Punta Querandí: «Un lugar para la gente que se está descubriendo»

En el límite entre Tigre y Escobar, una comunidad protege un espacio sagrado del avance de los countries sobre los humedales de la cuenca baja del río Luján. Tras varios intentos de desalojo, no solo se encargaron de preservar un lugar en donde fueron encontrados restos de Pueblos Originarios de mil años de antigüedad, sino que además se fueron transformando lentamente en un ejemplo de lucha, en un espacio de reflexión y de honda espiritualidad.

Informe especial de Relatos de la Periferia
Escribe Antonio González
Retrata Liliana Gutierrez

– ¿En que se vienen? – nos preguntan – ¿En auto o en colectivo?
– En colectivo – contestamos.

De acuerdo a nuestro punto de partida, nos trazan un recorrido posible, una sugerencia: tomar el 291 cartel Dique Luján sobre la colectora Ramal Escobar, en la entrada de Ingeniero Maschwitz. Luego, el colectivo cruzará la ciudad en diagonal, se topará con las vías del tren y retomará la ruta 26. Para cuando este camino se topa con la calle Brasil, significa que es el momento de bajarse y de continuar a pie.

Llegamos al lugar indicado. A nuestra derecha, detrás de un guardarrail, vemos vacas pastando a lo lejos. A la izquierda, el viento sopla entre los eucaliptos. Más allá, hay un campo de antenas propiedad de la Radio Ciudad de Buenos Aires. A medida que nos adentramos, el verde comienza a poblar nuestros sentidos. Lentamente, el paisaje comienza a marcar un cambio de ritmo, otras melodías y aromas se manifiestan.

De repente, la calle se divide en dos. Uno de los tramos parece continuar tras un manto de vegetación. El segundo tramo, en cambio, termina abruptamente en un curso de agua. A un costado, apenas oculto entre los yuyos, podemos distinguir la estructura metálica de un viejo puente desmantelado. Mandamos un mensaje y al rato vienen a buscarnos. Con el auxilio de una soga que va de orilla a orilla, Pablo Badano (miembro del Consejo de Comunicación de Punta Querandí), nos ayuda a cruzar en bote.

Ya del otro lado, a mano derecha, podemos ver una capilla de estilo colonial, una caseta de vigilancia, un portón y un par de cámaras de seguridad detrás de un alambrado extenso y alto. A mano izquierda, el escenario es completamente diferente: hay un vivero, un quincho, una amplia casa de madera y un cartel que nos indica que estamos en territorio comunitario. Y verde. Mucho verde.

– ¿Almorzaron? – nos preguntan.

Bajo el quincho, veinte personas que pertenecen a un bachillerato popular de la zona están almorzando. Al rato conseguimos unos platos y cubiertos y nos sumamos a ellxs. Hay un clima de profunda camaradería. Cuando terminamos de comer, levantamos la mirada. A nuestro alrededor las tareas no se detienen. El mantenimiento del espacio se realiza de forma comunitaria. Mientras alguien mantiene vivo el fuego, alguien corta el pasto y otrxs realiza labores en la huerta.

– Tienen suerte – nos dicen – justo estamos por comenzar una visita guiada.


El 9 de junio de 2021 el presidente Alberto Fernández recibió a su par español Pedro Sánchez. En determinado tramo del convite quiso agasajar a su invitado con un comentario. «[En] América Latina, y [en] Argentina puntualmente […] creemos […] en la unidad de nuestro continente”, dijo. “Pero particularmente también soy un europeísta, soy alguien que cree en Europa». Luego acotó: «Octavio Paz [escribió alguna vez] que los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos».

En realidad, lo que estaba citando no eran las palabras del poeta mexicano, sino los versos de una canción de Litto Nebbia. Su comentario se difundió en los principales diarios y portales del mundo. El repudio fue generalizado. Al día siguiente tuvo que salir a pedir disculpas. Sin embargo, no era la primera vez que un Jefe de Estado emitía un comentario similar. Un par de años antes, en abril de 2015, Cristina Fernández de Kirchner había declarado que en la Argentina: “somos hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes”. Luego, en enero de 2018, Mauricio Macri había dicho que: «en Sudamérica todos somos descendientes de europeos».

