Laura Mora: ‘El punk me ha salvado la vida por muchas cosas’

Laura Mora es la directora de cine latinoamericano del momento. Su película Los reyes del mundo se estrenó hace poco y está cosechando premios en todos los festivales en que se exhibe, incluyendo el galardón máximo del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, España, uno categoría A, como el de Venecia o Cannes. Además, es la cinta seleccionada para representar a Colombia en los Premios Óscar. Una película ‘punkera’, poética, política y rebelde, cuatro adjetivos transferibles a la personalidad de Mora, nacida en Medellín en 1981.

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La edición #122 está en circulación desde el domingo 30 de octubre de 2022.

Laura Mora dice frases como esta: “La imaginación es un territorio inexpropiable”. Frases que parecen aforismos, verdades de siempre, agujas olvidadas en un cajón a la espera de sorprender una mano. Frases así: “El mundo es una mierda, pero la vida es hermosa”. O esta: “Toda la belleza del mundo está en los márgenes”. O una más: “La belleza, entendida como algo espiritual, es profundamente revolucionaria”.

Laura Mora, con sus 1,59 de estatura, es una revolución, una barricada encendida. Su voz lo es: directa y profunda, pero sin olvidar la duda. Algo que se adivina en un tono de timidez, debido a que esta cineasta de cuarenta y un años reconoce y subraya la contradicción permanente que somos, como escribió Walt Whitman, y esa contradicción, como ella lo dice, “hace una grieta, y es en esa grieta donde se encuentra la poesía del mundo”.

Sus dos películas tienen muchísimo de revolución. La más reciente, Los reyes del mundo –cinco chicos sin hogar en busca de una tierra que le restituirán a uno de ellos–, y su ópera prima, Matar a Jesús (2018) –una joven que decide vengarse del sicario que mató a su papá–, son épicas y revolucionarias. “Hablan muy duro”, como las describe uno de los mejores amigos de la directora. Son cine ambicioso, preocupado por el contenido, pero con un fuerte acento en la forma, el estilo, la poesía. La misma directora define su última película como la primera del género “épicopunk”.

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Cuando murió mi abuela repartieron sus joyas y alguien dijo: ‘Dejemos estas aretas para que Laura se las ponga cuando vaya a los Óscar’.

Una mujer nacida para la revolución. Una rebelde. En esto coinciden las personas cercanas a Mora. Ella es una rebelde sin reino, una rebelde en busca de un lugar en la vida, como los cinco protagonistas de Los reyes del mundo. Una rebelde que ama de manera revolucionaria, o sea, sin límites, poniendo todo de sí en las personas y las cosas que la hacen feliz: su mamá, su hermano, su perro criollo Pambelé, su novio, sus amigas y amigos, leer, escribir, cocinar, Medellín, Colombia, y el cine, metiendo sus entrañas de manera obsesiva para que todo lo hecho sea memorable.

A su rebeldía natural se sumó una rabia feroz a causa del asesinato de su papá, en el 2002, a manos de un sicario, cuando Mora tenía veintiún años. Rabia contra el país, su ciudad, la violencia y nuestra historia bélica. Sentimiento que la condujo a largarse lejos. Vivió durante un lustro en Melbourne, Australia, mientras trabajó en mil cosas y arañó dinero para costearse la carrera de cine. Allí realizó sus primeras obras: West y Brotherhood, dos cortometrajes sobre inmigrantes, gente en los márgenes. Pero no era su lugar, apolítico y equilibrado. Tuvo miedo de volver, y lo hizo porque entendió que no podía crear su arte en un espacio distinto a Colombia. Desde entonces, ha rodado otro cortometraje, Salomé –una adolescente en medio del día en que se cumple un año de la muerte de su papá–, sus dos brillantes y admiradas películas, al tiempo que alterna con la dirección de series como Escobar, el patrón del mal, El robo del siglo y Frontera verde, y largometrajes por encargo para televisión o plataformas de streaming.

Los reyes del mundo
ganó hace un par de semanas el premio más importante para una película colombiana a la fecha: la Concha de Oro del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. También recibió hace algunos días El Abrazo, máximo reconocimiento del Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz, Francia, y el Ojo Dorado, galardón a mejor película del Festival de Cine de Zúrich, Suiza. Y acaba de ser seleccionada para representar a Colombia en los Premios Óscar, pasando a competir con un centenar de obras de diferentes países para buscar un cupo entre las cinco nominadas a mejor película internacional.

