95 tesis para la nueva generación: manifiesto de espiritualidad y reforma a la sombra de Lutero

Un fragmento de ’95 tesis para la nueva generación: manifiesto de espiritualidad y reforma a la sombra de Lutero’, de Lucas Magnin (Editorial Clie, 2022). Puede saber más acerca de la obra aquí.

 

Muchos son los libros, ensayos, artículos y conferencias que se publican cada día acerca de la Reforma protestante del siglo XVI. Son tantos que frecuentemente quien se propone mantenerse al tanto de lo que se está diciendo e investigando se siente sobrecargado ante la imposibilidad de tal empresa. Tal situación se ha vuelto aún más abrumadora en los últimos años, pues en el 2017 se cumplió el quinto centenario de la fecha que comúnmente se señala como el principio de la Reforma, y tal centenario resultó en una verdadera explosión en los estudios acerca de la Reforma. Hasta estos días, aunque estemos ya a una distancia de varios años de aquel centenario, la explosión continúa, y al menos el historiador que escribe estas palabras debe confesar que a veces la avalancha embota sus sentidos y hasta su interés. ¡Y ahora, como si no tuviésemos ya suficiente, aparece otro libro en cuyo título resuenan una vez más las tan trilladas y consabidas 95 tesis

Pero este libro es diferente. Aquí no se nos presentará a Lutero como el héroe legendario que se atrevió a enfrentarse tanto al papado como al Imperio. Aquí no se nos dirá que, de algún modo providencial, Lutero logró llevar a la iglesia de regreso a su fe de antaño, como si los siglos entre él y el Nuevo Testamento no tuvieran importancia. Aquí no se nos dará una interpretación detallada y novedosa de algún aspecto del pensamiento de Lutero o de los demás reformadores. Aquí no se discutirá sobre cuántas y cuáles son las famosas “Solas” —sola Scriptura, sola fide, etc. Aquí no se nos presentará a Lutero ni a Calvino como modelos que hemos de imitar en todo. (Lo cual me recuerda una anécdota de un pastor reformado que, viendo que las representaciones de Calvino predicando lo pintaban con una boina, empezó él mismo a predicar con boina, hasta que se enteró de que la profunda razón teológica para la boina de Calvino era… ¡que había palomas en la buhardilla!). 

Acerca de todo eso hay ya mucho (y buena parte de ello exagerado, torcido o insípido). Pero tal no es el libro de Magnin. Y tampoco, como tanto se hizo en torno al quinto centenario, tomará Magnin a Lutero y a la Reforma como un trampolín desde el cual lanzarse a las aguas favoritas donde cada cual quiere nadar, dejando atrás al trampolín que proveyó el impulso (¡o la excusa!). Aquí no se tomará la sola Scriptura como un ariete para derribar las defensas de quienes interpretan las Escrituras de un modo diferente al nuestro. Aquí no se usará la sola fide para condenar a quienes insisten en que la justificación por la fe conlleva un proceso de santificación, que —como la justificación— es también don de la gracia de Dios. 

Al repasar lo que he leído en este libro de Lucas Magnin, me quedan tres impresiones básicas. La primera de ellas es que Magnin nos presenta un Lutero y unos reformadores humanos, con pies de barro como todos los humanos. Lutero es, sí, el valiente que en Worms se enfrentó al más poderoso personaje en toda Europa. Pero Lutero es también quien trató al joven Melanchtón como un tirano, y quien cometió muchos otros errores. En una palabra, aquí se baja a Lutero del pedestal en el que los siglos lo han puesto y se lo trae a nuestro nivel, con los pies en la tierra y con los ojos unas veces en el cielo y otras en la cerveza. Ese acto de bajar a Lutero de su pedestal es muy necesario. En nuestras querellas con el catolicismo romano, hemos exaltado a Lutero a tal punto que cuando nos topamos con las ambigüedades de su vida, de su pensamiento y de su conducta, o bien las negamos, o bien Lutero se nos cae del pedestal y en su caída se nos hace pedazos. Esa misma cuasi adoración de Lutero también sucede en otras latitudes. Hace unos años, me topé en un seminario luterano en los Estados Unidos con una estatua de Lutero en la que aparecía, en alemán, la siguiente inscripción: «La Palabra de Dios y la doctrina de Lutero permanecen por la eternidad». ¿Qué diría Lutero? Diría (y dijo): «Le pido al pueblo de Dios que no mencione mi nombre. Llámense “cristianos”, pero no “luteranos”. ¿Quién es Lutero? En fin de cuentas, [lo importante] no es mi enseñanza. […] ¿Cómo puedo entonces permitir yo —un apestoso gusano— que se les dé a los hijos de Cristo mi miserable nombre?». Lutero lo dice; pero a muchos de sus hijos espirituales se nos hace difícil creerle. Magnin lo cree y este libro lo demuestra. 

