Concordancias de santa Teresa del Niño Jesús: Historia de un alma, de una humanidad con alma de Dios.


Teresa del Niño Jesús (1873-1897), Casi una niña, la mujer que mejor supo entender y vivir el evangelio.  Me lo dijo de padre. No lo he olvidado


El legado espiritual de Santa Teresa de Lisieux | RPP Noticias

A la luz de sus concordancias, quiero presentar a Teresa de Lisieux como testimonio de amor y presencia de Dios en este Pentecostés 2022.

La historia de su vida (=Historia de un alma) penetró como bocanada de aire fresco en el antiguo edificio de la iglesia, actualizando la experiencia de Jesús de una manera, al mismo tiempo, tradicional y novedosa, como supo sentir mi padre, marino libre de pensamiento y de vida.

La vida y obra de Teresa de Lisieux es tradicional pot su lenguaje, pot su forma de situarse ante los temas de la religión y de la iglesia. Es novedosa y sorprendente spot du manera de solucionar los temas del amor.


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Presentaré su aportación en tres momentos. Empiezo hablando de su vida hecha teología (lenguaje de Dios); presento después algunos momentos fundamentales de su despliegue de amor; me detengo finalmente en las aportaciones de ese amor, en línea filial, esponsal, materna y fraterna.

  1. Vida hecha teología.

Recursos CM: 9 IMAGENES DE SANTA TERESITA DE LISIEUX (Blanco y negro)

La misma vida de Teresa de Lisieux ha venido a presentarse como teología. Ella no ha enseñado materias diferentes, no ha desarrollado doctrinas de libros y sabios doctores: se ha dicho a sí misma y, al decirse, ha expresado en su verdad la verdad del evangelio. Por eso decimos que es teóloga: ha expresado convertir en palabra el misterio del Dios de Jesucristo.

Tres son, a mi juicio, las aportaciones principales de esa teología vital: la primera es el lenguaje, la segunda la transparencia, la tercera el despliegue de su biografía. Como sin quererlo, ella nos ha conducido hasta el manantial de la teología, al lugar donde el mismo Dios se hace lenguaje de amor entre los humanos.

  1. Nuevo lenguaje. Teresa de Lisieux tiene una fuerte capacidad evocadora. Quizá no escriba académicamente muy bien, pero es capaz de expresarse y lo hace, diciendo y expresando el misterio de Dios al expresar su propia vida. Narra lo que el Dios de Jesús ha hecho en ella y de esa forma, en lenguaje de expresión directa, su misma vida se vuelve teología.

9781586179021: SPA-HISTORIA DE UN ALMA: Manuscritos Autobiograficos de Santa Teresa de Lisieux (Clasicos De Espiritualidad)

 Estábamos acostumbrados a una teología formal, con su lenguaje bien organizado, sus preguntas y respuestas hechas. De pronto, con la autoridad de su propia experiencia, emerge ella y nos habla de Dios y de Jesús, del camino de la fe y del despliegue de la vida cristiana, hablando de su propia aventura de maduración personal. De esa forma viene a presentarse como una poetisa, una inmensa narradora, como lo han sabido captar desde muy pronto los lectores de Historia de un Alma.

 Muchas veces distinguimos entre contenido teológico y formulación literaria, entre el mensaje de fondo y la palabra con que se ha expresado. Pienso que esa distinción resulta, al menos, problemática. El fondo acaba siendo inseparable de la forma, el lenguaje de la palabra. Allí donde alguien tiene una experiencia profunda, encuentra la manera de expresarla. Teresa de Lisieux es uno de los mejores ejemplos de ello, dentro de la iglesia católica moderna. Frente a los posibles convencionalismos de una teología escolar, cerrada en sus cuestiones, ella ha sabido recrear el evangelio contando aquello que Dios mismo ha realizado en ella.  

Ciertamente, Teresa de Lisieux sabe escribir: tiene formación literaria, gusto poético, aunque no sea una inmensa escritora. Pero, sobre todo, tiene algo que decir y lo dice, diciéndose a sí misma, sin buscar un argumento artificial, sin más tema que el tejido de su propia vida, en relación de amor con Jesús y con los otros. Así aparece como gran narradora: cuenta la hondura de su vida, interpreta su biografía, desde la debilidad de sus propios comienzos; y, como es verdad lo que dice, emociona muy pronto a los lectores.


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 Esto es lo que nos sigue impresionando: Teresa de Lisieux sabe contar y cuenta cosas que a un nivel resultan muy sencillas, un argumento que parece el nuestros, detalles de infancia, miedos de adolescencia, amores frustrados, fijaciones y superación de fijaciones… Todos nosotros hemos sentido algo semejante. Pero ella ha sabido decirlo, por todos nosotros.

Precisamente eso es lo que ha dado valor a su vida, es lo que nos ha emocionado a todos los que, en un momento dado, quizá en la adolescencia, hemos leído su Historia de un alma. Personalmente, debo confesar que me apasionó, a mis 13 o 14 años. Luego la olvidé, como si tuviera cosas más importantes que leer y estudiar. Y ahora, que he vuelto a leer su obra, casi por oficio, me ha emocionado de nuevo. Ella ha logrado que su vida me interese, nos interese, una vida tan aparentemente sencilla y normal. Ha entrado en nuestra vida a través de su narración, se nos ha convertido en hermana teóloga.


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  1. Transparencia personal. Esta es la grandeza de Teresa de Lisieux: su transparencia, la identidad profunda entre su vida y teología. Ciertamente, los psicólogos han podido ver y seguirán viendo capas y más capas de interpretación en el fondo de esa transparencia: hablarán, tienen que hablar, de sus problemas maternos, de su búsqueda de padre, de su soledad infantil…; hablarán, tienen que hablar de sus caprichos de “burguesita abandónica”, que parece que sólo se ocupa de buscar la solución a sus problemas, como si no hubiera más cosas en el mundo.

Todo eso es cierto, ha de serlo. Pero debe añadir que quizá la mejor psicóloga de Teresa de Lisieux ha sido la propia Teresita. A medida que vamos leyendo sus Manuscritos, en el orden cronológico (A B y C), vamos descubriendo que ella es implacable: ha salido a buscar su propia verdad en la verdad de Dios, de manera que se vuelve cada vez más transparente ante sí misma. Ciertamente, muchos nos hemos sentido molestos en algunos momentos de su obra: nos han dolido sus caprichos de niña, su terquedad de adolescente, su increíble obsesión por Celina (cómo quiere hacerla religiosa, por encima de todo…).Alguna vez, hemos tenido que cerrar casi las páginas del libro y decir: ¡qué tontería! Y, sin embargo, muy pronto volvemos al libro de su vida y descubrimos que sus tonterías son como las nuestras; sus caprichos y terquedades nos duelen, porque nos sentimos reflejados en su mismo espejo. 

– Pero Teresa ha llegado hasta el final en su camino de transparencia. De esa forma se dice a sí misma, sin miedo, superando sus autodefensas y sus miedos viejos. De esa forma nos invita a realizar el mismo itinerario. Por eso, desde el mismo proceso del texto (de la vida de Teresa de Lisieux), podmeos ir reconciliándome con ella: asumiendo su camino y agradeciendo su necesidad de transparencia.

Muchos nos hemos sentido aliviados cuando descubrimos que Teresa de Lisieux morirá en la paz de Dios, en paz consigo misma, después de haber llegado al final del Ms C. No necesitamos sus Últimas conversaciones, se nos hacen reiterativas. Quizá hubiéramos preferido que fuera muriendo en silencio, con el respeto inmenso que se debe al que se va apagando a la vida de este mundo, cumplido ya el camino del amor. Ha llegado a la meta del camino, ha sido transparente hasta el final. Ha podido morir reconciliada. 

– Teresa de Lisieux ha muerto después de haber abierto un camino de transparencia para sus lectores y amigos. Ella nos ha enseñado lo más grande que puede enseñarse: se ha presentado ante nosotros, en sinceridad de amor, en voluntad de verdad, como diría Teresa de Ávila. En el intrincado camino de la pequeña burguesía y del Carmelo francés de finales del siglo XIX, ella ha recorrido de forma creadora el itinerario del amor.

Muchos detalles de su contexto social y de su tiempo nos parecen ya pasados: son extraños, pasados de moda, lejanos, muchas de elementos exteriores de su vida. … Pero el fondo del camino de Teresa sigue siendo verdadero y se eleva ante nosotros, más grande que nunca, como testimonio de la verdad del evangelio. Ella ha creído en la verdad de la vida, está segura de que Dios mismo es la verdad y de esa forma se esfuerza por lograrla, logrando hacerse de esa forma transparente. 

Teresa de Lisieux parece una solitaria y, sin embargo, en el fondo de esa soledad se expresa una constelación de personajes: nodriza, padre y tíos, hermanas, religiosas… Todos ellos aparecen, de esa forma, envueltos y transformados por su deseo de verdad. Como nos decía Pablo en 2 Cor 3, Cristo nos ha quitado el velo de mentira y de ocultamiento que habíamos colocado sobre nuestros ojos: quiere que podamos ver, y así vemos, en transparencia.

Este signo se aplica de un modo especial a Teresa. Dentro de una Iglesia que dice ser portadora de verdad y, muchas veces, actúa con formas de secreto y ocultamiento, ella viene a presentarse como testigo de la verdad: signo de transparencia ante todos aquellos que van apareciendo a su lado. Nada tiene que ocultar, no tiene que mentirse, ni a sí misma, ni a los otros. Esta verdad en el amor, esta trasparencia desde el Cristo, define su vida, de manera que ella puede aparecer como signo teológico: lugar donde Dios mismo se revela. 

