Renato Garín: «La Convención solo podía soportarse desde el humor»

El autor de «El Fracaso» desclasifica en El Desconcierto sus peleas con Agustín Squella y Jorge Baradit, habla de su aversión a Giovanna Roa, Cristina Dorador y Jaime Bassa, y cuenta por qué Bernardo de la Maza lo bautizó «Renato de la mierda». También relata su encuentro con un fantasma en el ex Congreso: «Estaba avisando que iba a quedar la cagá».

Impactado por los adornos navideños en plena quincena de noviembre, Renato Garín González (36) exclama: ¡Así es el capitalismo salvaje, compañera!. La cajera del café sonríe nerviosa, tratando de no incomodar al cliente que acaba de pedir un latte.

Estamos en las cercanías del metro Alcántara, caminando por avenida Providencia, y lo imagino en sus solitarios paseos por el centro, arrancando de los plenos y las reuniones de comisión para recorrer las galerías del centro, entre tiendas de calzoncillos, cines porno y colecciones de numismática, disfrutando del aroma de las peluquerías de depilación. O llegando a Plaza de Armas para intercambiar opiniones con una prostituta que se hace llamar Marilyn. Todos hechos narrados en «El Fracaso: cómo se incendió la Convención» (Catalonia, 2022), su último libro.

De pronto, el exconvencional se queda mirando un vehículo gris marca Audi mientras sale de un estacionamiento. Eso es lo que no entiendo, se supone que estamos en un país en crisis, pero salen y salen autos de lujo, reflexiona.

Llegamos a la plaza Mustafa Kemal Atatürk, erigida a pasos de la Escuela Militar en honor al general turco que ganó la batalla de Galípoli en la Primera Guerra Mundial. Nos sentamos en una banca. “Tengo unos 45 minutos, compadre”, dice mientras mira el celular. 

– ¿Por qué fracasó la Convención?

Hay tres niveles de explicación. La primera es la más fácil, la más difundida y la que le queda mejor a los políticos, y que dice que aquí hubo una serie de escándalos que afearon el panorama e hicieron incomestible el producto.

La segunda tesis, también muy difundida, plantea que aquí hubo un desbarajuste político electoral, formado por estos independientes a los cuales se le dieron condiciones irrisorias, que fue un error del sistema electoral.

Hay una tercera tesis, con la que trato de comprometerme en el libro, en la que grupos dentro de la Convención, especialmente los más inteligentes, pusieron en duda la naturaleza jurídica de la institución. Quisieron desparlamentarizar una institución que es un Parlamento, por ejemplo.

– Pero cuando la Convención parte, la lectura era justamente constituir una institución que no se pareciera a ninguna que conocemos. ¿Estaba errada esa premisa?

Es completamente errada, pero igualmente debe ser analizada. Que sea errada no implica que sea políticamente irrelevante.

Generar la Constituyente como algo distinto al parlamento, al gobierno, a todo lo que sea conocido, era conceptualmente inviable. Pero ellos lucharon contra eso durante meses, hasta el final prácticamente. Y eso es lo que yo creo que explica el fracaso: el intento por desnaturalizar la institución.

Siempre estuvieron a regañadientes respecto de los límites de lo que se podía hacer o no en la Constituyente: pedir la libertad de los presos, ir a pararse afuera de una comisaría, convertir la comisión de derechos humanos en una comisión de verdad y reconciliación que escucha testimonios de tortura.

No son excesos ni escándalos, sino intentos por expandir las facultades de la Convención de manera ilegal e inconstitucional.

El reality show de la Convención

– ¿En qué momento pensaste que podía ganar el Rechazo?

Creo que en febrero, cuando la comisión de régimen político, que me tocó integrar, fracasa. En el libro, yo digo que ahí el incendio toca las vigas estructurales del edificio, que se va quemando comisión por comisión.

El clímax ocurrió cuando esta comisión tuvo que traer el nuevo régimen político que va a canalizar las demandas populares y fracasa olímpicamente. A mí me parece que claramente se vuelve el eje político de referencia, si acaso la Convención da el ancho o no. En ese momento hay un clic en la ciudadanía.

– Había que elegir si el sistema era parlamentarista o presidencialista, y si la cámara debía ser bicameral o unicameral. Pero terminó siendo una mezcla de todo. ¿Cómo lo hubieras resuelto tú?