La segunda impresión importante es que este libro no hace lo que decíamos más arriba, aquello de tomar a Lutero como trampolín para entonces nadar en nuestras propias aguas, dejando atrás al Lutero que nos dio el punto de partida. El libro de Magnin es un diálogo —o, más bien, una conversación polifónica— entre los siglos, los personajes y las ideas. En ese diálogo, Lutero y Magnin —es decir, el siglo XVI y el XXI— son los corifeos; pero el coro que les responde y con el que conversan es mucho más variado e incluye una pléyade de autores y pensadores de los tiempos entre Lutero y Magnin. 

Si antes me referí al hecho de tomar a Lutero como un trampolín, como quien salta de un trampolín a una alberca, ahora se me antoja hablar de otra clase de trampolín: el de los jóvenes con aspiraciones de gimnastas que brincan sobre una superficie en la cual rebotan y a la cual vuelven a caer. Unas veces caen de pie, otras sobre un hombro, otras sobre el trasero; pero siempre vuelven a rebotar a lo alto y se preparan para otro contacto con el trampolín. Es así que Magnin lee a Lutero. Aquí Lutero es punto de partida y punto de llegada; Lutero interpreta y es interpretado; Lutero reta y es retado; Lutero habla y escucha. Y Magnin parte de este siglo XXI para caer en el XVI, rebotar, toparse en el camino con Kierkegaard, volver al XVI, rebotar de nuevo, toparse con Nietzsche, volver al XXI y así en un constante y apasionado diálogo. 

Por último, la tercera impresión con la que este libro me deja es que Magnin emplea la historia como es más útil, sabio y necesario. Repetidamente he dicho que la historia no se escribe principalmente desde el pasado, sino que se escribe desde el presente en que el historiador se encuentra, y desde el futuro que ese historiador anhela, espera o teme. Ese mismo Nietzsche que es parte del coro que acompaña las voces de Lutero y de Magnin dijo —aparte de muchas barbaridades— una gran verdad acerca de la historia y su función: Gewiss, wir brauchen Historie, aber wir brauchen sie anders. […] Das heist, wir brauchen sie vom Leben und zur Tat («Ciertamente, necesitamos historia; pero la necesitamos de otra manera: la necesitamos a partir de la vida y hacia la acción»). Magnin no se interesa en Lutero por curiosidad anticuaria, ni por admiración idolátrica, ni como arsenal para los debates. Magnin se interesa en Lutero como hermano tanto por su humanidad como por la fe. Magnin se interesa en Lutero porque es un antepasado digno de reconocimiento pleno —de reconocimiento, como cualquier otra persona, con sus grandes logros y sus trapos sucios. El diálogo que con él entabla me parece ser lo que Nietzsche pedía de la buena historia —que sea zum Leben (a partir de la vida) y que sea zur Tat (hacia la acción). Y en esto me sumo a lo propuesto por Nietzsche: ¡esa es la historia que necesitamos! 

Un fragmento de 95 tesis para la nueva generación: manifiesto de espiritualidad y reforma a la sombra de Lutero, de Lucas Magnin (Editorial Clie, 2022). Puede saber más de la obra aquí.

Martín Lutero, ese extraño monje que vivió en Alemania hace 500 años, sigue presente en el imaginario de las iglesias evangélicas como una especie de bandera que se desempolva en ocasiones especiales. Puede ser a finales de octubre para conmemorar la Reforma, en el medio de una polémica anticatólica o en alguna mención pasajera sobre la importancia de las Escrituras, la fe o la gracia. La sombra de Lutero es difusa sobre las incontables ramas y grupos que componen el protestantismo. Aunque por lo general desconocemos buena parte de sus ideas y dilemas vitales, lo tenemos guardado por ahí, como una especie de amuleto. 