  1. Despliegue personal: vida de amor. Como estamos indicando, Teresa de Lisieux es un alma con paisaje, de manera que en la historia de su alma se desvela la historia de muchos que están a su lado. Ella es como un catalizador de vida y experiencia, de amor y despliegue personal. De esa forma ha ido haciéndose a sí misma, en despliegue de amor. Esta es su novedad: ella se ha esforzado por amar y ser amada, como muchos otros, pero lo ha hecho de un modo muy intento, madurando y muriendo en el intento.

Así había vivido y muerto Jesús, hombre mesiánico, empeñado en proclamar el reino, la en la Palestina del siglo I de nuestra era. Así ha vivido y muerto Teresa de Lisieux, mujer sedienta de amor, en las nuevas circunstancias de la pequeña burguesía religiosa de Francia, a finales del siglo XIX. Su vida, como la vida de tantos otros, ha sido un teorema o camino de amor, difícil, complejo, apasionante, que ella ha debido resolver día a día, hasta su muerte. Podríamos pensar de antemano que ella estaba destinada a fracasar y, sin embargo, ha triunfado.

– Por un lado, ella ha sido un genio del amor. Más que prototipo de persona religiosa, pienso que ella ha sido una mujer apasionada y creadora en el camino del amor, aunque las cosas pueden ser lo mismo. Ha tenido unas dotes excepcionales para sentir el latido de la vida, para dejarse querer y acariciar, para entregarse plenamente y ser amada. Muchos han querido amar como ella. Pocas han logrado sentirlo y decirlo de manera más intensa y bella. 

Al mismo tiempo, Teresa de Lisieux ha sido una mujer con problemas para amar. Las sucesivas muertes de su “madre” le han ido acompañando en la vida, de manera que hehabríamos os podido suponer que moriría en el intento, sin alcanzar el secreto del amor. Ha tenido que sufrir la ruptura y enfermedad de su padre, los problemas de la vida religiosa… Son problemas de un camino de amor que nos pueden parecer pequeños, de niña mimada, adolescente terca… Y sin embargo, al fondo de ellos vamos descubriendo un fuerte camino de maduración personal, de transformación amante. 

No ha hecho nada extraordinario. Simplemente se ha dejado querer y ha querido. Este es su secreto, esta su más honda palabra dentro de la iglesia, pero abierta al conjunto de la humanidad. Como hemos visto ya, muchos piensan que el amor es imposible. Pues bien, desde su frágil condición humana (femenina), Teresa nos ha dicho lo contrario: la aventura del amor es posible, merece la pena.

Ha vivido el riesgo del amor y ha triunfado, en el sentido más hondo de término. Alcanzado el amor, ella ha muerto. Es como si no tuviera más cosas que hacer. Ha resuelto el teorema de su vida, ya no tiene nada que hacer sobre la tierra. Cuenta su historia y muere, entregando su vida en manos de aquellos que puedan acogerla.Podría haber vivido más años, podría haber explorado otros continentes y formas de amor ya maduro. Pero no ha sido necesario. Ha muerto madura, dejando una estela de amor sobre la tierra. Por eso puede elevar su testimonio en el camino de la civilización del amor que buscamos. 

  1. Análisis de textos. Perfil biográfico e itinerario teológico.

 Desde el contesto anterior, quiero presentar e interpretar brevemente algunos textos de los Manuscritos de Teresa de Lisieux. Lo haré de una manera esquemática, muy sencilla, pidiendo al lector que consulte personalmente los textos y decida; que no se deje convencer por lo que digo, sino que él mismo escuche y decida, expresando lo que siente.

Escojo cuatro textos, ordenados cronológicamente, para captar mejor las ultimas etapas del itinerario biográfico y teológico de Teresa de Lisieux. Son textos de una gran densidad espiritual, que sirven como hitos en el itinerario espiritual de Teresa. Los presentamos brevemente y dejemos que ellos mismos hablen, iluminando el camino de la civilización del amor que estamos buscando. 

  1. Yo nunca le he oído hablar. Uno de los rasgos más sorprendentes de Teresa de Lisieux es que, siendo fiel a la más honda enseñanza de Juan de la Cruz, no apela nunca a revelaciones directas de Dios. Muchos santos antiguos las tenían (decían tenerlas) y se guiaban por ella; Teresa de Jesús las describe todavía, pues vive en un ambiente donde ciertas experiencias interiores (visiones, audiciones) se interpretan como signo de la presencia directa de Dios. Pues bien, en contra de eso, Teresa de Lisieux afirma seriamente que noha tenido tales revelaciones.

Yo nunca le he oído hablar, es decir, nunca he tenido una revelación directa de Dios. Estamos, según eso, en plena modernidad, en el contexto de una razón que no admite ya la presencia de revelaciones especiales y distintas de Dios. Teresa es sincera: no tiene pruebas exteriores, no apela a milagros. Está sola en el mundo, con sus propios hermanos y hermanas. Eso significa que Dios ha de hablarle en la misma transparencia y camino de su vida. ¿Estamos ante un signo de pequeñez? ¿Deberíamos lamentar la falta de revelaciones especiales? Nada de eso. Este es uno de los signos más grandes de su madurez espiritual, de su modernidad humana: 

Comprendo y sé muy bien por experiencia que “el reino de los cielos está dentro de nosotros” (Lc 17, 21). Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. Él, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras… Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien ben en medio de las ocupaciones día día… (Ms A 83v, 245).

Teresa de Lisieux ha descubierto la más honda verdad de la tradición del Discípulo amado: el Maestro interior la acompaña, no en camino de revelaciones especiales, sino en la experiencia de amor de cada día (cf. 1 Jn 2, 27). Todo es natural en ella: no hay éxtasis, toques interiores, revelaciones especiales. Ciertamente, ella se deja acompañar por algunos sueños, por pequeños signos… Pero sabe que todo eso pertenece al mismo despliegue de su vida, que en un sentido todo es natural y puede explicarse desde condiciones físicas o sociales.

Esta es la paradoja central de su vida. Por una parte sabe que el mismo Jesús la va guiando, como maestro interior, en camino de intensa maduración espiritual y/o humana. Por otra parte está convencida de que todo en su vida es natural, de manera que, en ciertos momentos, siente muy fuertes tentaciones de pérdida de fe.

No hay necesidad de apelar a ningún tipo de Diablo, ni a pruebas exteriores. Esta es la misma condición de su vida. El amor no puede apelar nunca a demostraciones exteriores. Su demostración no es otra que el mismo recorrido del amor. Así acaba ella, la maestra Teresa de Lisieux, caminando por una vía oscura, en fuerte fe.

En otro tiempo, la fe había sido para ella una condición natural de la vida, como algo que no podía ni siquiera discutirse. Pero al llegar al nivel del amor final, ella tiene que ir descubriendo que el amor no se prueba… Ella no ha oído nunca ha Jesús (nunca le ha visto, ni le verá en la tierra), pero sabe que Jesús le acompaña y dirige por dentro, en el mismo despliegue concreto de su vida.

Ha sido hermoso que así fuera. Nosotros, hombres y mujeres de finales del siglo XX, que ya no creemos en ninguna revelación extranatural de Dios (apariciones, palabras que nos vienen de fuera…), nos sentimos vinculados a la historia de soledad y amor amor de Teresa de Lisieux. Tampoco nosotros hemos escuchado la voz inmediata de Jesús, pero la podemos escucharla y la escuchamos (la vamos descubriendo) en la misma textura de la vida, en el camino de maduración de amor que recorremos. 

  1. ¿Víctima de holocausto a tu amor? El paso a la gratuidad.. Teresa de Lisieux ha vivido en un tiempo de victimismos: le han dicho por diversos lugares que la perfección de las almas grandes consiste en entregar la vida y dejarse morir, en manos de la justicia de Dios, para así reparar las ofensas que en contra de ese Dios han cometido los infieles. Pues bien, dirigida por su propia inspiración espiritual, sin grandes maestros (confesores exteriores) que puedan dirigirla, ella ha superado en amor ese camino del victimismo.

Esta es una aportación teológica fundamental. Su misma experiencia del evangelio, interpretada desde la tradición de san Juan de la Cruz (cf. citas de Cántico B, en Ms A, 83r, 244), le impide ofrecerse como víctima de la justicia divina, porque sabe Dios no necesita tales víctimas. Ciertamente, ella no universaliza su experiencia; dice que han sido y son posibles otros caminos de temor y victimismo espiritual, pero ella no puede compartirlos. Su Dios se entiende de manera diferente: 

Este año, el 9 de junio (de 1895), fiesta de la Santísima.Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado. Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios para desviar y atraer sobre sí mismas los castigos reservados a los culpables. Esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero yo estaba lejos de sentirme inclinada a hacerla.

“Dios mío, exclamé desde el fondo de mi corazón, ¿sólo tu justicia aceptará almas que se inmolen como víctimas…? ¿No tendrá también necesidad de ellas tu amor misericordioso…? En todas partes es desconocido y rechazado…” “¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tuvieras que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en tí…”

“Si a tu justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta descargarse, ¡cuánto más deseará abrasar a las almas tu amor misericordioso, que se eleva hasta el cielo…!”. ” Jesús mío, que sea yo esa víctima dichosa. ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu divino amor…! (Ms A, 84r, 246) 

En sentido radical, el lenguaje de víctimismo y holocausto sólo se puede emplear en un contexto de justicia y violencia sacral: allí donde parece que Dios mismo está obligado a descargar su ira, allí donde la religión se entiende básicamente en claves de temor. Pues bien, Teresa de Lisieux ha superado ese nivel. Ella puede hablar de víctima y holocausto, empleando ese lenguaje para definir su ofrenda de amor, pero lo que ella quiere es algo muy distinto: no quiere expiar, ni reparar, sino simplemente amar.