Muy a mi pesar, pienso que no hay otra salida para Chile hoy día que un Presidente de la República y dos cámaras. No veo otro diseño posible. Yo traté de pensar cosas distintas en la Convención, hubo propuestas de diversa índole. Pero me parece que es muy difícil desarmar esa arquitectura histórica.

– ¿Cuál fue el hito que más marcó la Convención? ¿El que más daño le infringió?

Yo pienso que la elección del 4 de enero, porque ese episodio no obedece a un carrete ni a un convencional particular cometiendo un exceso. Sino que es la lógica de la Convención: anárquica, ingobernable, trasnochada, que se exhibe en cadena nacional.

Es muy importante en este análisis la dimensión de las pantallas. La tesis del libro es que esto es una especie de reality show. Son experiencias de tele-realidad que ocurre en las pantallas, no solo en la tele, sino que en la pantalla que cada cual tiene en su bolsillo (muestra su celular).

Todas esas pantallas, el 4 de enero, confluyen en una especie de frustración, de decir que esta gente no logra ponerse de acuerdo en quién los dirija. Efectivamente había mucho en juego esa noche.

– Esa noche decidiste darle tu apoyo a Eric Chinga, lo que terminó boicoteando la elección de Cristina Dorador como presidenta de la Convención…

A mí me parecía vital impedir la elección de Cristina Dorador. Lo digo clara y políticamente. Es una mujer brillante, con un doctorado en Alemania, que habla idiomas y publica papers notables. Es decir, no es una tacha a la persona por su capacidad o incapacidad.

Pero a mí me parece que lo que vimos en el derrape de Loncon con Bassa podía agudizarse, podía volverse crónico con el enfoque poético-científico de Cristina Dorador. En esos primeros ocho meses, ella había tenido diversas apariciones empujando los límites de la Convención, empujando el tema del decrecimiento, empujando normas en su comisión salidas de tono.

Es decir, me parece que intelectualmente su liderazgo estaba muy extraviado. Además, se percibía adentro, y había pruebas suficientes, de que ella estaba muy cercana al Frente Amplio y sonaba como una posible ministra de Ciencias de este Gobierno al salir de la Convención, en el escenario de que todo saliera muy bien y éramos héroes.

Los cuatro jinetes del apocalipsis constitucional

 – ¿Quiénes pagan los costos del fracaso de la Convención?

Hoy día la Convención viaja hacia el olvido, nadie quiere hacerse cargo de ella. Salvo los medios, nadie quiere hablar mucho al respecto. Los convencionales están escondidos en las redes sociales. Hay una apuesta por el manto de silencio, muy chilena por cierto: Pasó la vieja.

– ¿Dónde crees que pasa la vieja?

Eso está en la derecha, que quiere que pase la vieja de manera general, y que el proceso constituyente se achique, ojalá a una cosa muy acotada. Y pasó la vieja en la izquierda, sobre todo en el ala más puntúa. Ellos dicen: «Bueno, qué sentido tiene hoy día hacer otra Convención si la mayoría la va a tener el PDG y el Partido Republicano».

Entonces, pareciera que hay un negocio implícito tácito, como son las cosas en Chile, para no hablar mucho de lo que pasó. Eso es lo que el libro quiere combatir. Es decir, hay que hacer un diagnóstico muy penetrante sobre lo ocurrido, porque se corre el riesgo de que esta sociedad replique lo mismo en algún grado.

– ¿Entonces nadie paga por este fracaso?

Están todos tratando de no pagar los costos, pero yo creo que la figura central acá son los intelectuales, lo que adentro se llamaba el grupo ABVA: Amaya Alvez, Jaime Bassa, Christián Viera y Fernando Atria. Me parecen los cuatro jinetes del apocalipsis constitucional, son los cuatro más dañados en su perfil político.

– Te lo pregunto porque en la opinión pública se ha interpretado como un «premio» la llegada de varios exconvencionales al gobierno… 

Sí, yo creo que hay una lectura política que hacer ahí. Boric y su entorno quieren premiar a aquellos socialistas que hicieron alianza con el Frente Amplio y estuvieron dispuestos a romper la ex Concertación, cueste lo que cueste.

Es bien paradojal que Ricardo Montero esté trabajando con Carolina Tohá, pero lo que se está premiando desde arriba es la idea de que, para hacer tortillas, hay que romper huevos. Y estos convencionales rompieron huevos: Montero, César Valenzuela y Tomás Laibe.

Constanza Schönhaut fue muy disciplinada, creo yo, en llevar las tesis de La Moneda al debate constituyente y en repetir las tesis de Atria y Bassa en la comisión de sistema político.