Uno podría pensar que, después de la Reforma Constitucional de 1994, las cosas habían cambiado un poco. Sobre todo después de la inclusión del artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional, en donde se reconoce explícitamente la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. O tal vez uno podría esperar que lxs Jefes de Estado reconozcan la existencia de por lo menos 34 pueblos y 1456 comunidades inscritos en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI). O que tengan noticia del extraordinario trabajo del Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA en 2004, que determinó que el 56% de los argentinos tiene sangre originaria. Pero no. En Argentina, el discurso de la nacionalidad se basó en el mito de la nación blanca, en la falsa idea de que somos descendientes de europeos. Desde fines del siglo XIX, este proyecto de país incluyó un sistema educativo que nos formó en la negación de los pueblos indígenas y los afrodescendientes. 

Como plantea la antropóloga Diana Lenton, un buen punto de partida para pensar esta situación es revisar la definición de genocidio que dio las Naciones Unidas en 1948. Allí podemos leer que: “matanza de los miembros del grupo, lesión grave a su integridad física o mental, sometimiento a condiciones de existencia que acarreen su destrucción física, medidas destinadas a impedir nacimientos, traslado de niños por la fuerza, con la intención de eliminar total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. 

Teniendo en cuenta esto, todo el proceso que llevó adelante la Corona Española contra los Pueblos Originarios puede ser entendido como un genocidio. Y tanto la Conquista del Desierto (1878-1885) como la Conquista del Chaco (1870-1917), como campañas militares de exterminio y ocupación cometidas por el Estado argentino. “No sólo el Estado se construye sobre un genocidio”, reflexiona Diana Lenton. “Sino que también nuestro marco de pensamiento se construye sobre el genocidio, de tal manera que no hemos salido aún de él. Los pueblos originarios son víctimas de un genocidio que aún no terminó”.


A pocos metros del quincho, justo en diagonal a la casa principal, hay otra construcción un poco más pequeña en donde funciona el Museo Autónomo de Gestión Indígena. Delante del museo, hay un claro. En ese momento nos invitan a participar de una práctica habitual de la comunidad: entre todxs formamos una ronda. Luego, hay una presentación informal muy amable. La palabra circula, las miradas se cruzan.

En esta primera actividad conocemos a varixs referentes y militantes que participan en el día a día de la comunidad. Allí conocemos a Reinaldo Roa y Santiago Chara, miembros del Consejo de Ancianos de Punta Querandí. Reinaldo, pertenece al Pueblo Guaraní; Santiago, a la comunidad Qom. También conocimos a Mónica Santos, Jésica Salazar y Alfonsina Bissoni, del Consejo de Mujeres.

En este primer recorrido también conocemos la apacheta, un espacio ceremonial importante para la tradición andina. Luego transitamos por dos senderos que se abren paso entre la vegetación: el Camino del Yaguareté y el Camino del Tapir (Mborevi Rape, en guaraní). El primero nos lleva a la Maloka (una vivienda de paja y arcilla de origen amazónico) y al Opy, espacio ceremonial guaraní. El segundo nos adentra en un pequeño túnel vegetal. La sensación que tuvimos cuando veníamos, se amplifica.

Damos una vuelta para ver mejor el entorno. Los countries que se ven alrededor forman parte del complejo Villa Nueva, un emprendimiento que consta de 12 barrios privados. Son construcciones jóvenes y escenográficas. Nos llama la atención los nombres: Santa Catalina, San Isidro Labrador, Santa Clara, San Agustín, San Marco, Santa Teresa, San Rafael, San Gabriel, San Francisco, San Benito, San Juan y Santa Ana.

– ¿Cuándo arrancó Punta Querandí? – pregunta alguien.
– Todo comenzó cuando una vecina descubrió restos de cerámicas y huesos de mil años de antigüedad en el lugar – nos contestan.

Justo cuando estábamos por irnos, nos percatamos que cerca de la puerta de la casa principal, hay un pequeño monolito. «Ana María Martínez, secuestrada y asesinada el 04/02/82 en Villa de Mayo. Tus familiares, amigos y compañeros no te olvidaremos y te recordaremos como una gran luchadora socialista». No podemos salir del asombro. En el mismo lugar en el que se encontraron restos humanos de pueblos originarios, también se encontró el cuerpo torturado de una de las víctimas de la Última Dictadura genocida.


