Gustav Mahler: pasión por la música

A la memoria de Héctor Ceballos Garibay

Como periodista profesional, entiendo de música popular lo suficiente para comentarla y criticarla en forma positiva, soy un amateur diletante; sin embargo, no soy un especialista en Gustav Mahler. Tampoco pretendo saber mucho de música clásica o seria, esa música con atriles, partituras y salas de concierto donde no se debe ni toser. Con dificultad puedo seguir la interpretación de una partitura musical, pero no puedo interpretarla por mi cuenta en un instrumento musical ni siquiera tratando de chiflar. Tengo oído de artillero; lo sé, no lo niego. Debo escuchar muchas veces las grabaciones para poder atreverme a dar un juicio de valor sobre ellas como música.

No obstante, mi pasión mística por este arte me ha llevado durante más de sesenta años a querer escuchar y entender todo lo que exista como música en la historia del mundo; absolutamente todo, sin exclusiones. Igual oigo cumbia que tango y música wenge. De manera que muy pronto en la vida di de bulto y gustoso con la música de las orquestas sinfónicas, a la que bien podemos llamar la gran música de Occidente.

En la casa familiar, ese tipo de música nunca lo escuchábamos. Lo más cerca de lo “clásico” que estaba en la raquítica discoteca de mi padre era un disco de la orquesta de Mantovani, nada que ver con la auténtica música seria. Lo demás era más bien jazz y música popular norteamericana, aunque afortunadamente nunca ingresaron allí cosas tan cursis como las orquestas de Ray Conniff o Paul Muriat, a las que la masa ignara clasificaba como “música semiclásica”, je je.

Cuando tenía nueve años, en 1961, descubrí Radio Universidad, gracias a un melómano amigo de mi padre, el doctor Luis Rivera Pérez. Durante la adolescencia, en esa estación encontré la música excelsa de Bach, Mozart, Beethoven, Liszt, Wagner, Stravinsky, Schoenberg… Los Clásicos. También en Radio Universidad encontré el jazz según don Juan López Moctezuma. Pero la mayor parte del tiempo la ocupaba oyendo rock, mucho rock, en Radio Capital y en La Pantera 590. Me interesó seriamente el jazz después de que cumplí 25 años y entonces pude entender que el blues no era rock ni jazz exactamente.

Así que mi pasión esencial por la música se ha centrado de modo intenso en el rock, el blues y el jazz. Pero eso no ha impedido que escuche también música latinoamericana y música africana y música de todos los tipos que haya y de todo el mundo y sobre todo no ha impedido que de modo constante escuche música clásica, pues desde esa experiencia modulo mis juicios y comentarios de crítica musical. He contado con maestros excepcionales para saber apreciar la música de élite y de vanguardia. Dos nombres decisivos son los de Miguel García Mora y Julio Estrada.

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Llegué a la música sinfónica de Gustav Mahler, como a muchas otras cosas decisivas de la existencia humana, por medio del cine. Hace ahora cosa de cincuenta años que vi en una sala cinematográfica de pantalla grandotota la película Muerte en Venecia de Luchino Visconti. Me asombró esa versión fílmica de la magnífica novela de Thomas Mann sobre la vejez de un gran músico y la belleza de la juventud. Allí se escucha como tema musical decisivo el Adagieto de la Quinta Sinfonía de Mahler. De inmediato esa compleja melodía me sedujo de modo misterioso, se adueñó de mi alma. Compré de inmediato un álbum no muy caro con la sinfonía grabada en dos discos de vinil, discos que perdí hace mucho tiempo y no recuerdo ahora el nombre de la orquesta ni el del director. Pronto contaba con más de tres versiones de orquestas y directores diferentes de la Quinta Sinfonía. La primera vez que la escuché en vivo fue con la OFUNAM, dirigida por el maestro Enrique Diemecke, allá a mediados de los años ochenta del siglo pasado. Desde que la oí por vez primera en la película de Visconti hasta ahora, la música de Mahler ha ocupado un lugar cada vez más importante en mi vida. No solamente me gusta; lo decisivo es lo que me lleva a pensar, ya que cada vez que la escucho siento que madura mi gusto musical y que mejora mi idea de la realidad de la existencia.