– ¿Y Pato Fernández?

Su caso es distinto. Él es el típico dirigente fáctico de la élite chilena de esta época, que a ratos es Fernández, a veces es Fernández Chadwick y otras veces es Chadwick a secas. En la Convención navegó por posiciones bien incomprensibles. Tenía una militancia masónica desvergonzada, lo que es anacrónico e inservible.

Él se ha ganado un lugar en la élite de manera fáctica. Sus opiniones jurídicas son muy infundadas. Es un hombre inculto, yo creo. Lo digo responsablemente.

A mí me molestó mucho en la Convención que era socialista cuando le convenía. Muchos de estos liderazgos de la élite, que yo le llamo la fronda, son cualquier cosa. Son lo que sus amigos necesitan que sean. Eso es justamente lo que hizo capotar el país. Si hay algo que la gente común y corriente detesta, son estos amigos que terminan haciendo lo que quieren.

Las peleas de Garín

– Hay una frase tuya en el libro que siento que resume tu sensación: «La Convención está llena, pero yo estoy vacío». ¿Cómo interpretas esa soledad con el paso del tiempo?

Bueno, hay tres niveles de soledad. Primero, la soledad política de ser el único radical. Súmale a eso que el Partido Socialista me dio la espalda, por ende, soy parte de esa isla que queda en el centro político sin espacio real.

Soledad también porque, al venir de la Cámara de Diputados, la izquierda populista y otros sectores como el Frente Amplio decían: «Este está sucio». Recuerda el eslogan: «Dijimos mixta no». Nadie quiere ser amigo de un diputado dentro de la Convención.

En tercer lugar, hay una soledad por los acontecimientos. Es decir, te vas quedando solo porque vas sintiendo que el asunto está fracasando. Mucha gente inteligente hizo lo mismo, terminó arrinconado por este colectivo constituyente que recurre al bullying, a las denuncias en la comisión de ética, a la piñata, a la funa, a la ley del hielo, como si fueran estudiantes de octavo básico.

– Hay un hecho que describes, que es muy decidor, cuando Giovanna Roa se burla de ti en la primera elección de mesa directiva, cuando obtuviste solo cuatro votos…

Con Giovanna en particular teníamos una historia de desencuentros. Ella era íntima asesora de Maite Orsini, el sujeto más conflictivo que yo conocí en la política chilena por lejos. Ella llega a la Convención a ajustar cuentas, no solo conmigo, está prácticamente ocho meses ajustando cuentas. Lo hizo con Jorge Arancibia en un lugar que no correspondía, por ejemplo.

Giovanna Roa representa muy bien esa parte de la sociedad chilena ñuñoína, que no reconoce que el pinochetismo está aquí y es parte de Chile. Ella es un símbolo, porque sus burlas y sus gritos no son solo de una persona con poco criterio, sino que también es una persona muy importante: íntima de Giorgio Jackson y Gabriel Boric, asesora de Maite Orsini, polola de Felipe Heusser, que fue jefe de campaña del Apruebo.

Tiene una serie de amigos del Saint George, de Diseño de la Católica, todo es cuiquerío en el fondo. Ella se desempeñó así, avasallante, desde la burla y el bullying.

– En ese mismo episodio también narras una pelea con Agustín Squella. En el libro hablas de «ladridos que nos emitimos mutuamente». ¿Cómo fue esa pelea?

Bueno, Agustín insistía que Jaime Bassa era la persona indicada para gobernar la Convención. Su argumento, al final del día, era que él era de Valparaíso y que lo conocía hace mucho tiempo. Yo le dije claramente que ahora le están pidiendo el voto, pero que al día siguiente iba a pasar a ser un abuelito gagá y que nunca más lo iban a escuchar. Fue tal cual lo que ocurrió.

Lo usaron todas las veces que pudieron, hasta el final incluso, para que dijera Apruebo. Durante la Convención se burlaron de él todo el tiempo. Agustín, a cambio de un poco de protagonismo, es capaz de cualquier cosa. Lamentablemente, ha escogido el camino de ser el gurú de Vlado Mirosevic, el abuelito de la Convención y eso es lo que le ha quitado mucha lucidez.

Yo creo que Agustín realmente dio la hora en la Convención. De las primeras 100 votaciones, se abstuvo en 50. Tuvieron que explicarle que la abstención no funcionaba así. Es curioso su acercamiento al proceso y que dijera Apruebo al final, porque si alguien se quejó fue él.