El primer artículo en el que se da cuenta de la lucha de Punta Querandí fue publicado el 13 de noviembre de 2008 en el portal Indymedia. El título es categórico: «Asesor del jefe de Gabinete de la Nación arrasa cementerios indígenas en Tigre y Escobar«. Más adelante, se explica: «Las obras de un barrio privado […] destruyeron un sitio arqueológico […] en Ingeniero Maschwitz”.

El artículo tiene dos grandes méritos. El primero es que denuncia el atropello y lo pone en contexto: no era la primera vez que ocurría algo así. “La misma suerte corrió hace 10 años en el sitio Garín 1”, se aclara. De hecho, en toda la zona noreste de la provincia se reportaron la existencia de varios enterratorios, como el Túmulo de Campana y los sitios Vizcacheras, Sarandí, Guazunambí, Fredes, entre otros. El segundo mérito es que logra visibilizar los intereses reales de todxs lxs actores en juego. Pero también se deja entrever los resortes del poder real. “Detrás de este proyecto – se explica – está Emprendimientos Inmobiliarios de Interés Común (EIDICO S.A.), la empresa de Jorge O’Reilly, (por ese entonces) asesor de Sergio Massa, jefe de Gabinete de la Nación e intendente de Tigre con licencia». Además O’Reilly, por si fuera poco, está ligado al Opus Dei y otros sectores de la ultraderecha católica.

Una de las primeras voces que se escuchan es la de Graciela Satalic, una vecina de Maschwitz comprometida con la defensa de los humedales de la región. Es ella quien da aviso de la presencia de los restos arqueológicos en 2004.

– Fui a ver cómo estaba el sitio Punta Canal y de paso donde están haciendo las excavaciones para el country San Benito – declaró en 2008 – Recorriendo el lugar encontré pedazos de vasijas de cerámica y restos de huesos.

En el afán de preservar el lugar, se contactó con el arqueólogo Daniel Loponte, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL). Por ese entonces, Loponte no sólo era el encargado de los sitios del norte del Gran Buenos Aires; sino que también había tenido la posibilidad de estudiar los restos presentes en la zona y datar los restos. Pero el periplo de Graciela Satalic no terminó ahí. Si bien no formaba parte de ningún pueblo originario, en los años siguientes se dedicó a dar aviso a distintos medios, comunidades y organizaciones sociales de la zona.

– Nuestrxs hijxs tienen derecho a saber quiénes fueron los primeros pobladores de acá – declaraba en aquel entonces – Todos tenemos un hilito de sangre indígena en las venas y hay que protegerlo.

La semilla de la resistencia había prendido: la lucha traería sus frutos.


Muchas veces, solo basta un puñado de palabras para ubicarnos en tiempo y espacio, para poder comprender una historia y sus protagonistas. Este es el caso de la entrevista que Reporte Inmobiliario le hizo al empresario Jorge O’Reilly y que aún se puede consultar en la página web de EIDICO.

– En 1994 yo tenía 25 años, era un abogado recién recibido y tenía que resolver mi problema habitacional – contestaba O’Reilly en 2007 – problema que por cierto era compartido por muchos de mi generación: mis amigos del CASI y el colegio Cardenal Newman.

El CASI no es otro que el Club Atlético San Isidro. El Cardenal Newman, por su parte, es un colegio de élite que tomó relevancia pública después de la llegada de Mauricio Macri a la presidencia, ya que varixs de lxs funcionarixs de su gobierno (como Nicolás Caputo, Alfonso Prat Gay, Jorge Triaca y Emilio Basavilbaso), pasaron por sus aulas.

– Lo que hacemos con los barrios privados es ahorrarle al Estado la aplicación de los recursos que debería disponer para resolver los problemas que nosotros resolvemos solos: la seguridad, la iluminación, las cloacas […] es recrear las condiciones de vida que existían hace treinta y pico de años, cuando yo podía ir al colegio Newman en bicicleta.

El modus operandi está muy bien explicado en el libro “La privatopía sacrílega”, un estudio interdisciplinario coordinado por la geógrafa Patricia Pintos y el economista Patricio Narodowski . Primero, los desarrolladores adquieren predios donde la presencia del humedal hace que la zona tenga un precio inicial muy bajo en el mercado. Así lo explica Jorge O’Reilly:

– Nosotros armamos el negocio, definimos el producto, buscamos el terreno y conseguimos a los suscriptores que terminan siendo sus consumidores finales. Y el único activo de la empresa es la confianza que generó mediante la aplicación de este sistema […] Utilizamos el término ‘cooperativa’ en sentido amplio […] Lo llamamos así porque entre todos distribuimos los gastos de transformar un bañado en un barrio.

