es compatible en lo que por convicción tenemos los pueblos indígenas: la paz, la justicia social, la justicia ambiental”.

Hablemos del nombramiento. ¿Qué estaba haciendo cuando la llamó la secretaria del presidente Gustavo Petro?
Yo ayudé al final a hacer campaña en el Pacto Histórico porque no concebía los discursos del señor Rodolfo Hernández. Yo tenía varios afectos en el Pacto. Entre ellos, estaba Gloria Flórez. Hemos envejecido siendo amigas, desde que ella fundó Minga. Ella me pidió un perfil mío, pero no sabíamos para qué era. Ese mismo día recibí una llamada de la secretaria, se me presentó y dijo: “Yo tengo un mensaje del presidente Petro, pero usted no puede decirme que no. Él me recomendó, me dijo que le pidiera el favor que no le fuera a decir que no”. Pensé que era algo de Gloria, de la nómina legislativa. También pensé en otra cuestión de dirección para pueblos indígenas. Así que dije: “Bueno, si no puedo decir que no, apostemos al sí”. Y me respondió: “Es para designarla a usted como embajadora ante Naciones Unidas”.

¿Le sorprendió?
No, no fue una sorpresa. La escuché tranquilamente y pasó el momento. Luego ya me dijo que lo pensara, que le dijera a mi familia a ver qué pensaban ellos, pero yo le dije: “Bueno, usted me dijo que no podía decir que no, entonces dígale al presidente que sí”.

¿Qué ha hablado con el presidente?
Yo he estado constantemente hablando con él. Incluso subió a la Sierra a los rituales para asumir el cargo. Yo no cambiaría la política del presidente Petro por otra en este momento. Es compatible en lo que por convicción tenemos los pueblos indígenas: la paz, la justicia social, la justicia ambiental. La comunidad internacional debe de preocuparse realmente por lo que pasa en Colombia. La violencia, el tema de violación de los DDHH; hay que terminar el conflicto armado, hay que terminarlo, lo que cueste. Pero yo creo que la responsabilidad política en Colombia es que las vidas no se pierdan por la violencia. A eso hay que apostarle. Para mí, eso es lo principal y se lo dije al presidente Petro. “Si usted quiere sacarme aquí del territorio, no me ponga a hacer otra cosa sino a trabajar por lo que yo sé, que es la paz en Colombia”.

El presidente había ido a la Sierra para el cierre de su campaña. ¿Por qué volvió para la posesión?
El presidente conoce el país, conoce al pueblo arhuaco, conoce la Sierra Nevada y valora los pueblos indígenas de Colombia. No solamente ahora. Cuando hizo el cierre de campaña en la Sierra por supuesto quiso llegar a Nabusimake, el centro más importante que tenemos nosotros. Por cuestiones climáticas no se pudo y estuvimos en una casa arhuaca en Pueblo Bello. Fue un acto solemne, no tanto político. En ese momento, los mamos le dijeron a él que ese cierre tenía que haber sido arriba, así que quedó un compromiso: para terminar esa protección espiritual, él debía llegar al lugar preciso donde tenemos la espiritualidad para la gobernabilidad en el mundo, según nuestra tradición. Fue un acto de sinceridad y cumplimiento al compromiso que había hecho con los mamos arhuacos. Allá fue con algunos miembros del equipo de gobierno.

Leonor Zalabata en BOCAS

Leonor Zalabata estuvo en las mesas de diálogo con las Farc en el Caguán para proteger a su pueblo del reclutamiento forzado

Vamos a sus inicios. ¿Qué es lo que más recuerda de su infancia en Jewrwa?
Vivíamos en una casa de bahareque, paja, animales y gallinas. Mi papá era agricultor y criador de animales domésticos en la casa. Mi mamá lo mismo. Eran personas arhuacas de campo. No había academia en esa época. Mi papá fue uno de los despojados del territorio del pueblo arhuaco y llegó a Jewrwa. Venía con saber y escribir a causa de la colonización. Siendo arhuacos eran los primeros habitantes bilingües. Mis abuelos venían de la misión capuchina, de Nabusimake, y mi mamá solamente fue a aprender a leer y a escribir por 4 años.