Con Mahler, para mí no existe pierde, todo es atinarle a La Música. El suyo es un arte supremo que me transforma en un ser mejor, como poeta y como ser humano. y como espíritu libre me reconcilia conmigo mismo ahora que tengo 70 años y creo saber quién soy. Por ello es que me atrevo a escribir este comentario de “villamelón honesto y voluntarioso” sobre la segunda de sus nueve sinfonías completas, dado que la décima quedó inconclusa.

Quienes entienden de música y Mahler, espero que perdonen mi atrevimiento lírico de neófito. Digo lo que siento y pienso en forma íntima. Con ello espero al menos arrancarles una sonrisa cómplice, por el gusto de compartir música tan excelsa como la de la Segunda Sinfonía. A quienes sí espero ser útil con este artículo es a los que no conocen todavía la música de Gustav Mahler y la escuchan sintiéndola próxima y distante, como me ha pasado a mí, y quieren, como yo, entender un poco mejor lo que les provoca la escucha de esta obra efectivamente monumental. Y en todo sentido, por medio de este escrito quiero conectar con quienes aman la música por ser música, más allá de las etiquetas y los géneros, más allá de los méritos y las erudiciones hueras.

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Comento aquí una composición para orquesta sinfónica de Mahler. Como decía líneas atrás, en total nos legó nueve completas y dejó una inconclusa, todas ellas de elevada calidad y sublime espiritualidad. Por esta razón lo considero el último gran compositor de sinfonías de largo aliento, de acuerdo a la tradición clásica y romántica de Occidente. Después de él, durante todo el siglo XX nadie consiguió componer piezas musicales de tal monumentalidad y en tal cantidad; más bien, la tendencia desde el siglo pasado hasta ahora es componer temas sinfónicos de menor duración y con otras inquietudes de forma y contenido.

Es importante saber que con estas composiciones de Gustav Mahler se va a escuchar música pura, música que pide toda nuestra atención intelectual para transmitir completo su mensaje polisémico. No es música para ponerla de fondo al realizar nuestras actividades habituales, porque es música capaz de transmitir grandes ideas sobre el sentido de la vida y el valor superior de la existencia humana, conceptos de un arte musical que desea transmitir lo más sagrado del cosmos, la belleza que se autoafirma más allá de la religión y los dioses, la grandeza de la música en sí. Ser una idea que se siente en lo que se escucha, un significante material concreto sin significado referencial inmediato, un signo que libera el pensamiento. Con la música cada quien siente y piensa lo que puede pensar y sentir de verdad; entonces, la música de Gustav Mahler no quiere representar la realidad, quiere trascenderla, quiere agregarle la presencia de lo trascendente, lo que no se puede decir con palabras y signos abstractos, lo que está ahí, en el misterio de los misterios del poder de la música como comunicación de lo sagrado esencial.

También me parece importante tener alguna idea sobre la vida real del compositor y su época, dado que las sinfonías de Gustav Mahler constituyen de una manera muy clara su autobiografía alegórica o espiritual. Son la crónica de su vida transmutada en figuras musicales de arte libre, hecha una obra de arte ejemplar para la evolución de la humanidad hacia un mundo siempre mejor, más humano e igualitario. Son piezas musicales que nos hablan de una vida concreta que sostiene y transmite verdades concretas para toda otra vida concreta que le preste atención, grandes verdades que se presentan ya mismo en la emoción causada por la escucha de esas melodías y armonías. Porque también estas nueve grandes sinfonías constituyen una crónica espiritual o metafísica de lo que fue el paso del siglo XIX al siglo XX, lo que ha sido llamado la Bella Época, un período con Europa como centro y de una duración aproximada que va de 1880 a 1914. El momento en que se echó a andar la urbanización global del proyecto del tardocapitalismo financiero, proceso histórico que desembocaría en el golpe brutal de la Primera Guerra Mundial y que durante el período de entreguerras desembocará necesariamente en el absurdo existencialista y la rebelión del arte abstracto y conceptual.

