Pío Ix y Maximiliano buscaban engañarse mutuamente | Periódico Zócalo | Noticias de Saltillo, Torreón, Piedras Negras, Monclova, Acuña

Estábamos prestos a narrarle a usted, lector amable, lo que prometimos al final de nuestra colaboración anterior, cuando, de pronto, se nos apareció una crónica sobre cómo se desarrolló la entrevista que, el 19 de abril de 1864, sostuvieron Giovanni Maria Mastai-Ferreti Solazzi quien, entre 1846 y 1878, dirigiera los negocios de la iglesia católica bajo el nombre de Pío IX y Ferdinand Maximilian Joseph María von Habsburg-Lothringen a quien todos identificamos como Maximiliano. Este pasaje, lo suponemos, para la inmensa mayoría de los católicos preferirían que se condenara al olvido. Nadie en sus cabales puede sentirse orgulloso de que, motivado por apetencias puramente materiales, su guia espiritual bendijera que se llevara la destrucción y la muerte a una nación llamada México. O ¿Acaso estamos equivocados? La versión que hemos de presentarle es la provista por dos fuentes, el libro “De Miramar a México,” editado en Orizaba por la Imprenta de J. Bernardo Aburto (1864), y la crónica de Ignacio Aguilar y Marocho, publicada, el 1 de junio de 1864, en el diario “La Sociedad.” Aguilar era uno de los integrantes de aquella Junta de Notables quienes fueron a ofrecer lo que nadie les pedía, excepto ambiciosos de su misma ralea. Antes de continuar, nunca estará por demás recordar que quienes, aparte del mencionado, integraban ese grupo de memoria infausta eran: José María Gutiérrez de Estrada, Juan Nepomuceno Almonte, José Pablo Martínez del Río, Antonio Escandón y Garmendia, Tomás Murphy y Alegría, Adrián Woll d’Obm, Francisco Javier Miranda y Morfi, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar y Ángel Iglesias y Domínguez como secretario. Vayamos a la narración provista por Aguilar sobre como sucedieron los eventos en torno a la reunión entre un par de fulanos quienes buscaban sacar provecho el uno del otro.

Partamos de precisar que Aguilar era un poeta, periodista, académico, político y abogado moreliano egresado del Convento Agustino de Valladolid (Morelia) quien fuera ministro de gobernación con López De Santa Anna, al cual debe de haberle prestado servicios muy buenos pues le otorgó la Gran Cruz de Comendador de la Orden Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe. Podríamos decir que Aguilar abrevó en la mejor fuente de agua pestilente para convertirse en vendepatrias. Con el buche repleto de esas inmundicias, el 23 de abril de 1864, desde Roma describía como se dio primero su nombramiento como ministro plenipotenciario de Maximiliano ante el papa y después como se suscitó la entrevista entre los dos. 