Luego se utilizan técnicas de movimiento de suelos “en seco” y “en líquido”. La primera consiste en la extracción, traslado, volcado y nivelado de suelos. La segunda consiste en el refulado hidráulico: es decir, un conjunto de prácticas que incluyen el dragado de los cursos de agua, la apertura de canales de desagüe, la construcción de terraplenes de defensa y estaciones de bombeo para el relleno de terrenos bajos.

Una de las cosas que quedan en claro después de leer esta entrevista, es la plena conciencia que tienen los empresarios del impacto ambiental que genera este tipo de proyectos inmobiliarios.

– Pilar se desarrolló mucho antes con este estilo, ahí tenían la ventaja de no necesitar relleno – explica O’Reilly – El Nuevo Tigre estaba deshabitado por lo inundable, y por eso lo pudimos encarar con un criterio urbanístico totalmente moderno, un plan rector que no se encontró con nada preexistente, igual que Nordelta. Por eso tiene un diseño y un desarrollo más dirigido, con lagunas artificiales y lotes sobre la laguna.

Antes de terminar, O’Reilly anticipa en 2007 el atropello de los años venideros.

– Tanto en Tigre y Escobar hay muchísimo para desarrollar básicamente porque la demanda de soluciones para las parejas jóvenes sigue en pie.


– Lo que están haciendo los countries es de terror, es una desolación terrible. Sacaron monte de flora nativa, la han prendido fuego. Ahora es un desierto – declaraba Gabriela Satalic en aquella primera nota de 2008 – Nos están sacando los campos, los espacios verdes, se apropian de los cursos de agua.

Lentamente las comunidades originarias se fueron acercando para nutrir el espacio con distintas actividades y ceremonias. La impotencia se fue transformando en organización. Uno de los militantes indígenas que se acercaron en esos primeros momentos fue Darío Juárez – Chavuku. Darío es maestro de grado, tapicero y vive en San Fernando, provincia de Buenos Aires. En la actualidad es Mburuvicha (representante) de la «Comunidad Urbana Guaraní «Mbo´e hara Jasy rendy» de José C. Paz, Mburuvicha Guasu (presidente) de la Asamblea del Pueblo Guaraní de Buenos Aires y delegado del Consejo indígena de Buenos Aires (CIBA).

– ¿Qué recuerdos tenes de aquel primer acercamiento?
– En ese momento Punta Querandí, como tal, todavía no existía y se creó el Movimiento en Defensa de la Pacha (MDP). Éramos un grupo de gente que nos acercamos para ver la manera en que se podía proteger ese lugar.

El acampe para defender el espacio se concretó finalmente el 19 de febrero de 2010.

– ¿Qué aportes te dejó esta experiencia?
– Lo de Punta Querandí me hizo cambiar totalmente la perspectiva que tenía en ese momento – reflexiona Darío – Siempre que se estaba hablando de los Pueblos Originarios, se pensaba en las montañas, en la selva misionera o en los vientos fríos del sur. Y creo que ése fue una bisagra: pensar a Buenos Aires como territorio indígena, con sus luchas y características.

– ¿Qué actividades pudiste acompañar?
– Punta Querandí tiene la característica de ser una comunidad multiétnica, de estar compuesto por hermanxs de varios pueblos. Así fue desde un principio. A mí me tocó impulsar la parte guaraní. Me acuerdo que la primera vez que armamos la celebración del Ara Pyahau y éramos 8 o 9 personas, Gladys Roa (referente de la comunidad Mbo´e hara Jasy rendy) me había dicho que sintió que se había despertado algo en ese momento. Y que hoy sea de las celebraciones más grandes de Punta Querandí, da mucha alegría.

Sin embargo, la amenaza de desalojo presentada por la empresa de Jorge O’Reilly seguía rondando. Periodistas, militantes y vecinxs amenazados, alambrados se levantaban sin autorización, máquinas excavadoras que eran detenidas con piquetes, medidas cautelares que eran ignoradas. La lista de ataques y aprietes de EIDICO es larga y está bien documentada.

– El Opy es una casa sagrada que tiene mucho que ver con nuestra espiritualidad, con esa conexión que tenemos con el otro plano – nos cuenta Darío – Este es el tercer Opy que hay en Punta Querandí: los dos anteriores fueron destruidos. Recuerdo que una vez habíamos organizado el festejo del año nuevo guaraní y nos avisaron que había entrado gente y lo destruyeron.