Laura Mora estudió producción y dirección de cine en la universidad RMIT en Melbourne Australia.​

Los protagonistas de Los reyes del mundo son actores naturales, un recurso que la directora también usó en su primera película. Estos jóvenes –Rá, Sere, Winny, Culebro y Nano en la ficción– emprenden un viaje hacia el Bajo Cauca de Antioquia para reclamar la finca de la abuela de uno de ellos. En esta zona fue donde a Mora se le ocurrieron las ideas iniciales de la película, mientras hacía un recorrido hacia la costa Atlántica en el 2016. Las anotó en una libreta: “chicos en busca de la tierra prometida”, “viaje”, “somos los reyes del mundo”.

Esta entrevista se realizó en el salón principal del apartamento amplio donde Laura Mora vive en el barrio Laureles de Medellín. En la decoración destacan objetos que ilustran muy bien sus pasiones: el póster del cortometraje Brotherhood, en el piso y recostado contra la pared, como la imagen de un santo esperando una vela; el cuaderno de inspiración para crear Los reyes del mundo, inflado por recortes de revistas o periódicos; una fotografía familiar; un libro de ensayos políticos en la mesa del comedor; obras de arte, algunas de Pablo Mora, su hermano; más libros, más obras de arte; sillas de diferentes estilos; estatuillas de premios; una planta escaladora que rodea el marco de una ventana con timidez y una costilla de adán abierta de manera imperial, con sus hojas llenas de espacios, como memorias en shock.

En la terraza de este mismo edificio tiene sede @lanuevabandadelaterraza, un colectivo artístico que proyecta mensajes políticos en las fachadas de otros edificios, y Mora es una de sus creadoras. Ella, para quien la voz, el pronunciarse, ha sido y es fundamental. Alzar la voz ante las injusticias, como lo hizo cuando fue vocalista de La Zorra, una mítica banda de punk que duró solo un año (1998-1999), y como lo hace ahora con sus películas o declaraciones públicas. No es extraño por esto que la voz sea el eje central en uno de los pasatiempos que más disfruta la cineasta: el karaoke, al punto de declararse “la reina” de este juego. “Siempre busco un lugar donde no necesite cantar bien para poder cantar, y el punk y el karaoke comparten eso”.

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Su opera prima ‘Matar a Jesús’ logró una cantidad de galardones a nivel nacional e internacional.

Comencemos por un tema del que a usted no le gusta hablar mucho, pero que ya es un deseo colectivo, de país: ver Los reyes del mundo nominada a mejor película internacional en los Premios Óscar, ahora que fue seleccionada para representar a Colombia.

Pues que recen todos, que prendan velas a todos los santos [risas].

¿Pero ha imaginado ese momento?

Desde chiquita hacía muchos juegos en los que daba mi discurso de aceptación del Óscar. He inventado muchas bobadas toda la vida. A mí me gusta imaginar… Hubo un momento en que todas las familias de mi curso se separaron y entonces todos iban al sicólogo, y me decía: “¿A mí por qué no?”, y me inventaba historias en el colegio para que me llevaran. La imaginación en mí es un poco desbordada. Entonces me acuerdo de decir bobadas en ese discurso de aceptación. Una amiga, que le daba rabia porque no la ponía de primera en las gracias, todavía se acuerda. Sí había un juego con eso, pero hay otro que me gustaba más: cuando aprendí a manejar y me iba sola, me autoentrevistaba en inglés, como ‘háblanos de tu película’, y hablaba de una película inventada y daba mi visión política del mundo.

Su familia sí está convencida de que usted recibirá el Óscar y hay una historia con unas aretas de su abuela paterna, ¿no?

Sí. Mi abuela era un personaje muy especial en mi vida. Era amante de Proust y me acercó a la literatura. Y cuando murió repartieron sus joyas y alguien dijo: “Dejemos estas aretas para que Laura se las ponga cuando vaya a los Óscar”. Y me las entregaron cuando volví de Australia. Pero en un momento que estaba muy mal de plata y quería ir a un concierto de Aerosmith, en Bogotá, las empeñé [risas]. Lo que naaadieee sabe es que gracias a ese concierto conseguí mi primer trabajo, porque me encontré con alguien que había conocido en España y, en medio de la gritería, me preguntó: “¿Qué estás haciendo?”, y le dije: “Buscando trabajo”, “Y ¿qué haces?”, “Pues a veces soy script”, “Voy a hacer una película con Carlos Moreno y estamos buscando script; llámame mañana”. Y llamé y me dieron el puesto, y así comencé a trabajar un poco en serio. Y fue gracias a esas aretas, ahora que lo pienso.