Narraba como apresuradamente hubo de abandonar Trieste, ubicada en el noreste de Italia, rumbo a Roma a donde arribó tras un viaje dos días y tres noches a bordo de un bote y en diligencias malísimas. Pero al final el sacrificio era poco pues su espíritu de apátrida lo fortalecía, además de que en Roma ya le tenían listo el hospedaje en un hotel que él calificaba de muy decente. Según su relación, a partir del 14 de abril, se abocó a dar los pasos necesarios para presentar sus credenciales como ministro plenipotenciario, él invocaba serlo de México, en realidad no representaba sino a Maximiliano quien deseaba que, al presentarse en Roma, Aguilar estuviera desempeñando oficialmente esa encomienda. Dos días después de la llegada fue recibido por el ciudadano Mastai-Ferreti, y según el relato del michoacano, “el Santo Padre me dio una audiencia muy larga, y en ella las muestras más relevantes de consideración hacia mi persona y de afecto paternal hacia los mexicanos a quienes ama con notable predilección.” Aquí cabe precisar que en ese grupo de mexicanos estaban excluidos LOS HOMBRES DE LA REFORMA y todos aquellos que no se arrodillaban ante la llegada futura del austriaco y la ya presente de los franceses. Pero volvamos a la relatoría de Aguilar quien describía a su anfitrión con “un semblante majestuoso y apacible, y sus frases siempre dulces y benévolas conmueven profundamente y dejan hondas impresiones en el alma.” Ya nos imaginamos toda esa gracia y misericordia a la hora de ordenar que era lo que debería de leerse o no, así como al momento de imponer se apilaran escritos y se les prendiera fuego, o bien a la hora de descalificar a quienes practicaban una versión distinta a la suya en lo referente a la relación con el Gran Arquitecto. Pero a Aguilar, emisario de su socio en un negocio que prometía ganancia pingues lo recibió con las palabras “señor ministro, hijo mío,” las cuales pusieron en suerte al creyente. Tras de ello, caminando sobre nubes, durante lo que restaba de ese dia, y el siguiente, Aguilar se fue a presentar ante los otros miembros del cuerpo diplomático. Tras de ello, el 18, fue a informar a Maximiliano de lo realizado.

Acorde con la descripción textual realizada por de Aguilar: “tomé el camino de fierro [léase se trepó al tren] de Civita-Vechia y llegué momentos después del arribo de los emperadores, de manera que no habiendo aun desembarcado, tuve que ir a bordo de la fragata en que vinieron y comer con los mexicanos y demás personas del sequito imperial. Los compatriotas son los señores Velázquez, Woll, Iglesias y Ontiveros (un oficial prisionero de los de Puebla) [¿Lo habían convertido para la causa o iría en calidad de mascota?]; y los no mexicanos la princesa de Metternich y su esposo el conde [Francisco] Zichy [de Vazsonkeo]; una condesa a quien, al no recordar su nombre, denominó N; Scherzen Lechnor, consejero de Estado; el conde [Carlos de] Bombelles [un personaje cuya cercanía con Maximiliano solamente era equiparable a la de Carlota]; y el marqués de Corio, [Giuseppe Corio di Saconaggio] chambelanes; el capellán, que es un franciscano, y otras dos ó tres personas, cuyos empleos no tuve tiempo de averiguar: todos estos señores van a México.” Al concluir la comida, Aguilar fue recibido por la parejita imperial que tras de ello recibió los saludos del embajador de Austria, y al ministro de Bélgica. Con la barriga llena y el ego alimentado, Maximiliano dio la orden para desembarcar. Ante eso, se presentó una muestra más de rastrerismo personificado por Tomás Murphy quien había compuesto un himno en honor del barbirrubio y lo tenía ensayado para que fuera interpretado por los músicos del cuerpo de marineros de la fragata. Bajo los acordes de la pieza, Max y Carlotita se montaron “en un vistoso y lujosamente tripulado bote, tras el cual iba el resto de la comitiva, se dirigieron al muelle.” 

Como muestra de que eso del acarreo es un asunto muy añejo y era producto de exportación, los seguidores mexicanos del austriaco le armaron el tinglado empezando por la formación de “un vasto semicírculo, [formado por] los principales buques del puerto empavesados con banderas de diferentes formas y colores, y en segundo término sobre la playa, las oleadas del inmenso gentío, ansioso de conocer a tan augustos [¡!] y famosos personajes.” Eso era solamente el inicio, todo se había armado con cuidado, “al punto que fue percibida la aproximación del soberano, las salvas de artillería de las embarcaciones y de la fortaleza; los vivas de las tripulaciones formadas en los palos más elevados de las arboladuras de los buques, agitando con entusiasmo sus gorras y pañuelos; los víctores también de la muchedumbre agolpada sobre la orilla; las músicas militares poblando el aire con alegrísimas dianas; los generales, ministros y demás dignatarios de la corte, en traje de gala, y pie esperaban en el desembarcadero á los augustos huéspedes, y la tropa francesa formando valla hasta la estación del camino de fierro, y pudiendo apenas contener al pueblo que en masa compacta acudía de todas partes a formar dos muros movibles en la ruta de la comitiva, presentaban un espectáculo nuevo enteramente para los ojos, y por demás interesante y tierno para el corazón. En medio da estos aplausos y de esta magnífica ovación, llegamos al muelle y seguimos a la Gare, tomando el tren especial que estaba preparado, el cual luego se puso en marcha, no sin nuevos aplausos de aquel numeroso concurso.” Por lo que puede leerse no se reparó en nada a la hora del acarreo aderezado por la presencia de los representantes de sus socios los franceses cuyas fuerzas ya tenían tiempo en México destruyendo la nación de la cual deseaban apoderarse. 