Pero frente al atropello, la resistencia comunitaria fue clave. La decisión de continuar estaba tomada. Poner el cuerpo hizo la diferencia.

– Sobre los restos de ese Opy, hicimos el Ara Pyahu. Fue una forma de resistencia. Después se volvió a construir y no pudieron volver a destruirlo.


Abril de 2011. El portal Indymedia publica un nuevo artículo sobre la lucha de Punta Querandí. “Escrache a los arqueólogos Loponte y Acosta, ‘científicos al servicio del poder’”, es el título. “Lo hicieron tras ser contratados ‘de forma privada’ por el empresario Jorge O’Reilly”, se aclara después. La denuncia es fuerte ya que Loponte había sido uno de los primeros especialistas a los que recurrieron las comunidades para pedir ayuda.

En el cuerpo de la nota se dan más precisiones. Lxs especialistas, que trabajaron en el lugar en el 2008, “excavaron durante 10 días una extensión de 18 metros cuadrados en un predio de una hectárea; extrajeron 30.000 fragmentos de cerámica, cientos de instrumentos de hueso y también de piedra, un ciervo completo y 200.000 microfragmentos de restos óseos de fauna”.

El momento elegido para la protesta fue el “Congreso Internacional de Arqueología de la Cuenca del Plata” que se realizaba en la Universidad Maimónides, en el barrio de Caballito. “Antes del conflicto decían que Punta Querandí era un sitio arqueológico y después se dieron vuelta, ahora dicen que ya no hay más nada”, declaró Valentín Palma Callamullo en esta nota. “Queremos que Punta Querandí siga siendo un lugar público, queremos que nos dejen participar porque nos incumbe a nosotros por ser descendientes de pueblos originarios”.

En una entrevista que había brindado en abril de 2010, en los comienzos del acampe, Loponte había desparramado elogios para la empresa de Jorge O’Reilly.

– EIDICO ha sido una de las primeras, sino la primera, que financia […] un rescate arqueológico en el marco de la Ley 25.743 […] Una parte de la comunidad local y política de Tigre ha apreciado este interés. Otra parte lo ha visto como algo negativo y se han mezclado diversos reclamos que complican un diálogo fructífero sobre este tema.

Luego, cuando le preguntaron qué les diría a lxs que acampaban en Punta Querandí, sus palabras rozaron el cinismo.

– Pueden sumarse a programas de protección de sitios arqueológicos que no hayan sido destruidos – contestó.


– Nosotrxs decimos que el territorio te llama en algún momento – nos cuenta Mayra Juárez, profesora de Historia y comunicadora popular de Moreno – Ese llamado lo recibí unos años después cuando comencé mi proceso de recuperación de mi identidad cultural.

Mayra participa de TeleSISA, un medio de comunicación creado y autogestionado por mujeres indígenas. Desde este espacio, se invita a la reflexión sobre la cuestión de los pueblos originarios en la actualidad. 

– En esos momentos, yo sabía que tenía raíces norteñas y que posiblemente tenía raíces indígenas – recuerda – Pero solamente quedaba en eso: en que mis ancestros eran de Jujuy o Salta y nada más.

En un territorio como el conurbano, donde las distintas migraciones dejaron una impronta tan fuerte, su historia empalma con miles de historias similares a la suya. Punta Querandí y el recorrido por otras experiencias militantes terminaron por apuntalar esa búsqueda personal. En ese proceso, Mayra redescubrió y resignificó su origen colla y guaraní.

– ¿Qué recuerdos tenés de tus primeros acercamientos al espacio?
– En esa época tomaba tres colectivos, viajaba más de dos horas y después caminaba un kilómetro, todos los domingos. En ese momento, no significaba ningún nivel de sacrificio. Lo hacía muy contenta. Más allá de estas situaciones de violencia y de agresión, la existencia de un espíritu comunitario hacía que el estar en ese momento participando se convirtiera en una experiencia muy agradable.

