Identidad campesina, comunidades rurales y la reproducción de otras formas de vida

El libro «Campesinado y contrahegemonía» retoma las voces de quienes trabajan la tierra con sus propias manos. Lejos de la narrativa estatal que señala la «ausencia» del movimiento campesino en Argentina, el escrito visibiliza y analiza las diversas militancias que se desarrollan en la ruralidad del país. Una publicación de Editorial El Colectivo.

Pensar el mundo rural implica reencauzar el problema de las clases sociales y las formas de reproducción de la subsistencia en los territorios. En esa dirección, la cuestión de las resistencias en el campo es un elemento central en la evolución histórica de la lucha de clases sociales, así como su conformación y la articulación de las identidades políticas en los movimientos sociales organizados. Comprender a las clases que trabajan, como ejercicio antropológico fundamental, es un paso necesario para discernir la producción y reproducción de la sociedad; sin embargo, las formas que adoptan los grupos y comunidades al interior de las sociedades son las que contribuyen a su especificidad.

En cierto modo, si bien las clases trabajadores resisten al capital y su forma de clasificar, es en el transcurso de la lucha que los grupos sociales se conciben a sí mismos como clase, justamente porque las relaciones de fuerza económicas son el primer momento de las relaciones de fuerza sociales. Sin pretender cierres teóricos, creemos que la triangulación de la clase social, el trabajo y los sujetos campesinos/indígenas en las bases de una sociedad capitalista constituye un eje central para entender la ruralidad en contextos de hegemonía neoliberal.

Así como la conformación de una clase involucra la participación de determinadas relaciones de propiedad y producción, en el caso de la “clase” campesina/indígena organizada existe una composición diversa, fundada no tanto por individuos como sí por entidades colectivas: familias, comunidades, sectores productivos, asociaciones, redes. No hablamos aquí de “experiencias-modelo”. Las comunidades rurales, en toda su diversidad, dan lugar a una identidad y a un tipo de experiencia de clase social realmente existente, una de cuyas principales connotaciones es la de ser una anomalía y una alteración del orden capitalista de la economía y el trabajo.

Tal vez, si tenemos en cuenta que la heterogeneidad que asumen las modalidades del trabajo es previa al mismo modo de producción capitalista —para el caso de la disputa “capital versus trabajo” tal como la conocemos— la contraposición entre los modos de acumulación permitirá detectar la pervivencia de varios componentes de la llamada acumulación originaria. Con relación a ello es que la separación de las poblaciones respecto de sus medios históricos de producción explica el surgimiento del trabajo asalariado y la constante reproducción de los mecanismos de acumulación, así como el cercamiento de los bienes comunes, diferenciando viejos de nuevos alambrados. Tal como sostiene el mexicano Armando Bartra, América Latina es reservorio de lucha indígena y campesina, entre otras cosas porque el capitalismo se presenta como una forma de desposesión de la vida rural.

Si bien el “trabajo” como categoría ordenadora de lo social se encuentra anclado al sistema de producción económico, tanto como a la intervención política y los procesos de subjetivación de los grupos humanos y clases sociales en los marcos del capitalismo global; en los últimos años los tradicionales mecanismos disciplinares como la fábrica y el salario comenzaron a ser reforzados por otras técnicas tendientes a administrar los modos de producción y el comportamiento de los cuerpos. El tratamiento antropológico del conflicto y la resistencia ante las formulaciones teóricas de las ciencias sociales y las humanidades, acontece asociado a las formas de trabajo existentes en los marcos estatales latinoamericanos, todo lo cual requiere indicar la fisonomía de nuestras sociedades abigarradas, tal como las entiende el intelectual boliviano René Zavaleta Mercado.

Foto: Luis Maria Herr

Dicho de una manera sucinta: las pujas políticas y económicas de nuestro continente tienen lugar en los parámetros del Estado nación. En ese sentido, lo sabemos, la función central del Estado es la de producir unidad política allí donde se produjo un estado de separación doble: separación del trabajador de sus medios de producción y separación del Estado de la sociedad civil. La formación social abigarrada refiere, entonces, a la condición multisocietal latinoamericana. Se trata de sociedades en las cuales las estructuras sociales capitalistas no han logrado desarrollarse en su totalidad y conviven con formas jurídicas y sociales de formación precapitalistas.