En la versión publicada en el libro “De Miramar a México,” se comenta que “la estación estaba adornada con magnificencia, ostentando las armas de los augustos viajeros con las iniciales de sus nombres: M. C. Las tropas francesas y pontificales formaban valla, y al desembarcar SS. MM. fueron aclamados por una inmensa multitud que había acudido al muelle para verlos, mientras que las salvas de artillería de los fuertes y de los buques anclados en la rada, anunciaban el hecho a la población.”  Retornando a la narrativa de Aguilar, este mencionaba que “al cuadro anterior hay que agregar el aspecto tan pintoresco como sorprendente de las interminables hileras de coches, que ostentaban ricas y fantásticas libreas. Los carruajes de gala de la embajada de Austria y otros preparados para el efecto trasladaron a los emperadores y su séquito…” No hay duda alguna, las monedas debieron de haber circulado profusamente, todo con cargo al botín que tenían planeado cargarse de nuestro país.

En el libro, se apunta que “a las seis de la tarde de este dia [el 18 de abril] llegaron a Roma en medio de las salvas de artillería del castillo de Sant-Angelo, y se apearon en el palacio Marescotti, residencia del Sr. Gutiérrez Estrada.” Respecto a este sitio, según Aguilar, con ello “quiso…el soberano [dar] justísimo premio a los eminentes servicios de este ilustre compatriota a la causa de México.” Ni que decir, los matarifes siempre premian a sus achichincles y en calidad de eso andaban uno que venia a querer apoderarse de lo que no era suyo y los otros que le ayudaban para tratar de alcanzar tal objetivo. Sin embargo, al final de cuentas, independientemente de cuan emperifollados anduvieran, eso no le quitaba a ninguno, su condición de truhanes.  Regresemos al texto del libro.

Se indicaba que “este palacio [la morada de Gutiérrez] es uno de los más bellos edificios de la ciudad eterna, el arte ha prodigado allí todas sus s maravillas, los frescos han sido pintados por el caballero de Arpiño, y el mueblaje es de un gusto incomparable. El Sr. Gutiérrez Estrada había agregado en esta ocasión a todas estas bellezas, una inmensa cantidad de flores blancas y encamadas, dispuestas de tal modo que figuraban los colores de la bandera mexicana, y había puesto además un trono en uno de sus esplendidos salones.” Repetimos, habían calculado que el negocito les iba a generar para dar y prestar, así que no había motivo para restringirse en nimiedades.” 

Una vez instalados, Maximiliano recibió al rey de Nápoles y al secretario de estado del Vaticano, Giacomo cardenal Antonelli. Posteriormente, a “las ocho, hubo un banquete de 30 cubiertos, compuesto exclusivamente de los mexicanos que se encontraban en Roma. Hubo después recepción, y en seguida fueron SS. MM. á dar una vuelta por la plaza de San Pedro, y a contemplar a la luz de la luna las grandiosas ruinas del Coliseo, espectáculo nuevo para la emperatriz.” Tras de ello, se fueron a dormir pues había que estar despabilados a la hora de participar en el juego de los engaños mutuos, cualquier parpadeo podría dejarlos en desventaja, estarían ante un profesional en la materia.