– ¿Qué papel cumplió Punta Querandí en tu proceso de recuperación identitaria?
– Fue clave. Se me ocurren tres motivos. Por un lado, el sentirme acompañada. Porque en este espacio pude encontrar a otras personas que estaban transitando las mismas dudas, las mismas preguntas, la misma incertidumbre, los mismos miedos que yo. En segundo lugar, fue un espacio en donde adquirí conocimientos que no se adquieren en otras instancias. El trabajo comunitario y el estar en comunidad, te brindan conocimientos que otros dispositivos no. Ahí pude aprender los valores de las culturas originarias, pero principalmente de mi pueblo. En tercer lugar también fue clave por el territorio. Para los Pueblos Originarios no existe el ser sin la tierra. Entonces, reconectarme con este espacio sagrado, el poder vincularse desde un aspecto espiritual. Es muy difícil poder traducir esto en palabras y poder escribirlo. Es algo que se siente y que se realiza en la práctica. Ahí la Pacha, la tierra, te da una fortaleza, una energía distinta que solo se siente estando ahí.

– ¿Qué significa Punta Querandí para vos?
– Es un lugar al que tengo un cariño muy grande, siento que fue uno de los lugares en donde empezó mi historia – dice Mayra Juárez con seguridad – Fue el espacio que me permitió ver a Buenos Aires desde otro punto de vista, con otros ojos. Y empezar a cambiar la mirada sobre la ciudad, sobre la blanquitud en Buenos Aires, sobre mi presencia en esta provincia y en esta ciudad. Fue y sigue siendo un espacio al que siempre retorno.


– Yo me identifico como afro-originaria. Pertenezco a la comunidad quechua del Chinchaysuyo, de lo que hoy es Lima, Perú – nos cuenta Beatriz Alor, Licenciada en Comunicación y coordinadora del Ciclo Reencuentros con Pueblos Originarios – Pero también tengo raíces afrodescendientes por parte de mi familia paterna. Eso genera toda una serie de identificaciones con varias de estas identidades o luchas que tenemos aquí presentes.

El Ciclo Reencuentros con Pueblos Originarios es un espacio de producción y divulgación científica de saberes y conocimientos relacionados con los pueblos indoamericanos. Este grupo pertenece a la Universidad Nacional de General Sarmiento y está conformado por estudiantes y graduados (indígenas y no indígenas) de la UNGS y de otras universidades nacionales, comunidades indígenas urbanas y organizaciones originarias de distintos partidos del conurbano bonaerense.

– ¿En qué momento conociste la lucha de Punta Querandí?
– La conocí cuando fui a una biblioteca de San Miguel que se llamaba Inti Huasi – recuerda Beatriz – Por esta biblioteca circulaban referentes de Capital y de otros lugares, miembrxs de organizaciones más grosas que tenían mayor presencia, las bandas de sikuris también.

– ¿Qué impresión te llevaste de tus visitas a Punta?
– Es un viaje de ida, es un lugar que nos hace volver, nos hace parar un poco y empezar a valorar nuestros sentires, nuestra espiritualidad con nuestros ancestros y ancestras. Punta Querandí es un espacio sagrado, es un espacio espiritual, es un espacio de lucha. Pero también un espacio para recuperar estas identidades que en zonas más urbanas es más difícil. Y lo sientes, lo percibes. Sales de ahí recargado con emociones, con energías. Te replanteas un montón de cosas.


Realizamos el mismo recorrido de ida, sentimos la misma hospitalidad que en todas las visitas anteriores. Volver a Punta es volver a un lugar que te abraza.

El museo es habitado por miradas atentas y renovadas. Adentro, hay una vidriera con las cerámicas encontradas, fotografías y recortes, una biblioteca, réplicas de flechas, clavos y tuercas que son testimonio del pasado ferroviario del paraje Punta Canal. Afuera, hay cestos de mimbre, sombreros, aguayos y libros.

– Hermanos, hermanas: nuestro planeta está en agonía – dice Reinaldo Roa, referente del Consejo de Ancianos – Estamos en un momento muy difícil. Estamos comiendo veneno, tomando veneno, respirando veneno. Y nos están envenenando el cerebro.

Lentamente sus palabras toman un carácter reflexivo, macerado. Su diagnóstico parte de una honda preocupación, pero sus gestos transmiten esperanza.

– Todxs juntos podemos volver a nuestro verdadero camino, al camino que dejó nuestro creador – dice – Yo tengo mucha fe de que podemos juntos.

Mientras repite algunas palabras en guaraní, recorre la ronda inmensa con una cazuela de barro. El humo del tabaco nos aleja de los malos espíritus.