De esa forma, Teresa de Lisieux ha superado el victimismo latente en la teología del XVIII y XIX, especialmente en Francia. Su Dios no necesita que le aplaquen, que apaguen su furor, pues no es un Dios de iras y furores. Lo que Dios busca es solamente amor, el gesto de aquellos que acogen su gracia y viven según ella.

En realidad, el Dios de Teresa de Lisieux es sólo signo y principio de amor: no quiere víctimas, sino todo lo contrario; no le hacen falta sacrificios de ningún tipo, pues lo que Él quiere son amigos: personas que acojan su ternura y le respondan con ternura, por el simple gozo de amar; personas que escuchen su palabra de amor y respondan ofreciendo amor a los hermanos, pues, como Teresa de Lisieux repite muchas veces: “el amor sólo con amor se paga”.

Por esta página, donde Teresa de Lisieux invierte el sentido de victimismo sacrificial del ambiente (con conjunto de la iglesia del siglo XIX), ella puede elevarse y presentarse como un ode los grandes testigos del amor gratuito, gozoso, personal, cristiano, a finales del siglo XX (en nuestro tiempo, ante el tercer milenio…).

Sólo por haber superado, en amor, la espiritualidad victimista del siglo XIX, Teresa de Lisieux puede aparecer y aparece como verdadera creadora, maestra de Espíritu. Ella no ha recibido su enseñanza de los grandes libros o manuales, sino el evangelio, leído desde su propia vida. Esto se lo había enseñado su maestro Juan de la Cruz. Ella ha sido buena alumna.[1] 

  1. En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor. Teresa de Lisieux quiere alcanzarlo todo: su vocación de amor no se contenta con ninguna vocación aislada, con ninguna tarea limitada. Así quiere ser, al mismo tiempo, carmelita, esposa y madre…. Quiere ser guerrero y sacerdote, zuavo pontificio y apóstol, doctor y mártir (cf. Ms B, 2v y 3r,258-259). La respuesta se la ofrece Pablo en I Cor 12-13 cuando, tras haber presentado los diversos carismas de la iglesia, los vincula en el amor como carisma central y más alto: 

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no podía fallarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.

Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…!

Entonces, al borde mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!! (Ms B, 3v, 261). 

Esta es una de las páginas más significativas de la Iglesia católica del siglo XIX. Su mensaje no es nuevo, pues todo lo que en ella dice está ya contenido en la tradición cristiana, a partir del mismo Pablo. Sin embargo, son muchos los detalles distintos, paradójicos y sorprendentes del texto, que aquí debo citar, al menos de manera inicial: 

1. Inmediatez divina. Teresa de Lisieux, siguiendo el ejemplo de Pablo (cf. Gal 1, 1), afirma que ha sido el mismo Dios quien le ha ofrecido y concedido esta vocación. Ciertamente, es vocación dentro de la Iglesia “mi madre”, pero no la ha recibido a través del ministerio de los hombres o mujeres de su tiempo, sino directamente de Dios, que le ha querido hablar en experiencia de maduración interior.

Teresa de Lisieux no sabía quién era, buscaba una tarea propia sobre el mundo: Dios mismo se la ha dado, ella la ha encontrado y sabe desde ahora para siempre, con Juan de la Cruz, “que ya sólo en amar es mi ejercicio”. De esa forma vive, en inmediatez de amor, como presencia de Dios, en medio de la historia. Quizá pudiéramos decir que ella se siente como encarnación continuada. 

2. Identificación con el Amor o Espíritu Santo. Teresa de Lisieux no afirma “estaré llena de amor” o “dejaré que el amor se exprese en mi existencia”, sino algo más directo y grande: yo seré el Amor. En realidad, al menos en forma proyectiva, ella se identifica con el ser/amor de Dios, es decir, con el Espíritu Santo. Algo semejante han dicho, en perspectivas distintas, místicos de tipo hindú y musulmán e incluso una gran serie de cristianos “heterodoxos” que, en formas distintas, han afirmado ser el Paráclito o Espíritu Santo (de Montano a Mani, de Mahoma a diversos espirituales modernos).

Es evidente que la afirmación de Teresa de Lisieux puede y debe interpretarse en perspectiva ortodoxa católica, pues todos los cristianos nos identificamos de algún modo con el Espíritu Santo, todos podemos y debemos decir, como ella, Yo soy el Espíritu Santo. Pero tomada en sí misma ella resulta ambiguamente rica y polivalente. Al presentarse como Amor ella supera de algún modo los condicionamientos y tensiones de la historia, para introducirse en el misterio divino. 

– 3. Teresa de Lisieux parece omitir las “mediaciones del Amor”, que Pablo ha vuelto a establecer en 1 Cor 14. Ciertamente, el carisma más alto es el Amor, como dice Pablo en 1 Cor 13, pero ese amor, que es fuente y sentido de todo lo que existe, sólo se expresa a través de ministerios concretos, de diaconías y acciones parciales, al servicio de la Iglesia. El problema no está en decir Yo seré el amor, sino en convivir con otros que dicen lo mismo, convirtiendo así mi ser de amor en obra de servicio concreto a los hermanos, recuperando y expresando así el carácter comunitario del Espíritu Santo.

Los cristianos sólo pueden hablar del Amor en sí y explicitarlo, allí donde lo asumen y concretan a través tareas y ministerios, en gestos parciales dentro de la comunidad eclesial, al servicio de la humanidad. En este momento de su proceso de búsqueda personal, parece que Teresa de Lisieux olvida ese detalle, omite las obras concretas del amor. Más tarde, a lo largo del Mc C, ella irá descubriendo y expresando, de forma ejemplar, las mediaciones de ese Amor en sí, que ella quiere ser y es dentro de la iglesia. 

Como todos los grandes textos de la tradición cristiana, este es parcial y puede interpretarse también de formas “heterodoxas”. Sacado del contexto histórico de Teresa de Lisieux y situado en una perspectiva distinta, podría haber sido condenado por los inquisidores más o menos oficiales de las iglesias (cristianas y musulmanas, por recordar aquí al famoso Al Hallah Husay de Persia, asesinado hacia el 920 por identificarse con el Amado divino).

Este es, a mi juicio, un texto de fuerte protesta personal: Teresa por fin se sabe a sí mismo, conoce y dice su más íntimo secreto, ha proclamado su palabra más profunda, en libertad creadora, dentro de la Iglesia. Este es, por así decir, el título mesiánico o, quizá mejor, el título y sentido pneumatológico de Teresa de Lisieux. Ya no pueden encerrarle las normas y leyes de un tipo de comunidad cerrada. Ella ha descubierto y expresado en su interior al Absoluto, hecho amor concreto en Cristo, en favor de los hermanos.

Una persona que hable así difícilmente puede ser “domesticada” por burócratas religiosos posteriores. Esto es lo sorprendente. De pronto, desde su misma hondura personal, Teresa de Lisieux descubre su vocación y la presenta con valentía dentro de la iglesia. De esa forma viene a presentarse como portadora de evangelio. 

  1. Yo te he glorificado en la tierra, he coronado la obra que tú me encomendaste. En el pasaje anterior, Teresa de Lisieux se identificaba de algún modo con el Espíritu Santo, apareciendo como Amor dentro de la iglesia. Pues bien, ahora, en la culminación del Ms C, en el momento más lúcido y final de su existencia, en una especie de Oración Sacerdotal de despedida, ella se identifica con Jesús y asume como propias las palabras de la gran oración sacerdotal del Cristo, que eleva Padre su plegaria en favor de todos los humanos.

Externamente hablando, Teresa de Lisieux cuenta con muy poco: dos hermanos misioneros a quienes acompaña con su oración, un grupito de novicias a las que dirige en su camino de vida religiosa (cf. Ms C, 33v, 321). Sin embargo, internamente, por solidaridad personal y cuidado cristiano, ella se siente responsable de toda la iglesia, de la humanidad en su conjunto (incluso de los no creyentes, pues ella misma se siente con ellos no creyente, en la prueba fuerte de la noche y silencio de la fe). Y de esa forma, como nuevo Cristo, eleva al Padre, haciendo suyas las mismas palabras de Jn 17: 

Amado mío, yo no sé cuándo acabará mi destierro… Más de una noche me verá todavía cantar en el destierro tus misericordias. Pero, finalmente, también para mi llegará la última noche [Última cena de Jesús y de Teresa], y entonces quisiera poder decirte, Dios mío: “Yo te he glorificado en la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. He dado a conocer tu nombre a los que me diste. Tuyos eran y tú me los diste.Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de tí, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido y han creído que tú me has enviado. Te ruego por éstos que tú me diste y que son tuyos”….

“Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo y que elm undo sepa que tú los has amado como me has amado a mi”.

Sí, Señor, esto es lo que yo quisiera repetir contigo [con Jesús] antes de volar a tus brazos. ¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el Padre del Hijo Pródigo cando hablaba con su Hijo mayor, tú me dijiste: “Todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31). Por tanto, tus palabras son míos y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial…

Madre querida [la M. Gonzaga, superiora del convento], vuelvo a estar con usted. Estoy asombrada de lo que acabo de escribir, pues no tenía intención de hacerlo. Ya que está escrito, habrá que dejarlo (Mc C, 34v y 35r, 323-324). 

Es evidente que Teresa de Lisieux se identifica funcionalmente con el Cristo pascual. La historia de la entrega de Jesús se vuelve así su historia, las palabras de Jesús son su palabra. Sin duda, ella se siente dentro de la iglesia católica y el acepta el ministerio parcial de sus sacerdotes. Pero, estrictamente hablando, ella actúa como Gran Sacerdote de la humanidad entera. Por eso, asume la palabra de Jesús y, en una especie de Gran Liturgia universal, ella se presenta en amor ante Dios Padre, llevando en sus manos y en su corazón el sufrimiento y búsqueda de todos los humanos.