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La vida de Mahler se puede conocer fácilmente hoy día gracias a la información presente en la internet. Aquí la resumiré brevemente.

Gustav Mahler nació el 7 de julio de 1860 en Kaliste, Bohemia, Austria-Hungría (hoy República Checa). Hijo de Bernhard Mahler y Marie Herrmann. Se crio en el seno de una familia judía de lengua alemana. Sus padres regentaban una posada. Solo seis de sus trece hermanos llegaron a adultos.

Con cuatro años empezó a tocar el viejo piano de sus abuelos y no tardó en exhibirse como un virtuoso. Cursó estudios en el Conservatorio de Viena y de Filosofía en la misma ciudad. En vida tuvo mucho más éxito como director que como compositor.

Es autor básicamente de diez sinfonías, además de la monumental “La canción de la Tierra”. Su existencia siempre fue una búsqueda de sentido al sufrimiento humano. En 1880 fungió como director asistente en Bad Hall, Austria, y como director de ópera en distintas ciudades europeas como Kassel, Praga, Leipzig, Pest o Hamburgo.

Tres veces apátrida (como bohemio en Austria, como austriaco entre los alemanes, como judío en todas partes), logró triunfar en una Europa central donde el antisemitismo era doctrina casi oficial. Mahler tuvo que convertirse al catolicismo para acceder al puesto de director de la ópera vienesa, el cargo que más ansiaba ocupar.

En 1897 fue nombrado director artístico de la Ópera Imperial de Viena. En 1907 se trasladó a Nueva York, donde dirigió la Metropolitan Opera y de 1910 a 1911 la Filarmónica.

Sus complejas composiciones orquestales son grandiosos mosaicos de color con una profunda melancolía, en los que se mezclan ingredientes de lo más variado como marchas militares o melodías populares. La gran obra sinfónica Das Lied von der Erde (“La canción de la tierra”, 1908) y cuatro de las nueve numeradas incluyen voces solistas.

De los ciclos de canciones Kindertotenlieder (Canciones de los niños muertos, 1902) y de la colección de canciones titulada Des Knaben Wunderhorn (“El cuerno maravilloso de la infancia”, 1888) hay versiones con acompañamiento orquestal y de piano. Las Lieder eines fahrenden Gesellen (“Canciones de un camarada errante”, 1883) tienen acompañamiento orquestal. También compuso canciones para voz y piano y una décima sinfonía, que dejó inconclusa.

Con Alma Marie Schindler (Alma Mahler), de la que le separaban veinte años y quien influenció su creación musical, contrajo matrimonio el 9 de febrero de 1902. Alma ya estaba embarazada de su primera hija, María, que nació el 3 de noviembre de 1902. Dio a luz a una segunda hija, Anna, en 1904. Gustav estaba profundamente enamorado de Alma, incluso tras descubrir que le era infiel con el famoso arquitecto Walter Gropius. Trastornado por su infidelidad, llegó a someterse a una sesión de psicoanálisis con Sigmund Freud.

En 1907, su hija María, de sólo cuatro años, fue diagnosticada con una lesión cardíaca aguda y falleció al poco tiempo. Toda la angustia y la pena de Gustav ante esa muerte abrió el camino para las que habrían de ser sus tres últimas obras: la canción-sinfonía Das Lied von der Erde (compuesta en 1908), la Novena Sinfonía (comenzada ese año y terminada en 1910) y la Décima Sinfonía (inconclusa) que fue esbozada en 1910.

Gustav Mahler murió el 18 de mayo de 1911, a causa de una endocarditis bacteriana, en el sanatorio Loew de Viena. Sus restos yacen, conforme a su voluntad, en el cementerio vienés de Grinzing.