¿Y las recuperó?

No, porque era taaan bruuuutaaaa [risas] que no sabía que se podían recuperar las cosas.

¿Cuál es su primer recuerdo con el cine?

En estos días he pensado mucho en eso. Definitivamente fue mi mamá quien me acercó. Ella es supercinéfila, un personaje extraordinario, una mujer muy sensible y culta, que le gusta mucho ir a cine sola, un hábito que yo tomé. Y le gusta ir a cine por fuera del circuito comercial, y nos llevaba a mi hermano y a mí a ver películas al Colombo Americano, al Libia, a ver cine francés. Y también nos alquilaba películas. Sí, la sensibilidad del cine, del ritual que implica ir a la sala de cine –algo que a mí me maravillaba, cómo uno iba a ese lugar y sentía cosas–, fue una herencia de mi mamá, sin lugar a dudas.

Ella y su papá le regalaron la primera cámara de video, una Hi8, siendo adolescente.

Sí, me la regalaron cuando cumplí diecisiete años, porque ya era muy evidente que quería estudiar cine. Y me la regalaron en el último viaje que hicimos todos juntos –mi papá, mi mamá, mi hermano y yo–, a Argentina, y grabé todo. Pero luego me la robaron y se llevaron un casete con ese material que busqué mucho tiempo, buscando imágenes en las que pudiera ver a mi papá vivo, porque somos una familia sin un registro audiovisual y con muy poco registro fotográfico.

Su mamá la acercó al cine y su papá a la literatura. ¿Qué otra cosa aprendió de él?

Mi papá ante todo me acerca a la alegría de la vida, a la curiosidad por el otro. En eso somos muy parecidos. Como necios. A mi papá lo habitaba cierta necedad. Hay un título de Pessoa que me gusta mucho, El banquero anarquista, e independiente de lo que sea el libro, mi papá era un abogado conservador anarquista. Esa contradicción me gusta, me parece muy fascinante. Había en él algo de desobediencia, que sintió que podía compartir mucho conmigo, y creo que por eso fue más libre en su educación política, literaria… a los quince años me regaló Las venas abiertas de América Latina, una gran, gran formación política. Y nadie entendía lo que él escribía, y me demoré mucho en descifrar la dedicatoria de ese libro. Nunca he podido descifrar un pedazo, pero el resto dice: “Con tu rabia rasgarás las vestiduras de América Latina”. Siento que él encontró, con mi personalidad, un lugar de libertad y desobediencia.

Fue reconocida como directora de la serie de televisión Pablo Escobar: El Patrón del Mal

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En su discurso de recepción de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián dijo que lleva la mitad de la vida viviendo sin su papá.

Este año se cumplen veinte años de su muerte. Hoy, he vivido la mitad de la vida sin él. Y sigue siendo absolutamente presente a pesar de la ausencia. Y eso me impresiona mucho: este personaje cómo puede ser tan infinito y amoroso que trasciende, y sus enseñanzas y consejos tan particulares siguen siendo un decálogo para la vida. ¡Jueputa, es impresionante!

Justo cuando dijo que lleva la mitad de la vida sin su papá también planteó que lleva el mismo tiempo reflexionando acerca de lo “aporriados” que hemos estado como nación. ¿Ha llegado a algunas conclusiones?

No, no, no podría decir que he sacado muchas conclusiones. Colombia no para de sorprenderme y por eso sigue siendo mi insumo vital de reflexión y creación. Me duele mucho. Me parece que no aprendemos. Colombia es una contracción: el dolor y al mismo tiempo la solidaridad y la bondad. “Aporriados” me parece una buena palabra: estamos muy traumatizados y no sabemos qué hacer con eso.

Cuando habló de la necedad que habitaba a su papá, pensé en un rasgo que muchas personas destacan de su personalidad: la rebeldía. ¿Se ve a sí misma así?

Sí, siempre he sido eso. No sé si uno viene con unas marcas, que van más allá de todo entendimiento lógico, porque siento que desde chiquita he sido muy rebelde. Muy rápido en la vida me di cuenta dónde no quiero estar, de dónde me quiero alejar y con qué soy absolutamente crítica. Cuando era chiquita me cortaban el pelo como un niño. Me daba mucha rabia porque me tocaba explicar: “¡Yo soy una niña!” Y mi mamá me decía: “Pero eres divina y te ves totalmente distinta”. Y creo que eso, con lo que en algún momento “pelié” mucho, me ayudó a tener una personalidad muy fuerte, porque no era y no me veía como las otras niñas, y en mi casa lo aplaudían. Eso me hizo pararme de una manera distinta frente al mundo. No me vestía, no tenía lazos de amistad y no me interesaba lo que les interesaba a las otras niñas.