Sus palabras son muy conocidas: las saben de memoria y las repiten muchísimos cristianos. Pero Teresa de Lisieux las hace suyas y las proclama de nuevo, en la noche de su vida (com si fuera la noche de Jesús), sin glosa ni comentario, tal como son: palabras de entusiasmo amante y de amorosa entrega de la vida en favor de los demás. Estas palabras de la gran Consagración Sacerdotal de Teresa pueden y deben conservarse en el centro de la iglesia, no como pura “intimidad privada”, exageración perdonable de un alma piadosa, sino como verdad profunda y sentido de la vida todos los creyentes.

Dicha esta palabra, Teresa de Lisieux ya no desea ser sacerdote, aunque en otro sentido lo hace, como indica el gesto de hacerse la tonsura en uno de los últimos momentos de cortarse el pelo. No desea hacerse sacerdote parcial, porque es sacerdote pleno, en hondura de amor, en ofrenda de amor universal. Ella no se limita a “orar por los sacerdotes”, como pide la tradición carmelitana, sino que ella misma se eleva, en el mismo centro de la iglesia, como sacerdote, con la ofrenda de su propia vida, en favor de los hermanos.

Desaparece de algún modo su distancia con respecto a Cristo. Ella misma es Cristo, es mesías de la nueva humanidad abierta al amor. Ciertamente, no niega la mediación concreta de los ministros oficiales de la iglesia, pero la sitúa, al menos estructuralmente, en un segundo lugar. Teresa de Lisieux ha venido a presentarse como Cristo viviente, en el corazón y centro de la iglesia. No es simplemente el amor como en el texto previo, sino que es Cristo, fuente del amor, es la oración personal elevada ante el misterio. 

  1. Los amores de Teresa de Lisieux. Vida en amor

La biografía de Teresa de Lisieux sigue siendo impresionante, por su densidad y cercanía personal. De todas formas, debemos transponerla de algún modo a nuestro tiempo, para conseguir así que ella nos hable de manera más cercana. No podemos cambiar su historia, tenemos que dejarla como está. Pero, al mismo tiempo, debemos destacar aquellos puntos que quizá resulten más difíciles de actualizar: su deseo de muerte, su falta de sensibilidad ante el amor enamorado y esponsal, su lejanía respecto a los problemas económicos y sociales etc.

Lógicamente, debemos situar el proyecto y camino Teresa de Lisieux dentro del proyecto y camino de reino de Cristo, como ella misma sabe y hemos indicado en las reflexiones anteriores. De manera simplificada y poco exacta, en un primer momento, podemos afirmar que Jesús anunció el reino de Dios, en toda su amplitud (como salvación integral del ser humano), mientras que ella, Teresa de Lisieux, sólo quería salvar almas. Pero después, estudiando mejor su figura, descubrimos que en el fondo de su tarea espiritual (salvar almas) se esconde y expresa la más profunda exigencia de expandir el amor.

En esta perspectiva más extensa queremos situarnos. Para ser fieles a su proyecto de amor, a su extraordinario camino de apertura misionera, debemos repensar los temas y camino, de su vida desde el fondo del mensaje de reino de Jesús. De esa forma nos situamos otra vez dentro del proyecto de Pablo VI: la civilización del amor.

¿Qué puede aportar Teresa de Lisieux a ese proyecto? ¿Cómo resituamos desde ese transfondo sus amores? Estas preguntas guían nuestras reflexiones finales, que quieren esbozar eso que pudiéramos llamar la fisionomía de los amores de Teresa. Los presentaremos de una forma esquemática, destacando los valores y carencias de su camino, a la luz de nuestra visión del evangelio.[2] 

  1. Hija Teresa. Amor filial, infancia espiritual. Como venimos indicando, ella tuvo planteado desde siempre el teorema de cómo ser hija, es decir, de cómo ser amada. Una y otra vez le fallaron (murieron) las madres (nodriza, madre, hermanas) y finalmente el padre (enfermo mental). Este camino de rupturas y carencias le vino a situar en uno de los lugares clave de la experiencia cristiana (el espacio de la infancia), para descubrir desde allí el valor de la pequeñez ante un Dios que nos implanta y enraíza, como madre, en la existencia..

Teresa de Lisieux ha destacado así el valor del ser amada, la experiencia de la absoluta gratuidad ante el misterio de Dios, el acogimiento pleno, en un nivel de fe (no de obras, acciones, conquistas humanas), que ha venido a situarlo muy cerca del itinerario espiritual de Pablo. De esa forma ha nacido en plenitud, como persona, pudiendo aceptarse y amarse a sí misma, porque Dios le acepta y ama, como a hija, en experiencia radical de bautismo (nuevo nacimiento), que ella podría haber evocado con las palabras de Mc 1, 9-11 par.

Sólo ahora, descubriéndose pequeña y niña ante Dios, ella puede aceptarse aceptando su lugar en el mundo. Por fin sabe quien es y lo que es: no necesita hacer nada, no tiene que conquistar ninguna meta. Es porque Dios la ama, en infancia y madurez humana, en infancia y madurez divina. La fe le ha permitido resolver el difícil teorema de amor de su vida. 

Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a ese hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en manos de su padre… “El que sea pequeñito, que venga a mí”, dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón ( Prov 9, 4). Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que “a los pequeños se les compadece y perdona” (Sab 6, 6). Y en su nombre el profeta Isaías nos revela que en el último día “el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho” (Is 40, 11). Y como si todas estas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: “Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré” (Is 66, 12-13): (Ms B, 1r, 254).Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de la Sabiduría Eterna: “El que sea pequeñito, que venga a mí” (Prov 9, 4). Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí que encontré : “como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré” ( Is 66, 12-13).

Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma. ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús. Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más [el texto que sigue contiene citas o alusiones a Sal 88, 2; 70, 17-18] (Ms C, 2v, 274). 

Difícilmente se podrían encontrar palabras más hermosas que, de un modo paradójico y muy significativo, proceden de los últimos estratos del libro de Isaías y de la tradición sapiencial de Israel. Estrictamente hablando, estas ellas no son todavía (o no son “ya”) cristianas, pues se han vuelto universales, palabras de experiencia religiosa que pueden aceptar los creyentes de otras religiones, de un modo especial, aquellos hindúes y musulmanes que destaquen la figura de un Dios (o divinidad) con rostro personal, amante, materna.

Es evidente que estas palabras pueden ser asumidas desde el evangelio, como hace Teresa de Lisieux, partiendo de la más honda experiencia de Jesús, a quien Dios mismo constituye y confirma como Hijo (Mc 1, 9-11 par) y de la teología de Juan o de Pablo, cuando hablan del Espíritu de filiación que nos permite decir ¡Abba, Padre! (cf. Gal 4; Rom 8). Pero en ellas sigue resonando un tipo de sabiduría religiosa universal que puede ser independiente del cristianismo, que hallamos también en diversos libros religiosos de la India.

Las palabras de Teresa de Lisieux pueden contener un elemento psicológico regresivo, si se toman al pie de la letra como negación rechazo del despliegue de la vida: ya no necesito crecer. Si fuera así, el camino de infancia conduciría a la fijación en la niña y a la muerte, de la que el mismo Jesús ha querido liberar a la joven de Mc 5, 21-43. Pero, leídas en el contexto total de la vida de Teresa, ellas pueden llevarnos y nos llevan hasta el lugar de la maduración humana: ella, al fin, al reconocerse como hija querida de Dios, al aceptar en plenitud su infancia, termina aceptándose a sí misma, se alegra de su nacimiento y se reconoce como persona ante Dios y ante los humanos.De esa forma, estas palabras de infancia nos conducen al lugar donde el humano se descubre bien nacido en manos de la gracia de Dios. Sólo después de que eso está seguro, podemos añadir que resulta muy significativo el hecho de que entre las citas que fundan esta teología de la infancia falten las palabras centrales de la pequeñez en Mt 11, 25-30 y las referencias de Mc 9,33-37 y 10, 13-16, en las que Jesús ofrece su revelación a los pequeños y sitúa a los niños en el lugar central de su comunidad.

Eso puede indicar que Teresa no ha llegado todavía (en este momento de su formulación espiritual) al centro del cristianismo, al lugar donde sentirse y ser niño ante Dios (y ante los otros humanos) supone al mismo tiempo, acoger y ayudar a los niños y pequeños de la comunidad cristiana y de la iglesia entera. Para ello tendrá que dar un paso más, avanzando desde la infancia a la maternidad y fraternidad espiritual, como luego veremos.

Algunos han preguntado ¿es que Teresa no conoce esos textos evangélicos sobre la infancia? ¿es que no ha tenido quien le indique su importancia? Pienso que Teresa no necesitaba que nadie se los presentara, pues ella sabía leer y leía bien el Nuevo Testamento. Pero, en este primer gran momento de su despliegue espiritual, no puede apoyarse todavía en ellos. Por eso recurre a los textos de infancia del Antiguo Testamento, más cercanos a una experiencia materna de Dios, para fundar en ellos su camino espiritual.

En el Nuevo Testamento, la alusión a los pequeños se encuentra vinculada a la exigencia de servirles. Tanto Mc 9, 33-37 y 10, 13-16, como Mt 18, relacionan la experiencia de hacerse niño con la de recibir a los niños, en gesto activo de compromiso social que culmina en Mt 25, 31-46, allí donde Jesús mismo aparece como el hambriento, exilado, enfermo, encarcelado (=niño) al que debemos ayudar. El evangelio ha vinculado siempre la neotenia (hacerse niño) con la más fuerte exigencia de diaconía o servicio (acoger y ayudar a los niños).