Luego, Pablo Badano toma la palabra y subraya la importancia que tiene esta reinauguración.

– En su momento, cuando los organismos estatales negaban la importancia del lugar, hubo un abandono planificado para beneficiar a los barrios privados. Y si lo logramos revertir, fue justamente a partir de la apertura del museo. Hoy es un momento distinto. En todas las líneas que fuimos desarrollando a partir del 2017, empezamos a lograr resultados y hoy son políticas públicas. Nosotrxs estábamos con un conflicto territorial y en noviembre de 2020 firmamos un convenio con el intendente de Tigre, en donde se reconoce el derecho a la propiedad comunitaria. Lo habrán escuchado en las consignas: hemos reivindicado la restitución de restos de ancestros. Al principio sonaba medio utópico. En marzo nos devolvieron ocho cuerpos.

El pedido estaba fundamentado con la Ley 25.517, promulgada en diciembre de 2001. En el texto de la norma se reconoce que: «Los restos mortales de aborígenes […] que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que lo reclamen».

– Después, el otro eje fuerte de la lucha es la defensa de los humedales – continúa Pablo – Hemos hecho distintas protestas reivindicando eso y tuvimos victorias importantes. Hace un par de años, con la asamblea de vecinos de Villa La Ñata y después de 14 cortes de ruta, se logró una ordenanza para proteger la zona; ordenanza que está a medio cumplir, pero que igual es un avance.

Entre los presentes, se encontraban algunas personas para la historia de la comunidad, como la docente Lucía Surban quien participó de los primeros acampes, Mayra Juárez del colectivo TeleSISA, la profesora de lengua guaraní Verónica Gómez, el concejal Javier Parbst, la Subsecretaria de Derechos Humanos Natalia Reynoso y la Directora General de Derechos Humanos Lucia Ernst. Por su parte Toni Reyes León, integrante de la Comunidad Indígena Tres Ombúes de Ciudad Evita (La Matanza), supo sintetizar el espíritu de la actividad.

– Esas rondas que hacen – dijo – con todos los presentes que vienen a mostrar su respeto, su cariño y sus ganas de ser parte, me parece algo hermoso y maravilloso.

– Tomemos conciencia colectiva de la lucha por la vida, no solamente de este lugar, sino del planeta – agrega Reinaldo – Punta Querandí es un lugar muy importante para la cultura. Para no perder nuestras costumbres, esa hermandad que nosotros buscamos, nosotros buscamos hacer edificios de hermandad, de palabras.

Pero uno de los logros está relacionado con un aspecto fundamental de la cultura: el idioma. Es así que a través de la Unión de Pueblos Originarios de Tigre y Escobar, la municipalidad de Tigre con empezar un programa.

– Logramos con el municipio enseñar guaraní – comenta Reinaldo, con una sonrisa que no puede disimular y aclara – Es muy importante saber hablar la lengua del lugar, es una reliquia. Porque cuando hablamos en guaraní, las plantas, los animales, los bichitos, entienden lo que estamos hablando porque ellos también son de este lugar. Y nuestra lengua nace de ahí: del sonido, del eco, del aroma de la naturaleza.


– Hace cuatro años que participo del espacio – nos cuenta Mónica Santos vecina de la primera sección de islas de Tigre e integrante del Consejo de Mujeres – Empecé a venir en las jornadas de trabajo que se hacen los domingos. Como tejo mimbre, surgió la propuesta de Punta Querandí para dar talleres acá.

– ¿Qué experiencia te conmocionó en todos estos años? – le consultamos.
– A veces, cuando se lo cuento a otras personas no lo entienden, pero yo nunca pensé que iba a participar de un reentierro.

Un par de meses después, compartiríamos esa misma sensación.

La convocatoria se hizo para el domingo 12 de diciembre a las 11 hs. Cuando llegamos al punto de encuentro, la lluvia aguardaba impaciente detrás de una gruesa capa de nubes. Alguien pidió la palabra para comentar los pasos a seguir.

La consigna era seguir la camioneta que llevaban los restos de los ancestros para cruzar Dique Luján en caravana, llegar hasta el Automóvil Club Argentino y a partir de ahí, continuar a pie. Eso fue lo que hicimos.

Todxs lxs presentes nos repartimos entre los autos disponibles y emprendimos viaje. Seguimos por el camino de la vía muerta, el viejo terraplén por donde pasó el ramal 56 del Ferrocarril Mitre entre 1912 y 1967. A medida que avanzábamos, las ramas de los árboles golpeteaban las ventanillas.