El cuestionarlo todo…

Sí. En Matar a Jesús elegí hacer la escena previa al asesinato en un carro porque ahí era donde pasaba la mayoría de horas de intimidad con mi papá. Y muy, muy chiquita, le pregunté qué significaba emancipación –quién sabe dónde oí esa palabra–. Siento que he sido siempre muy emancipada, y me cuesta mucho incluirme dentro ciertos cánones o cosas que la sociedad quiere de mi parte. Y me gusta mantenerme rebelde frente al mundo porque eso me permite estar alerta, crítica y consciente.

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Cuando su mamá la cuestionaba frente a esa rebeldía usted solía responder que era una mujer de la calle. ¿Cuál es esa “calle” que le atrae tanto?

El punk me ha salvado la vida por muchas cosas. Porque me permitió resistir a una ciudad y un ambiente social que espera otra cosa, o me quería jalar para otro lado. 

Muy rápido en la vida entendí que donde mejor me sentía era en la calle. La sociedad paisa en la que crecí era de núcleos muy cerrados por un miedo constante e imaginarios horrorosos del otro. Y cuando atravesé la puerta, entendí que ahí me estaba esperando un mundo donde me reconocía más. Esa calle es un lugar donde también están un montón de rebeldes, donde hay oposición al mandato social, una calle libre, ‘punkera’, que se resiste a pertenecer a lo otro.

Quería preguntarle por el punk, justamente. ¿Las razones que acaba de exponer son las que le hacen decir que el punk le salvó la vida?

Sí, el punk me ha salvado la vida por muchas cosas. Primero, porque me permitió resistir a una ciudad y un ambiente social que espera otra cosa, o me quería jalar para otro lado. Porque me permitió decir lo que quería decir, no solo en mis canciones de punk con el grupo que tuve, sino en el ambiente en el que nos movíamos. Podía pensar libremente, encontraba eco en mis ideas. Porque me permitió entender lo político y entenderme como cuerpo político. Y me permitió una cosa absolutamente hermosa y fundamental en mi vida: atravesar la ciudad. Y al atravesarla conocer todas las ciudades que hay dentro de esta ciudad. Y entender que podía relacionarme con quien me diera la gana siendo yo, porque nadie me iba a preguntar de qué colegio vienes, y cuál es tu apellido, y tú papá qué hace… a nadie le importaba eso. A nadie. Por eso digo que me dio un lugar.

¿Dónde se pueden escuchar las canciones de La Zorra, la banda de punk en la que fue vocalista en su adolescencia?

La Zorra, como buena banda leyenda, desapareció del mapa. Las canciones eran superpolíticas. Desorden. Descontrol. Teníamos un himno que era muy importante en los conciertos, cuando se armaba todo el pogo. Decía: “Qué-me-miras-hijueputa-soy-la-zorra-gonorrea”, y la gente enloquecía. Después, en mi adultez, nadie me creía que había sido la vocalista de una banda de punk. Me acuerdo que Pamela Toro, la jefe de producción de Matar a Jesús, una gran amiga mía, mucho menor que yo, cuando estábamos haciendo el cortometraje Salomé se me acercó y me dijo: “Marica, ahora sí te voy a creer lo de la banda de punk porque el chico que nos va a ayudar con producción de campo te miró aterrado y me dijo ‘¿Ella es la vocalista de La Zorra?’” Y yo: “Pame, ¿por qué no me creíaaas? ¡Fuimos importantes en la escena ‘punkera’!”.

Usted ha dicho que después del asesinato de su papá se enfrentó a una rabia contra Medellín, el país, la violencia y nuestra historia. ¿Cómo ha evolucionado ese sentimiento?

Nunca he satanizado ese sentimiento. La rabia ha sido el motor de grandes cambios. La Revolución Industrial y los movimientos sindicales no pasaron porque un jefe dijo: “Ay, ahora van a trabajar solo ocho horas”. No, fue porque la injusticia y la rabia movilizó a unos seres humanos a pedir que se les tratara dignamente. Siempre veo la rabia como un sentimiento movilizador y posibilitador de cambios. Es un sentimiento que existe en mí y a través del cine lo puedo sublimar. Y, claro, le debo todo a la terapia, soy hija de la terapia, llevo más de veintiún años en ella, y eso me sirve para convertir esa rabia en una posibilidad artística. Pero para mí sí es un sentimiento muy bello.