El 19 por la mañana, Maximiliano y Carlota oyeron misa en San Pedro, y a las doce fueron a visitar al Soberano Pontífice. Acorde con Aguilar “fuimos todos a ella de grande uniforme y las damas de gran toilette, aunque con trajes oscuros. Desde el Puente de Sant-Angelo estaban apostados guardias de caballería, y en las avenidas y patios del palacio centinelas de infantería, en el interior, los suizos y los guardias nobles hacían el servicio militar. Desde las primeras antecámaras de la estancia de Su Santidad, una numerosa servidumbre, multitud de empleados de su casa y no pocos obispos y prelados eclesiásticos, comenzaron a hacer los honores a SS. MM., que por fin fueron introducidos a un pequeño salón, en donde los esperaba el Santo Padre, y en donde permanecieron solos con él cerca de una hora.” Durante ese lapso, sin que conozcamos el texto de las conversaciones, no es difícil imaginar como uno hizo creer al otro que lo apoyaría a cambio de que lo volviera a surtir de las riquezas que ya no le pertenecían en México, mientras que el otro, contrito aceptaba el apoyo prometiendo entregarle los tesoros solicitados. Complacidos ambos de su actuación, se dio paso al siguiente movimiento que fue recibir a “todos [los miembros de la comitiva] para besar el pie, pasada cuya ceremonia en que nos prodigó toda clase de expresiones afectuosas y benévolas, volvimos en medio de una gran concurrencia al Palacio Mareseotti…Después fue el Emperador a visitar al cardenal Antonelli, y entre tanto la Emperatriz recorría con curiosa admiración las obras maestras de arte que encierran los magníficos museos del Vaticano.” Pero la fiesta aun no terminaba.

“En la noche un banquete de 48 cubiertos reunió en la residencia imperial un gran número de cardenales, generales y otros personajes ilustres, y en seguida el Sr. Gutiérrez Estrada presentó a SS. MM. lo más escogido de la aristocracia romana. Aquel día el escultor Tenerani hizo los estudios necesarios para el busto de la Emperatriz Carlota.”  La juerga continuaba ya que estaban convencidos de que, al otro lado del Atlántico, las ganancias pingües habrían de ser infinitas, y como no iban a soñar eso si tenían la bendición celestial.

En la mañana del dia 20, a las siete, lo s emperadores, algunos de su comitiva y yo [Aguilar y Marocho] entre ellos, asistimos a la misa que dijo Su Santidad en una de sus capillas secretas, dando la comunión á los Soberanos, a quienes dirigió antes una tan tierna como elocuente alocución que conmovió a todos los oyentes.” Aun cuando Aguilar no la menciona,  en el libro “De Miramar a México,” se reproduce el texto que dice: “Ved aquí el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo. Por reinan y gobiernan los reyes; por él los reyes hacen justicia; y si permite á menudo que los reyes sean afligidos, por él sin embargo se ejerce todo poder.” Recordemos, la conseja era que los reyes se ungían por la gracia divina. Y como don Giovanni, al igual que 254 antes que él, decía estar investido por la representación divina, no se detenía para decir “yo os recomiendo, en su nombre, la felicidad de los pueblos católicos que se os han confiado. Los derechos de los pueblos son grandes, y es preciso satisfacerlos; pero más grandes y sagrados son los derechos de la Iglesia, esposa inmaculada de Jesucristo, que nos redimió con su sangre, con esta sangre que va en este momento a enrojecer vuestros labios.” Nadie había encomendado pueblo alguno a esta parvada de vivales encabezada por Maximiliano y eso de que los derechos de los pueblos estaban después de una organización de lucro era un cuento que en México los bien nacidos no compraban. Hasta donde sabemos, la doctrina de Jesucristo nunca promovió la explotación de los pueblos, ni fomentó la violencia como medio para que se impusiera y generara utilidades a esa institución. Eso sí, el ciudadano Mastai-Ferrti le indicaba a la parejita: “Respetareis pues los derechos de vuestros pueblos y los derechos de la Iglesia, lo cual quiere decir que debéis procurar al mismo tiempo el bien temporal y el bien espiritual de esos pueblos.  Y quiera Nuestro Señor Jesucristo, a quien vais a recibir de las manos de su Vicario, concederos sus gracias en la abundancia de su misericordia.” Vaya forma de tergiversar las palabras, en los actos de Maximiliano y su sequito no había misericordia, ni buscaban el mejoramiento de pueblo alguno, lo de ellos era volver a gozar de privilegios y mantener a la mayoría de sus habitantes en la ignorancia y la miseria. Para concluir, les mencionó: “Misereatur vestri omnipotens Deus, et dimissis peccatis vestris, perducat vos ad vitam eternam. [Dios todopoderoso tenga misericordia de ti y perdone tus pecados. Que él te lleve a la vida eterna]. Amen.” Ni siquiera se imaginó que hacia allá iba al cruzar el Atlántico, aun cuando eso del perdón de los pecados es altamente cuestionable que lo lograra. Pero para eso aun les quedaba mucha destrucción por realizar, por lo pronto que la fiesta siguiera.