En otras palabras, creemos, es posible pensar que las clases sociales que resisten y asumen la conflictividad en los territorios franquean una abigarrada forma de sentir tanto el colonialismo como el capital, en su manera de avasallar los modos de vida indígenas y campesinos: en el campo los mecanismos coercitivos de explotación no provienen sólo del derrotero colonial, sino también de las exigencias socioeconómicas del modelo tecnológico capitalista que se impuso en muchas regiones en los últimos años.

Con todo, resulta fundamental interpretar el desarrollo sociohistórico de la producción y reproducción moderna. La sociedad surgida de la crisis neoliberal en América Latina coloca al trabajo humano y su subjetivación —tanto como a la naturaleza— en el lugar de meros “recursos naturales”. Por estas razones es que el territorio rural se transforma en un espacio de divergencia fundamental en la reproducción de la vida simbólica y social.

Comprender los caminos de la conflictividad rural sobre la base de las persistencias de vida campesinas e indígenas posibilita una mirada estructural y simbólica. Se trata de una perspectiva surgida desde la práctica de los movimientos sociales, bajo una óptica relacional del poder que dé cuenta de un tipo de economía popular crítico-práctica, en términos de Fernando Stratta y Miguel Mazzeo.

Para retomar la noción de campesinado, deberemos rediscutir categorías históricas y políticas. En el plano de lo que algunos autores denominan “colonialidad” existe un cúmulo de aspectos que se expresan a la hora de narrar estas luchas: en nuestro caso, la reproducción de esa colonialidad en los abordajes interpretativos es uno de los ámbitos a deconstruir, si lo que pretendemos es mirarnos en el espejo de la realidad rural periférica. Dar cuenta de nuestras inquietudes y la de los otros y otras que piensan y miran con nosotres, es una forma de exhibir los desafíos que nos atraviesan en el proceso de acompañamiento junto al movimiento.

Aun posicionándonos en una articulación militante con los espacios y las luchas sociales del sur, percibimos ese rodeo racional que intermedia la confrontación con lo que se estudia. Es decir, pese a la consciencia del bagaje de espiritualidad, imaginario y sensibilidad que circunda la acción sociopolítica de los sujetos y procesos abordados como movimientos sociales-populares en perspectiva emancipatoria, solemos reincidir en esa permanente búsqueda de “intuiciones cognitivas” o de coherencia entre creencia y sociedad, casi como el deseo de ratificar una concepción política que portamos. El empeño de la comprensión tiende a resquebrajar lo sensible de la experiencia.

No pocas veces caemos en esa desarticulación iluminista recurrente. En este caso, a sabiendas de que en el sur latinoamericano se aglutinan resistencias contrahegemónicas, hemos optado por redefinir la lucha campesina y los sujetos —junto con sus memorias y prácticas— como un espacio de lo no dicho, es decir, como margen que permite el ejercicio del pensamiento crítico a partir de su praxis. Entonces, decimos que antes de emprender el camino hacia las autenticidades, legados, esencias o sentimientos del “otro”, nos cuestionaremos aquí cómo esas prácticas se constituyen en intervenciones políticas en un marco global.

Idealizar encubre una operación inadvertidamente conservadora: reproducir las purezas de los procesos imbuidos por los valores dominantes naturalizados. Aquí elegimos mirar lo embarrado de la lucha, sus idas y venidas, como una forma de describir lo que hacemos para cambiar esto en lo cual hemos devenido. Somos conscientes de que no conjuramos el drama de los embates del capital contra la vida en el campo; sin embargo, este ejercicio de escritura abigarrada pretende revisar los resquicios por donde florecen horizontes de disputa campesina.

En el desarrollo de este libro abrimos interrogantes que, por otro lado, no pretendemos clausurar de manera total. Más bien, estas líneas giran en torno a un tipo de metodología no extractiva (en términos de Mario Rufer), cuyas implicaciones determinan desde el inicio una ruptura epistemológica al proponernos reflexionar críticamente el conocimiento que se construye con y desde este sur campesino, en particular desde la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo – Vía Campesina (CLOC-VC). Se trata, entonces, de dar cuenta de estas sujetas y sujetos sociopolíticos y culturales a los que comprende una ciencia social emancipadora, sin por ello “extraer” un supuesto saber; antes bien, co-construir desde las prácticas en el territorio. 