Se habla de maltratos por parte de la misión capuchina.
Sí, mi abuela fue raptada desde los 4 años. En esa época recogían a niñas y niños arhuacos, se las quitaban a los padres y las llevaban lejos a un orfelinato. A mi abuelo, dicen, lo recogieron más tarde, con más edad. Mi abuela creció ahí con una inmensa cantidad de arhuacos y los obligaron a un cambio de costumbres, les cortaron el cabello, les cambiaron el vestido propio por la usanza nacional, les prohibieron hablar en lengua propia, no podían hacer tejidos propios, sino los que les indicaron. Mi abuela salió casada por orden de la misión capuchina con mi abuelo a los 18 años. Les escogían las parejas. Luego, les mandaban señales de la forma de vida, les hacían unas casas como de adobe, les ponían techitos de zinc, en Pueblo Bello, Nabusimake o en Jewrwa.

¿Cómo le tocó a usted con la misión?
En mi época ya era distinto. Entre mi papá, que venía de despojo territorial, y mi mamá consideraron mejor una escuela pública en Pueblo Bello de colonos.

¿Alguna vez sufrió matoneo por ser indígena?
A los 9 años. Sentí discriminación porque al final era la india, la indígena que no era igual a los otros. Éramos dos indígenas, pero la otra se fue del colegio. Yo sentía que no me discriminaban tanto debido a mis notas, por tener capacidad de liderar y en el deporte también: practicaba sóftbol, voleibol y basquetbol. Era la presidenta de la selección de sóftbol. También fui presidenta en un comité femenino por 3 o 4 años. Eso me daba la posibilidad de tener un nivel superior a los que no eran indígenas.

Usted salió del colegio en 1971. ¿Cómo encontró una beca para estudiar como auxiliar de odontología en Medellín?
Cuando terminé el bachillerato no veía otra cosa que ir a las reuniones de las comunidades. Desde ahí siempre estuve con las autoridades. Hubo una época en la que llegaron misioneros que empezaron a valorar otras cosas. No solo los que llegaban con una camándula, a rezar y enseñar el catecismo. Predicaban el evangelio, pero también eran profesionales, sociólogos, enfermeros y médicos, se centraban más en la atención del individuo. Eso nos abrió un campo importante. Una monja que se llamaba Aura Estela Benavídez, que estaba allá en la Sierra, supo de la beca a través del Club de Leones de Valledupar y me lo propuso.

Entonces decidió estudiar durante dos años odontología.
Me dijeron que era odontología social y esa parte social siempre fue un tema para mí. Eso era lo que yo hacía, andar con la gente, tener la oportunidad de conocer diferentes comunidades en la Sierra. La teoría me gustaba. Hablar de histología o fisiología me parecía una cosa interesante. Saber cómo le funciona a uno el cuerpo, las cosas. Pero en la práctica, ¡ay! qué pereza esos laboratorios y leer las radiografías.

¿Usted fue la primera mujer indígena de su comunidad en ir a la universidad?
Yo no conocí otra y en la historia que tenemos parece que no.

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Eso nos obligó a estar en el Caguán para que las Farc no cumpliera ese propósito. Las Farc me amenazó, los paramilitares también y los militares, pues también, por supuesto

Usted tuvo que revisar los dientes de las personas del pueblo arhuaco. El mambeo es una tradición de muchos pueblos indígenas que consiste en mascar la hoja de coca con fines espirituales. ¿Esa práctica tiene efectos en la dentadura de la población indígena?
Yo creo que los ojos lo engañan a uno cuando uno no ha sido capaz de ir más allá de lo que ve y conocer bien de fondo. De pronto encuentran que los dientes tienen que estar blancos, es la costumbre. Pero realmente está comprobado que los que mambean permanentemente conservan mejor los dientes, y los que no, estamos más expuestos a perderlos como en el caso de las mujeres. Creo que la fricción permanente le produce un tipo de limpieza que hace que estos ácidos salgan y los hombres, por supuesto, cada vez que mambean se enjuagan sus dientes. Hay otras prácticas que ellos hacen para la higiene constante.

En Colombia hay un estigma con la planta debido a sus usos ilícitos. Ahora como embajadora, ¿cree que es posible cambiarlo?
Hay que intentar que la humanidad y la sociedad colombiana entiendan que no hay planta que no sea sagrada. Las plantas tienen vida, cumplen una función para que tengamos el aire, agua, los animales vivos, un control ecológico para nosotros estar bien. Esa interpretación que les damos socialmente a las plantas debería ser llevada al sistema de gobierno para que se reconozcan las plantas como sagradas. Lo que no es sagrado es el mal uso de las plantas, que les han dado el nombre de cultivos ilícitos, cuando la planta no es que sea ilícita. La coca es una de las plantas que para nosotros es femenina, que representa a la mujer arhuaca, la mujer indígena de la Sierra. Y por eso, los hombres arhuacos la portan siempre como su compañera; simboliza el complemento de la mujer. La coca es sagrada por eso.