Lutero condensa la imagen más popular de la Reforma. Defensores y detractores lo han ensalzado a lo largo de la historia como ángel o como demonio, como el único paladín de la fe en una época oscura y también como el más perverso de los herejes del cristianismo. Al igual que Moisés, Juana de Arco y Julio César, es un símbolo que trasciende su propia biografía y desaparece entre medio de su legado. 

No solo estuvo en el momento justo y en el lugar indicado para dinamizar la reforma que la Iglesia de fines del Medioevo estaba pidiendo a gritos. Además, por su propio magnetismo vital, Lutero dio un enfoque muy personal a muchos de los debates teológicos más importantes de su tiempo y de la posteridad. Su forma de pensar las Sagradas Escrituras, la fe, la Cena del Señor o la autoridad en la Iglesia se extendió mucho más allá de las paredes de la Iglesia luterana. 

Hans Küng afirma que la obra de Lutero produjo un completo cambio de paradigma en la historia de la Iglesia y la fe cristiana. No se puede, según él, pensar el cristianismo fuera de la sombra que se extiende desde Lutero. Fue una nueva concepción global, una nueva gramática teológica, comparable solamente con la revolución que desató el giro copernicano. «Como los astrónomos después de Copérnico, Galileo y Kepler, así los teólogos después de Lutero se habitúan, como quien dice, a otra manera de ver» (1). Fue, en palabras del historiador Bernard Coster, una refundación del cristianismo. 

El obispo anglicano John Robinson, quien tuvo su momento bajo el sol en los años sesenta, en medio de los debates sobre la teología secular y la teología de la muerte de Dios, escribió lo siguiente: «A la larga, quienes modifican más profundamente la historia no son los que aportan una nueva serie de respuestas, sino los que posibilitan una nueva serie de preguntas» (2). Lutero puso sobre la mesa un sinfín de ideas novedosas (y, al mismo tiempo, antiguas) sobre Dios, pero hizo algo más. Con su gesto de reforma, su cuestionamiento del statu quo de su época y su énfasis en la libertad de conciencia inauguró un nuevo momento histórico: la experiencia de la modernidad. 

Es cierto que, al leer al propio Lutero, es fácil perderse entre debates que tienen muy poca relación con nuestra experiencia de Dios en el siglo XXI. Los ejemplos sobran: la situación de las órdenes mendicantes, las distinciones medievales sobre el sentido de la Cena del Señor, la polémica sobre la validez de las misas privadas, los sutiles comentarios sobre la injerencia que debían tener los príncipes, etc. En pocas palabras: estamos hablando de un mundo que ya no existe. Y, sin embargo, hay en Lutero una potencia que logra sobreponerse a los cinco siglos que nos separan de él para seguir dirigiéndonos la palabra.

Muchos tenemos la sensación de que estamos a las puertas de una nueva reforma de la Iglesia. Mi generación anhela una transformación estructural de la experiencia cristiana que pueda conectar mejor con el ejemplo de Jesús y, al mismo tiempo, logre responder con mayor claridad a las preguntas y los dilemas de nuestros contemporáneos (que son también los nuestros). Pero eso que se espera es también algo que se desconoce e incluso se teme. El camino a la reforma es misterioso y todo faro que ilumine la búsqueda es un buen comienzo. Por eso, para muchos de nosotros —que seguimos creyendo que la vida cristiana no es una causa perdida, que no queremos resignarnos a la entropía del cristianismo ni volvernos cínicos al respecto de la Iglesia y el seguimiento de Jesús— la figura de Martín Lutero es un consuelo y un estímulo. 

Estas 95 tesis para la nueva generación son algunas reflexiones que nacieron de forma bastante espontánea, mientras estudiaba al reformador. Están escritas de tal manera que cada lector pueda elegir cómo leerlas. Quizás respetando el orden que yo propongo, o quizás saltando por temas o intereses, como una Rayuela desordenada. Quizás meditando de a poco y a conciencia en cada una de mis propuestas, tal vez devorando estas páginas en un pantagruélico atracón literario. 