A medida que avanzamos en el relato de estas experiencias es posible recordar la idea de “comunidades investigadas-investigadoras” a las que el Movimiento Rural y luego las Ligas Agrarias de Argentina se referirían allá por los años 60 y 70, tal como explica Pancho Ferrara. En nuestro caso, el Estado nación occidental “poscolonial” latinoamericano, en la intencionalidad de abordar metodológica y epistemológicamente las subjetividades campesinas, otorga una preponderancia relevante a estas comunidades a la hora de narrar la trama política de la (contra) modernidad en estos territorios. Así, referiremos en parte a esa mirada que ubica al nativo / campesino en el atraso de la línea del progreso frente a un sujeto hegemónico: la Pampa, lo civilizado. 

En tal sentido, para el abordaje que retoma dialécticamente lo nacional y lo regional, dos conceptualizaciones recorrerán este libro. Primero, la idea de “ausencia” campesina-indígena remitirá justamente a “la existencia de cierto rechazo a reconocer esta presencia en la Argentina” (aspecto desarrollado en el trabajo de Pablo Barbetta, Diego Domínguez y Pablo Sabatino) dada principalmente por el carácter agroexportador del país y el sesgo sobre la problemática del desarrollo agrario centrado exclusivamente en la Pampa Húmeda.  A esto cabe agregar la nula discusión teórico-política sobre las identidades campesinas desde los años 70 a esta parte, propiciada en gran medida por la represión del período político dictatorial que impidió la reflexión crítica pública sobre campesinos e indígenas en las periferias.

En segundo lugar, la noción de “re-existencias” campesinas e indígenas en el territorio latinoamericano en general, es una forma de nominar la producción activa de prácticas de visibilización por parte de colectivos y sujetas y sujetos organizados en el ámbito rural. Todo esto es pensado desde los supuestos teóricos que configuran, en nuestra perspectiva, un tipo de epistemología situada y un necesario compromiso sociopolítico en la investigación y el desarrollo del pensamiento crítico en Nuestra América.

Si bien asumimos una tarea de intelección y observación desde las bases, vale apuntar que, para la presente publicación, hemos escogido algunas voces de compañeros y compañeras campesinos y campesinas con grados notorios de responsabilidad al interior del movimiento campesino argentino y latinoamericano, tanto en la conducción de procesos como en el rol comunicador al interior del espacio; por lo cual –huelga decirlo– el lector o lectora se encontrará con entrevistas y devoluciones teóricas esbozadas por parte de actores cuyos niveles de formación política y capacidad analítica crítica se ajustan al grado de responsabilidad al interior del movimiento popular que componen.

Finalmente, intentaremos reseñar los núcleos teórico-políticos que atraviesan la movilización popular latinoamericana desde el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) en tanto espacio de politicidades que configuran a la CLOC-VC en los últimos 20 años. Por todo ello, el proceso de investigación / acción aquí resumido responde a un trabajo mayor que realizamos como forma de combinación entre lo racional y lo vivencial de la tarea científico social, reforzando los supuestos no extractivos en vistas al reconocimiento de alteridades invisibilizadas, que resisten al patrón colonial, patriarcal, capitalista y a sus ausencias.

En definitiva, con mucha modestia y el respeto del esfuerzo militante que hacemos a diario, miramos entre líneas las prácticas y territorios campesinos que habitan el mundo rural en la constitución de sus reexistencias, con la perspectiva de cobijar no un conjunto de saberes propios, sino más bien intentando permanecer fieles a nuestro “no saber”, a nuestros interrogantes y a la eficacia de las luchas paridas en los territorios rurales de Mendoza, Argentina y Nuestra América.

*Fragmento de la Introducción del libro «Campesinado y contrahegemonía. Politicidad y resistencia en movimientos populares de América Latina».

Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva

Identidad campesina, comunidades rurales y la reproducción de otras formas de vida