– También tuviste un cruce con Baradit, que no aparece en tu libro, pero sí sale en el de él. ¿No lo consideraste importante?

Es parte de la hojarasca, pero Jorge cuenta la mitad. Yo conozco a Jorge hace 15 años, fue el autor del prólogo de uno de mis libros. Entonces, a mí me chocó mucho que una persona que yo consideraba mi amigo me dijera que no quería trabajar conmigo en la instancia más importante del país.

Segundo, porque insistía con los muchachos socialistas de votar por Jaime Bassa. Él no debió haber sido vicepresidente de la Convención, no estaba preparado para ese rol. Sigue sin estar preparado ahora. Un tipo performático, que busca ser un rockstar y no un líder burocrático, que es lo que se necesitaba.

Y Baradit no coloca en su libro una parte: yo le dije que tiene una adicción al porno.

– ¿Él?

Sí, mucha gente lo sabe. Todo su entorno, digamos. Todos estos twitteos del sexo, estos desvaríos con las historias secretas, es un problema freudiano con el porno. En el fondo, él quiere escribir porno.

Y por supuesto, la clave de Jorge, al igual que en Giovanna Roa, es el ajuste de cuentas. Él viene 200 años después a decir: Portales era malo, Freire era bueno. La literatura de Jorge es un ajuste de cuentas. Fue el producto perfecto de la Convención: Resentimiento, una pseudo intelectualidad que lo disfraza, y la añadidura del allendismo, que lo hace intragable.

– A lo largo del libro también vas identificando a algunos personajes como los villanos de la película. Jaime Bassa es uno de ellos. Ricardo Montero es otro. ¿Eran tus rivales a vencer?

En la Convención, de los 154, unos 30 éramos personas despiertas que entendieron el momento político. Éramos la minoría.

– ¿Quiénes están en ese grupo?

Montero, Atria, Bassa, Alvez, Viera, Tania Madariaga. En la derecha, Rodrigo Álvarez, Larraín Matte, Bárbara Rebolledo. En los comunistas, Barraza con Bárbara Sepúlveda. En el fondo eran colectivos universitarios en un patio por primera vez en una pega parlamentaria que te encarga la tarea más importante de todas.

Entonces, había hembras alfa y machos alfa. Obviamente, entre los alfa hubo conflictos. Como yo estaba solo, tenía que ladrarle a estos grupos. Pero me parece que los intelectuales son los grandes responsables del asunto porque porque pensaron mal la institución. La desfondaron.

Una Convención «pechoña»

– Hay un prisma con el que has intentado decodificar la Convención, que tiene que ver con la influencia de la Iglesia. De hecho, en el libro haces un repaso: Montero fue discípulo del cura Berríos, Celedón fundador de la Izquierda Cristiana, Alvez fue parte de los Legionarios de Cristo en su juventud, entre otros. ¿Por qué le atribuyes importancia a eso? 

A ver, estamos de acuerdo que en la Convención se expandió y se llevó hasta el límite la idea de la refundación. Mi lectura es que hay dos tipos de discursos refundacionales. Está la machi Linconao que dice que el Wallmapu tiene que llegar hasta Buenos Aires. Y hay otros que no son pachamámicos, sino que son de esta otra espiritualidad: el Vaticano, la cristiandad, los curas.

Ahí están los espirituales de derecha: conservadores, reaccionarios, Opus Dei, Schoenstatt, Legionarios…

– Evangélicos también.

Algunos, como Ruth Hurtado. En filosofía política se diría que son katechónticos, son apocalípticos, dicen que viene el anticristo. En la derecha conservadora hay una presencia cristiana muy fuerte. Algunos convencionales y muchos asesores los integran. Hay una cultura en la UAndes, la UDD, Libertad y Desarrollo, Fundación Jaime Guzmán, el IES.

Nosotros, desde la ignorancia atea, pensamos que eso es la Iglesia Católica. Pero no, porque al otro lado hay un equivalente, que son los escatológicos. Estos dicen: «Cristo vuelve, hermano… pero hecho pueblo».

Hay una tendencia dentro de la iglesia de los últimos 60 años que se llama Teología de la liberación, que es clave para entender a Fernando Atria y a Christian Viera. Esa es la primera capa de pintura de estos muchachos, antes de ser juristas, antes de ser de izquierdas.

– Pero no me queda clara la importancia de esto.