Retomando a Aguilar, se lee que “concluida la misa del Pontífice, siguió otra que todos oímos [pesada debe de haber estado la carga de pecados], sirviéndose a continuación un regio desayuno en la biblioteca particular del Santo Padre, a cuya mesa solo fueron admitidos los emperadores y el cardenal Antonelli, pues para los demás había en la misma pieza, y a dos ó tres varas de distancia, [entre 72 cm. y un metro ocho centímetros] otras pequeñas a derecha e izquierda. Expansiva, familiar y animada fue la conversación, que unas veces era general, y otras se dividía entre los pequeños círculos que nos formaban los prelados destinados para obsequiamos.” Felicidad pura al imaginar cuanto les reportaría el negocio.

De vuelta al libro de “Miramar a México,” tomamos el texto que indica como “a las doce del mismo día 20,  Su Santidad fue al palacio Marescotti a visitar á SS. MM. En medio del repique de las campanas y de las músicas militares. Iba el Papa en la magnífica carroza tradicional de gran gala, escoltado por las guardias nobles. El Emperador y la Emperatriz le esperaban en el patio. El Sr. Aguilar [en calidad de valet parking] abrió la portezuela del coche, el Emperador ayudó a bajar al Santo Padre y se arrodilló después para recibir la bendición, mientras que la Emperatriz con su comitiva estaba también hincada al pie de la escalera. Llamó mucho la atención que el Emperador hiciera uso del idioma español para hablar con Su Santidad.” Y, para mostrar que eran socios, “el Emperador hizo una oblación [ofrenda] a la Santa Sede de 8,000 pesos, y recibió de Su Santidad varios regalos, entre otros el retrato del Santo Padre cercado de brillantes.” Lejos estaban de imaginar que a la hora de la verdad nada de eso les valdría. Maximiliano no pudo lograr la firma de un concordato con El Vaticano y cuando Carlota regresó, en la hora de las dificultades, buscando de apoyo, la mandaron a volar. Olvidaron que en los negocios con esa institución se cuenta con su ayuda cuando hay algo que dar, con las manos vacías nadie es bien recibido y mucho menos si quieren que les den algo de gratis. Esta es una lección intemporal que prevalece hasta nuestros días. Pero, en 1864, todo era zalamería mutua.

