La escultura de Manel Álvarez, constante vocación pública

LA ESCULTURA de Manel Álvarez tiene una definida vocación pública y capacidad para el diálogo exterior; sea cual fuere el contorno, urbano o los espacios naturales que rodean sus obras, estas parecen haber nacido para cobrar vida en esos medios. En las cuatro últimas décadas, se han integrado en diferentes ciudades, paisajes, en otras culturas, de vez en cuando inspiradas en ellas.

Nacido en San Feliu de Codines (Barcelona, 1945), de profundas raíces familiares en Pobra de Trives (Ourense), formado en el conocimiento y estudio de la escultura clásica y contemporánea, las primeras creaciones afloran en los años setenta; algunas ya guardaban los principios de grandiosidad y monumentalidad, y también en aquel tiempo estaba en su mente la intención de dar a conocer su obra en otros entornos.

De acusado y preciso lenguaje, su escultura progresa de la figuración hacia una simplificación de las formas; desde la geometría y la abstracción hasta alcanzar una síntesis equilibrada; en ese trayecto de experimentación, lineas, volúmenes y texturas darán sentido simbólico a numerosas creaciones, en un itinerario expresado en series y colecciones de señalado contenido y tema propio, a veces alegórico; algunas tienen como base de reflexión aspectos de las culturas ancestrales, africanas o mediterráneas; en cuanto a formas y significado, se pueden llegar a relacionar con sus mitos, creencias y tradiciones. En esos encuentros el artista confluye en sus planteamientos, con los principios de la escultura de vanguardia europea, de Arp, Picasso, Brancusi, Moore, quienes obtuvieron del arte primitivo explicaciones a las preguntas, dando sentido a las necesidades de transformación en pos de una modernidad que representase los nuevos tiempos.

Y un destacado aspecto que se produce en la obra de Manel Álvarez tiene que ver con el dominio de los materiales y el hondo conocimiento de sus secretos; de todos ellos, el mármol de Carrara, quizás el mas cercano e influyente, está presente en su obra, desde los comienzos, cuando en 1975 viaja a la ciudad italiana con un Beca de la Fondazione Pagani de Milán; el interés suscitado le lleva a mantener los vínculos, volviendo con frecuencia e involucrándose en proyectos expositivos con el Grupo Spazio de Carrara en 1977 y el Estudio Luigi Corsanini, en 1983.

Conocí a Manel Alvarez en Sao Paulo, en 1991, cuando acababa de instalar su obra Personaje triangular, en la Avda Paulista; un encargo de Ford-Brasil para conmemorar el centenario de existencia de esa vital arteria ciudadana; se encontraba en el país, con la intención de estudiar la aplicación de materiales autóctonos para su escultura y de paso exponer en la Galeria Sadalla. Anteriormente ya había instalado en las ciudades de Hamburgo (1984) y Alessandria (Italia, 1986), sendas piezas de grandes dimensiones ; en 1996, una nueva y monumental obra: Danza de la paz, quedaría dispuesta en Fulton County Courthouse (Atlanta); en 2006, finaliza el proyecto escultórico Dialog II, para la universidad Florida Atlántic (Jupiter. Fl.) y al año siguiente Dorso di Pigro quedaría asentada en Stressa, Lago Maggiore (Italia).

Otros encargos para edificios institucionales, compañías, nacionales y extranjeras fueron ideados en sus talleres de Barcelona y el Ampurdán, en donde siguió realizando obras de formatos medios y menores, ordenadas en base a sus naturalezas o procesos. Acerca de su trabajo, publicado en cuidadas ediciones de autor, han escrito Daniel Giralt-Miracle, María Lluisa Borrás, Manuel Vázquez Montalbán, Cesáreo Rodríguez Aguilera y Amanda Weiss.

Ahora resultaría imposible extractar su extenso recorrido o detallar sus exposiciones en museos, galerías y fundaciones europeas y americanas; a modo de ejemplo podemos mencionar las individuales realizadas en el Museu de Arte Contemporáneo de Sao Paulo (1993), Hockaday Museum of Art (Kalispell, M.T. 2017) y en el Bible Lands Museum Jerusalem (2011) en donde presentó un colección de esculturas sobre el Antiguo Testamento, uno de sus proyectos más gratificantes en el que se concentran fortaleza, espiritualidad y madurez.

Por extraño que parezca en Galicia se ha mostrado su obra en contadas ocasiones; una de ellas tuvo lugar en 1992, en el marco de la exposición Alén-Mar, en San Martín Pinario, en Santiago de Compostela. Sería enriquecedor verle de nuevo por aquí.

La escultura de Manel Álvarez, constante vocación pública