¿Ejerció la odontología?
Como venía becada por recursos humanos del Ministerio de Salud debía regresar al territorio y trabajar en el consultorio odontológico. Pero yo siempre seguí haciendo activismo. Cuando fui a las comunidades vi que estaban abandonadas. Me fui desplazando con mi auxiliar del consultorio –que también era arhuaca– y prestábamos servicio de odontología a quien pudiéramos prestar. Salía del consultorio, lo dejaba cerrado y me iba 8 días o más. Pero los misioneros me acusaron ante los políticos de Valledupar de no estar en el consultorio y se volvió una cuestión política porque venía de la Universidad de Antioquia donde estaban los grupos del ELN. Dictaron una orden de captura contra mí. Tuve que quedarme seis meses en la Sierra. No podía bajar a Valledupar.

Leonor Zalabata

La ex embajadora María Emma Mejía estuvo reunida con la embajadora designada ante la ONU, Leonor Zalabata.

Foto:

Tomada de Twitter: @MariaEmmaMejiaV

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En 1981, ustedes empezaron a manifestarse para expulsar a los capuchinos. El 12 de agosto de 1982 los acusaron a usted y a su comunidad de secuestrar al obispo de Valledupar, Monseñor José Agustín Valbuena Jáuregui. ¿Qué pasó?
Los indígenas nos habíamos tomado nuestro propio territorio. Tres días y tres noches. Cocinábamos y vivíamos ahí. Y, claro, eso era una situación desconocida en esas instalaciones de la misión. Por eso, el obispo decidió subir a la Sierra y llegó a las 7 a. m. para hablar con sus misioneros. Hora y media después, cuando intentó salir, tres mujeres le hicimos cordón humano para poder detener el carro. Ya habían llegado todos los arhuacos. La voz de una autoridad arhuaca le dijo: “Si quiere, mátelas, écheles el carro”. Mientras tanto, aproximadamente 40 arhuacos rodaron un tronco de unos 3 o 4 metros muy grande de eucalipto, que era de ellos mismos y lo atravesaron en la carretera. Así que al obispo le tocó quedarse en sus instalaciones y dialogar con nosotros. Entonces, claro, eso hizo decir que nosotros habíamos secuestrado al obispo.

¿Y qué dijeron?
Ya en la radio, en la televisión, en los periódicos, sale la noticia del secuestro. Al día siguiente llegó el Ejército, pero ya estábamos en la negociación. A ellos se les invitó a la reunión del diálogo y se dieron cuenta de que no había secuestro ni retención, sino que se estaba definiendo una situación que los indígenas necesitábamos, así que se retiraron. Cuando el obispo ya había negociado 4 o 5 puntos, el cabildo gobernador de ese momento le plantea: “Es que a nosotros lo que más nos interesa es el territorio, nos interesa la tierra”. Este le responde: “Es que cuando la misión o yo me tenga que ir de aquí, no pienso llevarme ni siquiera una palma de tierra en mis manos de ustedes. Si usted cree que es por eso que nosotros vamos a robarles las tierras, pues nos vamos”. Y así parecía que se cerraba esa lucha de 67 años. Pero se demoraron otro año y tuvimos que ir a Bogotá 64 arhuacos a hablar con el expresidente Belisario Betancur en Palacio para acordar una reunión de alto nivel. Finalmente se definió la terminación de la educación con- tratada y la salida de la misión capuchina del territorio arhuaco a partir del 84.

Entre el año 2000 y el 2002, usted hizo parte de los fallidos diálogos de paz en el Caguán durante el gobierno del expresidente Andrés Pastrana. ¿Cómo consiguió hablar con los grupos armados y qué logró?
Lo que pasó es que en esa época se abrió una mesa de diálogo entre la sociedad civil y la guerrilla de las Farc, autorizadas por el mismo presidente. Tuve la oportunidad con autorización de mamos y autoridades para llegar a ese lugar con la comisión de la sociedad civil, porque en el pueblo arhuaco estábamos amenazados de reclutamiento forzado. Llegaban con parlantes y una lista que identificaba a los jóvenes que iban a ser reclutados. Eso nos obligó a estar en el Caguán para que las Farc no cumpliera ese propósito. Las Farc me amenazó, los paramilitares también y los militares, pues también, por supuesto. Era una época muy tensa. Pero yo siempre me sentí acompañada por la misma comunidad, sin descartar el acompañamiento internacional a través de sus mecanismos. Finalmente lo conseguimos. Pudimos evitar el reclutamiento de jóvenes arhuacos, todos los indígenas de la Sierra Nevada y otros pueblos que tuviera en conocimiento las Farc.