Llegamos a la ruta 26 y avanzamos con lentitud. Después de cruzar el puente, los countries y los barrios cerrados se multiplicaban a cada lado, con sus garitas y extensos alambrados.

Cuando llegamos al Automóvil Club, comenzaron a caer las primeras tímidas gotas de lluvia. Formamos una nueva ronda. Nos avisan que hay que a caminar un kilómetro utilizando un carril, mientras los móviles de la Municipalidad cortan el tráfico. Además, hay un pedido que es comprendido por todxs al instante: nada de fotos cercanas al momento del reentierro.

Tomamos la calle. Primero pasa la camioneta y detrás de ella, Reinaldo Roa y Santiago Chara toman los extremos de un pasacalle que dice: “Territorio Indígena – Punta Querandí – Trabajo comunitario”. La marcha fue serena, concienzuda.

Llegamos al primer sitio, conocido como La Bellaca 2: una pequeña rotonda en la calle de acceso al country Santa Ana. El espacio está apenas protegido con un alambrado, una puerta y dos árboles. Un cartel blanco de letras negras, nos advierte: “Área de preservación patrimonial La Bellaca – Obras de protección de sitios arqueológicos”.

Mientras bajan los restos de lxs ancestrxs de la camioneta, formamos una medialuna a una distancia prudente. Nos piden encarecidamente respetar el momento. La ceremonia transcurre en silencio. Los restos regresan al lugar del que nunca deberían haberse ido.

– Nuestra misión es reconstruir lo destruido – dice Reinaldo Roa para agradecer a todxs los presentes con mucha emoción – Lxs ancestros están volviendo para ser los guardianes del territorio.

Pero todavía hacía falta regresar a una ancestra unos 700 metros más adelante. La lluvia, que parecía inminente, se hizo realidad. No hubo quejas. Un viento frío comenzó a limpiar el aire. La escena se repitió. La distancia respetuosa, el silencio. Solo que esta vez, la ceremonia fue llevada a cabo por el Consejo de Mujeres.

– La lluvia vino a purificarnos con este sello de aprobación de nuestros ancestros de que estamos en el camino correcto haciendo justicia – dijo Alfonsina Bissoni – Es nuestro deber como comunidad. No podemos echar a las personas que viven en estos barrios privados pero sí podemos recuperar a los ancestros y devolverlos a sus sitios sagrados. Acá estuvieron. Estamos haciendo memoria histórica para que eso no se olvide nunca.

A los pocos días, en un acto de reparación sin precedentes, el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas aprobó la restitución de los 42 antepasados del sitio Arroyo Sarandí, espacio sagrado destruido en 1999 por las obras del barrio privado Las Caletas de Nordelta. El reentierro aún no se concretó, pero la lucha no se detiene.

Reinaldo Roa

Contar una historia tan compleja, dolorosa y sanadora a la vez, no es nada fácil. En todos los casos, la palabra generosa de los referentes y de la gente amiga nos ayudó a seguir adelante.

– Punta Querandí significa dos cosas – reflexiona Darío Juárez – Por un lado, fue la escuela de muchos militantes indígenas de Buenos Aires, entre los cuales me incluyo. Y por otro lado, fue la punta de flecha que puso en la mesa de discusión el pensar a Buenos Aires como territorio indígena. Por eso, cuando me presento en guaraní y en castellano, digo: «Soy indígena y soy guaraní, de acá de la provincia de Buenos Aires”. Acá también estuvieron nuestros ancestros. Y por lo que se ve, estamos volviendo.

Beatriz Alor, por su parte, nos ayudó a ver eso que cuesta ver.

– Para mí es un espacio que hay que cuidar, que hay que proteger – propone – Y es un espacio necesario, porque nos abre un montón de ejes para discutir y nos conecta con un montón de cosas: no solamente con nuestra espiritualidad, sino también con otros lazos.

Pero sin lugar a dudas, no nos podemos olvidar unas palabras amables pero repletas de convicción que nos convidó Reinaldo Roa, entre mate y mate mientras caía la tarde.

– Punta Querandí es un lugar para la gente que se está descubriendo – nos dijo.

Y tenía razón.

Fuente:

Punta Querandí: «Un lugar para la gente que se está descubriendo»