Pues bien, parece que en este primer momento, Teresa de Lisieux sólo destaca la primera parte de esta experiencia (la de hacerse niño ante Dios), para así resolver el más hondo problema espiritual de su vida: recuperar la infancia, encontrar por fin y para siempre a la madre que no puede faltarle, que nunca morirá. Sólo después, partiendo de ese Dios/Madre que le acuna y fortalece, ella podrá descubrir la segunda parte de su espiritualidad, que consiste en hacerse madre y acompañar, animar, a los hermanos en la tarea de la vida.

  1. Enamorada Teresa. Relaciones esponsales. Queremos situarnos en el camino que lleva de la infancia a la maternidad. Normalmente, para hacerse madre, una persona ha tenido que descubrirse en su verdad como hija, pasando después por la experiencia del encuentro enamorado. Sólo después, partiendo del amor esponsal, puede darse en plenitud el amor materno y creador, en favor de los otros.

Pues bien, es evidente que Teresa de Lisieux ha sido un genio de la infancia espiritual: esta ha sido su conquista más honda, este el resultado de un proceso apasionante de maduración humana que ella ha realizado paso a paso, hasta los últimos momentos de su vida. Como veremos después, ella ha sido también madre y misionera: ha vivido el amor en gesto activo de creatividad y entrega en favor de los demás. Pues bien, tengo la impresión de que el tema de los esponsales (de su amor enamorado hacia Jesús y otras personas de la tierra) no ha sido en ella tan profundo y novedoso.

Ciertamente, los textos sobre el amor esponsal resultan en su obra mucho más numerosos que los referidos a la infancia espiritual. Es lógico, el descubrimiento y despliegue de la infancia espiritual ha sido la tarea de su vida, el hallazgo más fuerte de su biografía teológica; por eso, el tema aparece en los dos lugares esenciales de su camino (Ms B y C, ya citados), cuando su proceso interior va culminando en amor y nacimiento pleno. Por el contrario, los textos sobre el amor esponsal forman parte de eso que pudiéramos llamar la retórica constante de su vida; le han venido dados, ella no los ha tenido que conquistar ni recrear; estaban ahí y los utiliza, sin más esfuerzo.

Los signos del amor esponsal están vinculados a su entrada en convento y forman parte de eso que pudiéramos llamar el contexto simbólico previo de Teresa. Son como el espacio exterior que encuadra su vida, el ambiente que ella respira. Ciertamente están ahí, como signo universal, propio de muchas religiones, como elemento que ha sido profundizado en Israel (relaciones del Dios esposo con el Pueblo esposa) y que ha venido a recibir su forma más concreta en Cristo, a quien la tradición creyente, especialmente en los monasterios femeninos, ha mirado como esposo de las almas.

Esos signos, codificados en el Cantar de los Cantares han recreados de forma muy personal por Teresa de Ávila, viniendo a recibir su formulación poética y antropológica más hon da en el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz. Por eso, Teresa de Lisieux los ha tomado sin esfuerzo alguno: no loa ha tenido que crear, no ha luchado por ellos, sino que los ha recibido de su contexto sacral y de la tradición del Carmelo.

Ella ha querido ser siempre la esposa de Jesús, ha concebido su vida como un camino de enamoramiento sacral, que no deja lugar para ningún otro amor posible a nivel de enamoramiento con varón. Bellamente va expresando Teresa de Lisieux los momentos y signos de su desposorio con Jesús, expresando por ellos la historia oficial de su vida (la entrada en el Carmelo, la profesión etc). Los textos que reflejan esta experiencia son numerosísimos. Bastará con evocar la Tarjeta de a Bodas de su profesión:

El Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, Dueño soberano del mundo, y la gloriosísima Virgen María, Reina de la Corte Celestial, tienen a bien participaros el Enlace matrimonial de su Augusto Hijo Jesús, Rey de reyes y Señor de Señores, con la señorita Teresa Martín, ahora Señora y Princesa de los reino aportados en dote por su divino Esposo, a saber: la Infancia de Jesús y su pasión, siendo sus títulos de nobleza: del Niño Jesús y de la Santa Faz

El Señor Luis Martín, Propietario y Señor de los Señoríos del Sufrimiento y de la Humillación, y la Señora de Martín, Princesa y Dama de Honor de la Corte celestial, tienen a bien participaros el Enlace matrimonial de su hija Teresa, con Jesús, el Verbo de Dios, segunda persona de la Adorable Trinidad, que, por obra de su Espíritu Santo , se hizo Hombre e Hijo de la Virgen María, la reina de los cielos(Ms A, 77v, 232).

Los testimonios de ese amor esponsal, centrado en las bodas de Teresa con Jesús, pueden multiplicarse sin ninguna dificultad. Pero el problema teológico y psicológico (que en este caso, como en toda la vida de Teresa, son inseparables) consiste en saber si ellos aportan algo nuevo a la espiritualidad del tiempo o, mejor dicho, si responden a la más honda experiencia creadora y al camino expreso de Teresa de Lisieux.

Personalmente, pienso que no. La metáfora del niño en manos del Dios Padre/Madre es propia de Teresa: ella la ha creado (recreado) de forma impresionante, abriendo un camino nuevo de vida espiritual dentro de la iglesia. También será nuevo su gesto fraterno, al servicio de los misioneros. En ambos casos, el despliegue espiritual de Teresa y su aportación a la vida cristiana está vinculado al propio despliegue de su vida. Pues bien, la metáfora esponsal es algo que ella ha recibido del ambiente y que utiliza, como tantas otras religiosas de su tiempo, pero que resulta ajena a su experiencia más profunda. Para que resulte más claro lo que pretendemos decir, será bueno que comparemos a Teresa de Lisieux con su maestro Juan de la Cruz 

Juan de la Cruz ha sido un verdadero creador en este campo. Por eso ha formulado su experiencia de encuentro con Dios en claves esponsales; por eso ha podido escribir el más bello canto de amor de la literatura hispana, poema donde todo es erótico en el sentido más hondo del término, siendo todo divino, expresión de encuentro enamorado.

En el centro y final de su camino de noches y subidas, de negaciones y distancias casi infinitas, Juan de la Cruz ha descubierto a Dios (=Jesús) como el amado. Por eso, más que hijo, él se siente amante de Dios. En su busca ha salida; para encontrarle y gozar de su unión ha recorrido todos los caminos de la vida. Por eso, su metáfora de amor esponsal es viva y creadora: nace de la entraña de su hondura humana, como expresión de la riqueza y gozo, de la búsqueda y misterio, de su vida. 

Teresa de Lisieux asume esa metáfora esponsal porque se la ofrece el ambiente. Más aún, ella la utiliza y repite con gran fuerza. Pero todo nos permite suponer que ella no la siente como propia, a pesar de la cantidad de veces que la emplea (o precisamente por eso). Es como una piedra preciosa que le han dado y que ella toma en sus manos, pero no es la piedra fundante del edificio de su vida.

Para que la metáfora del amor esponsal se encuentre llena de sentido, ha de haber en ella un camino de ida y vuelta, un proceso que se eleva del encuentro enamorado en este mundo al despliegue del amor de Dios, un proceso que desciende desde el enamoramiento con Dios (=Jesús) al despliegue de amor enamorado en este mundo. Pienso que Teresa no ha realizado de esa forma su camino amoroso. No parece que ella haya sentido la posibilidad y riqueza de un enamoramiento de este mundo; todo lo vinculado al erotismo interhumano parece tabú en ella o no encuentro sentido. Es lógico que no haya podido aplicar esa metáfora a Dios de una manera viva y propia.

En otras palabras, Teresa de Lisieux no ha ido al Carmelo buscando un Esposo, pues no lo necesita, parece que no sabe lo que es eso, aunque externamente lo diga. Ella va buscando, más bien, un Padre/Madre, aunque le llame esposo y se refiera, con frecuencia, a sus esponsales. Este no es un dato negativo, sino todo lo contrario. Antes de que pueda haber amor matrimonial, con lo que implica de distancia y libertad, de gozo y responsabilidad, tiene que haber madurado la persona, resolviendo el problema de la relación con sus padres.

 Sólo cuando alguien ha resuelto bien el misterio de la ración con padre y/o madre se encuentra maduro para el encuentro enamorado. Pues bien, quizá con un poco de exageración, podríamos decir que Teresa de Lisieux ha estado durante toda su vida muy ocupada en resolver el teorema o misterio materno de su vida, descubriendo y expresando el sentido de su infancia ante Dios. Ella lo ha logrado hacer, ha resuelto su carencia filial, ha expresado de forma genial su experiencia de infancia ante Dios. Hubiera sido demasiado pedirle que empezara a recorrer después, estando ya muy enferma, el camino de su enamoramiento, para reescribir un texto como el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz.

Teresa de Lisieux ha trazado uno de los caminos de acceso a Dios más impresionantes de la modernidad y le estamos agradecidos por ello, de manera que ella puede presentarse como una de las grandes patronas e inspiradoras dentro de la civilización del amor, que intentamos suscitar. Pero no ha recorrido todos los caminos de Dios, no es ser patrona única en la fiesta de su gracia. En otras palabras, ella no puede ser modelo para los enamorados del mundo, pues no ha sentido (a al menos expresado) lo que ese amor puede tener y tiene de sacramento de Dios, de ceatividad y plenitud dentro de la historia humana.

Posiblemente le ha faltado la base de un posible amor esponsal humano. No parece que sus padres hayan expresado ante sus hijas el gozo del amor enamorado, ni que lo hayan presentado como un modelo cristiano de vida perfecta, pues ninguna de ellas ha buscado o deseado seriamente el matrimonio. La trayectoria personal y espiritual de Teresa no ha permitido que ella sienta y viva la posibilidad y el gozo de un enamoramiento interpersonal. La trama de sus relaciones filiales y fraternas y luego la experiencia apostólica le han llenado de tal forma que podemos afirmar que no cultivado, al menos de un modo intenso y personal, la metáfora del amor enamorado.