Mahler puede ser considerado como el último de los grandes románticos y el primero de los grandes modernos. Sus sinfonías sintetizan el camino recorrido desde Haydn y Mozart hasta Beethoven y Brahms, al mismo tiempo que expresan una firme voluntad de lucha individual contra las influencias, para conseguir ser un compositor original y auténtico, con un estilo inconfundible; para crear en definitiva una obra musical con personalidad propia. Cada sinfonía que compuso tiene la estructura subjetiva en movimientos que el compositor consideró absolutamente necesaria, no siguen un modelo matemático previo, buscan expresar verdades del alma y no mera geometría de melodías y armonías, quieren ser la voz del espíritu universal. También las denominaciones de los movimientos dejan de ser una cuestión técnica y devienen indicaciones de espiritualidad para quienes las interpreten.

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Para poner en contexto la Segunda Sinfonía en Do Menor de Gustav Mahler, conviene decir que la Primera Sinfonía en Do Mayor marca un hito en la historia de la música occidental, como también en la obra del mismo Mahler. Su entrada en la escena musical con una sinfonía fue un acontecimiento estruendoso para su época. Mahler ya había ganado fama como director de orquesta, el público y la crítica dudaban de sus posibilidades como compositor. Sin embargo, buscó vencer su temor a sólo repetir lo logrado por sus maestros y modelos y por ello invirtió toda la fuerza de su plena juventud creativa para producir una obra capaz de romper de modo sublime con el pasado, para hacer ingresar de modo sagrado el porvenir.

Todo eso ocurre con la Primera Sinfonía que se conoce también con el título de “Titán”, por estar inspirada, más no basada, en la lectura de una novela de Jean Paul Richter que tiene ese título; porque el concepto filosófico puesto en juego por la pieza intenta crear un héroe poético trascendental, como el Hiperión de Friedrich Hölderlin o el Zaratustra de Friedrich Nietzsche. Un ser capaz de darle sentido al avance de la historia a través de su búsqueda de lo auténtico, su esencia esencial, su plena razón de ser, para sí y para la humanidad entera. Esa vital utopía romántica que iluminó a la Viena de la Bella Época.

En el aspecto musical concreto, la primera gran sinfonía de Mahler sintetiza toda la música occidental que le precedió, lo que resalta la presencia del canon de origen medieval “Martinillo, Martinillo, ¿duermes ya…?” y la transfiguración cromática del punto climático del “Mesías” de Haendel.

La trama simbólica de la Segunda Sinfonía comienza en el momento en que el Titán de la Primera Sinfonía ha muerto como cuerpo vivo, porque el héroe de Mahler no es un dios ni un semidios, sino un ser humano con voluntad de poder, un ser que debe morir para cumplir su destino. Nos encontramos en su funeral y la gran obra musical invoca, también de modo muy humano, su resurrección, precisamente como ser humano, es decir, su ingreso en la inmortalidad como parte de la memoria de la humanidad. Por ello esta sinfonía también se conoce por el título de “Resurrección”.

Después de poner a prueba a su público con la primera, en esta Segunda Sinfonía Gustav Mahler quiso manifestar todo el poder de sus dotes como compositor, planteando  una obra en verdad monumental. La sinfonía emergió inicialmente como un poema sinfónico que tendría por título “Ritos fúnebres”; pero su guía y mentor, el director Hans von Bulow, la reprobó, calificándola como “antimusical”. Mahler se desilusionó con tal juicio, pero continuó trabajando en ella, ampliándola y perfeccionándola. Al fallecer Von Bulow, Gustav escuchó en el funeral una musicalización de la oda Aufersteh’n (“Resurrección”) del poeta alemán Friedrich Gottlieb Klopstock. Aquello fue una revelación y decidió terminar su obra con su propia musicalización de dicho poema, al que efectuó algunas modificaciones para adecuarlo a su concepto musical.

En su versión definitiva, esta sinfonía se compone de cinco movimientos.