Si decíamos que la clave de esto es la refundación, hay que preguntarse cuál es la matriz teológica de la refundación. Y la Teología de la Liberación huevea con que hay que refundar la fe, el Vaticano y la Iglesia para ponerla al servicio de los pobres, lo que ellos llaman «la criatura oprimida».

¿Contra quién? Contra el Opus Dei, la Schoenstatt y los Legionarios de Cristo, que quieren tener a los ricos en la iglesia. En Atria y en Viera está el deseo de refundar el catolicismo realmente. Entonces, cuando entran a la política, entran por la DC. La primera militancia de Atria fue en la DC, después el PS y ahora está en CS. Y la Constituyente se manifiesta como un ejercicio de refundación más.

La raíz de esto es una pulsión teológica, una inconformidad con el mundo y, por ende, una refundación de la fe hecha Constitución, hecha normas.

– También hablas en el libro de cierta necesidad de ellos de «lavar las culpas». ¿A qué culpas te refieres?

Lo primero que hay que decir es que el capitalismo, como forma de acumulación, genera en los poderosos y los privilegiados una culpa acumulada que, si no es tratada de manera social acorde a la época, genera colapsos como el que estamos viviendo.

¿Dónde hay culpa en Chile? En el tema de la desigualdad, los hijos huachos a los que no les pagan la pensión de alimentos, la mala educación que tenemos, las listas de espera. O sea, la sociedad experimenta una sensación de frustración y culpa permanentemente.

– ¿En la Convención había culpa?

A medida que el asunto va derrapando y va fracasando, en el día a día apareció la culpa del coordinador de la comisión, del integrante de la comisión, del colectivo culposo. Son dispositivos que, en último término, son cristianos. Es una convención profundamente pechoña, gobernada desde cierta moralidad, desde cierto chantaje emocional.

El pastor Soto te dice que si aprobaste el matrimonio gay viene un terremoto. Estos otros hueones te dicen que si aprobaste una termoeléctrica se viene el fin del mundo y es culpa de nosotros. Pueden tener razón, en último término es comprobable. Pero lo que me interesa a mí es la estructura del discurso que aparece en la Convención, que es una estructura pechoña, católica, culposa, apocalíptica e improductiva al final del día.

Pareciera que eso es Chile ¿no? Una suerte de procesamiento de la culpa a través de las instituciones.

Renato de la mierda

– Uno de los alivios cómicos de tu libro están muy relacionados a la sala 5, donde se armó una especie de sitcom dentro de la Convención entre tú, Bernardo de la Maza, Adolfo Millabur, Manuela Royo, Luis Jiménez, Lissette Vergara, Elsa Labraña. ¿Fue importante ese espacio para ti?

Fue importante porque la Convención, como experiencia humana, solo podía soportarse desde el humor. Ese grupo que se formó ahí era muy cómico, muy chistoso, con personas muy livianas y con un líder político como Millabur que es paradojal, que viene del poder desde dentro, fue alcalde muchas veces, pero al mismo tiempo llegó como un outsider.

El personaje clave es Bernardo en la Maza, que es famoso afuera, es conocido adentro y, dado que estamos en una experiencia de tele-realidad, venir de ser un presentador de televisión famoso te da una cierta ventaja. Misma situación de Achurra, Bárbara Rebolledo, Pato Fernández.

– De hecho, Bernardo de la Maza te propuso en un momento hacer un noticiario…

Pero la idea era que fuera un noticiario pesimista, porque todos los días hablábamos y yo le decía que esto va mal, que esto es una mierda. Entonces, Bernardo de la Maza me empezó a decir Renato de la mierda (ríe).

– También forjas una especie de amistad con Manuel José Ossandón jr.

Un personaje.

– ¿Cuál es tu valoración de él?

Yo diría que es el personaje más interesante en la derecha. Hijo de un senador, bisnieto de políticos, tataranieto de Carrera. Pero a la vez muy descreído, muy huaso, muy campechano. Es abogado de la Católica, pero no es gremialista. Es decir, un personaje curioso que se encuentra con sus primas y sus primos en la Convención.

– ¿Lo ves también como un líder político?

Es un personaje muy interesante de mirar para el futuro. O sea, yo me pregunto qué va a pasar con estos cabros en 20 años más. Cómo van a procesar este triunfo en la derecha. ¿Van a crecer o van a ser parte del fracaso? ¿Ellos ganaron, o solo ganaron Rocío Cantuarias y Tere Marinovic?