No es que esto haya sido un defecto irremediable. Ella ha desplegado otras facetas del amor y lo ha hecho de un modo genial, como niña y mujer, como persona y cristiana. Pero, en el campo esponsal, no parece que ella pueda presentarse como principio y testimonio de una nueva civilización del amor, a no ser que realicemos una serie de transformaciones y transposiciones grandes al interior de su experiencia familiar e individual. La civilización del amor que buscamos tendrá necesidad de otros patronos para expresar la grandeza del amor enamorado y del matrimonio entre creyentes o, simplemente, entre humanos.

Como decimos, esto no es un defecto, sino un signo de grandeza. A pesar de sus limitaciones (o quizá precisamente por ellas), Teresa de Lisieux ha realizado un espléndido camino de amor, apareciendo así como modelo y patrona para aquellos que (como ella) se sienten también limitados. Hubiera sido difícil tomarla como patrona de amor si todo lo hubiera hecho bien, con perfección absoluta, si no hubiera limitaciones en su vida. Esa misma limitación esponsal nos permite valorar mejor su grandeza como mujer amante.

Sólo allí donde se descubren y aceptan los límites de Teresa de Lisieux puede también descubrirse y gozarse su grandeza de mujer religiosa y modelo de humanidad, de civilización de amor. Presentarla como modelo universal de amor significa desligarla de su historia concreta, devaluar su vida y pensamiento. Sólo conocimiento sus limitaciones podemos sentirnos más cerca de ella, como supone su misma espiritualidad de la infancia, que ella ha trazado precisamente para “imperfectos”, no para personas seguras de sí mismas.[3]            

  1. Madre Teresa. Amor creador. Como venimos indicando, Teresa de Lisieux ha buscado a lo largo de su vida el amor del padre/madre, más que el enamoramiento de un esposo (tema que sólo puede plantearse después, en un segundo momento de la vida). Normalmente, el enamoramiento actúa como intermedio entre el amor filial y el materno, haciéndonos capaces de pasar de la acogida a la donación de vida.

El paso directo de la filiación a la maternidad resulta, a mi juicio, deficiente y quizá peligroso. Para ser padre/madre de verdad es bueno haber estado enamorado, de manera que el mismo amor libre y gozoso, independiente y muy intenso, que brota del encuentro personal de dos enamorados puede volverse principio de vida y entrega creadora.

Acabamos de indicar que en Teresa ha sido deficiente, o menos perfecto, el amor enamorado, a pesar de que ella se presente una y otra vez como la esposa de Jesús. Pues bien, debemos añadir que ella, Teresa, culminado el camino de su filiación, ha venido a presentarse y actuar como verdadera madre.

Este es un tema que debería precisarse con mucho más cuidado, a no ser que revisemos la tesis anterior y digamos que, al sentirse hija (infancia cumplida), Teresa ha podido presentarse ante Cristo como verdadera esposa, ligada en amor personal (dialogal) con su enamorado, sabiendo gozar de su compañía y asumiendo de manera responsable su tarea (la tarea de cuidar los hijos comunes, del esposo y de ella). Decimos que el tema debería precisarse con mayor cuidado. Aquí nos limitamos a evocar un hecho: realizado el camino filial, Teresa de Lisieux ha podido presentarse y se presenta como madre, en gesto de amor creador.

Quizá podamos decir que el aspecto esponsal ha quedado implícito, de modo que podamos afirmar que, al presentarse en verdad como Hija (en actitud filial ante Dios), Teresa ha podido volverse en realidad (quizá sin saberlo) verdadera Esposa de Dios, en el sentido más profundo de este término: amiga y enamorada, compañera y responsable de las cosas de Dios. De todas formas, este aspecto va a quedar velado y, de una forma expresa, Teresa desarolla los rasgos de madre y hermana, en gesto activo de amor creador hacia los otros; este descubrimiento y tarea marca, a mi juicio, la culminación de su camino espiritual.

Si ella hubiera quedado simplemente como niña o hija querida, en simple camino de infancia espiritual, su ejemplo hubiera resultado a la postre muy limitado. Pues bien, en contra de eso, podemos y debemos afirmar que, aprendiendo a ser hija, ha podido realizar y ha realizado una verdadera tarea maternal, pudiendo presentarse así como modelo de aquellos/as que saben entregar la vida a los demás, abriendo para ellos un camino de maduración personal. Al final de su trayecto, en los últimos años (meses) de su breve biografía, ella ha sido capaz de volverse madre, ofreciendo una ayuda real a sus demás hermanas o hijas (las novicias de su comunidad), actuando como verdadera formadora de personas.

Ser madre es dar de sí, no estar ya en manos de los otros, necesitando y pidiendo siempre la ayuda de los padres. Ciertamente, Teresa de Lisieux ha empezado siendo una niña abandónica, sedienta de amor paterno/materno. Pero en la culminación de su vida, superando por dentro un proceso de fuerte sequedad (que se expresa en formas de duro ateísmo, como si el Dios anterior se le ocultara), ella ha podido presentarse de verdad como madre, no sólo de novicias, dentro de su convento, sino también en las restantes relaciones personales: 

Cuando me fue dado penetrar en el santuario de las almas [como formadora de novicias] vi enseguida que la tarea era superior a mis fuerzas. Entonces me eché en los brazos de Dios como un niñito, y, escondiendo mi rostro entre sus cabellos, le dije: “Señor, soy demasiado pequeña para dar de comer a tus hijas. Si quieres darle a cada una, por medio de mí, lo que necesita, llena tú mi mano…”.

Dios ha tenido a bien llenar mi manita cuantas veces ha sido necesario para que yo pudiese alimentar el alma de mis hermanas… De lejos parece de color de rosa eso de hacer bien a las almas, hacerlas amar más a Dios, en una palabra, modelarlas según los propios puntos de vista y los criterios personales. De cerca ocurre todo lo contrario: el color rosa desaparece…, y una ve por experiencia que hacer el bien es algo tan imposible sin la ayuda de Dios como hacer que brille el sol en plena noche… Se comprueba que hay que olvidarse por completo de los propios gustos y de las ideas personales, y guiar a las almas por los caminos que Jesús ha trazado para ellas, sin pretender hacerlas ir por el nuestro…

Desde que me puse en brazos de Jesús, soy como el vigía que observa al enemigo desde la torre más alta de una fortaleza. Nada escapa a mis ojos. Muchas veces yo misma me sorprendo de ver tan claro… Le he dicho, Madre querida, que yo misma había aprendido mucho instruyendo a las demás. Lo primero que descubrí es que todas las almas sufren más o menos las mismas luchas, pero que por otra parte son tan diferentes las unas de las otras… que no se las puede tratar a todas de la misma manera…(Ms C, 23r-v, 305-306). 

Este es el signo de su madurez. La misma Teresa que ha entrado al convento como niña, buscando una madre, ha debido al fin hacerse madre de otras religiosas, extrañas a su primera y pequeña familia de mundo: ha tenido que olvidarse de sí, para alimentar y animar en el camino de la vida humana y religiosa a sus compañeras novicias. La pequeña mujer que quería quedar en la niñez, para ser alimentada sin cesar por Dios, como una pelotita en manos del niño Jesús, viene a convertirse en maestra de sus hermanas, en formadora espiritual de las novicias.

He dicho antes que no estoy seguro de que Teresa haya podido presentarse como ejemplo de amor enamorado. Pero es evidente que ella ha sido y es ejemplo de amor maternal intenso y creador. No educa a niños propios, no cuida a sus hijos (da la impresión de que no los necesita en el plano de este mundo), pero tiene que educar y educa, como maestra y madre madura, a las novicias, convirtiéndose de esa forma (y de un modo especial por sus escritos) en Madre espiritual de muchísimos cristianos.

Así lo va indicando gran parte de su Ms C, escrito en los últimos meses de su vida. Lo que antes había sido (en gran parte del Ms A) recuerdo de niña, que evoca la infancia en la casa y que busca la compañía de sus hermanas mayores (y al fin de Celina) en el convento, se vuelve ahora palabra de mujer madura que aprende a convivir con las hermanas de comunidad. Se ha dicho a veces que ese ejercicio de convivencia de Teresa, dentro de una comunidad variada, con personas de diversa cultura y sensibilidad, ha sido un heroísmo. Quizá sí, pero no es algo extraordinario, sino el heroísmo de millones de mujeres y varones que deben aprender a convivir en fraternidad y respeto, superando los pequeños y/o grandes roces de la vida.

Algunos investigadores han destacado la dureza y rudeza de la convivencia en el Carmelo de Lisieux, con una Teresa casi mártir, perseguida por hermanas incompetentes y celosas. Personalmente no logro percibir tal dureza ni rudeza. Teresa ha sufrido los problemas normales de toda normal convivencia, entre personas de diversa cultural psicológica y social. Ha sabido situarse y responder, con normalidad, con hondura religiosa, perdonando, sonriendo, respondiendo con amor a los posibles celos y defectos de sus hermanas.

En esas condiciones ha podido hacerse “madre” de las religiosas jóvenes de la comunidad (de las novicias). Le han visto madura para eso, y ella ha respondido con madurez, como lo indican sus escritos (Ms C) y sobre todo el testimonio de las religiosas. Ha respondido como mujer madura y madre dentro de una comunidad plural. Este es el signo mayor de la madurez de su amor. Ella, la patrona de la infancia espiritual, ha podido venir a convertirse en patrona y guía de madres/padres en la iglesia. 

  1. Hermana Teresa. Amor misionero. Uno de los elementos más conflictivos y creadores de la vida de Teresa ha sido su relación fraterna (a veces casi esponsal) con su hermana Celina. Algunos momentos de esa relación, especialmente cuando se opone a sus posibles proyectos matrimoniales, me resultan duros, hasta penosos. A veces he tenido la impresión de que Teresa actúa como una pequeña tirana con Celina, en una relación hechas de gozos y miedos, de imposiciones y celos y también de amor posesivo: ella quiere tener y guiar a su hermana, evidentemente con buena intención (que no se case, que no se vaya, que venga a su convento), pero sin dejar que ella sea lo que quiera, que viva como quiera.