¿Con quién habló allá?
De los hombres que reconocí estaban Raúl Reyes, Iván Ríos y otros comandantes que no identifiqué. Pero sí estaba el mando de Reyes, con los que conseguimos evitar el reclutamiento. Fue mínimo, aunque hubo algunos.

¿Qué le dijo al secretariado?
Yo primero les dije que hacer presencia en esa reunión tenía que ver con una amenaza que teníamos del Bloque Norte y debido a que en otros pueblos sí se venía reclutando mucha gente indígena, nosotros por cultura no podíamos participar en conflictos externos o problemas. Así que nos explicara la intención de reclutar indígenas arhuacos en sus filas. Segundo, poner en consideración lo que mandaba la cultura, la tradición y que ir en contra de la tradición era exterminar un pueblo. Ellos asumieron la opinión y nos dijeron públicamente que tenían dificultades porque era muy difícil la comunicación entre los diferentes comandos en esa época. Y me dijeron: “En una semana, nosotros intentaremos haber hablado con el Bloque Norte. Nosotros también consideramos que no deben reclutarse indígenas”. Es una política para ellos, pero que en los bloques se daban decisiones que a veces no las consultaban.

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La ley madre de Colombia reconoció que aquí vivíamos otros, que somos originarios de aquí, que no hemos venido de ningún lado, que no hemos sido colonizadores de nadie y que existimos. 

Es llamativo que usted ha liderado por mucho tiempo a su pueblo. Por ejemplo, en el cierre de campaña de Gustavo Petro la enviaron a usted a hablar. ¿En qué momento se ganó esa autoridad?
Yo creo que más que una autoridad era la confianza que había conmigo. El hecho de ser una persona constante y permanente en los propósitos que tenía el pueblo arhuaco. Siento que mi formación política se la debo a muchos líderes arhuacos y autoridades tradicionales, como los mamos, y creo que esa confianza fue recíproca. Eso me hizo sentir siempre segura.

La mayoría de los mamos son hombres. ¿Alguna vez ha sido difícil para usted como mujer? ¿Qué le dijeron sobre su nombramiento?
Fue bonito. Ellos me habían mandado a llamar. Cuando supieron que yo no estaba en Nabusimake –el centro espiritual del pueblo arhuaco–, mandaron una carta a Valledupar invitándonos. Los mismos mamos ya me decían embajadora. El tema del feminismo en Colombia está mal enfocado para pueblos indígenas. Eso debe hablarse desde la cultura. La energía es femenina, se considera parte complementaria de la energía masculina y eso tiene que ver con la complementariedad que hay en la naturaleza. Está el sol, pero también está la tierra. Está la luna, pero también está el sol que amanece todos los días.

¿Qué significa ser indígena en el mundo contemporáneo?
Creo que ser indígena en la actualidad significa mantener unas raíces ancestrales, prácticas que han venido de generaciones milenarias, y aún nosotros podamos vivir con vestidos y lenguas diferentes, en territorios que se mantienen con las tradiciones. Para los indígenas que estamos vivos hoy, es la capacidad de relacionarnos con otras culturas que también son valiosas y nos hacen sentir que siendo diferentes somos iguales.

En un país tan diverso como Colombia, ¿es posible crear más diálogos permanentes entre las diferencias desde la voz indígena?
En Colombia sí hay posibilidad de diálogo y el más concreto que se hizo fue el de la Constituyente de 1991. Allí el país cambió y no lo cambiamos nosotros los indígenas. La ley madre de Colombia reconoció que aquí vivíamos otros, que somos originarios de aquí, que no hemos venido de ningún lado, que no hemos sido colonizadores de nadie y que existimos. Ese reconocimiento de la diversidad cultural fue obra de esa Constituyente del 91, que es la realidad del país.

Revista BOCAS #120

La portada de la edición #120 es el fotógrafo, periodista, ambientalista y alpinista Andrés Hurtado.

Revista BOCAS #120

La portada de la edición #120 es el fotógrafo, periodista, ambientalista y alpinista Andrés Hurtado.

Gracias por leer.
Esta entrevista fue realizada por Gabriela Herrera Gómez.
Fotos Ricardo Pinzón
Revista BOCAS
Edición #120 Agosto – Septiembre

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