Un sentimiento lleno de vida.

Sí, de hecho, Didi-Huberman habla mucho de eso en Sublevaciones, un ensayo sobre arte y política. Dice que la gente no se da cuenta que cuando se grita de rabia en una marcha es pura vida, porque el primer gesto de un ser humano es el grito, el llanto. Se levanta el puño y es un corazón empuñado. Algo hermoso.

Cuando se estrenó Matar a Jesús se habló mucho de la carga autobiográfica, debido a que el papá de la protagonista es asesinado por un sicario como ocurrió con el suyo. ¿Qué piensa del arte como un ejercicio terapéutico?

 Creo que el arte les puede servir a los otros. Y muchas formas de arte me han ayudado a tramitar el dolor. Pero nunca siento que hago películas para hacer terapia; creo que nacen de ella. He llegado a esos procesos creativos, a ese lugar de las ideas, porque llevo mucho tiempo reflexionando en mi intimidad sobre eso.

Y para su familia, ¿Matar a Jesús pudo ser terapéutica?

Fue muy duro. Todavía me acuerdo cuando mi mamá leyó el guion, semanas antes de rodar la película. Me llamó muy consternada la mañana siguiente de la lectura preguntándome qué era verdad y qué no. Le impresionó tanto que se llegó a confundir si yo había conocido al sicario que mató a mi papá. “No, mamá”, le dije, “todo esto es hijo de la imaginación”. Fue muy duro y también muy hermoso. No sé qué tan terapéutico fue para la familia, aunque sí dejó muy clara mi postura ante el mundo, sobre todo para cierto sector de mi familia que difiere de mí y mis ideas políticas. Pero para mi núcleo más cercano, mi mamá y mi hermano, fue hermoso. A ella le tuve que decir que no podía ver más Matar a Jesús, porque no sé cuántas veces fue a verla. Y un día me dijo: “Estoy como agotada”. Y le dije: “Mamá, no puedes verla más. Esto tiene una carga íntima muy fuerte”.

Usted es una mujer muy política en sus declaraciones, incluso tiene un colectivo en Instagram, @lanuevabandadelaterraza, con mensajes políticos proyectados en fachadas, que nació en la terraza de este edificio donde vive. Y lo político está muy presente en sus películas, pero sin caer en manifiestos, siempre dándole la vuelta de manera poética. ¿Cómo logra eso?

Porque soy muy política, pero no militante. Me cuesta mucho inscribirme dentro de un partido político. También eso hace parte de mi profunda rebeldía. Esas cosas me cuestan, esas exigencias de coherencia que no dan posibilidad a la contradicción. Entonces está primero eso. Y entiendo la política como todo. Me parece que todo lo es. La belleza también. Y siento que construir y encontrar belleza donde normalmente se nos dice que no hay es una postura absolutamente política.

Ese cruce de belleza, espiritualidad y política se nota en el tema de la tierra, fundamental en Los reyes del mundo. Tema muy importante para este gobierno. ¿Tiene esperanza con el reciente giro político nacional?

Sí tengo esperanza, pero no para creer que esto va a cambiar y que el gobierno nuevo va a mejorar todo; sería gozar de mucha ingenuidad política. No creo que vaya a ser una cosa radical, pero sí me da esperanza el cambio del discurso. Siento que la palabra está mejor usada, es más incluyente y se le da cabida a un relato que se ha satanizado a lo largo de la historia de Colombia: esas otredades, esos otros mundos posibles dentro de un mismo país. Se le da dignidad a la palabra y eso es muy importante. Ya más puntualmente sobre la tierra, en los últimos días hemos visto posibilidades de unos acuerdos entre dos partes que no habían podido llegar a uno, la venta de tierras. Pero también se están viendo estas cadenas de WhatsApp de ganaderos organizándose y armándose. Esos letreros: “Esta tierra tiene dueño, no la vamos a devolver”. No sé si eso se vaya a resolver. Lo que me da esperanza es la posibilidad de hablarnos distinto, y ahí me paro y digo: “Aquí hay algo que enciende la luz”.

Película colombiana Los reyes del mundo, de Laura Mora

Foto:

Juan Cristóbal Cobo

Los reyes del mundo está llena de escenas y secuencias memorables, dignas de integrar el álbum de la historia del cine colombiano y latinoamericano. Quiero preguntarle por una en específico: cuando los protagonistas llegan a esta especie de burdel de carretera. Hay muchos símbolos nacionales ahí. ¿Es tal como la ideó?