Es como si Teresa no hubiera roto, no pudiera romper ese cordón umbilical fraterno y casi fusional que le ligaba con la única amiga y hermana de su vida, pues las otras, Paulina y María, eran madres más que hermanas y Leonia queda lejos, casi como una extraña a la que se debe cuidar. Es evidente que en esas primeras relaciones, por otra parte de gran profundidad, Teresa de Lisieux no puede presentarse como patrona de la civilización del amor que buscamos, pues el amor fraterno implica un respeto y libertad que aquí no parece muy claro.

Pues bien, respondiendo a los deseos de Teresa, Celina acabó entrando al Carmelo de Lisieux (el 14 del 9 de 1894). Acaba así la primera parte del itinerario espiritual de Teresa, reflejado en el Ms A. Ella se siente feliz, como si su vida hubiera culminado. Ha terminado el calvario de la vida enferma de su padre (fallecido el 29 del 7 de 1994). Ha entrado Celina. Parece que su vida ha terminado, el ciclo de su amor se ha cumplido:

¡Cuántas cosas tengo que agradecer a Jesús, que ha sabido colmar todos mis deseos…! Ahora ya no tengo ningún deseo, a no ser el de amar a Jesús con locura… Mis deseos infantiles han desaparecido. Ciertamente que aún me gusta adornar con flores el altar del Niño Jesús. Pero desde que él me dio la flor que yo anhelaba, mi querida Celina, ya no deseo ninguna más: ella es el ramillete más precioso que le ofrezco…

Tampoco deseo ya ni el sufrimiento ni la muerte, aunque sigo amándolos a los dos. Pero es el amor lo único que me atrae… Durante mucho tiempo los desee; poseí el sufrimiento y creí estar tocando las riberas del cielo, creí que la florecilla iba a ser cortada en la primavera de su vida… Ahora sólo me guía el abandono, ¡no tengo ya otra brújula…! (Ms A, 82v, 243). 

Parece que Teresa ya no tiene nada que decir. Están las cuatro hermanas juntas (con el dolor de Leonia que no acaba de encontrar su sitio). Pues bien, precisamente ahora, cuando todo parece culminado, podrá empezar ya todo, el auténtica camino de Teresa, sus años creadores. De manera sorprendente, cumplida la primera etapa de su vida, con Celina en el Carmelo, Teresa realizará en muy poco tiempo (casi en unos meses) uno de los más impresionantes caminos del amor dentro de la iglesia.

Ha querido a la hermana en su casa y ya la tiene. Pues bien, invirtiendo ese gesto, ella tendrá que aprender y aprenderá a convertirse en hermana de otros muchos, ofreciendo su vida por los misioneros. Este es un cambio que hemos evocado ya en línea materna: la Teresa niña, siempre en busca de madre, tanto en plano humano como religioso (infancia espiritual), ha podido hacerse madre de otros muchos (como formadora de novicias).

Sólo ahora podrá surgir, desde el hueco y/o camino ya colmado de Celina, el otro rasgo más significativo de la vida espiritual de Teresa: la ampliación de su fraternidad, el gesto de su entrega misionera. Ella, que tenía necesidad de su hermana en el Carmelo, puede hacerse y ser hermana de otros muchos, realizando por ellos su vocación sacerdotal. [4] 

Desde hacía mucho tiempo, yo venía deseando algo que me parecía totalmente irrealizable: tener un hermano sacerdote. Pensaba con frecuencia que, si mis hermanitos no hubiesen volado al cielo, yo tendría la dicha de verles subir al altar. Pero como Dios los escogió para convertirlos en angelitos, ya no podría ver mi sueño convertido en realidad.

Y he aquí que Jesús no sólo me ha concedido la gracia que deseaba, sino que me ha unido con los lazos del alma a dos de sus apóstoles que ha convertido en hermanos míos… Quiero contarle, Madre querida, cómo Jesús colmó mi deseo… Estaba yo en el lavadero, muy ocupada en mi faena, cuando la madre Inés de Jesús [su hermana, en aquel tiempo superiora: en 1985] me llamó aparte y me leyó una carta que acababa de recibir. Se trataba de un joven seminarista que… pedía una hermana que se dedicase especialmente a la salvación de su alma y que, cuando fuese misionero, le ayudase con sus oraciones…

Imposible, Madre, decirle la dicha que sentí. El ver mi deseo colmado de manera inesperada hizo nacer en mi corazón una alegría que yo llamaría infantil, pues tengo qe remontarme a los días de mi niñez para encontrarme con el recuerdo de unas alegrías tan intensas que el alma es demasiado pequeña para contenerlas… Hacía muchos años que no saboreaba esta clase de felicidad… (Ms C, 31v y 32r, 318).

Es hora ya de que reasune la historia de mis hermanos, que ocupan ahora un lugar tan importante en mi vida. Recuerdo que el año pasado, un día de finales de mayo [de 1896], usted me mandó llamar… y me hizo esta propuesta: “¿Quieres encargarte e los intereses espirituales de un misionero?”… Yo le expliqué, Madre querida, que, al haber ofrecido ya mis pobres méritos por un futuro apóstol, no creía poder ofrecerlos también por las intenciones de otro… Todas mis objeciones fueron inútiles. Usted me contestó que se podían tener varios hermanos… Pues bien, así es como me he unido espiritualmente a los apóstoles que Jesús me ha dado por hermanos: todo lo mío es de cada uno de ellos… (Ms C, 33r, 320-321). 

De esa forma, la Teresa ya colmada de fraternidad, que parece ya que nada espera, pues todo lo tiene con Celina en el convento, descubre la posibilidad de ampliar esa fraternidad y de expandirla, en gesto de amor generoso, ofreciendo su vida por otros hermanos. Ella había comenzado a vivir en la pequeñez de un hogar burgués, donde sólo eran auténticos hermanos los de carne y sangre, sin más tarea que la de cultivar la pequeña familia de la tierra y culminarla en el convento. Pues bien, ahora Teresa ya madura descubre una y dos veces que su tarea fraterna se abre a los hermanos misioneros y, por ellos, a muchísimos hermanos, a todos los misioneros de Jesús sobre la tierra.

Esta es, a mi entender, la nota final de la madurez fraterna de Teresa de Lisieux, esta es la culminación de su camino. Ha salido al mundo en busca de padre/madre, ha terminado por hacerse hermana y amiga de muchos misioneros, no sólo de estos dos a los que escribe sin cesar, sino de todos aquellos que siguen (seguimos) leyendo sus escritos.

Ha venido al Carmelo buscando amor y, al final, tiene que darlo a manos llenas. De manera especial ruega por los misioneros, que son sus auténticos hermanos. Pero, de un modo más extenso, podemos afirmar y afirmamos que su fraternidad se abre a todos los que sufren y luchan en el mundo, en favor de la justicia de Dios y de su reino. Ahora sí que podemos afirmar que ha culminado su camino: ella, Teresa de Lisieux, será amiga y compañero de todos los que, en estos tiempos nuevos, asumen la tarea de ir creando una civilización del amor.

Ciertamente, seguirá siendo pequeña (no quiere realizar su tarea desde arriba, con métodos de imposición). Quizá tendrá dificultades en el campo del amor enamorado, como las han tenido y tienen muchísimos humanos. Pero podrá presentarse y se presenta como inspiradora y patrona de madres y hermanos. Sus novicias son para ella el signo de todos los hombres y mujeres que necesitan ayuda en el camino que conduce a la maduración en el amor. Sus misioneros serán signo de todos los hombres y mujeres que se esfuerzan por llevar la Palabra y suscitar relaciones de fraternidad (de Reino de Dios) sobre la tierra.

Ella no hace directamente casi nada. Pero internamente lo hace todo: va explorando en el camino del amor, va descubriendo caminos y medios para amar. De esa forma puede presentarse al fin como modelo de hija, madre y hermana, inspiradora y modelo en un camino que conduce hacia la civilización del amor. No sabe otra cosa sino amar: por amor ha vivido, amando ha muerto, después de una tarea fuerte de maduración personal, en medio de dificultades de todo tipo. Así puede presentarse como signo de esperanza en un camino en el que muchos (¿todos?) buscamos la construcción de esa civilización de amor. 

  1. Temas abiertos. Un camino en la línea de la civilización del amor. Teresa de Lisieux ha querido ofrecer un caminito de esperanza y creatividad en el camino del amor, enseñando a los humanos a ser pequeños ante Dios, en gesto gozoso de entrega de la vida, de vida compartida. Esta es su primera enseñanza, este su magisterio: dentro de un mundo en el que muchos quieren cambiar las cosas haciéndose grandes y dominando a los demás, ella sabe que sólo pueden cambiarse de verdad las cosas y personas haciéndose pequeños, entregando la vida por los otros.

Hemos visto ya que este camino de pequeñez se abre en la línea materna y fraterna. Teresa nos puede ayudar como madre, haciéndonos capaces de madurar en el camino, y como hermana, acompañándonos y orando por nosotros. Pues bien, esos momentos de su magisterio pueden actualizarse y/o precisarse en nuestro tiempo, para que, de esa forma, su tarea espiritual y humana, al servicio de la civilización del amor, resulta hoy más clara.[5]

Estos son, a modo de ejemplo, algunos momentos más significativos de la actualización del camino del amor de Teresa de Lisieux. Empezamos por el diálogo económico (pan compartido) que se abre a todos los humanos por igual (creyentes y no creyentes) y culminamos planteando el diálogo expreso con los nos creyentes o con aquellos que tienen dudas de fe. En el centro queda el diálogo enamorado, con la exigencia de superar las diversas formas de violencia. De un modo especial hemos destacado el diálogo entre las religiones. En todos estos campos se puede ampliar y expresar el ideal de amor de Teresa de Lisieux, a la que acabamos presentando como inspiradora en el camino que lleva a la civilización del amor. 