I. Totenfeier (“Ritos Fúnebres”). Allegro Maestoso. Mit Durchaus ernstem und feierlichem Ausdruck (“Con expresión bastante seria y profunda”). Es una marcha fúnebre de gran solemnidad, con una duración aproximada de media hora. Su estructura corresponde a la forma sonata, donde se presenta un tema y luego se desarrolla de modo contrastante, dialéctico, hasta llegar a una conclusión en la cual se sintetiza la forma general del movimiento. Nos encontramos en el primer momento de la muerte del héroe, la hora en que se comprueba que ya no hay vida en el cuerpo. El primer rito de respeto humano ante la muerte definitiva de otro ser humano. Los cambios en la música corresponden a lo violento y colérico de no poder hacer nada contra la muerte.

Mahler pide expresamente que al final de este movimiento se guarde un silencio luctuoso de cinco minutos completos. El concepto de la pieza bien lo amerita, es tiempo para meditar en lo que somos y dejaremos de ser. No obstante, los directores de orquesta rara vez obedecen este mandato y por lo general sólo guardan un minuto de silencio. En otros casos, los cinco minutos se guardan entre el tercero y el cuarto movimientos, para permitir el ingreso en escena de las solistas y los miembros del coro.

II. Sehr gemächlich (“Muy tranquilo”). Andante moderato. El segundo movimiento es un minueto con duración de aproximadamente diez minutos. Una melodía cargada de serena melancolía, aunque con sus debidos sobresaltos románticos. Corresponde al momento de la resignación ante la muerte consumada; el momento en el que el cúmulo de las memorias hace entender que quien ha muerto puede pervivir en la memoria. Queda la fuerza del recuerdo, la primera señal de una inmortalidad realmente posible.

III. In ruhig fliessender Bewegung (“Con un movimiento tranquilamente fluyente”). El tercer movimiento es un scherzo con duración también de diez minutos. La estructura es de un tema, un contra-tema y un regreso al tema inicial, todo esto desplegado en forma jovial por la orquesta entera, aunque sin perder el tono solemne de la obra. La melodía proviene de una canción del conjunto que Mahler título “El cuerno maravilloso de la infancia”. La canción en cuestión lleva por título “San Antonio de Padua predicando a los peces”. De acuerdo con la tradición clásica, el scherzo debe venir después del minueto y de tal forma compone Mahler este movimiento en el cual se siente la emoción de los peces ante la prédica de la buena nueva por parte del santo. Es el momento cuando el peso de la muerte se aligera, pues se reconoce como algo necesario, un punto decisivo para la existencia. La resignación se transforma en la esperanza de que el dolor humano tenga sentido metafísico, porque es necesario para el ser auténtico. Sin dolor, no hay vida real ni muerte digna.

IV. Sehr feierlich, aber Schlicht. Nicht schleppen (“Muy solemne, pero simple. Sin arrastre”). “Urlicht” (“Luz prístina”, texto de “Das Knaben Wunderhorn”). Con el cuarto movimiento de esta gran sinfonía, la esperanza se transforma en la invocación de la resurrección. La composición dura cinco minutos solamente. Aquí comparto, por claro y exacto, lo que comenta al respecto el texto de la Wikipedia en español: “El cuarto movimiento, ‘Urlicht’, es otro lied del Wunderhorn que lo canta de hecho una soprano alto, a quien Mahler le pide que cante como un pequeño niño celestial. En esta parte de la obra es donde Mahler agrega la voz humana al aparato de interpretación por primera vez en su obra sinfónica. La canción “Urlicht”, del ciclo de canciones de Mahler Des Knaben Wunderhorn, apenas difiere de este movimiento sinfónico. Según la amiga de Mahler Natalie Bauer-Lechner, el músico dijo de este movimiento: “La ‘luz pristina’ es el cuestionamiento y la lucha del alma sobre la cuestión de Dios y sobre su propia existencia divina más allá de esta vida. El breve movimiento ocupa una posición clave en la concepción de la obra. Responde a las preguntas del scherzo anterior e introduce el final, la cantata sinfónica, que también es vocal. La forma de tres partes del movimiento se abre con un lema en el que se pone música al primer verso de la canción. La canción suena como un coral solemne pero sencillo. En el delicado piano de los acordes de cuerdas que lo acompañan, la contralto entona el primer verso, mismo que es respondido en un tono solemne por un coro de metales. Los versos importantes ‘El hombre está en gran angustia, el hombre está en gran dolor’ permiten que el sonido se deslice brevemente a la tonalidad menor. Mahler utiliza una gran cantidad de cambios de compás en esta parte del lied. La segunda parte es un poco más conmovedora y animada. En esta parte se yuxtaponen claramente los contrastes del lied. Elementos folclóricos como el solo de violín con acompañamiento de clarinete se contraponen con partes mucho más sensibles que son encarnadas sobre todo por la contralto solista. La sección central móvil también se caracteriza por numerosos cambios. Mahler pone vívidamente música a la visión descrita del ángel, mediante el uso explícito del arpa y el glockenspiel. La última parte, que es importante en términos de contenido, trata de los dos últimos versos que representan la transición al finale. La música recupera la forma sencilla y solemne de la primera parte. Los motivos que ahora son más apremiantes se derivan de la primera parte del lied. El texto dice en este punto: El buen Señor me dará un poco de luz, me iluminará para la vida eterna bienaventurada. La idea de la vida eterna representa la conexión entre la celebración de los muertos y la resurrección y conduce directamente al final”.