El burdel es una metáfora de Colombia. Una ‘matria’. El escudo, la bandera, estas mujeres como “aporriadas” que seguramente perdieron a sus hijos en la guerra. Cuando Winny entra al cuarto y ve esa fotico: es un soldado, y no sabemos de qué ejército. Las mujeres que participaron en esta secuencia son de las Guerreras del Centro y Putamente Poderosas, dos colectivos de Medellín integrados por mujeres que han ejercido la prostitución.

Esa secuencia es impresionante, muy felliniana.

Sí, me siento muy orgullosa de esa secuencia. De hecho, hay una anécdota muy fuerte: la mujer enorme, súper felliniana, que aparece en el pole dance, sí era de la zona, de Santa Rosa de Osos, y se murió de covid quince días después de rodar. Y hay algo muy particular: cuando comenzamos a rodar la escena, ella no paró de llorar. Tenía algo muy profundo relacionado con sus hijos y, con el piano y esta cosa, lo dejó salir. Y el cine la inmortalizó.

Algunas personas intentaron convencerla de no grabar en el nordeste y el Bajo Cauca, por lo peligroso de las zonas. ¿Por qué se empeñó en hacerlo?

Allá nació la película y las películas tienen que rodarse en estos lugares. El falseo para mí no es una posibilidad, no me gusta, así nadie se entere. Todo el mundo nos dijo que no. Y Mirlanda, una de las productoras y gran cómplice, y yo estábamos convencidas de que lo podíamos hacer por medio de relaciones amorosas y horizontales, siempre con la idea de que el cine no sea invasivo y respete las dinámicas y no llegue a alterarlas, sino abrazarlas.

¿Y sintió miedo en algún momento?

¿En el rodaje? No. Nunca. Es muy extraño. He hablado mucho del rumor que construye la violencia. Es un gran poder que tienen los violentos en este país; construyen un rumor y se expande, y ese rumor, apoyado por certezas y cosas que realmente han pasado, te inhabilita, crea un muro, una frontera que no cruzas. Grabar allí es el primer acto subversivo de esta película, que tiene mucho de ese espíritu. Nadie nos puede decir por dónde pasamos y por dónde no.

Sé que le encanta cocinar para la gente que quiere. Y alguien me dijo que en su estilo de cocinar no hay cálculo –puede haber mucho desorden– y sí demasiada pasión. ¿Es una definición suya?

Sí, puede ser, fácilmente. O sea, soy muy rigurosa con mi formación: leo, converso y veo mucho cine, pero al final nunca llego a los procesos de los guiones desde un lugar antropológico, sociológico, hermenéutico. No sé si conoces el documental que hizo la hija de Víctor Gaviria. Hay un momento en que ella lo graba desde la distancia y él le está diciendo a alguien: “Es que uno no llega a esos lugares como un historiador o un sociólogo; uno llega como un borraaaachooo”. Esta es la única clase de cine que alguien necesita, uno no puede llegar desde un lugar de superioridad intelectual.

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¿Ya tiene una idea para la tercera película?

Nooo. Tengo que trabajar, porque no lo hago remuneradamente desde el 2019, entonces tengo que ir a ejercer el oficio. Ya hay dos series andando. Y sí tengo una idea de una película, aunque creo que no la puedo contar. Es una adaptación de un libro colombiano extraordinario, aunque no me gusta adaptar, sino interpretar. No sé si vaya a ser posible. Pero siempre digo que mi tercera película quiero que sea una adaptación de un libro.

¿Cómo se maneja esa doble personalidad: trabajar en series para sobrevivir y al tiempo abrir un espacio para sus películas independientes?

Entendí que el talento que tengo puede estar al servicio de algo, siempre y cuando crea éticamente en eso. Es difícil, porque uno entra bajo otros modelos de trabajo, exigencias y tiempos, y no se pueden tomar todas las decisiones, algo que me gusta. Pero esa es la vida y es lo que me permite darme la beca Laura Mora [risas], cada cierto tiempo, para hacer mis películas.

Seguramente algún día una beca o un premio se llamará así.

Y la haré yooo.

Portada Revista BOCAS #122

Portada Revista BOCAS #122

Gracias por leer. 
Esta entrevista fue realizada por Juan de Frono.
Fotos Pablo Salgado
Edición #122 Octubre – Noviembre 2022

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Laura Mora: ‘El punk me ha salvado la vida por muchas cosas’