Amor social, pan compartido. Como hija de su tiempo, Teresa de Lisieux ha comenzado viviendo el amor en formas intimistas, afirmando finalmente que la tarea de su vida consiste en salvar almas. En este tiempo, con un mejor conocimiento del mensaje de Jesús, sabemos que la gran tarea de la iglesia no consiste en salvar almas, sino en anunciar el reino, expresándolo ya en este mundo, en formas de justicia y fraternidad universal. Por eso, a fin de que la inspiración y tarea de Teresa permanezca, debemos actualizar su mensaje de amor en unas claves más amplias de liberación humana integral, de justicia social y fraternidad entre todos los pueblos de la tierra. Por otra parte, esta ampliación de su tarea responde mejor a su proyecto básico de amor, que no se dirige a las almas por aislado, sino al ser humano entero, en cuerpo y alma (por utilizar la terminología antigua).

– Amor esponsal. Recreación del gozo enamorado. Hemos destacado ya las limitaciones de Teresa en este campo. Pues bien, para que se expande su camino de infancia resulta, a mi juicio, necesario ampliar y explicitar su amor en formas de encuentro y gozo enamorado. Un proyecto humano, como el de la civilización del amos, no puede mantenerse y triunfar en claves de imposición y victimismo, sino de placer profundo, de alegría y vida compartida. Por eso, dentro del proyecto de Teresa, debemos introducir el motivo de gozo enamorado, del placer del encuentro personal, que es signo de Dios, promesa de reino. En otras palabras, quisiéramos que el camino de amor de Teresa pudiera expresarse en formas de gozo esponsal, dando así hondura y sentido a la metáfora de los desposorios de la persona humana con Cristo.

– Amor en debilidad. La no violencia activa. El camino de pequeñez de Teresa puede y debe dialogar con todos los caminos y proyectos de amor que se expresan en formas de renuncia a la violencia. Lo que ella ha realizado en una pequeña familia y en los muros de un Carmelo puede y debe expandirse en forma social y política: podemos cambiar en amor la vida humana, superando los ciclos siempre repetidos de la violencia, de manera que los hombres y mujeres de la tierra puedan confiar unos en otros. Desde esa perspectiva debemos superar el “militarismo verbal” de Teresa, que quisiera ser guerrero y zuavo pontificio, para descubrir y cultivar su veta más profunda de amor no violento.[6]

– Amor en solidaridad sacral. Diálogo con las religiones. La civilización del amor no puede encerrarse en los muros de la fe cristiana, sino que ella ha de abrirse a todos los que buscan a Dios sobre la tierra, a través de las diversas religiones. Juan de la Cruz ha sido considerado ya como un santo universal, de manera que su obra ha sido leída y acogida entre hindúes, budistas y otros hombres y mujeres religiosos de la tierra. ¿Puede suceder algo semejante con Teresa de Lisieux? Pienso que sí. Su vida y obra no puede encerrarse en los muros del Carmelo, ni en los límites de la Iglesia católica.

Teresa pertenece a la humanidad, al camino de eso que venimos llamando la civilización del amor. Ha llegado el momento de diálogo entre las religiones. Si queremos que Teresa nos ayude en la tarea de crear una civilización de respeto al ser humano, en claves de amor, tenemos que presentarla como santa abierta a las diversas religiones de la tierra. 

– Amor en tiempos de increencia. Diálogo con los agnósticos y ateos. Pero no podemos quedarnos en el plano de las religiones, sino que debemos abrirnos al más amplio espacio de lo humano. Teresa de Lisieux pertenece a la humanidad moderna de occidente. Por eso resultan lógicas, en su propia perspectiva biográfica y en el contexto social y cultural de nuestro tiempo, sus dudas de fe, su fuerte tendencia a un tipo de ateísmo práctico. La más luminosa noche de su fe es la noche en que el mismo Dios desaparece y todo queda como suspendido en el vacío, sin nadie ni nada que avale su fe.

Teresa aparece, de esa forma, como hermana de todos los millones de personas que, en la modernidad y de un modo especial en los últimos decenios, parecen tender a la increencia (sea en forma agnóstica o atea). Con ellos ha sentido y sufrido Teresa. Para ellos ha ofrecido un testimonio de amor en tiempos de increencia e inclemencia. El camino de la civilización del amor ha de hallarse abierto a los no creyentes, pues el amor en cuanto tal no hace distinciones, a no ser en favor de los más necesitados y pobres (sea en clave económica, social o religiosa). [7]

            En todo este camino puede y debe ayudarnos el ejemplo de Teresa de Lisieux. Debemos conservar su biografía concreta, de mujer burguesa de finales del siglo XIX, con sus limitaciones y concreciones culturales. Ese condicionamiento biográfico resulta esencial, pues si se pierde la Teresita de la historia desaparece el mensaje de su vida. Pero, al mismo tiempo, y partiendo de lo anterior, debemos buscar y cultivar eso que pudiéramos llamar la Teresita de la Fe, es decir, del mensaje de amor universal, abierto a los círculos de diálogo que acabamos de indicar.

Será bueno que un budista y un hindú, incluso un hombre o mujer no religiosos (no creyentes), puedan sentir el proyecto de amor de Teresa. Ella sigue siendo inspiradora, pero ya no es ella quien realiza la tarea externa y quien recorre el camino del amor: tenemos que hacerlo nosotros, al recordar su vida y actualizar su mensaje en nuestro tiempos, en formas creadoras.

¿Seremos capaces de hacerlo? ¿Merecerá la pena que tomemos a Teresa de Lisieux como santa inspiradora de la nueva civilización del amor, en compañía de Juan de la Cruz y de otros santos? La respuesta no puede darla un trabajo como este, debemos que darla todos, especialmente los cristianos, apoyándonos en Jesús, el mesías del amor universal, por quien ofreció su vida Teresa de Lisieux.

Notas

[1]Ciertamente, no es una novedad. Lo que dice y siente Teresa de Lisieux es la verdad del evangelio. Pero se había olvidado muchas veces. Ella lo dice, con autoridad y pasión. Sabe que “sólo en amar es mi ejercicio”. Ha descubierto al Dios de Jesús. No tiene que reparar nada, nada tiene que hacer, sino amar. Ha llegado a ser cristiana verdadera.

[2] Asumo, quizá de un modo menos crítico, algunas de las ideas expuestas por A. Vázquez, mi maestro y hermano de comunidad mercedaria, tanto en Dinámica psicológica y espiritualidad en Santa Teresa de Lisieux, RevEsp 31 (1972) 408-451 como en conversaciones privadas.

[3]Presentamos a Teresa de Lisieux como doctora y maestra en Amor, pero quizá no podemos verla como maestra de todos los amores, a pesar de que en la página genial donde proclama que será el amor (Ms B, 2b y 3r, 258-261) haya afirmado que quiere ser carmelita, esposa y madre, a pesar de que llame a Jesús Amado mío y Amor mío, con palabras de claro matiz enamorado.

He querido dejar el tema así, quizá de un modo apresurado, algo truncado, esperando que investigadores y testigos del amor me ayuden a plantearlo mejor. De todas formas, este camino y campo del amor enamorado debe quedar abierto, no sólo en el estudio de Teresa de Lisieux, sino en el conjunto de la espiritualidad eclesial. Este ha sido y sigue (seguirá) siendo un lugar fundamental en conjunto de la teología y de la vida cristiana.

No basta con que alguien (como Teresa de Lisieux) nos ayude a ser hijos ante Dios. Debemos aprender también a ser enamorados, en el sentido radical del término, sea cual fuere la manera en que cultivemos después ese enamoramiento. Tengo la impresión (y la he expresado en Tratado de Vida Religiosa, Claretianos, Madrid 1991) que sólo aquel que sabe de enamoramiento puede asumir el camino del celibato por el reino y viceversa (sólo aquel que ha presentido el amor pleno de Dios puede iniciar un camino de matrimonio cristiano).

[4] Este tema ha sido estudiado con bastante precisión por Antonio Vázquez, en el trabajo ya citado [Rev.Esp 31 (1972) 408-451] y en su aportación en este mismo congreso. Basado en lo que él dice, yo puedo contentarme con algunas simples indicaciones.

[5] Había comenzado presentando este trabajo a la luz del magisterio de Pablo VI. Quiero concluirlo reasumiendo expresamente la propuesta de su encíclica Ecclesiam Suam (de 1964), donde propone un díalogo universal, realizado desde la Iglesia, pero abierto en varios círculos: en primer lugar hacia todos los humanos (incluídos los ateos), luego hacia los creyentes en Dios (incluídos los miembros de otras religiones), despues los hermanos cristianos separados, finalmente los cristianos… Como veremos a continuación, Teresa de Lisieux puede ayudarnos a recorrer ese camino de diálogo, que lleva hacia la civilización del amor.

[6] E. J. Martínez, La ternura es el rostro de Dios: Teresa de Lisieux, EDE, Madrid 1997, 209-212, ha destacado este rasgo de no violencia activa de Teresa de Lisieux. He ofrecido una visión bíblica y teológica del tema en El ejército en la Biblia, PPC, Madrid 1997.

[7] Sobre este tema ha versado la conferencia del Prov. J. Martín Velasco, en este mismo congresa. En ella se ofrecen las citas pertinentes de Teresa de Lisieux y el sentido más profundo del problema.

Concordancias de santa Teresa del Niño Jesús: Historia de un alma, de una humanidad con alma de Dios.