V. Wild herausfahrend Wieder zurückhaltend Langsam. (Misterioso “Conduciendo salvajemente – Cauteloso de nuevo – Lentamente. Misterioso”). Im Tempo des Scherzos. Auferstehung (“Resurrección”, texto de Gottlieb Friedrich Klopstock y Gustav Mahler). El último movimiento es el más extenso de la sinfonía. Su interpretación dura más de media hora. La intervención del coro lo liga con la Novena sinfonía de Beethoven. El texto de esta parte de la obra es un poema de Klopstock, al que Mahler le agregó lo que consideró necesario para el concepto de la sinfonía, lo cantan la contralto y la soprano. Para que el coro se les integre y canten su confianza en que el ser amado muerto habrá de resucitar algún día, tal es la promesa sagrada del amor y del arte. La solemnidad y seriedad de la obra se incrementan hasta alcanzar lo excelso. A mi humilde entender, no hay música más bella ni más humana para transmitir nuestro deseo de eternidad con sentido, sin perder el digno respeto al misterio de la muerte definitiva. La piel se me pone de gallina y ruedan lágrimas de gran emoción desde mis ojos. Quedo totalmente conmovido, transfigurado. Me hablan claro todas mis gentes muertas y luego toda la gente muerta de la historia, sus voces suenan efectivamente a resurrección y me afirman con dulzura melancólica que vale la pena vivir.

Se piensa que de las nueve sinfonías compuestas por Mahler ésta puede ser reconocida como la más grandiosa y perfecta, aunque también se piensa que la Tercera y la Novena están a su altura musical y espiritual. En esta ocasión he escrito sobre la Segunda, muy pronto espero poder comentar de igual modo en este Diván las otras dos.

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Debido a su trascendencia en la historia de la música y de la cultura, existen muchas interpretaciones en concierto de esta Sinfonía No. 2 “Resurrección” en Do Menor, de Gustav Mahler. También es importante en cantidad y calidad el archivo de grabaciones existentes de esta composición musical (mucho de lo mejor se encuentra en acceso directo y en línea por los espacios de internet). Yo aquí sólo quiero atreverme a recomendar una grabación en vinil de la compañía Columbia, del año 1958, que se puede encontrar fácilmente en YouTube. Ésta es la interpretación de la Filarmónica de Nueva York conducida por el maestro Bruno Walter, con Emilia Cundari (soprano), Maureen Forrester (contralto) y el Coro de Westminster con John Finley Williamson como maestro de coro.

Walter fue discípulo, amigo, transcriptor e intérprete directo de Mahler, sus versiones como conductor buscan transmitir con fidelidad arqueológica lo que significó esa música dirigida por su mismo autor.

Gustav Mahler: pasión por la música