Yo creo que Ossandón es uno de los ganadores. Llegaba todos los días a sentarse al rincón. Además, hubo amurramiento entre ellos, porque RN eran puros díscolos. Un evangélico como Luciano Silva, un tipo conservador como Lucho Mayol, un economista tecnocrático como Bernardo Fontaine. Y el capitán del grupo era Ossandón chico.

– ¿Más que Monckeberg?

Más, sí. Era el que más prédica tenía en la mano, más le corre la política. Ossandón chico fue el verdadero líder de la derecha en la Convención.

Un fantasma que avisó que «iba a quedar la cagá»

– Hay un episodio notable que te pasó en la Convención, cuando estás esperando que te venga a buscar un amigo un viernes en el ex Congreso…

Lo que quiero mostrar ahí es que todas las tardes, especialmente los viernes, había una nube de marihuana que entraba por Bandera. Como es un peatonal, se juntaban los colombianos a vender creepy y a fumar de todo. Y uno de ellos me tiró el humo en la cara.

– Y llegó la noche… 

Efectivamente, a esa hora te apagan todas las luces de ese jardín y es una hueá bien tétrica. Y veo a la distancia que aparece una sotana, una especie de sábana. Me paro y empiezo a seguirlo, solo. Me meto al ex Congreso, donde quedan las puertas abiertas toda la noche, lo que es bien demencial, pero esa es la tradición.

Adentro empiezo a moverme, trato de salir después, pero la hueá es un laberinto. Esas puertas culiás corredizas se cierran y no sabes por cuál viniste.

– Quedaste encerrado.

Sí, poh. Cuento corto, hubo 40 minutos en que le pregunto a Miguel Landeros (secretario general de la Cámara) cómo salir. Hasta que llega un paco, me dice «don Renato» y me saca.

Y yo creo efectivamente haber visto adentro la figura del mismo hombre que está afuera, que es Jorge Huneeus. La fábula es que había un fantasma que estaba avisando que iba a quedar la cagá.

– En el libro igual te esfuerzas en dejar claro que tú no crees en estas cosas. ¿Cómo explicas entonces este supuesto hecho paranormal?

El microclima que te genera este espacio, donde andan dejando amuletos, bailando la ronda. Uno termina creyendo en hueás. Están todos los días diciéndote que esto es histórico, es histórico, es histórico, chucha, algo debe estar pasando.

Además, en la noche es un lugar bien tétrico, hueón. Son tres pisos, las escaleras crujen, queda una ampolleta prendida en cada pasillo. Yo nunca había visto ese Congreso a las 10 y media de la noche.

– El carabinero al final te dice que a Huneeus, el supuesto fantasma que viste, tal vez «no le gusta lo que están haciendo».

Nosotros salíamos y los pacos nos miraban con care’ pico todos los días. Sobre todo a la izquierda. Ahora cambió el clima, nadie se acuerda de eso, pero había gente todos los días diciendo que los pacos tienen que terminarse.

«La Convención acabó con mi carrera política»

– De todo lo que pasó en la Convención, ¿Cuál es el momento que más atesoras?

Los últimos discursos, que fueron muy políticos. En ese discurso anticipo que va a ganar el Rechazo, que hemos hecho historia, pero no sabemos la historia que hicimos, porque fue una mierda. Fui el único discurso claro en decir que esta hueá cagó. Tiene un valor ir y decirlo en el hemiciclo. Me levanté de mi cama y fui a hacerlo.

– ¿Crees que tu carrera política se acabó con la Convención?

Sí. Todos en la centro izquierda y la izquierda cagamos. Quizá los Chahin o los Harboe logren rearmarse, pero los demás estamos bien pringados, a todo nivel.

– ¿Aunque llamaste a votar Rechazo?

Es que me pareció que el texto era muy malo, pero ya haber participado de esto te deja muy marcado para adelante. Es difícil que la generación que protagonizó esto pueda tener cargos, ganar elecciones u obtener grandes votaciones en el futuro. Nunca se sabe, se han visto muertos cargando adobe, pero es muy difícil.

– ¿Qué va a ser de Renato Garín de aquí en adelante?

Me gusta escribir libros. No mucha gente los lee, pero es el único talento real que tengo. Voy a explorarlo. En la academia las cosas están muy difíciles, hay mucha cultura de la cancelación, sobre todo en la Chile. Litigar no lo descarto, pero no me apasiona. Yo creo que leer, escribir y esperar.

 

Renato Garín: «La Convención solo podía soportarse desde el humor»