“El 20 de abril á las cuatro de la tarde SS. MM. salieron de Roma trayendo consigo los votos y las oraciones del jefe de la Iglesia; y a las nueve y media de la noche zarparon de Civita-Vechia hacia Gibraltar y para México.” Pero ahí no terminaba la crónica, Aguilar y Marocho les decía a sus familiares: “ahora a vosotros, mucho más felices que yo, toca participarme los [eventos] que tengan lugar en México al arribo de estos incomparables Soberanos. ¡México se ha salvado! y este es el único pensamiento que derrama el consuelo en mi corazón abatido, en medio del repentino aislamiento en que me veo, lejos de mi patria y de mi familia.”  Solamente un fanático podía invocar que nos habíamos salvado cuando lo que estaba por venir seria solamente desgracias. Pero no era todo.

En su ceguera intelectual afirmaba que “esa patria a pesar de sus infortunios es la hija predilecta de la Divina Providencia, que en efecto ha hecho con nosotros lo que con ninguna otra nación. Ahora los padecimientos pasados son timbres de gloria; nuestros antiguos desaciertos, la feliz culpa que ha motivado nuestra redención, y los odios rastreros y las fementidas pasiones de partido, locuras y debilidades propias de una situación anómala, como la que produce el abuso de las bebidas embriagantes.”  Vaya forma de expresar la “Divina Providencia” sus predilecciones, se llevaban dos años luchando en contra de la invasión francesa y nos faltaban tres para echar fuera a los que apenas venían en camino. Pero claro, todo eso era un castigo por no querer continuar sometidos al monopolio religioso y sumidos en la ignorancia y la pobreza.

“Concordia, perdón mutuo de nuestros errores y un olvido absoluto de lo pasado; he aquí lo que exige de nosotros el verdadero patriotismo. La gratitud nos impone otros deberes: amor perdurable a los heroicos príncipes que todo lo han sacrificado por salvarnos, y reconocimiento eterno al ínclito Emperador de los franceses, y á ese pueblo magnánimo que ha derramado su sangre y prodigado sus tesoros por nuestra salud.” Y dale con que venían a salvarnos a costa de su sacrificio, la parejita no eran más que un par de ambiciosos que ante la imposibilidad de reinar en sus países respectivos creyeron que inventándose un imperio habrían de hacerlo y, como siempre, no faltan vivales dispuestos a hacerles creer que pueden lograrlo. Unos buscaban presentarlos como mensajeros del Gran Arquitecto y otros pretendían adquirir noblezas de las cuales carecen. Y así, el 28 de mayo de 1864, Maximiliano y Carlota se aparecieron en el Puerto de Veracruz. Eran dos instrumentos utilizados por otro par hambriento de poder. Uno era Napoleón III quien deseaba establecer una cabeza de playa para recuperar lo que un dia su tío, Napoleón el auténtico, vendió por unos peniques. El otro, Pío IX cuya ambición era que le devolvieran las riquezas, cuestionablemente adquiridas, además de que se le retornara al monopolio religioso. Todo era asunto de pesos y centavos, nada de espiritualidad o salvación de una nación. Eso sí, Pío IX y Maximiliano estaban convencidos de que uno había engañado al otro. Y para ello contaban con socios nacionales quienes en Puebla y la Ciudad de México recibieron a las marionetas con gran pompa. Pero, sobre eso, les comentaremos la semana próxima. [email protected]

Añadido (22.19.74) La solución no es implantar más leyes prohibitivas, la respuesta debe de enfocarse hacia la instrumentación de programas que atiendan a individuos cuya salud mental está alterada. A la par, habría que revisar el contenido de esas porquerías que se venden como video juegos y las miasmas que se producen en Hollywood y otras que se presentan en la televisión en donde el delincuente acaba convertido en un héroe a imitar. ¿Cómo van a querer terminar con la violencia si lo único que se hace es glorificarla a ella y a quienes la engendran? 

Añadido (22.19.75) Primero, se convierte en el Judas que busca terminar con la institución de excelencia en donde se formó. Después, clama por el exterminio de todos los centros en donde, especialistas, atienden a las personas con problemas mentales. Ante estas dos circunstancias nos preguntamos: ¿Adónde ira después de que deje su cargo, su familia se ocupara de él?

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