Para sacar mayor provecho de las conexiones e implicaciones de estas ideas, en algunas ocasiones desarrollé dos tesis en un mismo ensayo. Además, para no naufragar entre fechas y datos, agregué al final una tabla cronológica con la biografía y algunas de las obras principales de Lutero. 

Hay una escena de Los reyes, el poema dramático inspirado en el mito del minotauro, en el que Julio Cortázar pone en boca de Ariana las siguientes palabras: «Eres como una lámina de bronce, me oigo mejor si te hablo» (3). Lutero será a continuación, para mí también, como una lámina de bronce: un personaje que me ayudará a desentrañar muchos temas que me cargan la mente y el corazón. Eso significa que no emprenderemos un estudio detallado y sistemático sobre la teología o la vida de Lutero (aunque también habrá un poco de esto). 

El método de estas tesis será un poco diferente. En algunos ensayos, dedicaré bastante tiempo a explicar sus ideas o un evento importante de su biografía con la intención de extraer una aplicación actual o un desafío vigente. En otros, por el contrario, me enfocaré por completo en un dilema de nuestro tiempo y convocaré al reformador para aportar únicamente un detalle, una cita ocasional o una anécdota menor. 

La intención de este ejercicio hermenéutico es acercar a Lutero, traerlo de este lado de la historia y ponerlo a dialogar con los conflictos actuales de nuestra fe. Vamos a extraer, de esa prolífica cantera que llamamos Martín Lutero, un tesoro invaluable para meditar en las complejidades y urgencias que tiene el cristianismo hoy. Intentaremos discernir la sabiduría que existe en su pensamiento y su biografía, en la valentía de sus preguntas y el laberinto de sus respuestas, en sus brillantes aciertos y también en sus vergonzosos errores. Y en medio de todo eso, aunque sea tímidamente, intentaremos oír el oportuno consejo de Dios. 

Chesterton dijo que «las ideas pierden en altura lo que ganan en anchura» (4). Este es un libro más ancho que alto. Hablar con propiedad de fenómenos tan complejos y variados como los que aquí abordaré es, desde el vamos, una misión casi imposible. Los lectores de estas páginas pertenecerán a contextos muy diversos; por ese motivo, es probable que las noventa y cinco tesis resuenen en cada persona de maneras diferentes. A fin de cuentas, la experiencia de fe de una iglesia neopentecostal de la ciudad de Guatemala, de una comunidad reformada del interior de España o de un grupo de universitarios un poco incrédulos de Buenos Aires es dramáticamente diferente. Es el riesgo de lanzar una botella al océano o publicar un libro como este: nunca se sabe quién lo va a encontrar. 

Hablar de Lutero no tiene que ver con una excepcionalidad teológica de la Reforma, como si el Espíritu Santo hubiera levantado vuelo tras la muerte del último apóstol y hubiera vuelto a la tierra en el siglo XVI. Tampoco tiene que ver con una especie de orgullo protestante ni con creer que la tradición reformada es infalible. Conocer solo un poquito de los vericuetos de la historia frustra cualquier pretensión de superioridad. Creo, sin embargo, que el sendero abierto por la Reforma sigue siendo válido hoy porque hay allí muchas señales que apuntan al seguimiento de Cristo. Lo importante aquí no es Lutero. Más bien, nos sirve hablar de estas cosas en tanto y en cuanto nos guíen a la gracia que hemos recibido. Parafraseando a Pablo, en el ejemplo de la Reforma descubrimos un poco cómo es eso de imitar a Cristo. No creo que Lutero nos sirva como un amuleto protestante o un trofeo para poner sobre una repisa de respeto y honor; creo que lo necesitamos, más bien, como un espejo que nos ayude a mirarnos mejor a nosotros mismos y a ver también el rostro del Maestro. 

Lucas Magnin

 

(1) Küng, H. (1997). El cristianismo. Esencia e historia. Madrid: Editorial Trotta.

(2) Robinson, J. (1971). ¿La nueva Reforma? Barcelona: Libros del Nopal.

(3) Cortázar, J. (1970). Los reyes. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

(4) Chesterton, G. K. (1942). El hombre eterno. Buenos Aires: Editorial Poblet.

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